—¿Qué es eso, Paula? ¿Qué son esos documentos? —preguntó en voz baja, sin alterarse.
—Son copias de unos documentos comerciales. De la venta de mi casa —Paula hizo una pausa para aclararse la garganta—. Y la transferencia de mi compañía a tí.
¡Demonios! No le extrañaba que estuviese tan pálida. Estaba en estado de shock. Se podía imaginar las venenosas mentiras que le habría contado Wakefield. Le preocupaba mucho Paula, ya que parecía totalmente destruida y sin fuerzas para luchar. Se acercó a ella y la tomó de las manos. Ella trató de resistirse, de apartarlo cuando se sentó a su lado en el sofá, pero Pedro no se lo permitió.
—Cuéntame.
—Ha dicho que siempre quisiste mi compañía para tí —le tembló la voz—. Que me engañaste...
—Yo no quiero tu compañía —dijo él apresuradamente—. Aclaremos eso ahora mismo. Nunca he tratado de quedarme con ella y no planeé todo esto para quedármela yo.
—Pero Wakefield ha firmado el traspaso a tu nombre.
—Eso sólo ha sido otra de sus tácticas —Pedro le apretó las manos, preocupado por lo frías que estaban—. Wakefield ha mentido. Debió planear todo esto desde el momento en que se dió cuenta de que debía renunciar a la empresa. Cuando mi equipo jurídico me informó de que estaba haciendo el traspaso a mi nombre, decidí seguir adelante con ello. Lo principal era que la compañía ya no estuviera en sus manos. Después podíamos arreglarlo todo entre nosotros. Eso es lo que he estado haciendo hoy... organizando el traspaso de poder a la familia Chaves.
Paula parpadeó y sintió cómo le temblaba el cuerpo.
—Es verdad —urgió él, desesperado por que ella le creyese—. Tu hermano Gonzalo está ahora mismo en la reunión. Puedes telefonearle.
—No me lo dijiste —susurró ella.
—No —a Pedro le golpeó la conciencia. Si hubiera confiado en Marina como ella se merecía nada de eso estaría pasando.
—Y compraste mi casa —dijo ella de manera acusadora.
Pedro no sabía cómo explicar aquello. Sus motivos no habían sido puros para nada. Iba a pensar que era un manipulador. Respiró profundamente y la acercó hacia él. Ella se quedó rígida en sus brazos. Pero allí estaba, caliente y protegida, en el lugar a donde pertenecía.
—Sí, compré tu casa. Necesitabas dinero rápidamente, así que la compré.
Paula se apartó de él lo suficiente como para verle la cara y le dirigió una mirada exigiendo saber la verdad. A él le alivió ver que ella tenía mejor color.
—¿Por qué?
—Lo hice porque te deseaba —dijo con la dureza reflejada en la voz—. Es así de simple. Cuando te llevé a tu casa tras la recepción de Wakefield y te metí en la cama... cuando salí de allí había decidido que serías mía.
Paula se quedó boquiabierta y él continuó hablando. No tenía nada que perder.
—Es por eso por lo que insistí en que hicieras el papel de mi amante. Porque te quería cerca de mí. Te quería conmigo. Pero al tenerte aquí en mi casa, en mi cama, las cosas cambiaron. Me di cuenta de que quería más —le latía con tanta fuerza el corazón como si fuera un martillo—. Quería...
—¿Qué querías?
—Que te enamoraras de mí —admitió.
El silencio se apoderó de la habitación. Mientras esperaba la respuesta de Paula, a Pedro se le aceleró el pulso del tal manera que le retumbaba en los oídos. Estaba aterrorizado.
—No lo entiendo. ¿Por qué querrías que pasara eso? ¿Era porque yo era... una novedad en tu vida? ¿Fue para pasarlo bien un rato, porque yo era diferente?
—¡Novedad! ¿Es eso lo que ha dicho Wakefield? Cuando le ponga las manos encima a esa escoria le voy a...
—Olvídate de Wakefield y respóndeme.
—Oh, cariño. No has creído eso, ¿Verdad que no? ¡No has podido creerlo! ¿No sabes que eres preciosa? ¿No sabes que haría lo que fuera para mantenerte a mi lado?
—Todo lo que sé es que me mentiste.
Paula le había dado una puñalada en el corazón. Pero él se lo merecía y lo sabía.
—Tienes razón. Te mentí, Paula.
—¿Por qué? ¿Por qué querrías hacerme daño?
Pedro se rió amargamente. Había sido peor que Wakefield. Por lo menos ella sabía qué esperar de él.
—No quería hacerte daño, Paula. Créeme. Yo... —tragó saliva con fuerza y se forzó a continuar hablando—. Quería que te enamoraras de mí. De la misma manera en la que yo me había enamorado de tí.
De nuevo se creó un silencio entre ambos, sólo roto por el sonido de la agitada respiración de él.
—Bueno, eso lo conseguiste —dijo por fin Paula.
—¿Qué? —Pedro había visto cómo se movían los labios de ella, pero... ¿Realmente había dicho aquello?—. ¿Qué has dicho?
Ella lo miró a los ojos y en ese preciso momento él lo supo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario