martes, 9 de julio de 2019

Venganza: Capítulo 30

Pero el interés que mostraba era genuino y sus comentarios eran instructivos. Se interesó tanto por la conversación que mantenían que hasta que alguien no la abrazó por la cintura y la atrajo hacia sí no miró a su alrededor. Se quedó sin aliento, como siempre le ocurría cuando se le acercaba Pedro, al ver la intensidad de su mirada, al oler su seductor aroma a hombre y al ver esa sonrisa.

—Sigan hablando.

—No deberías dejar a esta chica sola, Pedro —dijo el señor Santiago—. Alguien sin escrúpulos, como yo, podría tratar de robártela.

—Tienes razón, desde luego. Debería haber apagado mi teléfono —Pedro la abrazó más hacia sí—. La inteligencia y la belleza juntas son una poderosa combinación. Paula es muy especial.

Paula se quedó pasmada. ¿Belleza? ¿No se estaba pasando de la raya? Pero el señor Santiago asintió con la cabeza en señal de aprobación. Y entonces, en vez de cambiar de tema, Pedro retomó el último punto sobre el que estaba hablando ella; obligaciones y cargas. Estuvieron hablando quince minutos más hasta que el botones les avisó de que ya se podían sentar. Mientras entraban en la Opera, Paula pudo sentir la deliciosa calidez de la mano de Pedro en su espalda. Se dió cuenta de que él siempre la hacía sentirse como si importara.

—Marina, ¿Estás bien?

—Estoy bien. Es sólo que la alfombra está un poco desnivelada.

Pedro se movió y la tomó del brazo, acercándola hacia él. Inevitablemente Paula lo sintió de nuevo; esa sensación única y excitante... como si algo dentro de ella se disolviera en un remolino de cálidas emociones.

—Después de tí —le dijo él en voz baja al oído, haciendo que ella se estremeciera y se diera prisa por sentarse.

Entonces él entrelazó los dedos entre los suyos, haciendo que una vez más a Paula le subiera un cosquilleo por el brazo. La atención que le estaba prestando Pedro y su encanto hicieron que se le desbocara el corazón, aun sabiendo que él sólo estaba interpretando un papel. La fuerte personalidad, la integridad y el impresionante físico que poseía eran lo que ella siempre había soñado en un hombre. Era el hombre más peligroso que jamás había conocido y se había acabado de dar cuenta de que estaba en serio peligro de enamorarse de él.


—¿Te tomas algo antes de irte a la cama? —le preguntó Pedro a Paula cuando llegaron a su casa.

—No creo que...

—Te prometo que no te morderé.

Pedro observó cómo Paula esbozaba una remilgada mueca con la boca. Pero el problema era que la boca de ella no era remilgada. Era seductora, atrayente... atractiva. Si se quedaba allí durante mucho más tiempo se sentiría tentado a echarse sobre ella y mordisquearle los labios hasta que ella respondiera de la forma en que lo hizo aquella primera noche...

—Es tarde —dijo ella, echándose para atrás.

A él le invadió la frustración.

—Pero no estás cansada, ¿Verdad que no? —dijo con un tono engatusador.

¡Desde luego que no estaba cansada! La función de aquella noche la había llenado de júbilo. Todavía le brillaban los ojos de la emoción.

—Vamos, Paula. Estás muy despierta. Necesitas tiempo para relajarte antes de irte a dormir.

Él sabía que no se dormiría hasta dentro de muchas horas, pero eso no tenía nada que ver con la función que habían visto, sino con la mujer que tenía delante de él. Pensaba en ella todas las noches. Pero no podía permitirse tocarla. Se preguntó cuándo podría...

—Bueno, sólo media hora. Ha sido un día muy largo.

Pedro esperó que la sonrisa que esbozó como respuesta a aquello fuera enigmática, que no dejara entrever el fuego que le recorría por dentro. Se dió la vuelta y la guió hacia el salón.

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