martes, 9 de julio de 2019

Venganza: Capítulo 29

—Tengo que admitir que la idea de arreglarlo todo era desalentadora —añadió ella.

Pedro observó cómo ella tragaba saliva y esbozaba una mueca. Había tenido que abandonar el único hogar que había conocido, forzada por la estupidez de su hermano, cuando lo que necesitaba era que la cuidaran y que la mimaran. Le asombró lo enfadado que estaba ante aquello. El sentimiento de protección que ella le inspiraba era inesperado. Inaudito... sin contar su reacción ante la situación de Laura. Pero aquello había sido distinto. Frunció el ceño, perplejo. Paula era diferente. La manera en la que la deseaba, su preocupación por ella, su ensimismamiento por ella no se parecían en nada a lo que había experimentado anteriormente en su vida. No era lo vulnerable que era ni su físico... por su vida habían pasado verdaderas bellezas, simplemente había algo en ella, no sabía qué, que le atraía como un imán. Tenía que tenerla. Y necesitaba mantenerla alejada de tiburones como Wakefield. En ese momento lo llamaron por teléfono. Lo sacó de su bolsillo para ver quién era.

—Paula, instálate. Como si estuvieras en tu casa. Yo tengo que atender esta llamada.

Ella no se dió la vuelta. Simplemente asintió con la cabeza y siguió mirando el mar.

—Hola, nena. ¿Cómo estás?

Paula observó cómo Pedro salía entre la muchedumbre hacia la terraza de la Opera de Sidney, donde podría continuar hablando por teléfono. Era otra vez su hermana. Lo supo en cuanto éste contestó el teléfono. Muy poca gente tenía ese número y él contestaba sus llamadas estuviera donde estuviera. Era muy comprensivo. La primera vez que le había oído hablar con ella, el día que se mudó a su casa, había pensado que era su novia la que lo telefoneaba. Su voz se había dulcificado. ¡Y le había hecho sentirse tan celosa!

—Tu Pedro es un hermano muy devoto.

Paula se dió la vuelta y miró al hombre que le acababan de presentar. El señor Santiago Biddulph. Era amigo de Pedro, pero deseó que no la hubiese dejado a solas con él. Parecía lo suficientemente perspicaz como para darse cuenta de su engaño.

—Hablan todos los días —dijo ella, tratando de aparentar estar relajada.

—Ella está fuera, ¿No es así?

—En Perth —asintió Paula—. Creo que está de vacaciones con su madre.

—Ya es hora de que encuentre un hombre joven para ella con quien hablar. Pedro debería prestarte su atención a tí, querida, antes de que otro colega acapare tu atención.

Paula sintió cómo algunas de sus reservas se disolvían ante la pícara mirada de aquel hombre.

—Pedro me ha dicho que estás en el negocio de los transportes, ¿No es así?

—Oh —a Paula le impresionó que Pedro hubiese hablado de ella—. Bueno, sí, pero de una manera insignificante.

—La empresa de transportes Paula, ¿Verdad?

Ella asintió, asombrada de ver cuántas cosas sabía de ella. Estupefacta de que Pedro siquiera la hubiese nombrado.

—Es una compañía conocida. Ahora dime, ¿Qué te parecen los recientes impuestos sobre el combustible? ¿Cómo está afectando a tu negocio?

Discutir aquello con el señor Santiago era absurdo. Él era el jefe de una compañía multinacional y ella era... ¿Qué? ¿La ex directora de una compañía familiar?

No hay comentarios:

Publicar un comentario