martes, 23 de julio de 2019

Venganza: Capítulo 41

Pero a pesar de su furia impotente, un insidioso sentimiento de deseo se desplegó por todo su cuerpo, que se rindió ante la agobiante intensidad de sus emociones. No le quedaban fuerzas para luchar contra ellas nunca más. Él no la amaba ni la necesitaba. Pero ella lo amaba y lo necesitaba lo suficiente como para compensarlo. Ya no tenía orgullo.

—Paula —susurró él.

Ella lo miró, engañándose y obligándose a creer que aquella palabra conllevaba nostalgia. Pero de repente él se apartó de ella. Su alma gritó por el tormento que sintió al verse privada de él.

Pedro se quedó allí de pie, mirándola en silencio. Ella sintió cómo la estaba mirando, pero no podía mirarlo a los ojos. Parpadeó cuando la tomó de la mano y la condujo a sentarse a su lado en la cama. Los acontecimientos le habían sobrepasado. Estaba entumecida. Fascinada, observó cómo le cubría la mano con la suya y le acariciaba la muñeca con su dedo gordo, haciendo que todo su cuerpo se estremeciera.

—Paula. ¿Qué ha pasado cuando has visto a Wakefield?

Ella se sintió decepcionada. Pedro realmente quería hablar.

—Paula —instó con suavidad—. ¿Qué ha pasado?

Ésta frunció el ceño, tragándose el nudo que tenía en la garganta al recordar a Wakefield.

—Bueno... ¿Me lo vas a contar?

Fue en ese momento cuando Paula lo reconoció. Ronan estaba impaciente. Más que eso. Estaba preocupado Estaba preocupado por ella. Observó cómo los músculos de su mandíbula se ponían tensos y cómo se le aceleraba el pulso. Supo que Pedro castigaría salvajemente a Wakefield. Ella sólo tendría que decir una palabra para que fuera así, ya que Wakefield era su enemigo declarado. Ella había sabido que Wakefield era escoria. Aquella noche sólo lo había confirmado. La sucia sugerencia que le había hecho era lo que debería haber esperado del hombre que había estafado a su hermano de una manera tan despiadada. Se había divertido siendo cruelmente franco sobre lo que ella tendría que hacer para que él reconsiderara la propiedad de su compañía. Se sintió sucia al recordar el insulto de Wakefield, su mirada lasciva y su devoradora sonrisa. Sabía que la respuesta de Pedro si le revelaba lo que había pasado sería rápida y violenta. Probablemente acabaría con un cargo por agresión. Y Wakefield no merecía la pena.

—Si te ha hecho daño, le destruiré. Ahora mismo —dijo Pedro, enfurecido.

—¡No! —dijo ella, tomándole por la muñeca, sintiendo cómo le latía el pulso—. No hay nada por lo que disgustarse —deseó que él la creyera—. Wakefield estaba interesado, pero no me obligó a nada. Simplemente no me gusta estar a solas con él. Me da escalofríos.

Logró sostener la mirada de Pedro hasta que éste le acarició la frente.

—¿No trató de tocarte?

—No —contestó. Wakefield había esperado que fuese ella quien lo hiciera.

—No volverás a estar a solas con él.

Nunca antes había dejado que nadie luchase por ella. En realidad nadie se había ofrecido a hacerlo. Pero Pedro estaba asumiendo ese derecho. Y ella no podía pelear durante más tiempo. No la amaba, pero la protegería de Wakefield.

—No debería haber dejado que te vieras con él a solas —dijo, con la furia reflejada en la voz—. En el futuro, seré yo el que trate con él. No importa lo que él prometa. Tú te mantendrás alejada de él.

—Lo haré —dijo ella, asintiendo con la cabeza, contenta de estar en terreno  seguro.

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