jueves, 4 de julio de 2019

Venganza: Capítulo 25

—Deberíamos reunirnos —continuó Wakefield, que tomó su silencio como que accedía—. Y podemos discutir la situación.

Asombrada, Paula asintió con la cabeza. Seguro que no podía ser tan fácil.

—Eso es exactamente lo que me gustaría —Paula tuvo que recordarse así misma que era muy fácil reunirse, pero que eso no quería decir que Wakefield tuviera ninguna intención de reparar lo que había hecho.

—Bien —dijo él, sonriendo más abiertamente, de manera desconcertante—. Dame tu número de teléfono y haré que mi asistente personal concierte una reunión.

—Buena idea, Carlos. Que llame a mi casa para que queden —contestó Pedro antes de que lo pudiera hacer ella—. Paula va a mudarse a mi casa.


Pocos minutos después, Pedro observó cómo Paula se metía en el ático con la muchacha. Esta estaba pálida y dijo que ambas necesitaban retocarse el maquillaje.  Cuando había dicho que iban a vivir juntos, Paula se había puesto tensa. Había sentido cómo el enfado se apoderaba de ella; era palpable. Pero ella se había limitado a mirarlo de una manera que en la sombra quizá se hubiese podido confundir con apasionada. Wakefield se la había estado comiendo con los ojos. Pero aquel bombazo había hecho que lo mirara. Sabía que  no invitaba a sus amantes a compartir su casa. Pero en vez de alejarse de ellos, su interés por ella se había disparado. Las señales de propiedad privada que él había establecido no le habían disuadido. Exactamente como se lo había imaginado; Wakefield la encontraba atractiva vestida con aquellas ropas tan femeninas y maquillada, cualquier hombre lo haría. La manera como la miró cuando ésta se marchó al cuarto de baño con la muchacha le dijo lo que quería saber; Wakefield iría tras ella, sentía más que curiosidad hacia Paula. Esperó sentirse eufórico. O satisfecho. Pero no ocurrió. No entendía por qué no estaba contento. Sintió cómo el enfado se apoderaba de él. Furia ante la idea de que un delincuente como Wakefield pensara que tenía una oportunidad con alguien tan inteligente y con tanta clase como ella. ¡Paula era suya! ¡Sólo suya!

—Tengo que admitirlo, Alfonso, trabajas rápido —Wakefield le sonrió—. Hace menos de una semana que Paula se coló en mi fiesta y apuesto a que no la conocías de antes. ¿O fuiste tú el que hizo que montara aquella pequeña escena?

—Siento decepcionarte, Carlos, pero yo no tenía ni idea de que Paula iba a estar allí. Sabes que siempre te dejo el maquiavelismo a tí.

Pero las cosas acababan de cambiar.

—No había visto ni oído hablar de Paula antes de aquella noche —añadió. Wakefield miró hacia el ático.

—Obviamente la llevaste a su casa tras lo ocurrido —dijo Wakefield.

Pedro pudo intuir un trasfondo de resentimiento.

—Así es.

—Bueno, bueno —Wakefield esbozó una sonrisita lasciva—. Debe de ser realmente buena si te ha cazado en menos de una semana. ¿Cuál es su secreto? ¿Se hace la inocente o la mujerzuela?

Aquello enfureció a Pedro, que se tuvo que contener para no agarrarlo por el cuello.

—No sigas por ahí —gruñó con una voz que intimidaba. Se echó hacia delante y vió cómo Wakefield  retrocedía —. Como le hables así a Paula, o hables así de ella, desearás no haber nacido. ¿Te has enterado?

—Claro, claro —contestó Wakefield, retrocediendo un poco más—. No tienes que amenazarme. Obviamente me he llevado una idea equivocada. No me había dado cuenta de que iban en serio.

—Te has equivocado. Simplemente no vuelvas a hacerlo.

Wakefield tenía tanto ego, que ya deseaba lo que él tenía; a Paula.

—Aquí viene —Wakefield indicó con su bebida en dirección a la fiesta.

Pedro se dió la vuelta y la miró. Se le quedó la boca seca al ver lo atractiva que era.

—Tengo que admitir, Alfonso, que sabes elegir. Realmente es muy especial.

Wakefield estaba tratando de suavizar el ambiente. Pero el sentimiento de propiedad que se le había despertado a Pedro sobre ella la hacía querer llevársela de allí a un sitio más privado, apartada de otros hombres. No quería que Wakefield la mirara.

—Si hubiese ido vestida así cuando fue a verme quizá la hubiese tomado más seriamente —murmuró Wakefield.

Media hora después, Paula pensó que Pedro la tomaba por tonta. Evitando su mirada, y tras haber soportado los focos de los paparazzi cuando entraron, observó el lujoso restaurante. No entendía qué estaba haciendo. Aquella mentira sobre que ella se iba a mudar con él había sido completamente innecesaria. Cuando al volver al jardín había visto a los dos hombres mirándola, quiso echar a correr. La maliciosa manera con la que Wakefield la miró hizo que quisiera esconderse. Y la penetrante mirada de Pedro hizo que la excitación le recorriera el cuerpo de nuevo. Si tenía que fingir durante mucho tiempo que era su amante, él acabaría descubriendo que ella no estaba fingiendo. Descubriría que lo deseaba de manera bochornosamente real.

—Está bien —el murmullo de Pedro hizo que ella sintiera un cosquilleo delicioso por su cuerpo—. El camarero ya se ha ido, así que puedes hablar. No te oirá nadie más que yo.

Paula alzó la mirada y se dio cuenta de que él era puro sexo.

—He cambiado de opinión —dijo rotundamente—. No quiero continuar con esta farsa.

—No creía que fueras tan poco perseverante, Paula. ¿O es que tienes miedo?

—¿De qué tendría que tener miedo?

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