Paula no tenía ninguna duda en dejar todo en sus manos. Si alguien podía recuperar su compañía era él. Haría lo que pudiese por Gonzalo y por ella.
—Yo... sí. Sí. Confío en tí —contestó, aliviada al admitirlo.
Los ojos de Pedro echaban chispas. A ella le costó respirar ante la intensidad de su mirada. Él le acarició los labios, consiguiendo que ella tuviese que luchar contra la desesperada necesidad de acercarse aún más a él, de presionar sus sensibles pezones contra el pecho de éste e invitarle a que la tomara de nuevo. Tenía que irse de allí antes de perder el control. Cerró los ojos, tratando de obtener fuerzas para marcharse. Pero la oscuridad sólo aumentaba la intimidad de su caricia, la agobiante sacudida de necesidad que hacía que su cuerpo y su determinación flaquearan. Cuando abrió los ojos, vio que Ronan tenía la cara cerca de ella. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal.
—Me debería marchar —susurró. Aquello no sonó convincente ni para ella.
Con su otra mano Pedro le acarició el brazo, el hombro y subió por su cuello. Cuando le introdujo los dedos por el pelo y masajeó su cuero cabelludo, ella se derritió.
—Pedro, realmente pienso que... —no pudo terminar de hablar, ya que él acercó los labios a la comisura de su boca.
La besó delicadamente, pero hizo que ella sintiera una explosión de necesidad. Su cuerpo recordó el éxtasis al que aquel hombre la había llevado. Él se alejó lo suficiente, aunque sin soltarla, como para poder mirarla a los ojos. En ese momento, un leve movimiento por parte de ella y se soltaría. Si quería, se podía marchar. Debería estar aliviada, pero en vez de ello se quedó confundida, consternada por su falta de decisión. Él le estaba dando una oportunidad. Debería marcharse en aquel momento mientras todavía podía pensar con claridad. Estaría invitando a que le rompiera el corazón si permitía que le hiciera el amor de nuevo. Pero aquel hombre la excitaba. Más que eso; tenía su corazón. Se preguntó cómo podía negarse cuando él era todo lo que quería. Tímidamente, se acercó y tocó con su temblorosa mano el pecho de Pedro. Notó lo rápidamente que le latía el corazón, evidencia del deseo que sentía por ella. Aquello no debía de suponer ninguna diferencia. Pero inevitablemente suponía toda la diferencia del mundo. Él se preocupaba por ella, sentía algo por ella aunque no fuese amor. Y en aquel momento la deseaba. A ella, a la mujer que se había enamorado perdidamente de él.
—Quiero hacerte el amor, Paula. Como es debido. Quiero demostrarte lo bien que pueden ir las cosas entre nosotros. Te mereces más de lo que te he dado antes. Mucho más.
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