jueves, 4 de julio de 2019

Venganza: Capítulo 28

—Bienvenida a mi casa —Pedro le tendió la mano a Paula para ayudarla a salir del coche.

—Gracias —dijo ella, que al principio se había mostrado reticente a dejarse ayudar.

Él contuvo una sonrisa cuando ella puso la mano sobre la suya. Se preguntó si ella lo sentiría también; aquel escalofrío ante la maravillosa sensación de tocarse. Paula, cuando salió del coche, dirigió su mirada hacia la casa en vez de mirarlo.

—Tu casa es encantadora —dijo.

Él se apartó un poco y después la guió, poniéndole una mano en la espalda, hacia su casa. Era una casa antigua.

—Me alegra que te guste. Quiero que estés a gusto aquí, Paula.

Ella lo miró, con tal mezcla de emociones reflejadas en la mirada que era imposible descifrarlas. Pedro sabía que ella no quería estar allí, lo había dejado muy claro. Pero no tenía otra opción más que aceptar su hospitalidad. Él se había asegurado de ello.

—Ven, para que conozcas a la señora Sinclair, mi ama de llaves. Tiene ganas de que haya otra mujer en la casa.

Enseñarle toda la casa llevó un tiempo y las reacciones de Paula fueron de fascinación. Lo que más le impresionó no fue ni la localización de la casa frente al mar, ni el yate que había en el embarcadero privado, sino que fueron las cosas más sencillas, las que no mostraban lo caras que eran. Cuando subieron a la planta de arriba, ella ya había perdido la formalidad, acariciando el pasamanos de madera de cedro y la escultura de mármol que había en el pasillo.

Pedro sintió que estaba perdiendo su autocontrol y que la pasión lo invadía por completo. Paula era tan sensual... la manera como suspiraba cuando olía las flores... su necesidad instintiva de tocar... Él quería que esas manos lo tocaran a él, que se aprendieran su cuerpo, de la misma manera como él quería aprender todos los secretos de ella.

—Esta es tu habitación —dijo casi bruscamente por el esfuerzo que tuvo que hacer para guardar la compostura. Abrió la puerta y se apartó para dejarla pasar.

—Oh —el leve suspiro de placer que emitió atrajo a Pedro, que entró tras ella—. Es preciosa. Gracias.

—Ha sido un placer —dijo él—. Ahí está el cuarto de baño del dormitorio.

Se acercó para abrir las ventanas francesas del balcón. Necesitaba aire fresco.

—Desde aquí hay unas bonitas vistas —explicó, mirando el puerto. Se avecinaba una tormenta.

—No sé cómo agradecerte todo esto —dijo Paula, acercándose a él—. Estás haciendo tanto por nosotros, por Gonzalo y por mí.

A Pedro le pareció que a ella le tembló la voz de la emoción. Respiró profundamente para mantener la calma. Paula estaba herida. Acababa de perder a su padre. Se había quedado casi discapacitada en un horrendo accidente. Y tras ello, había tenido que soportar la pérdida de la empresa familiar, de su medio de vida, de su casa... de su futuro según lo había concebido ella.

—Tú me estás ayudando a conseguir una cosa que deseaba hacer desde hace tiempo. Estamos juntos en esto —dijo él, esbozando una sonrisa que esperó fuese tranquilizadora.

Pedro pensó que si hubiese sido capaz de arreglar las cosas para Laura... el saber que había fracasado era como ácido para él, le estaba consumiendo.

—Lo mismo digo... —Paula salió al balcón— tú has sido de una enorme ayuda para mí —sonrió brevemente—. Para empezar, nunca podría haber organizado una mudanza tan rápidamente.

A Pedro le invadió un sentimiento desconocido en su conciencia. Había sido su egoísmo y una cuantiosa suma de dinero los que habían conseguido que ella se mudara tan rápidamente ya que la quería allí, cerca de él...

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