—Claro —hizo una pausa—. ¿Cuándo tenías pensado?
—Esta noche.
Paula se quedó sin aliento, aterrorizada. ¡Aquella misma noche! Era demasiado pronto.
—¿Paula?
—Todavía estoy aquí —dijo ella rápidamente.
—Pasaré a por tí a las siete.
¡A las siete! Sólo quedaban unas pocas horas.
—Yo... —tragó saliva—. Claro. Estaré preparada. ¿Adónde vamos? ¿Qué me tengo que poner?
—Primero vamos a una fiesta. Y después iremos a cenar tranquilamente. Iremos a algún sitio donde nos vean, pero donde podamos hablar en privado. Háblalo con Daniela; ella te ayudará a elegir el modelo adecuado.
Se oyeron voces alrededor de él.
—Tengo que colgar. Te veré a las siete.
Tenía tres horas para transformarse. Sólo tres horas hasta que tuviese que hacer el papel de ser la amante de Pedro Alfonso. Tenía que convencer a un montón de extraños de que ella era la clase de mujer sexy en la que Pedro se interesaría. Y se tenía que asegurar de que éste ni siquiera se imaginara el efecto devastador que tenía sobre ella. Tenía que convencer a ambos, a él y a ella, de que la reacción que tuvo ante su beso había sido una equivocación y que no se volvería a repetir. Que la podía mirar con aquel fuego reflejado en los ojos, que podía compartir con ella una conversación susurrando, incluso que podía acercarla a él y que ella no sentiría nada...
Al final, Paula tuvo más tiempo del que creyó que iba a tener para arreglarse. Demasiado tiempo para pensar y preocuparse. Se duchó y se maquilló, siguiendo las instrucciones que le habían dado en el salón de belleza. Durante todo el tiempo trató de ignorar el miedo que le causaba pensar que iba a hacer el ridículo. Pero las cosas no podían empeorar. Se quedarían sin la empresa y, si Carlos Wakefield llevaba a trabajar a sus propios empleados, también se quedarían sin trabajo. Y Gonzalo y Mariana esperando un hijo... Se puso su vestido nuevo y se dirigió a mirarse en el espejo. Al hacerlo, se le quedaron los ojos como platos por la incredulidad. El conjunto se veía incluso mejor en aquel momento que en el probador de la tienda. Hacía más de un año que no se compraba ropa nueva. Y desde entonces había perdido una talla. Estaba más delgada. Pero no era sólo eso. Era increíble. Se dió la vuelta, tratando de descubrir qué era lo que hacía que el vestido pareciera tan distinto. Tan fascinante. Tan pecaminoso. No le quedaba muy ajustado, pero le marcaba lo que tenía que marcar y la convertía en una mujer diferente. Llamaron a la puerta y ella tomó su bolso. No se podía permitir tener dudas en aquel momento. Era demasiado tarde.
Pedro se apartó cuando la puerta se abrió. Las expectativas por lo que podía pasar burbujearon por su flujo sanguíneo. Hacía días que no la veía. Se había forzado a mantenerse apartado, trabajando con unas renovadas energías en sus planes comerciales. Pero mantener las distancias había sido más duro de lo que había pensado. Había sido muy difícil. Paula había eclipsado todo desde que la había visto, vibrante y decidida, en la fiesta de Wakefield. Y, de repente, allí estaba ella. Paula Chaves, preparada para hacer el papel de su amante.
Él debería haber dicho algo para romper la tensión que había en el ambiente. Pero no pudo. Se quedó allí de pie. Ella era preciosa. Fascinante, con aquella cara esculpida y aquel cuerpo de guitarra. Era un misterio por qué se había escondido bajo aquellas ropas anticuadas y sin gracia. El revelador cosquilleo que se adueñó de su estómago y de sus muslos eran prueba del poder de ella.
—Estás preciosa, Paula —dijo, observando la confusión y el placer que se reflejaron en sus ojos. Obviamente no estaba acostumbrada a los cumplidos.
—¿Está bien para la fiesta? —preguntó ella, señalando el vestido, como si no estuviera segura.
—Es perfecto —le aseguró él—. Serás la mujer más sexy de las que asistan.
Ella se quedó muy impresionada al oír aquello.
Pedro se acercó, doblando la cabeza antes de que ella pudiese protestar o apartarse. Pero en el último momento se apoderó de él la compostura y la besó en la frente en vez de en su seductora boca. Había descubierto lo peligrosos que eran sus besos y estaba decidido a no desviarse del asunto que tenían entre manos de nuevo. Por lo menos durante un tiempo. Respiró el delicado aroma de su cuerpo, acariciando con la boca su sedoso pelo, sintiendo la calidez de ella contra su cuerpo. No pudo evitar el temblor que se adueñó de sus músculos al invadirle un salvaje deseo. Ella era la seducción femenina en persona. Respiró profundamente, forzándose a apartarse de ella. Aquella noche era la noche en la que presentaría a Paula como su amante ante el resto del mundo. Una estratagema para atraer a Wakefield. Pero aún más importante; de esa manera, mantenía a Paula justo donde la quería tener...
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