jueves, 18 de julio de 2019

Venganza: Capítulo 38

Paula se despertó entre la suave seda de las sábanas. Suspiró y hundió la cabeza en la almohada. Sentía su cuerpo vivo de una manera que nunca antes lo había sentido. Se sentía maravillosamente completa. Y todo por Pedro. El hombre que le había hecho sentirse preciosa, atractiva, especial. Como si realmente fuese la mujer de sus sueños. Tímidamente acercó su mano para acariciarle el pecho. Necesitaba que la abrazara de nuevo para convencerse de que aquello no era un sueño. Pero al hacerlo encontró que la cama estaba vacía, todavía cálida por el calor que había dejado el cuerpo de él. Algo parecido al pánico se apoderó de ella. Abrió los ojos y se dio cuenta de que era verdad; estaba sola. Tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta debido a la angustia que sentía. Las lágrimas empañaron su mirada. Se preguntó qué había esperado. ¿Una declaración de amor? ¿Una promesa de amor infinito? Apretó los labios amargamente al darse cuenta de su estupidez.

Se levantó de la cama. La vida le había enseñado que no había que creer en los milagros; no debía sorprenderle que él hubiese tomado lo que ella le había ofrecido y se hubiese marchado. Se tapó con la colcha. Estaba temblando y tenía frío. Se dirigió al cuarto de baño y, mientras lo hacía, al ver su bañador al lado de la ventana, apartó la vista de él. Supo lo que había hecho. Cuando llegó, cerró la puerta tras de sí y se metió en la ducha. Abrió el grifo y trató de regular el agua. Se había entregado a Pedro Alfonso. Le había suplicado. Se había ofrecido a él con tanto descaro, que él había vencido su desagrado y sus escrúpulos. Habían practicado sexo. Pero ella había hecho el amor. Había sido una tonta. Una tonta ridícula y patética. Rezó para que él no hubiese descubierto sus verdaderos sentimientos hacia él. Dejó que el agua cayera por todo su cuerpo como si pudiese lavar la debilidad fatal que había tenido. Pero ni en aquel momento, haciendo frente a la verdad brutal, podía decir que se arrepintiera de lo que había ocurrido.n Había sido maravilloso. Apasionado y ardiente. A pesar de que él no sentía nada por ella, la había hecho sentirse como una reina. Le encantaba y quería más. Pedro no le había engatusado con dulces palabras ni con falsas promesas. No podía haber dejado más claro que no quería una relación sentimental. Se había marchado de su lado.  Pero no se podía negar que lo que habían compartido había sido maravilloso. Salió de la ducha y se secó rápidamente. Se puso una toalla alrededor del pelo. Tenía que pensar en lo que iba a hacer, en cómo iba a salir de aquella situación imposible. O en si quería hacerlo.

Cinco minutos más tarde, la cama estaba hecha, como si no hubiese sido el escenario de un desastre tan grande. Le temblaban tanto las manos, que tuvo que apretarlas con fuerza. Se dirigió al armario y se vistió con uno de los conjuntos que Daniela le había convencido que comprara. En aquel momento más que nunca necesitaba seguridad en sí misma y aquel conjunto le daría la confianza que tan desesperadamente necesitaba. Aquel vestido rojo marcaba su figura haciéndola sentirse femenina. Estaba sentada en la cama desenredándose el pelo y deseando poder desenmarañar el embrollo en el que su vida se había convertido cuando llamaron al teléfono.

—¿Hola?

—Quiero hablar con Paula Chaves—el inconfundible tono de voz impaciente de Wakefield la dejó sin palabras—. ¿Le puede decir que se ponga?

—Soy yo —contestó, preguntándose qué demonios querría.

—Por fin. Soy Carlos Wakefield —dijo, haciendo una pausa como esperando a que ella dijese algo—. Te has estado escondiendo, Paula. No has contestado a las llamadas de mi asistente personal.

—Perdón —dijo ella, frunciendo el ceño—. ¿Qué llamadas?

—Mi asistente personal te ha estado llamando todos los días. ¿Dices que no te han llegado los mensajes?

Paula agitó la cabeza, planteándose si debía creerle.

—No he recibido ningún mensaje tuyo. ¿Qué ha pasado? ¿Con quién habló tu asistente?

—¿Importa eso ahora? Con quien sea que tu amante tenga ahí contratado.

Paula se apoyó en la cabecera de la cama, restregándose la sien, ya que tenía dolor de cabeza. Se preguntó por qué la señora Sinclair... o Pedro... no le habían pasado los mensajes.

—Parece como si Alfonso no quisiera que te vieras conmigo.

Paula estuvo de acuerdo. Eso era lo que parecía. La señora Sinclair era demasiado organizada como para olvidar algún mensaje. Le debían haber dicho que no se los diera. No entendía por qué, cuando la razón de que ella estuviera allí era para atraer a Wakefield.

—Estoy segura de que ha habido algún error —ofreció finalmente. No quería tratar con Wakefield, pero él era el hombre que tenía su compañía; la llave de su futuro y el de Gonzalo—. ¿Por qué me has llamado?

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