Miró a Pedro. Vió en él al hombre que podía conseguir lo que ella necesitaba.
—Pero si piensa que me he mudado contigo entonces no hará nada.
—Te verá como un trofeo aún más preciado. Tiene un ego del tamaño de la Antártida. No considerará la posibilidad de no conseguirte. Ahora que cree que eres mi mujer, no será capaz de resistirse.
Aquello hizo que a Paula una excitación prohibida le recorriera el cuerpo. No podía evitarlo.
—Cuando nos vea juntos, se convencerá de que voy en serio contigo.
—Pero no me tengo que mudar.
—Claro que tienes que hacerlo. Todo tiene que ser como parece. Wakefield quizá sea un mal nacido egoísta, pero es astuto. Eso es lo que lo hace ser tan peligroso.
Paula sabía que no tenía otra opción. Pero la invadió el miedo.
—Y tu casa se vende —añadió él—. De todas maneras pronto te ibas a mudar.
—Ya se ha vendido —espetó ella. Aquel mismo día se lo había dicho su hermano.
—¿Tan pronto?
Paula asintió con la cabeza. No había sido capaz de negarse a venderla en cuanto tuvieron un comprador dispuesto a pagar. Al día siguiente iba a comenzar a buscar piso. Cuanto antes se marchara de allí, mejor, ya que la casa estaba llena de recuerdos. Su padre la había construido. Sintió la calidez de la mano de Pedro sobre la suya.
—En ese caso te puedes mudar ya.
—Supongo que sí —Paula de nuevo fue consciente de que no tenía otra opción.
Los últimos días habían sido muy ajetreados, así como los últimos meses habían sido muy emocionales. Y en ese momento sintió el peso de todo aquello hundiéndola.
—Saldrá bien —dijo Pedro en voz baja, como si comprendiera su desesperación.
Ella asintió con la cabeza, pero no lo miró a la cara hasta que él no tomó su mano y le dió un beso en la palma. La dejó sin respiración.
—Te lo prometo, Paula —murmuró, rozándole con la boca la piel de la mano, consiguiendo que a ella le recorriera la excitación por todo el cuerpo hasta llegar al centro de su feminidad.
Entrelazó sus dedos con los de ella y le hizo una señal al camarero, que poco después llevó a su mesa una botella de champán. Paula no tuvo la entereza de apartar la mano. Una vez que el camarero les sirvió el champán y se hubo marchado, Pedro le acercó el vaso. Le brillaban los ojos, reflejaban una emoción que ella no sabía definir.
—Yo me ocuparé de todo, Paula. No te preocupes —tomó su copa y la levantó—. Por el éxito.
«Por la supervivencia», añadió con fervor Paula en silencio.
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