jueves, 18 de julio de 2019

Venganza: Capítulo 39

—¡Ah! Una buena pregunta —Wakefield hizo una pausa y ella se estremeció—. Quedamos en vernos... ¿No te acuerdas? Nosotros dos solos. Querías hablar sobre la compañía de tu familia.

—Así es —contestó ella. A pesar de sus reservas se le aceleró el pulso.

—Bien. Pues quedemos. Cuanto antes, mejor.

Paula levantó la vista al oír la puerta abrirse y se le cortó la respiración. Allí estaba Pedro, con pantalones vaqueros, la camisa abierta y descalzo, mirándola. Se quedó impresionada. Avergonzada al excitarse sólo de verlo, agarró el teléfono con más fuerza.

—¿Paula? —dijo Wakefield con dureza—. He dicho que será mejor que quedemos pronto.

—Estoy de acuerdo, Carlos. Tan pronto como quieras.

Abrió los ojos como platos al ver a Pedro, tenso, frunciendo el ceño, adentrándose en la habitación.

—¿Qué te parece esta noche? —propuso Wakefield.

Pedro se había colocado a su lado, casi sobre ella, con la desaprobación reflejada en los ojos.

—Parece estupendo —dijo con la voz ronca. Se aclaró la garganta—. Quedamos y nos tomamos algo. ¿Dónde y a qué hora?

Miró hacia el reloj de la mesilla de noche cuando él le dijo el caro bar de la ciudad al que quería ir. Se dió cuenta de que se tenía que marchar pronto.

—Bien. Allí nos vemos —colgó el teléfono bruscamente antes de arrepentirse.

—¿Vas a ver a Wakefield? —la voz de Pedro reflejaba tensión.

—Sí —contestó, evitando su mirada—. Sólo tengo tiempo para maquillarme y secarme el pelo.

—¡No vas a verlo! —Pedro parecía escandalizado.

—¿Por qué no? —Paula no podía pensar con claridad cuando tenía a Pedro tan cerca de ella. Se apartó de él—. Esa era la razón de todo este absurdo engaño, ¿No es así?

Pedro la agarró por la muñeca y la atrajo hacia él. Ella anhelaba su pasión y su ternura. Y eso la ponía furiosa. ¿Cómo podía ser tan débil?

—¿Por qué nadie me dijo que su asistente personal ha estado llamando, que quería hablar conmigo? ¿A qué estás jugando?

—Necesitabas descansar. Has pasado por mucho últimamente y necesitabas tiempo para recuperaste. Hacer creer a Wakefield que eras inalcanzable no ha hecho ningún daño. Ha avivado su interés.

Tras haber asimilado aquello, Paula habló.

—Bueno, en un futuro, agradecería si me consultarás antes de interferir.

—He tenido a Wakefield en mi punto de mira desde hace tanto tiempo, que estoy acostumbrado a decidir por mí mismo.

—Pues conmigo no puedes hacerlo —los ojos de Paula reflejaban enfado y pasión.

Pedro deseaba esa pasión para él. En aquel momento, de nuevo. Durante toda la noche. Paula era como una droga. La única razón por la que la había dejado sola en la cama había sido porque sabía que había sido su primera vez. Estaría sensible, incluso dolorida. Y si se hubiese quedado allí, desnudo junto a ella, nada le hubiese impedido volver a tomarla.

—Yo me encargaré de él —dijo Pedro ásperamente.

—No —Paula soltó su mano y se dirigió al cuarto de baño—. Yo iré a verlo. Después de todo, es mi problema.

Pedro frunció el ceño. Ella tenía razón. Ya era hora de que se encontraran. Haberla mantenido incomunicada había servido para que Wakefield la deseara aún más y para que él tuviera contacto con algunos acreedores de éste y adquiriera algunas acciones útiles. No sabía por qué se estaba poniendo tan tenso. Al verla de aquella manera vestida sintió de nuevo aquella fiera sensación de posesión. «No puedes irte esta noche porque acabamos de hacer el amor y quiero volver a hacerlo. Porque hace una hora eras virgen y necesitas que yo te mime. Porque me pone enfermo pensar que vas a ver a Wakefield cuando eres mía. Porque te mirará con ese vestido y se pasará el resto del tiempo imaginándote sin él. Porque estoy celoso», pensó. ¿Estaba celoso? ¿De Wakefield? Imposible. Wakefield no era más que un enemigo para Paula. Era él, Pedro, quien la tenía en su casa, en su cama. Él era el amante de Paula. Pero no podía negar la irrazonable furia que le invadía al pensar en que ella pasase tiempo con Wakefield. O con cualquier otro hombre... No sabía qué demonios le estaba pasando. Nunca había sido un amante celoso. Había sido protector, pero nunca había sentido aquella actitud posesiva.

—Sí —se forzó a asentir con la cabeza—. Será mejor que lo veas. Pero tendrá que ser durante poco tiempo. Sacaré el coche y te veré abajo.

Sus miradas se cruzaron en el espejo del baño y casi cambió de idea sobre dejarla marchar. Se había maquillado de tal manera que acentuaba su belleza. El sólo quería que lo hiciera para él.

—Tomaré un taxi.

—Irás conmigo —dejó claro Pedro.

—Wakefield pensará que es extraño si me llevas a verme con él. ¿Qué amante lo
haría?

—Deja que Wakefield piense lo que quiera. Yo te llevo.

«O no vas», dijo para sí mismo Pedro.

Paula se quedó mirándolo durante un segundo y siguió maquillándose. Él se marchó de allí antes de tomarla en brazos y hacerle el amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario