jueves, 25 de julio de 2019

Venganza: Capítulo 46

El dolor destrozó a Paula, la dejó inmóvil, incluso temerosa de respirar. La noche anterior, mientras ella había estado en sus brazos, Pedro ya era el dueño de la compañía de su familia. Él lo había sabido. Seguro que debía haberlo sabido, pero no había dicho nada.

—Es doloroso que destruyan las ilusiones de la gente —la falsa simpatía que denotaba la voz de Wakefield ni siquiera la enfadó. Estaba demasiado ocupada tratando de entender aquello—. No sé que te habrá contado Alfonso, pero le había echado el ojo a tu pequeña compañía desde hacía algún tiempo. Mis empleados lo descubrieron y fue por eso por lo que decidí conseguirla yo primero.

Paula levantó la vista y vió que la estaba mirando muy de cerca.

—Debería haber sido más prudente —admitió él—. He hecho unas pocas... adquisiciones poco convencionales que han resultado ser problemáticas. Dado el continuo interés de Alfonso, le he vendido ésta. Eso era lo que él quería.

Agitó la cabeza y le dirigió a Paula su sibilina sonrisa. Ella se estremeció.

—Pensaste que yo era un avaricioso, cielo. Pero por lo menos fui franco. Alfonso los quería a tí y a la empresa, pero no te lo dijo, ¿A que no? Te engañó haciéndote pensar que te iba a ayudar a recuperar lo que habías perdido, cuando en realidad lo quería para él. Iba detrás de la empresa y de un poco de variedad en la cama.

Paula no dijo nada. Frenéticamente leyó y releyó los documentos. No podía ser. Sabía que Pedro no la amaba, pero era un hombre decente y ella había confiado en él.

—Una última cosa —dijo Wakefield, levantándose—. Una vez que tu querido Pedro sepa que has descubierto lo que ha hecho, tu estancia aquí se habrá acabado. No te querrá cerca de él, enfurruñada por lo que te ha hecho —ya desde la puerta continuó—. Mi consejo es que te marches antes de que él te eche. Puede que seas mona, pero cualquiera puede ver que no eres su tipo. Te aseguro que la novedad ya se le ha pasado. Si te queda algo de orgullo te marcharías en vez de esperar a que te eche.

Paula no respondió. Ni siquiera se movió. Estaba aturdida. No se lo podía creer. Las lágrimas afloraron a sus ojos, pero las apartó cerrándolos con fuerza. Se preguntó si todo había sido una farsa. Pero la había necesitado para que lo ayudara a quitarle a Wakefield sus bienes. No había duda de la furia que sentía cuando le contó lo que le había pasado a su hermana o de su odio hacia Wakefield. ¿Pero le había motivado también el deseo de ayudarla a ella? ¿O había sido ella simplemente una inocente conveniente para él?  Había sido tan crédula! ¡Había confiado tanto en él! Le dolió el pecho al tratar de aguantar las lágrimas. Pero fue inútil. Sintió cómo le corrían por las mejillas y la barbilla. Wakefield había dicho que ella había sido una novedad para Pedro. Si no fuera por los documentos que Wakefield le había dejado, no se lo hubiese podido creer. Estaba rota por el dolor. Se preguntó si Pedro se habría estado riendo de ella durante todo el tiempo. No podía ser tan cruel. Pero era cierto que ella nunca se había acabado de creer los cumplidos que él le decía sobre lo guapa que era. Se acurrucó en el sofá, levantó la vista... y vió a Pedro en la puerta. Tenía la corbata torcida, el pelo despeinado y sangre en los nudillos.

Pedro se acarició la mano. Revivió la satisfacción que sintió al ver la cara de asombro de Wakefield cuando cayó al suelo. Había sido una pequeña revancha por el daño que el malnacido les había hecho a Laura y a Paula, pero era sólo el principio. Wakefield ya no era tan prepotente en aquel momento en que su fortuna había descendido más de un cincuenta por ciento. Incluso con la ayuda de los contactos de su familia tardaría años de duro trabajo en recobrar lo que había perdido. Y eso era satisfactorio. Sonrió mientras entraba en el salón, pero se quedó paralizado, horrorizado ante lo que vió. Paula estaba allí, acurrucada en una esquina del sofá, tan pálida como un espectro. Se acercó a ella. Si Wakefield le había hecho daño... Pero cuando se acercó, notó cómo ella se estremeció cuando él trató de acariciarla y cómo le temblaba el labio inferior.

—Paula —dijo con la voz ronca—. No me mires así.

Ella parpadeó y se restregó los ojos con la mano. Aquel gesto infantil hizo que algo se retorciera dentro de él. Había querido protegerla, pero de alguna manera le había fallado.

—Sea lo que sea lo que haya dicho, no le creas. Wakefield es un mentiroso compulsivo. Ya lo sabes. Diría lo que fuera para crear problemas entre nosotros.

—¿Dónde está? —susurró ella. Incluso su voz era débil.

—Se ha marchado —contestó, acercándose un poco más con cuidado—. No te preocupes por él. Los de seguridad no le dejarán acercarse a la casa. No te podrá hacer daño.

Si no hubiese sido por la llamada urgente de la señora Sinclair en medio de su reunión, quizá ni se hubiese enterado de la visita de Wakefield. Pensar en ese asqueroso a solas con Paula hacía que le hirviera la sangre. Era obvio que, de alguna manera, le había hecho daño. Pero entonces observó los documentos que tenía ella en las rodillas y esparcidos por el suelo.

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