Paula se abrió paso hacia la salida del bar, ignorando el bullicio que había junto a la ventana, donde Wakefield estaba sentado solo. Excepto por la camarera que fregaba lo que se había vertido. Era una pena que hubiese pedido una botella de champán. Si hubiese sido vino tinto, le habría dejado una mancha mucho más satisfactoria en su traje gris plata. Una que durara. Cuando salió a la calle, una sombra surgió de la oscuridad y se colocó a su lado. Era Julián Bourne, el jefe de segundad de Pedro. Tenía instrucciones de esperarla y llevarla de vuelta a la casa. En un principio ella se había opuesto, pero en aquel momento lo agradeció. La presencia de Bourne le recordaba a Pedro. Quería echarse en sus brazos. El le diría que todo estaba bien, que juntos vencerían a Wakefield. Y que la amaba. ¡Sí! ¡Seguro! Súbitamente, la indignación que se había apoderado de ella cuando había estado con Wakefield desapareció. Se sintió vacía y débil. Le temblaron las piernas y tuvo que juntar las rodillas para mantenerse en pie.
—¿Señora Chaves? ¿Está usted bien? —preguntó Bourne, preocupado.
—Estoy bien, gracias. ¿Dónde está el coche?
—Está aquí —Bourne señaló hacia un reluciente coche negro.
Paula entró en el coche y observó cómo Bourne telefoneaba rápidamente. Pensó que sería a su jefe, para decirle que ya la iba a llevar de regreso. De diferente manera, Wakefield y Pedro la habían hecho sentirse aquella noche como una mercancía. Como algo que se podía comprar. Se mordió el labio inferior, deseando poder volver en aquel momento a su casa. Pero había sido vendida; ella ya no tenía casa. Se estremeció ya que estaba exhausta. Miró por la ventanilla del coche, parpadeando para contener las lágrimas de fracaso y desilusión que amenazaban con brotar de sus ojos. Cuando llegaron a casa de Pedro y Bourne aparcó el coche, ella abrió la puerta incluso antes de que éste lo hubiese apagado.
—Gracias por traerme —dijo por encima del hombro mientras salía.
Pedro le abrió la puerta de la casa y se quedó allí apoyado, mirándola.
—Paula.
—Hola, Pedro —dijo ella sin mirarlo a los ojos. Él se apartó para dejarla pasar.
Mientras se dirigía hacia las escaleras, oyó un murmullo de voces masculinas. Se planteó si Bourne había presenciado la escena con Wakefield. Pero realmente no le importaba.
—Paula —dijo Pedro cuando ésta ya estaba arriba de las escaleras.
—Estoy cansada, Pedro. Me quiero ir a la cama.
—Tenemos que hablar —dijo él, siguiéndola por el pasillo.
—Esta noche no —Paula sólo quería encerrarse en su habitación.
—¿Has comido?
—No tengo hambre —contestó, con la atención puesta en la puerta de su habitación.
—Bien —dijo él, agarrándola por la muñeca—. Entonces no te importará si hablamos en vez de cenar —la dirigió hacia su habitación, abriendo la puerta con su otra mano.
—¡No! —exclamó, tratando de liberarse.
—Sí —dijo él, empujándola dentro de su espacio privado—. No te preocupes, no te voy a morder.
—¡Déjame! —Paula ya había aguantado suficiente manipulación aquella noche.
—¡Maldita sea, Paula! Necesito hablar contigo.
Pero a ella ya no le importaba nada. Había llegado al límite. Respiró agitadamente mientras trataba de soltarse. Pero de repente él la colocó contra la pared y apoyó su cuerpo en ella. Puso las manos en la pared a ambos lados de la cabeza de ella, que apenas podía moverse.
Ay Dios!! Este Pepe será muy experimentado pero no entiende ni un poquito a las mujeres!!
ResponderEliminar