—¿Paula? —Pedro la tomó de la barbilla, forzándola a mirarlo—. Acuérdate de que estás perdidamente enamorada de mí. No te preocupes por Wakefield ni por nada más. ¿Está bien?
—Está bien.
Paula, mientras él la abrazaba y la atraía hacia él, pensó con tristeza que nada sería más fácil. Incluso sólo aquel abrazo hacía que se le revolucionara el corazón. Ni siquiera tendría que fingir. Tenía la sensación de que perdidamente enamorada definía perfectamente sus sentimientos.
—Animo, princesa —dijo Pedro—. Simplemente recuerda lo que acordamos y todo saldrá bien.
—¡Uy! Lo siento. No los había visto —dijo alguien con una risita nerviosa.
Paula se diço la vuelta y vió a una rubia, que no tendría más de diecisiete años, del brazo de Wakefield. El enfado se apoderó de ella. La muchacha se balanceaba y se planteó si sería debido a los tacones que llevaba o al enorme cóctel que agitaba en la mano. Frunció el ceño e inmediatamente Ronan la abrazó por la cintura, dejándola de nuevo sin aliento.
—Carlos —dijo Pedro.
—Alfonso. ¿Merodeando por la oscuridad? —el tono petulante de Wakefield enfureció a Paula.
Wakefield la miró, con la curiosidad reflejada en los ojos. La analizó con la mirada.
—Y la señorita Chaves. Tengo que decir que no esperaba verla aquí.
Paula se quedó mirando a Wakefield como si fuera un gusano.
—Yo podría decir lo mismo —contestó ella—. Si hubiera sabido que usted iba a estar aquí, no habría venido.
—Vamos, señorita Chaves. Paula —dijo Wakefleid, extendiendo la mano—. No hay que ponerse así.
La conversación que tuvimos el otro día no fue muy útil, pero no era ni el momento ni el lugar. El tono condescendiente de la voz de Wakefield enfureció todavía más a Paula.
—Ya veo que ahora tienes a alguien que hable por tí. Es muy conveniente —dijo Wakefield con un claro sarcasmo.
—La relación que tengo con Paula es privada, Carlos. Pero te puedo decir una cosa; yo no la definiría como conveniente.
—Así es —añadió Paula, dirigiéndole a Wakefield una mirada que debía haber acabado con la sonrisa que estaba esbozando éste—. Además, no es de su incumbencia. Y por si quiere saberlo, yo me sé defender sola y siempre lo haré.
La chica que estaba con Wakefield los miraba vacilante, preguntándose dónde se había metido. Pero la expresión de éste era decidida.
—Ha sido un error por mi parte decir eso —dijo éste suavemente—. Todavía tenemos negocios que cerrar, Paula. Nuestra última discusión no resolvió nada y, pensándolo bien, creo que te debo una explicación de lo que pasó entre tu hermano y yo.
Paula se mordió la lengua antes que espetar que ella ya sabía lo que había ocurrido.
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