jueves, 27 de junio de 2019

Venganza: Capítulo 20

—¿No te parece que son demasiado? ¿Demasiado provocativas? —preguntó Paula, mirando las elegantes sandalias de tacón que se estaba probando, que se anudaban en la pierna.

—Debes de estar de broma —dijo Daniela Montrose—. Lo que quieres es dinamita, cariño, y eso es exactamente lo que tienes ahí.

Paula miró a la elegante estilista personal que la había estado acompañando durante los últimos tres días. Desde que Pedro había telefoneado para anunciar que la estilista llegaría a las nueve para supervisar su transformación.

—¿Bueno? —dijo Daniela, esbozando una sonrisa que en mujeres menos refinadas podría ser de autosatisfacción—. Sabes que te encantan. Simplemente estás siendo obstinada otra vez.

—Si puedo decirlo... —dijo la dependienta— para una noche especial son las sandalias más sensacionales que tenemos. Las tiras centran la atención en la encantadora curva de su pierna.

Paula se miró en el espejo. No se parecían en nada a los zapatos que ella tenía. Pero tenía unos pies bonitos, cosa de la que nunca antes se había percatado, unos tobillos elegantes y sus pantorrillas parecían... femeninas. Se miró una vez más el corte de pelo. ¡Vaya transformación! Todas las horas que había estado en el caro salón de belleza habían merecido la pena. No entendía lo que había hecho con ella el equipo de estilistas. Pero el resultado no se parecía en nada a la indomable mata de pelo que tenía. Sus rizos habían pasado a ser ondas que perfilaban perfectamente su cara. Incluso sus manos parecían distintas, más femeninas, con las uñas elegantemente pintadas. Parpadeó. ¿Era realmente ella la que se reflejaba en el espejo?

—Me las llevaré —dijo en un impulso.

Con Daniela, casi estaba aprendiendo a disfrutar de ir de compras.

—Y también se va a llevar los rojos —dijo ésta.

Paula fue a protestar. Pero Daniela tenía razón. Los zapatos rojos irían perfectos con el conjunto que había comprado hacía un rato. Hasta ella, con su inexperiencia, podía verlo. Incluso se había comprado ropa íntima de seda, seductora y extremadamente decadente. Había insistido en que era innecesario. Pero Daniela había sido muy firme en que necesitaba una transformación completa. Y sabía de lo que estaba hablando. Sentir el delicado tacto de la seda sobre su piel hacía que se sintiera... diferente. Distinta a como había sido siempre. Se sentó para quitarse las sandalias. Eran tan frágiles, tan extravagantes. No como ella.  La invadieron las dudas. ¿Funcionaría aquel plan de Pedro? ¿Podría ella realmente distraer a Wakefield de sus negocios durante el suficiente tiempo como para suponer una trampa? Negó con la cabeza ante aquel pensamiento tan ridículo. Un cambio de ropa no la cambiaría tanto. Ella todavía era esencialmente la misma; no sabía utilizar las artimañas femeninas. Pero entonces levantó la cabeza y vió a la extraña que se reflejaba en el espejo. No parecía ella. La distrajo de sus pensamientos el teléfono móvil de Daniela.

—¡Pedro! —dijo ésta con verdadero entusiasmo.

Paula se puso tensa. Aquello era absurdo, pero sólo saber que era Pedro el que estaba telefoneando era suficiente para desequilibrarla.

—Claro, te la paso —dijo Daniela, acercándole el teléfono a Paula.

—¿Hola? —dijo, dirigiéndose a mirar por la puerta.

—Paula —dijo él con su voz profunda y suave. Ella se estremeció ante la excitación que le recorrió el cuerpo—. ¿Cómo van las compras? ¿Te ha convencido por fin Daniela de que te gastes mi dinero?

Paula miró a Daniela, que estaba hablando con la dependienta. Se preguntó cuánto le habría contado ésta sobre sus negativas a utilizar su tarjeta de crédito.

—Está yendo bien, gracias. Es imposible ir de compras con Daniela sin gastarse una pequeña fortuna.

—Estoy seguro de que cada céntimo que os gastéis merecerá la pena —dijo él en un tono bajito que hizo que a ella se le disparara el pulso—. Tengo muchas ganas de ver el resultado.

—¿Por qué has telefoneado? —preguntó con brusquedad, aunque eso era mejor que dejar entrever lo nerviosa que estaba.

—Para invitarte a salir. ¿Puedes?

Por un momento, Paula se planteó si alguna vez podría ser capaz de contrarrestar el efecto que Pedro Alfonso tenía sobre ella. Sólo con oír su voz se revolvía por dentro.

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