jueves, 28 de marzo de 2019

Corazón Indomable: Capítulo 20

Tras utilizar el ordenador de Jimena para investigar casos similares al de Pedro, Paula decidió que el siguiente paso era ir al juzgado del condado Wellington, su sede, estaba sólo a treinta kilómetros. Al día siguiente, cuando cerró la cafetería, fue en coche hacia allí y presentó una moción para que se levantara el mandamiento judicial y Pedro pudiera volver a trabajar lo antes posible. No estaba segura de lo que ocurriría. Si Julián Ross era de esa zona, el juez Winston podría extender el mandamiento, en vez de levantarlo; simplemente porque así funcionaban con los suyos en los pueblos pequeños. Era injusto, pero ella había descubierto hacía tiempo que el sistema legal de Estados Unidos tenía muchos agujeros. Aun así, era uno de los mejores del mundo, y se sentía orgullosa de formar parte de él.

Ya estaba de vuelta en Lane, a punto de estacionar en casa de Jimena, cuando frenó de repente. La furgoneta de él estaba ante la casa. Paula se quedó inmóvil un segundo, respirando con agitación. Se preguntó por qué Pedro tenía un efecto tan adverso sobre ella. Hacía que pensara y actuara de una forma totalmente inusual en ella. A pesar de la atracción que sentía por él, seguía firme en su decisión de no entablar una relación con otro hombre. El precio era demasiado alto. La amistad era suficiente. Hasta que había conocido a Pedro. Sin duda, la volvía loca con sus comentarios chauvinistas y su arrogancia. Pero, además de hacer que se sintiera consciente de su cuerpo, había despertado en ella deseos que creía muertos hacía tiempo. Se había equivocado, estaban vivos, y mucho. La clave para no rendirse a esos deseos era tener fuerza de voluntad y testarudez. Y siempre había creído tenerlas. Adivinó, a la luz del reto que había estacionado ante su casa, que pronto vería de qué pasta estaba hecha. Con las piernas temblorosas, bajó del coche. Pedro se reunió con ella a medio camino. Su rostro tenía el mismo aspecto que cuando le habló de Julián Ross: el de una tormenta a punto de estallar. Ella cuadró los hombros, esperando malas noticias.

—¿Dónde diablos has estado? —exigió él con aspereza.

Sorprendida por el súbito ataque, Paula ensanchó los ojos. Al mismo tiempo, sintió una oleada de ira.

—¿Disculpa?

—Me has oído.

—¿Cómo te atreves a hablarme así?

—¿Cómo te atreves a desaparecer sin más?

—Eh —replicó ella. —No tengo por qué darte explicaciones.

Pedro farfulló una palabrota y se frotó la nuca, como dándose tiempo para recuperar el control de su frustración y su mal genio.

—Mira, no pretendía atacarte.

—Pues lo has hecho.

—Paula...

—Apártate de mi camino —dijo ella, ignorando el tono suplicante de su voz.

—¿Adónde vas?

—Dentro de mi casa, lejos de tí —los ojos y la voz de Paula sonaron fríos como el hielo. — Ningún hombre me habla así. Y menos uno a quien apenas conozco.

Pedro, comprendiendo que había cometido un grave error, la miró contrito.

—Oye, lo siento. Lo siento de veras.

Paula forcejeó con su conciencia. Le habría encantado mandarlo a paseo, al infierno incluso; no lo hizo,

—Me temo que «Lo siento» no basta.

—Estaba preocupado, eso es todo.

Ella lo miró con incredulidad y se preguntó por qué no lo rodeaba, entraba en casa y acababa con esa tontería. Tal vez fuera por la mirada desesperada de sus ojos, o porque estaba muy atractivo con el sombrero negro, vaqueros, camisa blanca y botas. Por no mencionar su olor... como siempre, su colonia le provocaba un cosquilleo en todo el cuerpo. Maldito fuera.

—¿Preocupado por qué? —exigió.

—Por tí.

—¿Por mí? —sonó incrédula. —¿Por qué ibas a estar preocupado por mí?

—No lo sé —Pedro estaba un poco pálido. —No estabas en la cafetería ni aquí, y pensé que tal vez... —calló y se frotó la nuca ton fuerza— Diablos, no sé qué pensé.

—No voy a marcharme, Pedro. Dije que te ayudaría y lo haré —contempló como todo su cuerpo parecía relajarse.

—Pero el tiempo es crítico —dijo él, unos segundos después, con un tinte de desesperación en la voz.

—Lo sé —afirmó ella, con tanta paciencia como pudo, Ariel había sido un hombre tranquilo, que rara vez perdía los nervios. Por lo visto no hacía falta mucho para que Pedro se disparase como un cohete.

—He hablado con mi banquero, y los mandamases del banco están muy nerviosos respecto a la cantidad de dinero que debo —explicó Pedro —Enterarse de lo del mandamiento judicial, ha sido un agravio y un insulto.

—No es tan grave como podría haber sido —dijo Paula, —Mientras tú te dedicabas a perder los nervios, yo estaba trabajando para tí. Acabo de regresar de Wellington, ya he interpuesto una demanda para que se levante el mandamiento.

Los rasgos de Pedro denotaron alivio y remordimiento a la vez.

—Sí quieres darme una patada en el trasero, me pondré en posición.

—Algo me dice que eso no serviría de nada —supo que había acertado, porque él se sonrojó.

—¿Tienes algo que hacer ahora mismo? —preguntó él de repente.

—No, pero... —Paula frunció el ceño.

—Ven conmigo al emplazamiento, ¿Quieres? Bruno está fuera y tengo que revisar la maquinaría antes de que oscurezca. Por el camino puedes contarme los detalles de tu viaje a Wellington.

—No estoy vestida para ir al bosque —protestó Paula.

De hecho, llevaba vaqueros, una camisa y chaqueta. Pero eran sus delicados zapatos los que fallaban.

—Eso no importa. No tienes que bajar de la camioneta si no quieres.

—¡Tendría más éxito discutiendo con un árbol que contigo. —Paula alzó las manos, derrotada.

En cuanto subió a la camioneta, que olía igual que Pedro, Paula se tensó. Ya debería haber aprendido a no estar con él en situaciones íntimas. Acceder a ayudarlo probablemente era lo más tonto que había hecho en mucho tiempo. Pero había estado deseando volver a ejercer. Hasta el momento, había disfrutado con cada minuto del sencillo caso. Simplemente entrar al juzgado había hecho que le subiera la adrenalina. Durante un rato había paseado por los pasillos, inhalando ese olor tan peculiar y característico de los juzgados. Sin duda, servir café y comida estaba afectándola. Pero también Pedro. Y ser camarera era, con mucho, lo menos peligroso de las dos cosas.

Corazón Indomable: Capítulo 19

Para que no lo viera mirándola, giro la cabeza. Poco después, Paula llegó a la mesa.

—Buenos días —saludó.

—A tí también —dijo Pedro.

Alzó la cabeza y sus ojos se cruzaron un milisegundo.

—¿Café?

—El más fuerte que tengas.

—Volveré enseguida.

Cuando les sirvió y se fue. Luis volvió a reírse.

—Otra vez. ¿Qué hay entre vosotros? He visto cómo te miraba ella. Algo ocurre, pero si no quieres contármelo, me parece bien.

—Gracias —respondió Pedro rezumando sarcasmo. Luis se limitó a sonreír. —En realidad es abogada.

—¿Ella? —la sonrisa de Luis se esfumó. —¿Abogada?

—Eso he dicho —afirmó Pedro con voz tersa.

—Entonces, ¿Por qué está aquí?

—Ésa es otra historia y, francamente, no es de tu incumbencia.

—¿Eso opinas?

—Sí.

—Supongo que ya se ha convertido en incumbencia tuya.

—No sabes cuándo rendirte ni cuándo callarte, ¿Verdad? —Pedro tuvo que tragarse una palabrota.

—No.

—Va a ayudarme a levantar el mandamiento judicial, dado que Fernando está fuera del país. ¿Satisfecho?

—Más o menos. Nunca pensé que Fernando mereciera la pena, por cierto.

Pedro ignoró el comentario de Luis sobre su abogado. Eso daba igual. Lo único importante era poner a sus hombres y su maquinaria en marcha de nuevo. Esperaba que Paula pudiera conseguirlo. Se moría de ganas de preguntarle si había empezado a trabajar en el caso, aunque lo dudaba, porque lo habían discutido el día anterior. Aun así se moría de impaciencia. Cada segundo de retraso le costaba tiempo y dinero. Tenía la esperanza de que empezase esa tarde. Por esa razón, no pensaba molestarla en casa, aunque deseaba hacerlo. Y la razón no tenía que ver con el caso.

—¿Ha hecho algo ya? —preguntó Luis.

—Aun no, estoy seguro.

—Necesita ponerse en marcha.

Pedro frunció el ceño. Iba a responder cuando llegó Paula con una cafetera llena. De nuevo,  se le aceleró el corazón al verla. Maldijo su libido y sus emociones.

—¿Quieren más? —preguntó ella.

—No, gracias —repuso Luis. —Quizá más tarde.

Ella asintió, se dió la vuelta y se fue. Pedro no pudo evitar admirar el lindo balanceo de su trasero. Nada le habría gustado más que poner las manos sobre él, hacerla girar y besar sus labios húmedos y carnosos. Le costó toda su fuerza de voluntad dejar de pensar en ella, pero lo hizo. Había demasiado en juego.

—Sigues apoyándome en lo del dinero, ¿Verdad? —preguntó Pedro, llevándose la taza a la boca.

—Te daré tanto tiempo como pueda —respondió Luis. —Pero los demás no serán tan comprensivos —hizo una pausa. —Si tardas en arreglar este lío, quiero decir.

—Entiendo — a Pedro los nervios le atenazaban el estómago. —Por eso me alegra haber hablado contigo. Necesito informar a Paula de lo que esté sucediendo.

Charlaron un rato más, hasta que Luis terminó su café y se marchó. Pedro fue hacia la barra y se sentó en uno de los taburetes, Paula estaba de espaldas a él pero, como si percibiera que alguien la observaba, se dió la vuelta. Un velo inexpresivo cubrió sus ojos y rostro.

—Sólo quería decirte adiós y pedirte que me llames cuando sepas algo.

—Lo haré —le sonrió débilmente.

Sus ojos mantuvieron el contacto un momento más. Después, él se levantó y salió. Lo asustaba la fuerza de sus emociones; maldijo todo el camino hasta llegar a su furgoneta.

Corazón Indomable: Capítulo 18

—¿Tienes un minuto?

Pedro torció el gesto al oír la voz de su banquero, Luis Rains.

—Montones de ellos. ¿Por qué?

—Vamos a quedar a tornar un café.

—¿Dónde? —preguntó Grant, deseando que no sugiriese el Sip'n Snack.

—Sip'n Snack, ¿qué otra cosa hay en el pueblo?

—Te veré enseguida —Pedro suspiró internamente. —Cerró el móvil y se encaminó en esa dirección.

Por más que deseaba ver a Paula, se resistía a hacerlo, incluso por negocios. Le gustaba demasiado estar con ella, y eso lo preocupaba. La última persona que necesitaba ver en ese momento era la mujer que pulsaba sus teclas, en más de un sentido. Sin embargo, más le valía acostumbrarse, porque iba a representarlo. Le gustara o no, era la única abogada del pueblo. Mayor razón para mantener la guardia. Tenía demasiada carga del pasado para él. En ningún modo deseaba competir, no lo haría, con los recuerdos de un hombre y una niña fallecidos. Iniciar una relación con esos antecedentes sería un suicidio.

Suponía que ningún hombre estaría a la altura de su esposo. Diablos, Pedro ni siquiera quería probar cuando se casara, si lo hacía, y era dudoso, su esposa sería una mujer bella enamorada del aire libre, como él. Trabajaría a su lado en el jardín, e incluso hada conservas de frutas y verduras. La imagen de Paula Chaves haciendo algo así le daba risa.  No, No era la mujer para él. Pero tenía que admitir que era atractiva, y lo excitaba. Por tentado que estuviera, haría mejor limitando su relación a lo estrictamente profesional. Además, cuando Jimena regresara, Paula se marcharía de Lane. No tenía ninguna intención de permitir que se llevara su corazón con ella, dejando un agujero en su vida tan grande como el cráter de un volcán. No, era demasiado listo para eso.

Unos minutos después entró en Sip'n Snack. Luis Rains ya estaba sentado con una taza de café delante de él. Al principio, Pedro no vió a Paula hasta que salió de detrás del mostrador. Se detuvo al verlo. Sus ojos se encontraron durante lo que pareció un momento interminable. Después ella lo saludó con la cabeza y se dirigió hacia una mesa que acababa de ocupar un pareja. Pedro supuso que después lo atendería a él. Pero no había prisa; en cuanto había entrado, había percibido su dulce perfume. No se atrevía a mirar hacia abajo, pero estaba convencido de que su reacción era visible en la entrepierna de sus vaqueros.

—La recordarás la próxima vez que la veas.

Pedro estrechó los ojos y miró a su banquero, cuyo rostro era tan redondo como su cuerpo. Luis no estaba gordo; era fuerte como un toro, porque asistía al gimnasio a diario. Decía que eso lo mantenía cuerdo para enfrentarse con gente rara todo el día. Pedro no envidiaba en absoluto su trato con la gente; sobre todo cuando el tema era el dinero. Prefería con mucho la maquinaria y los árboles. Eran mucho más sencillos: no replicaban.

—¿A qué te refieres? —preguntó Pedro con voz ruda, sentándose.

—A cómo la estabas mirando —Luis resopló.

—¿Qué pasa? ¿La conoces o algo?

—En cierto modo.

—Sabes explicarte mejor que eso, amigo —Luis lanzó a Pedro una mirada de incredulidad.

—¿Y si no quiero hacerlo?

—Tenías aspecto de poder comértela con una cucharilla, si hubieras tenido una —Luis sonrió.

—Bueno, es un gusto para los ojos. Y no estoy muerto. ¿Entonces...? —Pedro dejó la pregunta abierta a propósito.

—Ya empezaba a inquietarme —la sonrisa de Luis se hizo más amplia. —Hace mucho que no te veo con una mujer, ni te oigo hablar de una.

—Estoy demasiado ocupado trabajando.

—Eso es basura.

Pedro se encogió de hombros.

—¿Quién es? ¿Y qué está haciendo aquí?

—Es la prima de Jimena, Paula.

—Ah, así que Paula, ¿Eh?

—Vete al cuerno —Pedro miró a su amigo con ira.

—Eh, no te culpo por mirarla de arriba abajo. Chico, es despampanante, no lo que uno espera encontrarse trabajando en un sitio como éste, aunque tenga más clase que ningún otro de Lane.

—Jimena tiene problemas y está sustituyéndola.

Pedro cerró la boca y observó a Paula llevar café y bollos a la mesa que había frente a ellos. Ese día llevaba unos vaqueros de corte bajo, un cinturón ancho y un suéter negro de cuello vuelto. De sus orejas colgaban unos pendientes brillantes. Luis tenía razón; era despampanante, sobre todo ese día. El conjunto acentuaba todos sus puntos positivos.

Corazón Indomable: Capítulo 17

—¿Por eso estás aquí?

—Sí —Paula se obligó a volver a la realidad. Tenía que poner fin a la conversación. —No estaba trabajando bien y mi jefe me sugirió que me tomara un tiempo.

—Pero tú no estabas de acuerdo —afirmó Pedro.

Paula se lamió el labio inferior. Vió cómo él seguía el movimiento de su lengua con los ojos y rechazó la sensación que eso le provocaba.

—Al principio no, pero después comprendí que tenía razón. En realidad nunca llegué a llorar la muerte de mi familia. Enterré el dolor en un lugar tan profundo de mi corazón que no podía salir a la superficie.

—Y un día afloró. Inesperadamente.

—Exacto. Me quedé en casa varias semanas, durante las cuales lloré y tuve ataques de rabia. También tiré y rompí objetos, pero al menos me enfrenté al dolor. De repente, Jimena me llamó, y aquí estoy.

—Pero no por mucho tiempo.

—El día que regrese Jimena, me iré —aclaró ella con una sonrisa inexpresiva.

—Este pueblucho aburrido no es para tí, ¿Eh?

—Tú lo has dicho, no yo.

—Pero eso es lo que sientes.

Paula se encogió de hombros, percibiendo el leve tono de censura de su voz. Que a ella le gustara o no el pueblo no era asunto de Pedro. Sin embargo, no tenía derecho a despreciar su entorno, era insultante,

—Mira, pretendía...

—Eh, no me debes ninguna disculpa —Pedro alzó la mano. —Hubo un tiempo en que yo pensaba igual.

Paula abrió los ojos de par en par.

—Como sabes, no siempre he vivido aquí.

—Eso dijiste, pero pareces haber encontrado el huequito perfecto para tí.

—En otras palabras, no he tardado mucho en convertirme en un pueblerino.

—No quería decir... —Paula se ruborizó.

—Claro que sí, y no importa. Me encantan estos bosques y la gente que vive en ellos.

—¿Y si te quedas sin árboles que talar por aquí?

—Eso no ocurrirá.

—¿En serio?

Él soltó una risita y se inclinó hacia delante. Paula captó el aroma de su colonia, que volvió a asaltar sus sentidos. Intentó simular que no la afectaba, pero cada vez era más difícil. Ese hombre tenía que marcharse, sobre todo porque el tórrido beso que habían compartido estaba muy presente en su mente. Si llegaba a pensar en lo que había sentido cuando su dedo le rozó el pecho, tendría problemas muy serios.

—Esta zona es el paraíso para un forestal —dijo él, devolviéndola a la realidad. —No creo que me quede sin árboles nunca.

—Eso es un plus para tí.

—No importa, me encanta este sitio y, con suerte, no tendré que abandonarlo.

—Eso lo entiendo —dijo Paula con voz vigorosa. —A mí me encanta la ciudad y no la abandonaré nunca.

—Hace mucho que aprendí a no decir nunca —ladeó la cabeza y le lanzó una mirada calculadora.

—¿Eso incluye el matrimonio? —ella se indignó consigo misma por preguntarlo. Le daba igual que hubiera estado casado o pensara casarse en el futuro. El que la hubiera besado con furia no le daba derecho a indagar en su vida personal. —Disculpa, no es asunto mío.

—No es problema —alzó los hombros y sonrió. —No me opongo al matrimonio, ahora que me he asentado en un sitio. Supongo que no he encontrado a la potrilla adecuada todavía.

Ella sintió una oleada de disgusto. La potrilla adecuada. Ese tipo de lenguaje le recordó de nuevo que no tenía nada que ver con ese hombre y que estaba perdiendo el tiempo al mantener una conversación personal con él. Iba a ser su cliente, nada más. Lo acompañó hasta la puerta, tinos pasos más atrás, y volvió a fijarse en sus andares que hacían justicia al trasero masculino más firme y atractivo que había visto en su vida. Al ver el rumbo que tomaban sus pensamientos, Paula rezongó una palabrota.

—¿Decías algo? —preguntó él, volviéndose.

—No —forzó una sonrisa.

—Sigues pensando en ayudarme con el requerimiento judicial, ¿Verdad? —preguntó él, serio.

—¿Estás seguro de que quieres que lo haga, ahora que sabes que mi empresa no confía mucho en mí en estos momentos?

—No pongas excusas tontas —protestó Pedro.

Ella titubeó.

—No puedes abandonar el barco ahora.

—Te dije que haría lo que pudiera, y pienso mantener mi palabra —hizo una pausa. —Sólo espero que no tengas que arrepentirte.

—No me arrepentiré —murmuró él, mirándola como sí pudiera comérsela.

Ella se dijo que no podía permitir que le afectase. Sus sentimientos eran puramente físicos. Sí los ignoraba, desaparecerían.

—Sabes lo que me gustaría hacer ahora, ¿Verdad? —la voz sonó aún más ronca y grave.

Paula se sentía como si estuviera a punto de tener un infarto. Lo miró sin decir nada.

—Me gustaría besarte hasta quitarte el aire.

«¿Y por qué no lo haces?», estuvo a punto de decir ella. Pero venció el sentido común.

—No creo que sea buena idea.

—Yo tampoco —la desnudó con ojos ardientes. —Porque una vez que empezase, no me bastaría con un beso.

Paula siguió parada, inmóvil, la sangre le martilleaba los oídos. Pedro se puso el sombrero y carraspeó.

—Me marcho.

Cuando la puerta se cerró a su espalda, Paula obligó a sus piernas a llevarla al sofá. Se dejó caer y se apretó el estómago, la cabeza le daba vueltas. ¿En qué se había metido?

martes, 26 de marzo de 2019

Corazón Indomable: Capítulo 16

—No lo estoy —dijo ella con voz temblorosa, desviando la cara para evitar sus ojos interrogantes.

Aunque él pareció pasar del asombro a la perplejidad, no dijo nada. Siguió mirándola. Ella deseaba evitar su mirada, pero le resultaba imposible. A veces tenía la sensación de que él podía ver a través de ella. Ningún hombre le había afectado de esa manera. Pero él no era cualquier hombre, lo había sabido desde el primer momento en que lo vió. Tenía que manejar la situación con el mayor cuidado, como si fuera un frágil objeto de cristal. En su interior, así se sentía ella, frágil y a punto de romperse.

—¿Paula?

No recordaba que él la hubiera llamado por su nombre antes con esa voz grave y sensual, que le paralizaba el corazón. Luchando por recuperar la compostura, inspiró con fuerza para despejarse la cabeza y superar los siguientes terribles momentos. Él no se quedaría mucho tiempo más; después podría relajarse. O quizá no. Había accedido a ayudarlo a salir del atolladero en el que se encontraba y lo vería con frecuencia, mucho más de lo que había pretendido. Fantástico. Pero no podía culpar a Pedro de eso. Él no la había obligado a aceptar. La verdad era que estaba encantada con que le hubiera pedido consejo. No por quién era él, sino porque ella volvería a trabajar en lo que más le gustaba en el mundo, el derecho. La idea la animaba muchísimo.

—¿Hola?

—Lo siento —musitó ella, sonrojándose.

—No lo sientas. No quería que olvidases que estoy aquí.

Ella casi se rió al oír eso. Era imposible que ocurriera, cuando su enorme cuerpo dominaba la habitación y el aroma fresco de su colonia la volvía loca. Pero no iba a decirle eso, ni siquiera insinuarlo. Cuanto antes se librara de él, antes recuperaría la compostura.

—Mira, perdona que haya mencionado a tu familia o que hubieras llorado. Obviamente, no es asunto mío.

Inesperadamente, para su vergüenza, se le llenaron los ojos de lágrimas. Paula no volvió el rostro a tiempo y él las vió.

—Eh, ¿Puedo hacer algo para ayudarte? —preguntó Pedro con incomodidad. —Tú has accedido a salvarme el pescuezo. Tal vez pueda devolverte el favor.

—No lo creo —susurró ella, parpadeando para librarse de las lágrimas.

Era muy embarazoso derrumbarse ante un hombre que era casi un desconocido. No sólo la enfadaba, también le daba miedo. Había viajado hasta allí para recuperar el control de sus emociones, a curarse, para poder volver al trabajo y ser la abogada de éxito que había sido en otro tiempo. Al ritmo que iba, regresaría a Houston en peor estado que cuando salió. Aburrimiento. Ése era el problema. Necesitaba algo que supusiera un reto y mantuviera su mente ocupada. Y gracias a ese hombre, lo tenía. Aunque parecía un caso sencillo, agradecía la oportunidad ele volver a ejercer la abogacía. Era ilógico que estuviera vez de llorando, en vez de sonriendo. Cuando recuperó el control, descubrió que Pedro seguía mirándola. Sus ojos se encontraron un segundo y una chispa eléctrica saltó entre ellos. Santo cielo. Contuvo la respiración, no podía estar ocurriéndole eso a ella. Percibía que él había notado esa misma chispa y reflexionaba al respecto mientras se aclaraba la garganta, agarraba el sombrero, y se ponía en píe para marcharse,

—Mi marido y mi hija murieron en un accidente automovilístico —las palabras se le escaparon.

Él se detuvo abruptamente. El silencio volvió a dominar la habitación. Paula pensó que era bueno, porque estaba demasiado anonadada para decir nada más. No podía ni moverse. Se sentía helada por dentro y por fuera. Algo debía de haberla poseído para barbotar la verdad de esa forma. Él ya se había disculpado por entrometerse en su vida y estaba listo para marcharse. No debía haber dicho nada. Había vuelto a abrir la caja de Pandora, exponiendo su vulnerabilidad. Lo miró y, tal como había sospechado, él la escrutaba; el azul de sus ojos era tan oscuro que parecían negros.

—Eso es muy duro —dijo él con voz tensa.

—Sí —musitó ella, —lo fue. Casi me mató a mí... emocionalmente, quiero decir.

—Puedo imaginarlo. ¿Qué ocurrió?

Paula tomó aire, Pedro extendió el brazo y tocó su mano, pero la apartó rápidamente cuando las chispas volvieron a saltar entre ellos.

—No hace falta que contestes a eso —dijo él.

—Es la misma historia que habrás oído un millón de veces —la voz de Paula sonó apagada. —Un conductor borracho, un adolescente, se metió en su carril a toda velocidad. Fue un choque frontal y todos murieron.

—Dios, lo siento.

—Yo también.

Siguió otro largo silencio.

—¿Cuándo ocurrió?

—Hace cuatro años.

Pedro no respondió, pero ella vio cómo giraban los engranajes de su mente. Como todo el mundo, pensaba que ya debería haber superado la tragedia, que debería haber rehecho su vida.

—Sé lo que estás pensando —dijo con voz más fuerte.

—¿Sí? —Pedro alzó las cejas. —¿Y qué es?

—Que ya no debería sentir lástima de mí misma.

—De hecho, estaba pensando justo lo contrario.

Ella lo miró intrigada.

—Sí, me preguntaba cómo conseguiste mantener la cordura y seguir funcionando, sobre todo como abogada.

Esa respuesta la sorprendió tamo que se quedó boquiabierta.

—Tiempo —dijo por fin. —No creí a mi psiquiatra cuando me dijo eso, pero ahora sí. El tiempo es la mejor medicina para todo.

—Pero aún no estás curada del todo.

—No, y nunca superaré lo ocurrido. Por eso estoy aquí.

—Ahora conozco uno de tus secretos —dijo él con voz suave y amable.

—Supongo que el resto de la gente también se hace preguntas sobre mí, porque no encajo para nada en la cafetería.

—Eh, lo haces muy bien... —Pedro hizo una pausa y sonrió. —Excepto cuando tienes una taza de café en la mano. Entonces eres un poco peligrosa.

—Un arma letal, ¿No? —sonrió ella con ironía. —Sólo puedo hablar por mí misma.

Ambos sonrieron.

—¿Cómo se llamaba tu niña? —preguntó él.

—Valentina. Y mi marido Ariel. También era abogado, pero en otra empresa.

—Suena como la perfecta familia americana.

—Lo éramos —afirmó ella con voz triste.

—No tenemos por qué hablar más de eso si no quieres. Tú decides.

—Mi médico dice que hablar es lo que debería hacer. No hablar del tema y enterrar el dolor en lo más profundo es lo que me ha hecho estrellarme y arder.

—Yo diría que eso es un poco fuerte.

—¿El qué?

—Decir que te has estrellado y ardido. A mí me parece que lo tienes todo bajo control.

—Te equivocas —ella desvío la mirada. —Estoy muy lejos de eso. Sólo tienes que preguntárselo a mi jefe.

Al oír la amargura que teñía su voz, Paula controló su dolor y volvió a mirar a Pedro. Él la miraba con compasión y eso la enfadó. No quería su lástima. Quería su... antes de que el pensamiento tomara forma, lo rechazó con un portazo mental. Todo era una locura. No sabía lo que quería, y menos de ese hombre que estaba descontrolando su cuerpo y su mente. Si no tenía cuidado...

Corazón Indomable: Capítulo 15

Él soltó una risa y empezó a explicarle en detalle cómo funcionaba la industria y su parte en el proceso.

—Busco a propietarios de terreno que quieran vender parte de sus árboles. Los compro, los talo y los clasifico por tamaño y calidad. Después, llevamos la madera a las fábricas donde se procesa y distribuye por todo el mundo.

—Así que si no talas, la empresa pierde... y mucho.

—Yo soy la empresa —afirmó Pedro. —Y como ya mencioné antes, esto podría arruinarme financieramente.

—Sigue —pidió Paula.

—Las cuotas por la maquinaría, que ahora está en el bosque parada, son de cincuenta mil dólares al mes.

Paula soltó un gemido.

—Eso no es todo —dijo Pedro. —Como había gastado el efectivo en árboles que ahora no se pueden talar, por culpa de la humedad, he tenido que pedir un préstamo para compra éstos.

—¿A cuánto ascienden el equipo y la madera?

—A cerca de cien mil al mes. Ya ves por qué tengo que arreglar esto cuanto antes —la voz de Pedro sonó áspera. —Cuando mis trabajadores están parados, no tengo ningún ingreso.

—Eso tiene sentido.

—No puedo permitir que Holland o ese Ross sigan adelante con esta tontería. Si no reemprendo la tala pronto... —se detuvo y su rostro se contrajo.

Era innecesario que acabara la frase, Deber tanto dinero podía ser una sentencia de muerte para un hombre de negocios si no afrontaba los pagos. Por no mencionar pagar al banco a tiempo.

—De acuerdo —aceptó ella. —Veré qué puedo hacer.

—¿De veras? —él pareció aliviado.

—Eso he dicho pero, de nuevo, no te hago ninguna promesa.

—No te preocupes, te compensaré.

—Ésa es la menor de mis preocupaciones.

—Gracias —Pedro carraspeó. —Te lo agradezco mucho.

Paula se limitó a asentir.

—¿Te importa que te pregunte algo?

—Eso depende.

—No tiene nada que ver conmigo.

—Pregunta —dijo ella, a sabiendas de que debería cortar la conversación de raíz.

—¿Habías estado llorando? —Pedro hizo una pausa y ladeó la cabeza. —Parecías increíblemente triste.

Paula se puso rígida. Seguro que aún quedaban vestigios de su ataque de llanto. Debía de estar horrible, con la nariz roja y los ojos inyectados en sangre. Y manchas de maquillaje en las mejillas. Pero su aspecto daba igual. Ella no intentaba impresionarlo. Al menos, no en ese sentido...

—Estaba pensando en mí marido y mi hija.

Él pareció quedarse atónito, y un silencio sofocante invadió la habitación.

—¿Estás casada? —preguntó con áspera sorpresa.

Corazón Indomable: Capítulo 14

—¿Por qué? —la miró intrigado. —¿Te ha inhabilitado o algo así?

—No, no estoy inhabilitada ni nada así —dijo ella con paciencia forzada.

—Mira, lo siento —dijo él con sinceridad, como si hubiera comprendido que estaba metiendo la pata de nuevo. —Pero hay algo en tí... —calló de repente, como si temiera cometer otro error.

—Que te hace decir y hacer cosas que no harías normalmente —Paula terminó la frase por él.

—Sí. ¿Cómo lo sabes?

—Tal vez a mí me ocurra lo mismo.

Que hubiera admitido eso pareció sorprenderlo. De hecho, ella también se había sorprendido. Cuanto menos personales fueran las cosas entre ellos, mejor sería. De hecho, cuanto antes se librara de él, mejor.

—Te suplicaré si hace falta —dijo él.

Dejó de mirar el fuego y la miró a ella. Ella no pudo leer sus ojos, pero notó una desesperación en su gran cuerpo que no había percibido antes. Seguramente creía que si le pedía perdón, ella cedería. Pero se equivocaba. Una vez más.

—Las suplicas están prohibidas aquí.

—¿Y arrodillarse? —preguntó él.

—Eso también —le costó un gran esfuerzo no sonreír.

—No le das mucho cuartel a un hombre, ¿Eh?

—Sólo cuando se lo merece.

—Fui un burro. Ya lo he admitido —Pedro se puso pálido. —Pero si de veras no puedes ayudarme, me marcharé y no volveré a molestarte.

De repente, Paula se sintió culpable. Pensó que quizá en lo más profundo se moría de ganas de hacer algo, cualquier cosa, relacionada con la ley. Y luchar contra un mandamiento judicial sería sencillo comparado con lo que solía hacer; a menos que el juez fuera un viejo cascarrabias que se creyera el Dios de por allí. No la sorprendería que fuera el caso. Si era así, tendría que esforzarse. Los abogados de ciudad y los de campo eran como agua y aceite. Aun así, anhelaba aceptar. Cualquier cosa en vez de servir café y tartas.

—El que aún no me hayas echado a patadas me da esperanzas.

Paula percibió un toque de excitación infantil en la voz de Pedro y eso le llegó al alma. Deseó que no la mirase así. No sabía definir exactamente ese «así», pero reconocía el deseo en un hombre cuando lo veía. Y aunque eso la incomodaba, también hacia que se sintiera como una mujer por primera vez en mucho tiempo.

—¿Quieres beber algo?

Pedro alzó la cabeza de golpe. Había vuelto a sorprenderlo. Paula se alegró; no quería que se sintiera seguro de ella.

—¿Sigues teniendo cerveza?

—Eso creo.

—Sí no tienes, no importa.

—Iré a ver.

Regresó poco después con dos botellas de cerveza abiertas. Aunque parecía ser la bebida favorita de Jimena, a Paula no le gustaba. Pero decidió acompañar a Pedro.

Bebieron en silencio unos minutos. Sorprendentemente, Paula empezó a relajarse. Atribuyó el cambio a la cerveza, aunque sólo había tomado dos sorbos. Le hacía efecto muy rápido, por eso casi nunca bebía. Pensando en eso, dejó la botella en la mesa y contempló cómo él echaba la cabeza hacia atrás y vaciaba media botella de un trago. Tal vez no estaba tan cómodo ni seguro de sí mismo como quería hacerle creer.

—Han paralizado la tala.

—¿Disculpa? —Paula parpadeó.

—No permiten a mis hombres cortar la madera que compré —Pedro soltó un suspiro y se acabó la cerveza.

—Entonces, ¿Ese tipo interpuso la demanda?

—Sí.

—¿Has hablado con él en persona?

—Aún no. Ahora mismo, seguramente es mejor que me mantenga lo más alejado posible, para no arrancarle la cabeza de los hombros.

—Me parece una medida inteligente —Paula no pudo ocultar su sarcasmo, aunque no dudaba que Pedro Alfonso hablaba en serio y sería capaz de hacer lo que se propusiera, incluso sí tenía que herir a otra persona.

Se estremeció por dentro. Estaba planteándose la posibilidad de meterse en algo que podía ser un lío.

—¿Vas a ayudarme? —Pedro se había erguido y movido su enorme cuerpo hacia el borde del sofá.

Sentada frente a él, siguió en silencio, mordiéndose el interior del labio. Sabía que se arrepentiría de su decisión, pero iba a hacerlo. No lo hacía por él, sino por sí misma; al menos eso se dijo. A pesar de lo que había dicho su médico, necesitaba un reto o se marchitaría hasta morir. Servir bebidas y comidas no era suficiente. Y su reciente ataque de llanto lo demostraba.

—No te prometo nada —dijo Paula finalmente, —pero te daré el asesoramiento legal que necesites.

—Gracias a Dios —Pedro suspiró con alivio.

—No le des las gracias aún. Ya mí tampoco.

—Ah, bueno.

—Tendrás que ayudarme. Soy buena abogada, pero no estoy familiarizada con la industria maderera. Sólo sé que se cortan árboles en el bosque y se utiliza la madera para muchas cosas: construcción, papel... —hizo una pausa y sonrió. —Incluido el papel higiénico.

Corazón Indomable: Capítulo 13

Se había recompuesto y limpiado las lágrimas cuando llamaron a la puerta.

—Oh, cielos —masculló, preguntándose quién seria. Abrió la puerta y se quedó boquiabierta.

Pedro Alfonso estaba ante ella.

—Sé que la cafetería está cerrada —dijo él con voz contrita, —pero pensé que tal vez servías Cuervo aquí. ¿Me equivoco?

A Paula la dejó perpleja que Pedro hubiera vuelto a buscarla en su casa. Parecía avergonzado, algo que no encajaba con ese forestal y sus diabólicos hoyuelos. Se había fijado en ellos la noche que la besó. Por fortuna había conseguido sacárselos de la cabeza. Se recordó que Pedro Alfonso no le importaba. La había insultado. Y ese día, de entre todos los días, no tenía ánimo de perdonar. El hombre era insoportable, sexista y... se había metido bajo su piel. Por desgracia, allí seguía. Con el hombro apoyado en la jamba de la puerta, estaba atractivo. Letal. El cabello, demasiado enmarañado para su gusto, parecía recién lavado, como él. Llevaba esos vaqueros que se ajustaban a su cuerpo en todos los lugares correctos, una camisa blanca que realzaba los ojos azul oscuro, y unas botas que lo hacían parecer más alto y duro de lo habitual. Tenía que admitir que era un buen espécimen. Notando el rubor que ascendía hacia sus mejillas, se dió media vuelta, con la esperanza de ocultar su reacción. Sería horrible que él se diera cuenta.

—¿Está prohibido entrar? —preguntó él con su voz profunda y sensual.

—Eso depende.

—¿De qué?

—Aún no lo he decidido.

—Puedo soportarlo.

—De hecho, estoy pensándolo —comento ella con voz ronca, después de aclararse la garganta.

Aunque una leve sonrisa jugueteó en sus labios, Grant se abstuvo de decir nada que pudiera dar al traste con la tregua. Paula pensó que era un tipo listo. Una palabra de más y lo hubiera despedido sin pensarlo.

—Supongo que puedes entrar —dijo finalmente, con un suspiro.

Igual que la vez anterior, en cuanto cruzó el umbral toda la habitación pareció encogerse. El calor de su cuerpo parecía envolverlo todo. Era un hombre grande, algo a lo que ella no estaba acostumbrada. No tenía mayor importancia, sí no se la daba. Eddie había sido bastante más bajo.

—No has contestado a mi pregunta —dijo Pedro.

—Sí quieres, puedes sentarte —ofreció Paula, recordando sus modales. Al fin y al cabo, lo había invitado a entrar.

—Gracias. Es buena idea.

Paula siguió en pie, pensando que eso le daba algo más de fuerza, aunque era una bobada. Pero no estaba dispuesta a sentarse y darle la bienvenida como a un invitado. Al menos, no por el momento.

—Sigues sin haber contestado a mi pregunta.

—Es porque no la recuerdo.

Lo decía en serio. Verlo en la puerta la había sorprendido tanto que no se había fijado en sus palabras.

—Te pregunté sí servías Cuervo.

—Desde luego que lo tenemos en el menú de la cafetería —a pesar suyo, Paula sonrió.

—Para imbéciles como yo, ¿Eh?

—Sí se lo merecen... —volvió a sonreír, pero se obligó a ponerse seria.

No pensaba ponérselo fácil. Aunque no la había ofendido tanto como había simulado, su reacción había puesto una distancia muy necesaria entre ellos. Pensaba demasiado en él para su tranquilidad.

—En mí caso, así es. Y mucho.

—Si tú lo dices —su disculpa le daba igual.

No tenía ninguna intención de rescatarlo. Había muchos abogados en la zona tan competentes como ella, o más. Cuanto menos tuviera que ver con ese hombre mejor. Debía de haber perdido el juicio momentáneamente cuando se ofreció a ayudarlo, sobre todo cuando se suponía que no debía pensar en el trabajo.

—¿Aceptas mis disculpas? —preguntó él, acomodado en el sofá, cerca del fuego.

—De acuerdo. Disculpa aceptada —Paula encogió los hombros.

Vió que él tensaba la boca un segundo, dando paso a una mueca avergonzada.

—Algo me dice que esta disculpa no ha conseguido su objetivo ni por asomo —clavó los ojos en ella.

—Eh, tranquilo. Tú te disculpas y yo acepto. Fin del asunto —dijo ella, rebelándose contra la atracción magnética de su mirada.

—Eso es lo que temo —Pedro se frotó la barbilla. —Significa que voy a tener que arrastrarme por el suelo.

—¿Por qué ibas a molestarte en hacerlo? —preguntó Paula, aún de píe, cansándose de la conversación.

Algunos elementos de su personalidad de abogada estaban regresando. Sabía que debería ser hospitalaria y ofrecerle algo de beber; pero sí lo hacía él se que quedaría allí. Aunque se sentía sola y triste por sí misma, ese hombre no era en absoluto el que elegiría para consolarla. Que el cielo no lo permitiera.

—Necesito un abogado.

—Pero no a mí.

—Sí, a tí.

—¿Cómo puedes estar tan seguro de eso?

—Porque eres la más accesible —replicó él sin titubear. —Y necesito... necesitaba, consejo legal ayer.

—Al menos eres sincero.

—Entonces, ¿Qué dices?

—Ni siquiera sabes qué tipo de derecho practico.

—¿Importa eso?

—Claro que sí. Por lo que sabes, podría no ser más que abogada tributaria.

—¿Lo eres?

—No.

—Pues ya está dicho todo —Pedro abrió las manos.

—Se supone que no debo trabajar —Paula movió la cabeza, irritada con él y con sus razonamientos.

jueves, 21 de marzo de 2019

Corazón Indomable: Capítulo 12

Paula se preguntó sí ese día acabaría alguna vez. Sólo eran las diez de la mañana del lunes y estaba aburrida como un hongo. El día anterior no había sido tan malo, porque estaba cansada. Se había quedado en casa, en pijama, sesteando, leyendo un libro de misterio y riendo la televisión. Deseó con toda su alma que la cafetería no cerrase los lunes. Un día libre en ese pueblecillo era suficiente. Dos seguidos eran más de lo que podía soportar. Más deprimida que nunca, fue hacia la ventana y miró el día frío y nublado. Últimamente el tiempo era más sombrío que soleado. Se recordó que estaban a finales de febrero y no tenía por qué hacer calor. Suspirando, volvió al sillón y se sentó, encogiendo las piernas bajo ella. Tras mirar la pared un rato, sacó la cartera del bolso y desplegó una funda con fotos. La primera que vió fue la do su marido. Ariel había sido alto, moreno y muy guapo. Y, además, un hombre amable y dulce que las adoraba a ella y a su hija. Mientras miraba el rostro, le resultó difícil recordar qué había sentido cuando la tocaba. Sabía que lo había amado intensamente, pero no podía recordar cómo era. Todo se había difuminado con el tiempo.



No ocurría lo mismo con su hija. Cuando miró su foto un pinchazo de dolor la dejó sin aire. Su preciosa bebé, su bella nena. Su Valentina, alzando el rostro sonriente hacia ella. Saber que nunca volvería a verla ni a tocarla, aun cuatro años después, era impensable. Insoportable. Haber dejado a su hija en la fría y oscura tierra era lo que finalmente había podido con Paula, llevándola al borde de la locura. Tomó aire y se obligó a sonreír, aunque las lágrimas surcaban su rostro. Recordaba muy bien el día en que habían sacado esa foto. Valentina acababa de cumplir tres años y llevaba puesto un vestido rosa, con volantes y muy femenino. A pesar de sus rizos pelirrojos, el rosa le quedaba perfecto. Paula había puesto un lacito rosa entre los rizos, pero no había sido fácil. En cuanto Amber se bajó de su regazo, se lo arrancó.

—Renacuaja —había dicho Paula, volviendo a sentarla en su regazo y repitiendo el proceso.



Esa vez el lazo había seguido en su sitio, pero sólo porque Paula le había prometido a Valentina un helado si no se lo quitaba. A sus tres años, la niña era lo bastante lista para reconocer un chantaje, y para obligarla a cumplir su palabra. Valentina había exigido dos helados, aunque con voz dulce y una sonrisa encantadora. Si hubiera vivido, habría sido tan encantadora en su personalidad corno en su aspecto. Tenía la naturaleza amable de su padre. Cuando Valentina miraba a cualquiera con sus enormes ojos marrones, les derretía el corazón.



Paula se tragó un sollozo y cerró la cartera. Alzó la cabeza con la determinación de no ahogarse en sus lágrimas y se levantó. Hacía tiempo que no tenía uno de esos momentos de autocompasión. La culpa era de la añoranza de su casa y del aburrimiento. Y su soledad. Y de Pedro Alfonso con su condescendencia y desprecio. No podía olvidar eso.

Corazón Indomable: Capítulo 11

Debería haber mantenido la boca cerrada. Reírse de Paula no había sido inteligente, sobre todo cuando tenía problemas y ella había ofrecido su ayuda. Pero nunca habría pensado que fuese abogada. Sólo la había considerado un hombro bonito sobre el que llorar. Paula Chaves, abogada. Le resultaba difícil aceptarlo. Pedro se dió una palmada en la frente y maldijo, aunque sabía que eso no serviría de nada. La única forma de arreglar lo ocurrido era esconder el rabo entre las piernas y suplicar. Sonrió al pensarlo: eso sí que sería toda una escena, él de rodillas ante una mujer. En ese momento estaba dispuesto a hacer lo que fuese para salir del embrollo. Pero no sería fácil. Casi habría preferido enfrentarse a un oso que a ella; tendría más oportunidades de ganar. Apretó los labios. Había estado tentado de llamar a Jimena y descubrir qué tipo de abogada era Paula. Pero Jimena podría pensar que tenía motivos ulteriores, como un interés personal en Paula, y eso no podía estar más lejos de la verdad. «Mentiroso», le pinchó su conciencia. Pedro hizo una mueca. La había besado, era cierto, pero las cosas no habían ido más lejos. Y quería más. Sus senos lo estaban volviendo loco. Lo poco que había visto le había hecho desear mucho más.

—Maldición, Alfonso —masculló.

Tenía que apartar esos pensamientos eróticos de su mente, o tendrían un efecto negativo en su trabajo. Quizá había pasado demasiado tiempo desde la última vez que estuvo con una mujer. Desde que conocía a Paula, le parecían siglos. Pero relacionarse con ella en cualquier sentido sería como meter la mano en un avispero, sabiendo que iba a recibir múltiples picotazos. A pesar de todo, si era abogada, y no tenía por qué haberle mentido, había metido la pata al reírse de ella. Apretó los dientes y cerró los puños con disgusto. Debía haber supuesto que era más de lo que aparentaba. Desde el primer momento le había parecido una dama con clase y su negativa a hablar de sí misma lo había convencido de que tenía secretos. No había imaginado que su profesión fuera uno de ellos. La única solución era hacerle la pelota a Paula. Por desgracia, no parecía el tipo de mujer a la que eso fuera a convencer. Aun así, tenía que probar. Sonrió. Sabía que él no le resultaba indiferente. El deseo había sido mutuo; estaba dispuesto a jurarlo. Se habían atraído como imanes, Y ese beso... Dios, cuando posó su boca ardiente y abierta sobre la de ella...

Ya basta, Alfonso, se dijo, levantándose y yendo hacia la cocina. Había desperdiciado demasiada energía en Paula Chaves. Lo ayudaría o no, ya se vería. Pedro miró su reloj y gruñó. Llevaba demasiado tiempo remoloneando por la casa. Ya debería estar trabajando. No, debería estar en casa de Paula. Cuando se ponía el sombrero, sonó su móvil.

—¿Dónde estás? —preguntó Bruno.

—En casa —por el tono de voz de su capataz, Pedro adivino que algo iba mal.

—Más vale que vengas aquí, y pronto.

—¿Qué ocurre? —a Pedro se le contrajo el estómago. Siguió un momento de silencio.

—Ven cuanto antes—respondió su capataz.


Treinta minutos después, Pedro estacionaba su camioneta en la zona de tala. Supo de inmediato por qué había llamado Bruno. El coche del sheriff estaba estacionado junto a una de las máquinas. Los trabajadores estaban cerca, agrupados, hablando entre ellos con voz queda. Bruno tenía aspecto de ir a darle un puñetazo en la nariz al sheriff Sayers.

—Buenos días. Fabián —dijo Pedro con calma, dispuesto a tranquilizar el ambiente.

Fabián Sayers era un hombre alto y delgado, con gafas y unas orejas muy grandes.

—Buenos días, señor —respondió Fabián, con un obvio cambio de tono y actitud. Se dieron la mano y siguió un incómodo silencio al que puso fin Fabián. —Va a tener que cerrar.

—No he visto nada escrito —dijo Pedro con confianza.

—Ahora ya sí —Fabián le puso un papel en la mano.

—¿En serio vas a cerrar la obra? —preguntó Pedro, sin molestarse en mirar el papel.

—No tengo elección —Fabián  restregó la puntera de la bota por el suelo. —Son órdenes del juez.

—Entiendo.

—Entonces, ¿Acatarás el mandamiento judicial? —preguntó Fabián con voz insegura. — ¿Suspenderás las operaciones?

—Espero que no vayas a permitir que este jovencito mocoso nos dicte las reglas —masculló Bruno indignado.

—¿Quieres ir a la cárcel? —preguntó Fabián.

Bruno movió la cabeza con un gesto negativo.

—Eso me parecía —Fabián volvió a arrastrar el pie por la tierra y miró a Pedro. —Siento todo esto, señor —fue hacia su coche y se subió.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Fabián con voz lóbrega.

—Conseguir un abogado y volver a trabajar.

—¿Y el que has estado utilizando durante años?

—Está fuera del país.

—¿Tienes a otro en mente? —preguntó Bruno.

—Sí.

—¿Me llamarás? —Bruno lo miró extrañado.

—En cuanto sepa algo.

Pedro apretó los labios, subió a la camioneta y arrancó. Sabía lo que tenía que hacer, pero no por eso tenía que gustarle la idea.

Corazón Indomable: Capítulo 10

Cuando Pedro pasó a su lado, captó un aroma limpio y fresco, como si acabara de ducharse. Eso la puso aún más nerviosa. Sonrojándose, Paula se dió la vuelta. No había pensado así desde la muerte de su marido.

—¿Quieres algo de beber? —preguntó. —¿O comer?

—Un café bastará.

—¿Seguro que quieres que te lo sirva yo? —se obligó a preguntarlo con una sonrisa, esperando que él se relajara un poco.

La tensión de su rostro se suavizó e incluso esbozó una sonrisa. A Paula se le disparó el corazón.

—Claro, pero ya te habrás dado cuenta de que me he sentado muy cerca de la mesa.

Ella sonrió de nuevo, pero Pedro, en cambio, frunció de nuevo el ceño. Paula fue a por el café y dejó la taza ante él con mucho cuidado.

—Pareces molesto —dijo. Si era por culpa de ella, quería saberlo.

—Sí, pero no contigo —la miró a los ojos. Ella notó cómo el rubor cubría sus mejillas. Grant siguió con voz baja y ronca. —Estás tan preciosa que, si pudiera, te abrazaría aquí mismo y te besaría hasta que me suplicaras que parase. Y aun así, no sé si obedecería.

La provocativa afirmación la desconcertó tanto que se quedó de pie, muda y ardiendo de calor.

—¿Tienes un minuto?

—Claro —dijo, temiendo escuchar algo que no deseaba oír.

Él apartó la silla contigua a la suya y le indicó que se sentara.

—Deja que vaya a por un café antes. Volveré enseguida —Paula volvió con su café y se sentó.

Estuvieron en silencio unos minutos, bebiendo.

—Ha ocurrido algo —aventuró ella por fin.

—Y que lo digas —Pedro soltó un suspiro.

—¿Quieres hablar de ello?

—Necesito un buen abogado. ¿Conoces alguno?

A Paula le dió un vuelco el corazón, pero mantuvo el aspecto de serenidad. ¡Vaya si conocía abogados!

—Con todos tus negocios, me sorprende que no tengas uno.

—Sí lo tengo, pero está fuera del país. Y su socio es un idiota.

—Ah —Paula alzó las cejas pero no hizo preguntas.

—Perdona. Eso no es del todo cierto. Digamos que no tenemos las mismas ideas.

—¿Por qué crees que necesitas un abogado? —preguntó Paula.

No tenía por qué contárselo, pero parecía querer hablar con alguien del tema.

—Lautaro Holland, el propietario del terreno cuyos árboles compré acaba de llamarme y ha dejado caer una bomba.

—¿Sí?

—Sí, y lo peor de todo es que yo lo consideraba amigo mío.

—La amistad y los negocios son cosas muy distintas, Grant. Eso deberías saberlo.

—Lo sé, diablos. Pero en un pueblo pequeño la palabra de un hombre vale tanto como su firma. Y yo tenía ambas cosas de Lautaro.

—¿Qué es lo que ha cambiado?

—Quiere que mis trabajadores dejen de talar.

—¿Por qué razón?

—Un cuento de un medio hermano ilegítimo que ha aparecido de la nada y quiere tomar parte en el negocio que Lautaro y sus hermanos habían hecho conmigo.

—¿Y tu amigo se lo ha creído y quiere romper al trato? —Paula estaba atónita pero también intrigada.

—Se lo ha tragado enterito. Dice que si Julián Ross, así se llama el tipo, dice la verdad, tiene derecho a una participación en el negocio.

—Suena ridículo.

—Es más que eso. Es una locura.

—¿Y qué has contestado? —preguntó Paula.

—Le he dicho a Holland que está fuera de sus cabales si un tipo al que no ha visto nunca llega de repente con esas pretensiones y no lo manda a paseo.

—Me parece increíble que no lo haya hecho —Paula movió la cabeza consternada.

—Lautaro dijo que nunca me había visto tan enfadado.

—Tengo la sensación de que ese comentario no debió de gustarte nada —Paula abrió mucho los ojos.

—Tienes razón. Le dije que si creía que eso era estar enfadado esperase un poco, porque aún no había visto nada. En ese momento aún estaba tranquilo.

—Qué lío—comentó Kelly.

—Hay más —interpuso Pedro, —Lautaro defendió al tipo diciendo que su padre era un mujeriego y era posible que Julián Ross fuera fruto de una de sus aventuras. Según él, la madre de Ross estaba harta de callar y le juró a su hijo que Rafael Holland era su padre y que debía reclamar todo aquello que le correspondiera.

—¿Y tu respuesta? —Paula lo miró a los ojos,

—Basura y más basura —Pedro soltó el aire de golpe. Paula casi sonrió. —Le dije que suena demasiado fácil. Ross es su problema, no mío. Tenemos un trato en marcha, firmado, sellado y entregado.

—Pero él no lo ve así, ¿Verdad?

—Acertaste. Por lo visto, Julián Ross amenaza por poner una demanda para interrumpir mí negocio, alegando que su familia no tiene derecho a vender los árboles sin su firma.

—Es una locura; cuando hizo el trato, Lautaro ni siquiera sabía que el tipo existía —Paula estaba atónita y lo demostraba. —Pero por lo visto al tal Ross le da igual.

—Así que le dije a Holland que me devolviera el dinero. Un proceso judicial podría  arruinarme.

—¿Y qué contestó? —Paula estaba cada vez más horrorizada.  Pedro tenía razón: necesitaba un abogado, cuanto antes mejor.

—Dijo que no podía, que él y sus hermanos lo habían invertido todo en acciones de liquidez a largo plazo.

—Ese hombre es toda una pieza.

—Le dije que ése era su problema, no mío. Por supuesto, Lautaro gimió que buscaríamos una solución, que sólo me pedía que suspendiera las operaciones unos días, hasta arreglar este lío.

—Espero que le dijeses que no.

—Efectivamente, El arguyó que estaba siendo irrazonable. Le pregunté qué haría él si estuviera en mi lugar. ¿Estaría dispuesto a ceder? Contestó que no, así que le dije que la solución era pedir un préstamo utilizando las acciones como garantía y pagar al tipo.

—Sí hubiera aceptado, no estaríamos teniendo esta conversación —apuntó Paula.

—Correcto de nuevo —afirmó Pedro. —Amigo o no amigo, un trato es un trato. Yo cumplí mi parte y espero que él cumpla la suya. Lautaro se enfadó y me dijo que esto no quedaría así. Pero si quiere lucha, la tendrá. Yo voy a talar mí madera.

—Tal vez pueda ayudarte.

—¿Tú? —Pedro la miró sorprendido.

—Eso he dicho —dijo Paula con ecuanimidad,

—¿Cómo? —él rió, —¿Vas a utilizar tus dotes de camarera para echar café caliente en su entrepierna?

Paula sabía que intentaba ser gracioso, pero para ella el comentario no lo era en absoluto. Forzó una sonrisa almibarada y se puso en píe.

—Tengo mis fallos como camarera, pero cuando me dedico a las leyes, soy una abogada excelente.

Pedro se puso pálido, como si acabara de rebanarle el pescuezo.

—¿Tú eres abogada? —su risa resonó por todo el local.

Corazón Indomable: Capítulo 9

¿Se arrepentiría del beso? Probablemente. Paula suponía que ésa era la razón de no haber vuelto a verlo. No lo sabía con seguridad pero, como siempre, su mente era su peor enemigo: se disparaba e imaginaba todo tipo de locuras. Desde que estaba a cargo de la cafetería sólo había visto a Pedro una vez. No había sido un cliente habitual así que no tenía por qué empezar a serlo. Lo cierto era que no podía dejar de pensar en el beso. Sí no lo hubiera permitido, se sentiría bien; pero había cometido un error y eso tenía consecuencias. Quería verlo de nuevo, por más que se recordaba que no sería conveniente. La vida de Paula estaba en Houston. Pronto se iría de Lane, Texas. Además, estaba deseando volver a su trabajo auténtico, y al reto que suponía.

—Paula, teléfono para ti —volviendo a la realidad, sonrió a Leandro y fue al pequeño despacho a contestar la llamada. Era su jefe, Martín Billingsly.

—¿Cómo te va? —preguntó él con voz amable.

—¿De veras quieres saberlo? —sentía un profundo respeto por Martín y lo consideraba amigo además de jefe, pero en ese momento no estaba entre sus personas favoritas. Al fin y al cabo, en gran medida era culpa suya que estuviera allí.

—Sabes que sí —soltó un suspiro, —o no habría preguntado.

—La verdad es que las cosas van mejor de lo que esperaba, aunque odio admitirlo.

—Sé que sigues disgustada conmigo —rió él.

—Y lo estaré mucho tiempo —aunque Paula había hablado con sinceridad, no había rencor en su voz.

—Sabes cuánto me importas, Paula. Sólo deseo lo mejor para tí.

—Lo sé.

Era cierto. A veces tenía la sensación de que a él le gustaría ser algo más que su jefe, sin embargo nunca había cruzado esa línea, Pero percibía que sus sentimientos por ella iban más allá de lo que expresaba.

—Quédate allí algo más de tiempo —dijo Martín, —para dar a tu cuerpo y a tu mente la oportunidad de sanar del todo. Es lo único que te pido.

—¿Tengo elección?

—No —respondió él con voz suave pero firme.

Ella sabía que tenía razón, aunque odiaba admitirlo. Tanto Martín como el doctor Rivers, su psiquiatra, se lo habían dicho, pero había sido Martín quien la convenció. No había llegado a cuestionar la seguridad de su empleo, pero si la había amenazado con perder el ascenso que le correspondía y ella anhelaba. Recordaba el día muy bien. La había llamado a su despacho y cuando se sentó, Martín ocupó la silla contigua y tomó su mano.

—¿Puedes mirarme a los ojos y decirme que no estás en apuros?

Paula no pudo. Sus ojos se llenaron de lágrimas.

—¿He perjudicado a la empresa? Sí es así, lo siento.

—No te mentiré; últimamente has tomado algunas malas decisiones. Pero creo que eso ya lo sabes. No has perjudicado a la empresa, de momento. Eso es lo que vamos a procurar evitar.

—Gracias a Dios —Paula había apretado su mano con fuerza.

—Tienes la posibilidad de convertirte en socia de la empresa —dijo Martín, —pero sólo si puedes controlar tus emociones y convertirte en la abogada que sabemos puedes ser.

«Pero así era antes de que un conductor borracho matara a mi esposo y a mi hija», deseó gritar ella.

—Es necesario que superes tu pérdida —había añadido Martín, como si le leyera el pensamiento.

—Lo he hecho —gritó Paula, liberando su mano.

La molestaba que la tratase con condescendencia, como si fuera una niña. Era increíble. Ella era Paula Chaves, la triunfadora de la empresa. Había conseguido algunos de los clientes más grandes e importantes. Eso debería contar para algo. Pero por lo visto no era así porque, al menor problema, intentaban liberarse de ella como si fuera un desperdicio. Su conciencia se rebeló, recordándole que estaba sacando de contexto las palabras de Martín. En el fondo sabía que él y la empresa la apoyaban por completo.

—No, no la has superado —dijo él con paciencia. —Muy lejos de ello, y ése es el problema. Has enterrado tu dolor y tu corazón en el trabajo. Ahora, cuatro años después, el dolor al que nunca te enfrentaste abiertamente se vuelve contra tí. Está empezando a controlar tus emociones y tu salud. Ambos sabemos que estás al borde de una crisis nerviosa.

Aunque odiaba admitirlo, era cierto. Ya no podía convencerse de que ella y cuanto la rodeaba iba bien.

—Sé que tu prima necesita ayuda, Paula —siguió Martín. —Ve a ayudarla. Otro ambiente, otro trabajo, gente nueva... —hizo una pausa y sonrió. —No te imagino sirviendo café y comida, pero sé que te entregarás por completo, como haces con todo.

—Yo tampoco me imagino haciéndolo, pero parece que no vas a ofrecerme otra opción.

—Tienes toda la razón —admitió Martín con severidad.

Paula se había inclinado hacia él, había besado su mejilla y salido del despacho. Desde entonces habían pasado tres semanas. Tres de las más largas de su vida.

—Paula, ¿Sigues ahí? —preguntó Martín en su oído.

—Sí, Disculpa. La verdad es que estaba recordando nuestra última conversación.

—Me alegro, porque por mi parte nada ha cambiado.

—Lo sé —se le cascó la voz pero espero que él no lo notase. Quería mantener su dignidad a toda costa.

—Vuelve al trabajo. Hablaremos de nuevo pronto.

Cuando colgó y volvió al comedor, Pedro entraba por la puerta con cara de pocos amigos. Se le cayó el alma a los pies. Había acertado: él no se alegraba de verla. Debía de haber ido porque quería café o comer algo.

—Pareces sorprendida de verme —dijo él con tono amable, mientras iba hacia una mesa.

Iba vestido algo más formal que las otras veces. Llevaba vaqueros y botas, desde luego, pero la camisa era de algodón liso, no de franela, y en vez de casco llevaba un sombrero negro, que se quitó.

—Lo estoy —dijo Paula con honestidad, cuando recuperó el habla.

Después no supo qué decir, algo muy inusual en ella. Pero achacó su nerviosismo al hecho de haber besado a ese hombre con pasión pocos días antes.

martes, 19 de marzo de 2019

Corazón Indomable: Capítulo 8

Pedro terminó de cortar y apilar montones de leña que no necesitaba. Sí dar golpes con un hacha lo ayudaba a contener su frustración, seguiría haciéndolo. Por desgracia, el trabajo físico no había logrado su objetivo. No podía sacarse a Paula de la cabeza, aunque hacía dos días que no la veía. Aún recordaba su olor y el tacto de su piel como si estuviera empapado de ella. Eso podía causar muchos problemas a un hombre, porque implicaba dependencia, necesidad y un vínculo emocional con una mujer a quien apenas conocía. Con Paula Chaves eso era imposible. No se quedaría allí mucho tiempo y, además, tenía demasiados secretos. Pero ese beso le había hecho surcar el cielo como una cometa. Y deseaba más. Apenas había visto y rozado uno de sus senos, pero sabía que era firme y delicioso como un melocotón recién madurado. Sólo con pensar en saborearlo se le hacía la boca agua, «Cuidado, amigo, más vale que eches el freno o la asustarás», se dijo. Si quería volver a verla tendría que ir despacio, ser delicado. Aun así, no sería fácil. Sin embargo, había visto el deseo en sus ojos, percibido el calor que irradiaba su cuerpo. Ella también lo deseaba, aunque no parecía querer admitirlo; ahí estiba el problema. Pero no iba a rendirse. Si no se equivocaba, bajo esa fachada de hielo se ocultaba una mujer ardiente y explosiva e intentaría comprobarlo. Recogió las herramientas y entró en la cabaña. Se duchó, vistió y abrió una cerveza. Se llevaba la botella a la boca cuando llamaron a la puerta.

—Está abierto —gritó. —Un segundo después entró su capataz y amigo, Bruno Axers.

—¿Quieres una cerveza? —preguntó Pedro sin preámbulos.

—Creía que no ibas a preguntarlo nunca —rió Bruno.

Pedro le dió una botella y fueron a la sala a sentarse junto al fuego.

—Diablos, ahí fuera hace más frío que en Montana.

—¿Cómo puedes saberlo? —preguntó Pedro, mirándolo de reojo. —Nunca has salido del este de Texas.

—Eso da igual —dijo Bruno con obstinación. —Sé lo que es el frío cuando lo siento.

—Entonces acerca esa cabezota calva al fuego.

Bruno se sentó y ambos se concentraron en sus cervezas, a gusto con sus pensamientos.

—¿Y toda esa leña de fuera? —preguntó Bruno un rato después. —Has cortado suficiente para todo un invierno en Alaska. Y casi estamos en marzo.

—¿Te has dado cuenta?

—¿Cómo no iba a dármela? —Bruno alzó una ceja y lanzó a Pedro una mirada penetrante.

—Supongo que necesitaba descargar algo de energía —Pedro encogió los hombros.

—No puedes estar estresado por nada, ahora que todo va como tú quieres —comentó Bruno extrañado.

—Eso no puedo discutirlo —Pedro no pensaba hablar de su obsesión por la recién llegada al pueblo, así que se centró en los negocios. —No esperaba conseguir comprar esos árboles. Darán muchos beneficios.

—Lo que harán será poner tu empresa en el mapa.

—Eso espero. Entretanto, tengo un montón de facturas que pagar en el banco. No olvides eso.

Como sabes, los árboles no fueron baratos, ni tampoco el equipo.

—Lo sé —Bruno soltó un resoplido. —Viéndolo así, supongo que sí tienes buenas razones para estar estresado.

—Creo que «estresado» no es la palabra correcta —Pedro frunció el ceño. —En realidad estoy excitado y confío en que el terreno dé beneficios y me saque de las deudas. A ver, ponme al día — dejó la botella vacía sobre la mesa.

—Los dos grupos de trabajadores ya están listos.

—¿Con el equipo y todo?

—Sí —replicó Bruno con voz animada, como si se sintiera orgulloso de su logro.

—¿Has encontrado otro capataz?

—Pensé que podríamos encargarnos tú y yo —Bruno arrugó la frente. —Sabes que no me gusta contratar a gente que no conozco.

—Pero aquí conoces a todo el mundo.

—Por eso no he contratado a nadie —Bruno ladeó la cabeza, —¿Entiendes?

—Supongo que nos apañaremos. ¿Dónde colocaste a los trabajadores? —inquirió Pedro.

—Un grupo en la zona noroeste, cerca de la carretera del condado, y el otro al sur, cerca de la antigua casa.

—Yo me ocuparé del grupo sur —afirmó Pedro, consciente de que sería la zona más difícil de talar.

—Las sierras ya están en marcha y parece que podremos sacar de doce a catorce cargamentos al día.

—Si eso dura de seis a ocho semanas, entonces mis problemas se solucionarán del todo — Pedro sonrió. En ese momento sonó su teléfono móvil.

Él miró la pantalla y vió que era Lautaro Holland, el propietario que le había vendido los árboles.

—¿Qué ocurre, amigo? —preguntó Pedro.

—Me temo que tenemos un problema.

Corazón Indomable: Capítulo 7

—No voy a contártelo.

—Sí no estás dispuesta a compartir, ¿Cómo vamos a llegar a conocernos mejor?

—Supongo que no lo haremos —dijo ella.

—Vaya, desde luego que sabes dejar a un hombre sin palabras —se puso en pie, estiró los hombros y volvió a la chimenea a alimentar el fuego.

Sus movimientos eran pura agilidad sexual; desde luego, no le faltaba carisma.

—Te aviso que el que no me hables hace que sienta aún más curiosidad.

La tensión de la sala se incrementó.

—Ya sabes lo que dicen sobre la curiosidad —intervino ella, entrelazando los dedos.

—Sí, que mató al gato —sonrió él.

—¿Qué me dices de tí? —inquirió ella cuando él volvió a sentarse en el sofá.

—¿Qué de mí?

—Apuesto a que no estás dispuesto a desvelar tu vida a una desconocida.

—¿Qué quieres saber? —él encogió los hombros.

—Lo que te sientas cómodo contando —repuso ella, que había estado a punto de decir «todo».

—No creo que tenga nada que esconder.

—Todo el mundo tiene secretos, señor Alfonso.

—¿Señor Alfonso? —la miró con seriedad. —Debes de estar de broma.

—No te conozco lo bastante para usar tu nombre.

—Bobadas. El hecho de que me calentaras la primera vez que te vi nos lleva a un territorio más familiar.

—Muy gracioso —rezongó Paula, aunque sabía que tenía el rostro rojo como un tomate. Él empezó a esbozar una sonrisa. —De acuerdo, Pedro.

—Ah, eso está mejor —se terminó la cerveza y volvió al tema. —Creo que lo más importante sobre mí es que me cuesta quedarme en un sitio.

—¿Y eso por qué?

—El ejército. Mi padre cambiaba continuamente de destino y no nos quedábamos en ningún sitio lo suficiente para echar raíces y formar relaciones duraderas.

—¿Eres hijo único?

—Sí. Mis padres ya murieron.

—Los míos también.

—Eh, ten cuidado, o me contarás algo personal —se rió al ver que ella lo miraba enfadada. — Hasta que no fui a la universidad, A & M de Texas, no supe lo que era asentarme. Me costó mucho, hasta que conocí a mí mejor amigo, Diego Kealthy. Él  estudiaba ingeniería forestal y como a mí también me encantaba estar al aire libre, congeniamos. Terminé estudiando lo mismo y pasaba todo el tiempo que podía con Diego. Con el dinero que heredé a la muerte de mis padres compré tierras en Lane County y construí la cabaña de troncos en la que vivo. Poco después formé mí propia empresa y viajé por el mundo. Ahora, con este nuevo contrato para cortar madera, estoy encantado.

—Es toda una historia —comentó Paula.

—Mi aburrida vida en pocas palabras.

—En tí no hay nada aburrido —bromeó ella sin chispa de humor.

—Viniendo de tí, lo tomaré como un cumplido.

—Hay algo que te has saltado.

—¿Sí?

—Tu vida personal. Mujeres.

—Tampoco hay mucho que contar. La experiencia que he tenido con ellas me enseñó una cosa importante.

—¿Y cuál es?

—Les gustan los hombres que pueden ofrecer seguridad: hogar. Familia, empleo fijo, todo el lote; y eso es tan ajeno a mí como algunos de los países en los que he vivido.

—¿En serio crees eso? —preguntó ella pensando que hablaba como sí hubiera nacido en los años 50.

—Ahora estás curioseando demasiado.

—Ah, ya, así que no soy la única que tiene secretos, ¿O tal vez sea carga del pasado?

—¡Tocado! —siguió un incómodo silencio y Grant se puso en píe. —Será mejor que me vaya, se está haciendo tarde.

Ella no discutió aunque sintió cierta desilusión.

—Gracias por la cerveza —dijo él desde la puerta.

—Gracias por las flores.

—Mustias y todo, ¿Eh?

Estaba tan cerca de ella que su olor la golpeó como un puñetazo en el estómago, y más aún cuando vió los increíbles ojos azules clavados en su pedio. Bajó la cabeza y vió que el albornoz se había abierto. Antes de que pudiera moverse, la yema del dedo de él se deslizó por su cuello hacia abajo, hasta que rozó el lateral expuesto de su seno. Su mente le gritó que lo rechazara, pero no pudo hacerlo. Se encogió, pero no por vergüenza, sino por la descarga de lujuria que recorrió su cuerpo, dejándola clavada en el sitio. Los ojos de él se oscurecieron cuando se inclinó hacía ella. Intuyó que iba a besarla pero fue incapaz de detenerlo. El gimió y aplastó los labios contra los suyos; ella se dejó caer contra él, disfrutando de su boca, hambrienta y posesiva, que la devoraba como si temiera no volver a tener otra oportunidad similar. Cuando por fin se separaron, ambos jadeaban. Las emociones de Paula eran tan intensas y aterradoras que siguió agarrada a la pechera de su camisa,

—Llevo deseando hacer eso desde que entré por la puerta de la cafetería —farfulló él. Ella deseaba responder, pero no sabía qué decir. —Mira, me voy, pero hablaremos después —la miró con ojos ansiosos y agudos al notar su tensión. —Estás bien, ¿Verdad?

«No, ¡Claro que no estoy bien!», pensó ella. Tragó saliva y asintió. Pedro se fue y Paula se quedó parada largo rato, anonadada, hasta que fue a la cama, se tumbó sobre ella y dio rienda suelta a sus lágrimas. No entendía cómo había dejado caer la guardia y traicionado a su marido, el amor de su vida, permitiendo que ese desconocido la besara. No quería volver a exponer su corazón, por miedo al dolor que eso le causaría. Se lo había prometido a sí misma. Lo más triste era que no sabía cómo corregir el error que acababa de cometer.

Corazón Indomable: Capítulo 6

Paula se quedó sin aire. Por supuesto que no podía entrar. No había ninguna razón para que él estuviera allí. Y menos aún para que entrase. Sin embargo se quedó allí con la puerta abierta, mientras su sentido común se perdía. No podía permitirse esa locura. Ni siquiera estaba vestida. No llevaba nado bajo el albornoz, pero al menos era grueso y nada transparente.

—Estas flores se mueren de sed —Pedro ladeo la cabeza y sonrió. —No sé cuánto tiempo más sobrevivirán.

—Sí que están un poco mustias —Paula movió la cabeza de lado a lado.

—Ya sabía yo que en algo estaríamos de acuerdo.

—¿Te han dicho alguna vez que eres imposible? —preguntó ella, mirándolo con exasperación.

—Sí —la respuesta fue seguida por una risa grave y profunda que hizo que a Paula se le disparase el pulso.

La asombraba que ese hombre estimulara su naturaleza sexual cuando otros no lo habían conseguido, por empeño que pusieran. Hacía años que no miraba un hombre excepto con pasividad. Se preguntó por qué era distinto él. No lo sabía pero tampoco quería analizar las razones con él instalado en el porche de Jimena.

—Si te prometo que sólo me quedaré hasta que pongas las flores en agua —no lo dijo como pregunta, pero alzó las cejas como si lo fuera.

Paula, resignada, dió un paso atrás e hizo un ademán con la mano. Pedro, sonriente, se quitó el sombrero y entró de dos zancadas. Ella cerró la puerta y lo siguió a una distancia segura, pero observándolo. No sólo estaba fantástico con otro par de vaqueros desvaídos y una camiseta azul del mismo color que sus ojos; su altura y constitución hacían que la habitación pareciese pequeña, demasiado para los dos. Aún con el pulso desbocado, Paula deseó alejarse más, pero sabía que sería inútil. No había ningún sitio que pudiera poner la suficiente distancia entre ellos.

—¿Tienes un jarrón?

—Hum, seguro que Jimena tiene alguno por ahí.

—Tal vez deberías ir a buscarlo.

—Tal vez —afirmó ella tras un tenso silencio.

—Eh, soy inofensivo —rió él. — De verdad.

Paula alzó las cejas y sonrió. «Eres tan inofensivo como una serpiente cascabel en una guardería», pensó. Tenía que aguzar sus sentidos para protegerse.

—Siéntate mientras busco un jarrón —estiró la mano hacia las flores.

—¿Seguro que no necesitas ayuda? —preguntó él, dándole el ramo.

—Seguro —repuso ella, con más dureza de la que pretendía.

Pero ese hombre se le estaba metiendo en la piel y, lo peor ele iodo, era que le estaba dando carta blanca para hacerlo. Había permitido que sus manos se rozaran y la sensación le provocó un escalofrío. Buscó un jarrón, lo llenó de agua y colocó las flores. Después volvió a la sala y puso el jarrón sobre una mesita. Él estaba inclinado junto a la chimenea, reavivando las ascuas. Era indudable que tenía un trasero perfecto, Y en ese momento podía observarlo sin que él lo supiera. De pronto, comprendiendo lo que hacía, sacudió la cabeza.

—Gracias por las flores.

Él se irguió y se dió la vuelta. Sus ojos se encontraron un momento. Cuando Pedro desvió la mirada, ella suspiró de alivio. Su presencia allí iba a ser problemática si no conseguía controlar sus emociones. Estaba comportándose como una adolescente dominada por las hormonas.

—Es una oferta de paz —dijo él, frotándose una barbilla que lucía un principio de barba que acentuaba su atractivo.

—Sí es por eso, debería ser yo la que apareciera en tu puerta.

—En realidad sólo es una excusa para verte otra vez —hizo una pausa y la miró a los ojos. — ¿Tienes algún problema con eso?

—Desde luego, no te muerdes la lengua—dijo ella, intentando ganar tiempo. Era el momento perfecto para decirle que no estaba interesada en él ni en ningún otro hombre. Pero no lo hizo, — ¿Quieres sentarte?

—Me encantaría, pero ¿Estás segura de que es lo que quieres?

—No —su voz sonó temblorosa. —Ahora mismo no estoy segura de nada.

Él se dejó caer en el sofá y miró el fuego.

—No te he ofrecido nada de beber.

—Una cerveza estaría bien.

Jimena tiene algunas en el frigorífico.

—No me gusta beber solo.

—Yo tengo mi café.

La risa de él la siguió hasta la cocina. Preparó las bebidas y volvió a la sala. Él había extendido sus largas piernas ante él. Inconscientemente, miró sus fuertes muslos y el bulto que había bajo la cremallera. Al comprender lo que estaba haciendo, alzó la vista y descubrió que él la miraba con ojos ardientes. Inspiró con fuerza, pero no sirvió de mucho. Le ardían el rostro y los pulmones. «Debería marcharse» pensó. Se sentó en el sillón. Él tomó un trago de la botella de la cerveza y la dejó en la mesita.

—¿Qué trae a alguien como tú a este lugar?

—¿Alguien como yo? —Paula dió un respingo.

—Sí, una dama con clase que parece y se comporta como un pez fuera del agua.

—Mi prima necesitaba mí ayuda y acudí al rescate.

—Nada es así de sencillo.

—Puede que no.

—Pero eso es todo lo que vas a contarme, ¿Correcto? —agarró la botella de cerveza y tomó otro trago.

—Correcto —afirmó ella, aunque sus labios pugnaban por curvarse con una sonrisa.

—Entonces tienes mucha carga del pasado o muchos secretos, Paula Chaves. ¿Cuál de las dos cosas?

Corazón Indomable: Capítulo 5

El teléfono fue piadoso con ella y empezó a sonar Paula se incorporó, con el corazón acelerado, y dejó escapar el aire de golpe.

—¡Dios! —susurró, avergonzada y confusa. Estiró la mano hacia el auricular.

—Hola, chica, ¿Cómo te va?

Jimena otra vez. Aunque Paula no quería hablar con ella, no tenía elección. Tal vez la risa de su prima fuera el antídoto que necesitaba para recuperar la cordura.

—¿Qué tal el resto del día?

—¿Seguro que quieres saberlo? —preguntó Paula con voz temblorosa.

—Oh, oh, ¿Ha ocurrido algo?

—Podrías decirlo así.

—Eh, no me gusta cómo suena eso —Jimena hizo una pausa. —¿Te han abandonado los empleados?

—Nada de eso. Me adoran.

—Uf, es un alivio. Si supieras cuánto me costó encontrar a ese par, te alegrarías. Entonces, sí el sitio sigue en pie y el género se vende, ¿Qué puede ir mal?

—¿Conoces a un granjero llamado Pedro Alfonso?

—Mal, no es granjero —Jimena se rió. —Es maderero.

—Eso da igual, pero lo acepto.

—Niña, es el guaperas del que te hablé. Estoy segura de que eso ya lo supusiste.

—Sí, lo supuse, —Dime ¿Qué... te... parece?

—Está bien —repuso Paula. «Si tú supieras», pensó.

—¿Sólo bien? —casi gritó Ruth. —No te creo. Todas las mujeres del condado y de los que lo rodean han intentado llevarlo al altar —hizo una pausa. —Sin éxito, por cierto.

—Pues es una lástima. Tú sabes mejor que nadie que no me interesa un granjero, por Dios — Paula se retorció en el sofá.

—Maderero.

—Es un patán de campo que seguramente prefiere abrazar árboles en vez de mujeres —calló un segundo. —Sin ánimo de ofender.

—No me ofendes —contestó Jimena risueña. —Ya sé lo que piensas del campo. ¿O debería decir del bosque?

—Para mí son lo mismo.

—Ya, bueno. Volviendo a Pedro. ¿Qué pasa con él?

Paula carraspeó y después contó la pura verdad, sin saltarse nada. Siguió un silencio al otro lado de la línea y después Jimena gritó como una posesa.

—Oh, Dios mío, ojalá hubiera estado allí para verlo.

—¿No estás furiosa conmigo? —preguntó Paula.

—¿Por ser una patosa? —Jimena soltó otro gritito de alegría.

—Suenas como si se mereciera lo ocurrido —comentó Paula, confusa por la reacción de su prima.

—En absoluto—dijo Jimena, risueña. —Es sólo que él, de todos los hombres, el semental del condado, resultara quemado donde más duele.

—¡Jimena! No puedo creer que hayas dicho eso.

—Bueno, ¿No es lo que hiciste?

—Llevaba vaqueros, Jime. Sin duda...

—Cuando hablamos de líquido caliente, los vaqueros no son tan gruesos. Puedes apostar a que sus gónadas sufrieron el impacto.

—Supongo que sí —admitió Paula compungida.

—Esperemos, por el bien de las que aún lo persiguen, que su orgullo esté sólo chamuscado, no carbonizado.

—Jime, voy a estrangularte cuando te vea.

Las risitas de su prima se convirtieron en carcajadas.

—Estás haciendo que me sienta fatal.

—Cariño, no te preocupes. Pedro es duro, sobrevivirá. Puede que nunca vuelva a la cafetería, pero qué se le va a hacer. Aparte de eso, ¿Cómo va el negocio?

Tras charlar con su prima un largo rato, Paula iba a la cocina cuando llamaron a la puerta. Se detuvo y volvió a la sala. Abrió la puerta con el ceño fruncido y se llevó la sorpresa de su vida. Se le abrió la boca. Pedro estaba en el porche con flores en la mano. Antes de decir nada, la recorrió con la mirada. Ella intentó tragar saliva, pero tenía la garganta cerrada.

—Es obvio que no esperas compañía —cambió el peso de un pie a otro. —Pero ¿Puedo entrar de todas formas?

jueves, 14 de marzo de 2019

Corazón Indomable: Capítulo 4

Aunque odiaba el papeleo, no por eso podía ignorarlo. Pedro miró la mesa que había en la esquina de la habitación y gruñó. No sólo había montones de facturas que pagar, también tenía que archivar documentos. Había pasado un rato fuera. Manejar un hacha había sido un alivio físico que necesitaba. Tras pasar gran parte de la mañana encerrado, revisando sus finanzas con el director del banco, le había hecho falta el respiro. Las sesiones de banco siempre lo enloquecían. Muchas cosas lo habían vuelto medio loco esa mañana. Al ducharse, hacía un rato, había comprobado que sus «joyas» no habían sufrido daños con el café caliente; estaban intactas y listas para ponerse en marcha. Resopló. Lo único malo de oso era que no tenían adonde ir. Apenas recordaba la última vez que había compartido la cama con una mujer y disfrutado de verdad. A lo largo de los años, pocas mujeres habían tenido el poder de afectar a su libido o retener su interés. Sin embargo, tenía que admitir, con brutal honestidad, que la sustituía de Jimena Perry, quien quiera que fuese, había conseguido ambas cosas. Paula Chaves era una mujer bella. No había podido evitar fijarse en su frágil piel de porcelana salpicada por delicadas pecas. Tenía una estructura ósea fantástica, con las curvas correctas, y la ropa envolvía su esbelta figura a la perfección. Era una pena que su cerebro no pareciese estar a la altura de su físico. Su conciencia le dijo que seguramente ésa no era una evaluación justa. Sólo habían hablado dos minutos y no sabía de ella más que su nombre. Pero sin duda estaba fuera de su elemento y no entendía qué hacía en el negocio de la restauración. En otras condiciones y circunstancias, tal vez habría disfrutado pasando algo de tiempo con ella.

—Ah, diablos, Alfonso —masculló, estirando la mano hacia la cerveza y tomando un trago, — déjalo estar.

Ella ni muerta permitiría que la viesen con alguien como él. Había tardado pocos segundos en catalogarla: una mujer de ciudad de actitud cosmopolita. Desde su punto de vista, ambas cosas apestaban. De ninguna manera llegarían a estar juntos. Una lástima; era guapa. Le gustaban las mujeres con agallas, y ella parecía disponer de una buena dosis. Habría disfrutado jugando con una mujer como ella. Al menos durante unos días. No había nada de malo en soñar, siempre y cuando no hiciera alguna tontería para intentar convertir sus sueños en realidad. Casi soltó una carcajada al pensarlo. De ningún modo iba a liarse con esa mujer. Eso en sí mismo, lo provocaba. Tal vez el que pareciese tan intocable, tan condescendiente, lo llevaba a querer explorar qué había bajo esa capa de hielo y probar que era lo bastante hombre para derretirla. Primero estrechándola contra su pecho... Casi podía imaginar el sabor de su piel mientras la acariciaba y mordisqueaba, besando su boca, su cuello, sus hombros y espalda. Se preguntó qué sentiría ella. Si conseguiría provocarle un cosquilleo, excitarla. Pero ella no lo dejaría acercarse tanto. Disgustado por pensar en esa reina de hielo, fue a la cocina a por otra cerveza. Cuando la acababa, tuvo una idea. Se puso en pie, sintiendo una oleada de calor.

—Diablos, Alfonso. Olvídalo. Es una locura. ¡Estás loco!

Loco o no, iba a hacerlo. Agarro una chaqueta y salió de la casa, sabiendo que había probablemente había perdido el poco sentido común que le quedaba. Seguía ardiéndole el rostro. Y no por el agua caliente en la que llevaba remojándose al menos treinta minutos. No entendía cómo podía haber sido tan patosa. Nunca se había sentido tan perdida. En la empresa todos la consideraban impasible, serena y compuesta, y así era como funcionaba a diario. Al menos solía hacerlo, antes de...


Paula movió la cabeza, para no pensar en eso. Hacerlo no sólo era perjudicial para su psique, sino también estúpido. Lo que había ocurrido cuatro años antes no podía cambiarse. Nada le devolvería a su familia. Lo ocurrido esa mañana, en cambio, era otro tema.

—Santo cielo—murmuró, frotándose la piel con el guante de crin hasta irritarla.

Después, pensando que no podía cambiar la vergonzosa escena de esa mañana, por más que quisiera, salió de la bañera y se secó. Después, envuelta en un albornoz, se sentó en el sofá, cerca del fuego. Aunque era pronto, debería intentar dormir pero sabía que sería un intento vano. Tenía la mente demasiado inquieta. Además, en su casa casi nunca se acostaba antes de media noche, solía llevarse montañas de trabajo de la oficina. Pensar en su trabajo le oprimió el corazón. Echaba de menos su oficina, su piso y a sus clientes. Muchísimo. En la Galería Houston oía el sonido del tráfico, no de los búhos. Se estremeció y apretó más el albornoz. Beber algo caliente solfa calmarla, pero es noche no había funcionado. Aunque se había hecho una taza de su café favorito, seguía intranquila. Se recostó y cerró los ojos, pero sólo vio la imagen de Pedro Alfonso. Dió rienda libre a su mente y pensó en la camisa de franela y los vaqueros ajustados y desvaídos que cubrían un cuerpo que cualquier hombre se moriría por tener, preguntándose cómo era él. Ya había aceptado que era más atractivo de lo habitual, con su aire rudo y sexy. Tenía los rasgos muy marcados, pero una sonrisa y unos hoyuelos devastadores. Y su cuerpo era musculoso pero con una agilidad y soltura inhabitual en hombres tan grandes. Podía imaginarlo trabajando al aire libre, sin camisa, arreglando una valla, talando árboles o lo que quiera que hiciese. De pronto, su mente dió un salto y lo vió sin vaqueros. Y sin ropa interior. La imagen no se detuvo ahí. La siguió una visión de ellos dos juntos, desnudos... Se ordenó parar. No sabía qué bicho la había picado. Esos pensamientos la traumatizaban tanto que ni siquiera podía abrir los ojos. Pero nadie iba a saber lo que le pasaba por la cabeza. Esas eróticas imágenes eran suyas y sólo suyas, y no harían daño a nadie. Mentira. Estaba practicando un peligroso juego mental: examinar su vida, su soledad y su necesidad de ser aceptada y amada. Sin embargo, las imágenes de bocas, lenguas y besos que robaban el alma no la abandonaban.

Corazón Indomable: Capítulo 3

Cuando regresó con la taza y se la puso delante, Paula no lo miró, para evitar más conversación. A pesar de su atractivo, ese hombre hacía que se sintiera incómoda, y no quería saber más. Le entregó la carta. Él le echó un vistazo y la dejó a un lado de la mesa.

—¿Así que tú eres la nueva Jimena?

—En absoluto.

—¿Y dónde está ella?

—Fuera del estado, cuidando de su madre enferma. Estoy sustituyéndola durante un tiempo.

—Por cierto, soy Pedro Alfonso—se presentó él.

—Paula Chaves.

—Un placer —dijo él, sin ofrecerle la mano.

Cada vez que hablaba, ella sentía una reacción física. Era como sentir el golpe de algo que podría hacer daño y que rehuía internamente. Sin embargo, no era así en absoluto. De hecho, era agradable.

—¿Eres de por aquí? —inquirió él, tras tomar un largo sorbo de café.

—No —repuso Paula, —Soy de Houston. ¿Y tú?

—No originariamente. Pero ahora sí. Vivo a quince kilómetros al oeste del pueblo. Soy maderero y he comprado la leña de un terreno enorme. Así que estoy atrapado en Lane; al menos por ahora —sonrió y la piel de alrededor de sus ojos formó arruguitas. —Acabamos de empezar a cortar, y estoy tan contento como un cerdito al sol.

Ella se preguntó si intentaba sonar como un paleto o pretendía decirle algo con esa comparación tan burda.

—Me alegro —dijo, por decir algo.

A pesar de su reacción a Pedro, le importaba poco quién fuera y qué hiciera. Le pregunto si quería comer algo.

—Tomaré un bol de sopa y más café —dijo él con una mueca irónica en los labios.

Sólo le habría faltado añadir «damita». Paula se preguntó sí resultaba tan obvio que se sentía incómoda o sí él era intuitivo. Pero daba igual. Lo importante era que su condescendencia la irritaba tanto que exacerbaba su empeño en servirlo a la perfección. Fue a por la cafetera y regresó con una sonrisa en los labios. Alzó la taza y se le resbaló. El café que quedaba cayó en el regazo de Pedro Alfonso, que gritó.

Muda de horror, Paula lo observó echar la silla hacia atrás y ponerse en pie.

—Yo diría que ése ha sido un buen disparo, señora.

Aunque se llevó la mano a la boca, los ojos de Paula miraron hacia abajo y se quedaron clavados en la mancha húmeda que rodeaba la compañera. Ambos levantaron la vista y sus ojos se encontraron.

—Por suerte, no ha causado daños graves —farfulló él. Sus labios se curvaron lentamente.

—Oh, Dios mío, lo siento —tartamudeó Paula con horror y vergüenza. —Espera, iré a por una toalla.

Giró en redondo y corrió al mostrador. Cuando regresó, sus ojos y los de Pedro volvieron a encontrarse.

—A ver, déjame —dijo, estirando el brazo. Se detuvo bruscamente al ver su descarada sonrisa.

La sangre se le subió al rostro y alejó la mano de un tirón.

—Es igual. Creo que me cambiaré de vaqueros.

—Ejem, de acuerdo —musitó ella.

—¿Cuánto te debo?

—Dadas las circunstancias, nada en absoluto.

Él se dió la vuelta y fue hacia la salida. Paula se quedó mirándolo, paralizada.

—Nos vemos —Pedro le guiñó un ojo desde la puerta.

Ella deseó que no fuera así, aunque admitió para sí que tenía el trasero y los andares más sexys que había visto nunca; incluso recién escaldado por el café. Por desgracia, usarlos con ella era un desperdicio.

Corazón Indomable: Capítulo 2

—¿Quién dice que no miro?

—Bah, sabes lo que quiero decir.

—Eh, no te preocupes por mí. Si está escrito que encuentre a otro, lo encontraré —dijo Paula, aunque no creía que fuese a ocurrir en esa vida.

—Seguro —la voz de Jimena se tino de cinismo. —Sólo lo dices porque es lo que quiero oír.

—Tengo que irme —rió Paula. —Ha sonado el timbre.

Antes de que Jimena pudiera contestar, colgó. Esbozó una sonrisa y salió de detrás del mostrador. Se quedó inmóvil y con la vista fija. Después no sabía por qué había reaccionado así; quizá porque era alto y guapo. O, mejor aún, por cómo la miraba él. Se preguntó si ése era el «guaperas» que acababa de mencionarle Jimena. La disgustó que los ojos azul oscuro del desconocido miraran la punta de sus píes y subieran lentamente, sin perderse detalle de su esbelta figura. Miró con intención su pecho y su cabello, y ella se alegró de haberse puesto reflejos en los cortos mechones recientemente. Cuando los increíbles ojos se clavaron en los suyos, el aire estaba cargado de electricidad. Atónita, Paula se dió cuenta de que estaba aguantando la respiración.

—¿Le gusta lo que ve? —preguntó sin pensarlo. Era una consecuencia de su auténtica profesión. Ser atrevida y directa era lo que la había llevado al éxito.

—Lo cierto es que sí —el tipo esbozó una lenta y sensual sonrisa.

Por primera vez desde la muerte de su esposo, cuatro años antes, Paula se sintió desconcertada por la mirada de un hombre. Y por su voz. Sin embargo, percibía que ese desconocido no era un hombre cualquiera. Tenía algo especial que llamaba la atención. La palabra que se le pasó por la cabeza fue «rudo». No estaba acostumbrada a ver a hombres con vaqueros desgastados, lavados tanto que apenas tenían color, camisa de franela, botas con puntera de aluminio arañado y un casco en la mano. Incluso en Lane, los hombres de ese calibre escaseaban.

Él seguía mirándola. Paula movió los pies e intentó desviar la vista, sin éxito. Esa rudeza suya parecía encajar con su metro ochenta y cinco de altura, cuerpo musculoso y revuelto cabello castaño, dorado por el sol. Se sorprendió al pensarlo. Por atractivo o encantador que fuera, no estaba interesada. Si fuera así habría aceptado el afecto de otros hombres, en Houston. Además, incluso en Lane, él debía de estar rodeado de mujeres. Ningún hombre podría estar nunca a la altura de su esposo fallecido, Ariel. Tras haber llegado a esa conclusión, se había concentrado en su carrera y la había convertido en su razón de vivir.

—¿Qué puedo ofrecerle? —preguntó con seriedad.

—¿Cuál es el especial del día? —repuso él con una voz profunda y brusca que encajaba con su aspecto.

Paula se aclaró la garganta, contenta de volver a la normalidad.

—¿Café?

—Eso para empezar —contestó él, adentrándose en el local, apartando una silla y sentándose.

—Los especiales del día están en la pizarra —muy a su pesar, Paula estaba clavada en el sitio.

 Se sonrojó y consiguió mirar la pizarra que había detrás del mostrador, que listaba los cafés y comidas especiales,

—Hoy no —farfulló él, —a no ser que se me haya escapado un día —hizo una pausa— Es miércoles, no martes. ¿Correcto?

Convencida de que estaba como un tomate, Paula asintió. No había cambiado el cartel. En circunstancias ordinarias, le habría dado igual, pero por alguna razón el comentario del hombre hizo que se sintiera inadecuada; una sensación que despreciaba.

—El café es con leche y aroma de vainilla francesa —le dijo, esbozando una sonrisa empalagosa.

—Es una pena que un tipo no pueda tomarse un café solo sin más —comentó él, frotándose la barbilla.

—Lo siento, no es esa clase de local —se disculpó, consciente de que él intentaba tomarle el pelo. —Pero eso ya lo sabe. Si quiere café de supermercado, tendrá que preparárselo usted mismo.

—Ya lo sé —rió él. —Tomaré el café solo que más se parezca al normal, el de toda la vida.

Corazón Indomable: Capítulo 1

Pedro Alfonso acababa de bajarse de su camioneta cuando Marcos Tipton, el jefe de correos, salió de la cafetería Sip'n Snack.

—¿Qué? A echar un vistazo ¿No? —Marcos ofreció a Pedro una sonrisa que medio escondían su barba y bigote. —O quizá debería decir a echar otro.

—¿De qué hablas? —preguntó Pedro, perplejo.

—De la nueva pieza del pueblo.

—Supongo que te refieres a la mujer recién llegada, ¿No? —Pedro hizo una mueca.

—Correcto —contestó Marcos, moviendo la cabeza de arriba abajo y sin dejar de sonreír. Obviamente, no veía razón para avergonzarse o pedir disculpas por su forma de expresarse. —Está llevando la tienda de Jimena.

Pedro gimió para sí, Marcos era el mayor cotilla de pueblo. Y el que fuera hombre lo empeoraba aún más.

—No lo sabía —Pedro encogió los hombros, —pero hace tiempo que no voy a tomar café.

—Cuando la veas te arrepentirás de eso.

—Lo dudo —ironizó Pedro.

—No te daba por muerto, Alfonso.

—Dame un respiro, ¿Quieres? —Pedro estaba irritado y no se molestó en ocultarlo.

—Pues es despampanante —declaró Marcos. —Está a años luz de cualquiera de aquí.

—¿Y por qué me lo cuentas? —preguntó Pedro con tono de aburrimiento, esperando que Marcos captara la indirecta.

—Pensé que podría interesarte, dado que eres el único de por aquí que no tiene esposa ni compromiso —esbozó una sonrisa de complicidad y le dio un golpe en el hombro. —Tú ya me entiendes.

Durante un segundo, Pedro deseó aplastarle la cara al cartero pero, por supuesto, no lo hizo. Marcos no era el único que había intentado ser su casamentero. Era indudable que le gustaría que una mujer batalladora y de sangre ardiente ocupara su cama de vez en cuando, pero la idea de algo permanente le daba escalofríos. Por primera vez, la vida le iba bien, sobre todo en Lane, ese pequeño pueblecito de Texas. Grant, como guarda forestal, estaba haciendo lo que adoraba: jugar en el bosque y cortar árboles con los que ganaría montañas de dinero. Además, no estaba listo para asentarse. Con su pasado de vagabundeo, nunca sabía cuándo volvería a entrarle la comezón de moverse. Y si no podía hacerlo se sentiría atrapado. Eso no era para él, al menos aún.

—¿Quieres que vuelva a entrar y los presente? —preguntó Marcos, soltando una risa profunda.

—Gracias, Marcos —Pedro apretó los dientes, —pero en cuestión de mujeres, se apañármelas solo —miró su reloj. —Estoy seguro de que tienes clientes esperando.

—Captado —Marcos le guiñó un ojo.

Sin embargo, cuando el jefe de correos desapareció de la vista, Pedro aceleró el paso hacia la puerta de entrada Sip'n Snack.



Paula Chaves se frotó las manos en el agua calienta y jabonosa, mordiéndose el labio inferior. Había estado colocando bollos en el mostrador y estaba convencida de que estaba pegajosa hasta los codos. Desde que estaba en el pequeño pueblecito campestre, Lane, hacia tres semanas, se había preguntado una y otra vez si había perdido la cabeza. Pero conocía la respuesta y era un «no». Su prima, Jimena Perry, necesitaba ayuda y Paula había acudido al rescate, igual que Jimena la rescató a ella después del trágico acontecimiento que había cambiado su vida para siempre.

—Ay —gimió Paula, sintiendo escozor en las manos. Las sacó del agua, agarró una toalla y frunció el ceño al ver sus dedos.

 Las largas y perfectas uñas pintadas y la suave piel de la que tanto se había enorgullecido habían desaparecido. Sus manos tenían aspecto seco y arrugado, como si las tuviera en remojo todo el día. Así era, a pesar de que tenía dos ayudantes, Leandro y Daniela. Echó un vistazo a la cafetería vacía y soltó un suspiro, imaginando cómo estaría minutos después: abarrotada de gente. Sonrió para sí por la palabra «abarrotada». El término no encajaba con ese diminuto pueblo. Sin embargo, no tenía por qué reírse. La nueva adición de Jimena a esa localidad maderera de dos mil habitantes había sido un gran éxito. Con muy poca inversión su prima ya tenía beneficios, aunque escasos, vendiendo café, pastas, sopas y bocadillos de alta gastronomía. Según los lugareños, Sip'n Snack era el local de moda, y eso era bueno. Si tenía que estar allí, al menos estaba donde estaba la acción, hasta que cerraba. Odiaba las veladas. Eran demasiado largas y tenía demasiado tiempo para pensar. Aunque entraba en la pequeña y acogedora casa de Jimena tan agotada que apenas era capaz de llegar a la bañera, y menos a la cama, no podía dormir. Las noches habían sido un problema mucho antes de que llegara a Lane. Y teniendo las tardes libres, el pasado tenía muchas oportunidades de alzar su traumática cabeza. Pero pronto cumpliría con su obligación para con su prima y regresaría a Houston, a donde pertenecía. Se recordó, con ironía, que su vida personal no había sido mejor allí, de haberlo sido no estaría en Lane. Por dentro, en lo más profundo de su ser, tenía el corazón recubierto de una capa de cemento que nada podía romper.

—Teléfono para tí, Paula.

—Hola, tesoro, ¿Cómo va todo? —canturreó la alegre voz de Jimena al otro lado del auricular.

—Va.

—No quiero estar encima de tí, pero no soporto no saber qué ocurre. Estar lejos de la tienda me provoca síndrome de abstinencia.

—Lo imagino.

—¿Lo has conocido ya?

—¿Conocer a quién? —Paula hizo una mueca.

—Al guaperas del pueblo —rió Jimena, —el único soltero que merece la pena por aquí.

—Sí lo he conocido, no lo sé —dijo Paula, intentando ocultar su agitación.

—Oh, créeme, lo sabrías muy bien.

—Estás perdiendo el tiempo, Jime, intentando hacer de celestina.

—Hace tiempo que deberías estar mirando a otros hombres —su prima suspiró. —Hace mucho tiempo.