martes, 27 de febrero de 2018

Desafío: Capítulo 8

—Y yo habría tenido que pasar la noche junto a la piscina, y me habría perdido ese  impresionante  despliegue  de  seda  y  encaje.  Sigue  grabado  en  mi  mente,  aun  ahora —Pedro alzó una pierna y la cruzó sobre la otra—. Me da la impresión de que sé  algo  de  tí  que  los  demás  hombres  desconocen.  Bajo  ese  aspecto  almidonado  te  gusta llevar satén y seda. ¿Qué otros secretos ocultas?

—¡Ninguno que vaya a desvelarte a tí! —le devolvió Paula, seca.

Pedro se limitó a sonreír.

—Anoche, en la cocina, no llevabas el pelo recogido, ¿Por qué?

—No duermo con el pelo recogido —explicó ella con voz serena. La sonrisa de él se amplió.

—¿Sabes lo que opino, Paula Chaves?

—¡Tu opinión no podría interesarme menos!

—Creo que practicas la decepción.

—Como he dicho, tu opinión no me interesa —replicó ella, lo que había dicho él se acercaba demasiado a la verdad—. ¡Tú no me interesas!

—En cambio, tú me interesas mucho —contraatacó Pedro—. Pienso en tí todo el tiempo.

 —¡Debe resultarte muy aburrido!

Él  dejó  escapar  una  risa  suave  y  sensual  que  hizo  que  ella  se  estremeciera  de  arriba abajo.

—Tengo la sensación de que no me aburrirás nunca, mi querida Pau.

—No soy tu querida Pau—protestó ella, afectada por el término cariñoso.

—Aún no, estoy de acuerdo —concedió él.

—¡Nunca! —exclamó ella, ya de mal humor.

—Nunca  se  debe  decir  nunca  —la  miró  a  los  ojos—.  Yo  mismo  lo  descubrí  anoche.  Habría  apostado  mucho  dinero  a  que nunca me costaría dormir en mi vieja cama,  pero  comprobé  lo  contrario.  Estuve  inquieto  toda  la  noche  —aclaró,  con  sonrisa maliciosa y ojos chispeantes.

—No  puedes  culparme  a  mí  de  eso  —discutió  Paula,  con  los  nervios  a  flor  de  piel.  Era  como  si  sus  defensas  se  hubieran  desvanecido  por  completo,  dejándolo  abierta  a  todo  lo  que  él  decía  o  hacía.  No  entendía  por  qué  la  habían  abandonado  cuando más las necesitaba.

—¿No puedo?  —sus  labios  se  curvaron—.  Fuiste  tú  quien  elevó  mi  tensión  sanguínea —arguyo, antes de tomar un sorbo de café.

De alguna manera, Paula consiguió mantener una expresión serena.

—A mí no me hizo falta que me bajara la tensión. Me fui a la cama y dormí a pierna suelta —le dijo, cruzando los dedos mentalmente.

—Hum  —murmuró  dubitativo,  acariciándose  la  barbilla—.  No  eres  lo  que  aparentas  a  primera  vista.  ¿Sabías que debía pasar  ese  fin  de  semana  en  América?  Por suerte cancelaron la reunión en el último momento.

—Para el deleite de todos —comentó ella con voz seca.

—Bien  dicho,  Pau—Pedro se  rió—.  Tienes  mucho  tacto.  No  me  extraña  que  Fede hable tan bien de tí.

—Hago cuanto puedo —contestó ella sin inmutarse y agradeciendo su rapidez mental.

—Ah, llega la caballería —declaró Pedro, Paula volvió la cabeza y vió a Federico con una bandeja—. Justo a tiempo, ¿Eh?

—Justo  a  tiempo,  ¿Qué?  —preguntó  Federico,  que  había  oído  el  comentario. 

Puso  un plato y una taza ante Paula.

—Tu  llegada  con  la  comida  —contestó  su  hermano  sonriente—.  Pau estaba  a  punto de comerse la mesa.

 —Siento haber tardado —se disculpó Federico.

 —No has tardado. Pedro te toma el pelo.

—Es uno de sus hábitos —confirmó Federico.


—Lo  cierto  es  que  estaba  flirteando  con  Paula y  ella  me  lo  estaba  poniendo  difícil —Jonas se enderezó en el asiento.

—¡Bien por tí, Pau! —aprobó Federico, guiñándole un ojo—. Demasiadas mujeres caen  en  sus  brazos  cuando chasquea  los  dedos  —se  sentó  junto a  ella  y  empezó  a  devorar su desayuno.

 Paula lo imitó.

—¿Cuándo descenderán las hordas sobre nosotros? —preguntó Pedro tras unos minutos de silencio.

—A  partir  del  mediodía.  Luego  seguirá  lo  de  siempre.  ¡Papá  achicharrará  las  salchichas y hamburguesas, como es habitual!

—¿Has estado en alguna de nuestras barbacoas? —le preguntó Pedro a Paula.

 —No, ésta es la primera —admitió ella, divertida.

Estaba  un  poco  nerviosa  por  conocer  a  toda  la  familia.  En  otros  tiempos  había  sido  frecuente  estar  rodeada  de  extraños  y  unirse  a  la  fiesta  con  entusiasmo.  Pero  desde   aquel horrible día,disfrutar y reírse le había   parecido   mal.   No podía  comportarse como si nada hubiera ocurrido, siendo ella la culpable. Se habría odiado por ello, así que había evitado las fiestas, distanciándose de sus amigos de entonces. En el presente prefería cenas íntimas con gente a la que conocía bien.

—Entonces te espera toda una experiencia —le dijo Pedro con humor.

—Eh, ¿Recuerdas la vez que...? —Federico chasqueó los dedos.

Paula  dejó  de  escuchar  a  los  hermanos,  que  iniciaron  un  divertido  recuento  de  recuerdos.  Se  recostó  en  la  silla  y,  mordisqueando  el  último  cruasán,  los  contempló  con  atención.  Se  parecían  mucho.  Ambos  eran  hombres  guapos,  pero  Federico tenía  las  facciones más suaves. Su cabello era castaño oscuro, el de Pedro negro. Federico exudaba calidez y amabilidad; sin embargo eran los rasgos duros de Pedro los que atraían su atención.

Inesperadamente, Paula deseó extender la mano y trazar los perfiles de su rostro para   grabarlos en  su  memoria.   Un   deseo estúpido,  desde   luego.   No   quería   recordarlo.  Cuanto  antes  dejaran  de  verse,  mejor.  Sin  embargo,  al  pensar  eso,  un  pedazo  de  ella  se  sintió  perdido.  Miró  su  taza  de  café,  confusa.  No  entendía  qué  había en él que la atrajese tanto. Él sólo  buscaba  sexo  pero,  aun  así,  tenía  algo  especial. Unas  sonoras  carcajadas  llamaron  su  atención.  Federico  estaba  doblado  de  risa  y  Jonas sonreía de oreja a oreja. Ella sonrió y sintió un leve pinchazo en el corazón. Un  estruendoso  silbido  interrumpió  las  risas.  Los  tres  se  volvieron.  Horacio estaba en el otro extremo de la terraza, llamándolos.

—¡Venga,   ustedes dos!   Necesito   músculos   para   preparar   las   mesas.   ¡En   marcha!

Los hermanos se miraron con resignación y se pusieron en pie.

—A papá le gusta dirigir a sus tropas —comentó Federico con cariño.

Paula sonrió al ver su expresión.

—¡Diviértete!  —le  deseó,  mientras  él se  alejaba.  Pedro, retrasándose,  atrapó  su  mirada. Tensa, alzó una ceja interrogante—, ¿Querías algo?

 —Sólo  esto  —contestó  él. 

Rodeó  la  mesa  y  se  inclinó  para  darle  un  beso  en  la  mejilla.

—¡Eh! —exclamó, con el pulso desbocado.

Sentir el roce de sus labios en la piel la había dejado sin aire, era una sensación increíble.

—Tengo que divertirme un poco —dijo Pedro sin asomo de arrepentimiento—. ¡Considéralo un adelanto! —después siguió a su hermano, dejando a Paula sin habla.

Ella  contempló  su  marcha.  El  maldito  hombre  era  perfecto.  De  espalda  ancha,  caderas estrechas y piernas largas y fuertes. No tenía sentido negarlo, pocos hombres podrían competir con él. De inmediato, se recriminó por haberlo pensado. Iba  a tener  que  esforzarse  más.  Mucho más.  Ya  era  malo que estuviera  ocupando  sus  pensamientos;  no  permitiría  que  la  tentara  para  romper  su  solemne  promesa. Tenía que resistir.

Desafío: Capítulo 7

Reconfortada  por  ese  pensamiento,  salió  de  la  ducha  y  se  secó.  No  le  costó  elegir  qué  ponerse;  sólo  había  llevado  lo  esencial.  Dos  faldas  y  algunas  blusas.  También un bañador, por sugerencia de Federico, pero no esperaba utilizarlo. Se puso la falda  recta  color  crema,  una  camisa  de  seda  de  manga  corta,  azul  pálido,  y  unos  zapatos cómodos. Se recogió el pelo de la forma  habitual  y  se  examinó  en  el  espejo.  Parecía discretea, eficaz y distante, justo lo que deseaba. Un momento después, Federico llamó a la puerta.

—Buenos días, Paula. Tienes un aspecto de lo más refrescante —la saludó.

—Te  aseguro  que  no  siento  ningún  frescor  —rió  ella. 

Alzó  las  manos  para  colocarle el cuello del polo, que llevaba torcido.

—Pues  yo  me  siento  más  fresco  sólo  con  mirarte  —dijo  él  con  encanto. 

Paula suspiró y movió la cabeza.

—Fede, Fede, ¡Eres casi tan malo como tu hermano! Deben haber ido a la misma escuela de seducción —declaró sonriente.

—Buenos días, Fede—saludó Pedro de repente. Paula dió un bote de sorpresa y él   se   asomó por encima del hombro de Fede y  la escrutó   con   una   sonrisa   provocadora—. Me gusta la falda, Paula, pero me gustaba más lo que llevabas anoche —comentó, risueño, antes de seguir su camino.

Ella  se  sonrojó  y  dió  un  paso  atrás.  El  aparentemente  inocente  comentario  le  había recordado la escena de la cocina.

—¿A qué ha venido eso? —le gritó a su hermano, con el ceño fruncido.

—Tendrás  que  preguntárselo  a  Paula—contestó  Pedro por  encima  del  hombro,  sin dejar de andar.

—¿Qué ha querido decir? —Federico la miró intrigado—. Anoche no llevabas nada especial. ¿Me he perdido algo?

—Tu  hermano  se  refería  a  más  tarde  —dijo  ella,  suponiendo  lo  que  estaba  imaginando—. Se quedó afuera y yo estaba en la cocina cuando él forzaba puertas y ventanas,  intentando  entrar.  Eso  es  todo  —al  ver  su  expresión  escéptica,  suspiró—.  Estaba en camisón y bata.

—Paula, te advertí que tuvieras cuidado —rezongó Federico con exasperación—. Es mi hermano y lo quiero, pero cuando se trata de mujeres...

—Lo  sé,  concédeme  algo  de  crédito  —le  apretó  el  brazo  con  suavidad—.  No  dejaré  que  me  engatuse  con  su  encanto.  He  venido  a  trabajar  —lo  tranquilizó—.  Lo  de anoche fue un error que no se repetirá.

 —Perdona, sé que soy demasiado protector. Trabajas para mí y te considero mi responsabilidad. No quiero que Pedro practique sus juegos contigo.

—No  te  preocupes  —le  dijo  Paula enternecida—.  Vamos  a  desayunar.  Después  tienes que enseñarme la biblioteca.

Bajaron juntos a la sala de desayunos, que estaba vacía. Clara Astin, el ama de llaves, llegaba con café reciente y cruasanes calientes.

—¡Buenos  días!  —los  saludó  con  una  sonrisa—.  Hoy  todo  el  mundo  desayuna  fuera. Sirvanse  lo que quieran y avisenme  si necesitan algo.

—Gracias, Clara. ¿Qué te apetece, Pau? —preguntó Federico, agarrando un plato.

—Los  deliciosos  cruasanes  de  Clara y  algo  de  café  me  parecen  la  opción  perfecta —dijo, sonriéndole a la otra mujer, que volvía a la cocina.

 —Yo los sacaré. Ve a buscar un sitio a la sombra —ordenó Federico.

Paula salió y se arrepintió de inmediato porque la única persona en la mesa era Pedro. Si él no hubiera alzado la vista, habría vuelto dentro.

—¿Estás decidiendo si es seguro unirte a mí o no? —la retó, sardónico.

Paula se sintió obligada a avanzar.

—En  absoluto  —negó,  sonriendo  como  si  la  escena  de  la  noche  anterior  no  hubiera tenido lugar—. Estaba disfrutando de la vista.

 —Yo  también  —respondió  él,  recorriendo  su  cuerpo  de  arriba  abajo  con  la  mirada.

 A ella le dió un vuelco el corazón y sus nervios se tensaron.

—Pierdes  el  tiempo  —le  dijo,  irritada  por  su  reacción  a  él,  que  no  podía  controlar—.  No  morderé  el  anzuelo,  por  atractivo  que  sea  el  cebo  —añadió  en  voz  baja, por si Federico salía.

—¿Cuántas veces tuviste que repetirte eso anoche? —ironizó él, arqueando una ceja.

—Bastó con una. No eres tan irresistible —le devolvió ella.

Pedro se rió.

—Se supone que hay que cruzar los dedos al decir esas mentiras  —le  advirtió,  sin dejar de mirarla.

Ella era tan consciente de sus ojos que le costaba respirar. Llegó a la mesa y se sentó frente a él.

—En  contra de  lo  que  supones,  no  suelo  mentir  —lo  corrigió,  simulando  una  serenidad que no sentía en absoluto.

Estaba tensa e inquieta.

—¿En serio? Yo habría dicho que las mujeres nacen siendo mentirosas.

 —Eso es una generalización ridícula. Supongo que tus prejuicios se deben a una mala experiencia —dijo Paula con ironía.

 —El mundo es una jungla —le devolvió él con una sonrisa traviesa.

Paula supo que no podría olvidar esa sonrisa en toda su vida.

—¿Y  los hombres  no  mienten?  —lo  retó. Ella  podía  nombrar  a  más  de  doce  mentirosos—. ¡Sería más fácil creer que la luna está hecha de queso!

—Eso  sí  que  suena  a  la  voz  de  la  experiencia  —Pedro se  recostó  en  la  silla  y  cruzó las piernas por los tobillos—. ¿Por eso te vistes así?

—Me visto para mí, no para un hombre —señaló Paula.

El comentario de Pedro había sido tan descarado que estuvo a punto de reírse.

—¿En  serio?  —la  miró  pensativo—.  ¿Intentas  decirme  que  nadie  ve  la  exótica  lencería que usas? ¡Eso sería un desperdicio increíble!

—Mi ropa no es asunto tuyo. No habría bajado a la cocina si hubiera sabido que estabas allí.

Desafío: Capítulo 6

—¿En  serio?  —Pedro la  miró  con  incredulidad—.  Recuérdame  que  le  dé  las  gracias la próxima vez que lo vea —volvió a mirarla de arriba abajo. Se apoyó en la mesa, cruzó los tobillos y sonrió, provocador—. Ese trocito de nada que llevas puesto deja lo justo a la imaginación.

Puala tomó  aire,  consciente  de  que  era  capaz  de  manejar  la  situación,  por  más  que le estuviera costando mantenerse distante. Federico le había advertido con razón. El atractivo de Pedro era muy potente y lo mejor que podía hacer era irse de allí.

—Esta conversación no tiene sentido. Creo que deberíamos irnos a la cama.

—¡Eso sí que es ir al grano! —sus ojos destellaron con malicia.

—No lo decía en ese sentido   —corrigió ella,  lamentando   su  elección   de   palabras.

—¿A  pesar  de  que  sea  una  idea  tentadora?  —murmuró  él.

 Sus  palabras  resonaron como truenos en el silencio, recorriéndola de arriba abajo.

—¡Eres un caradura! —protestó débilmente. Jonas soltó una risita seductora.

—Creo que tú deberías irte a la cama, Paula, antes de que tu necesidad de saber mine tu determinación —aconsejó él.

—¿Qué determinación?  —preguntó   ella. 

Decir   que   estaba   afectada   sería   quedarse muy corta.

—Lo sabes bien   —Pedro movió  la  cabeza   y   suspiró—.   Hablo  de  tu  determinación  de  no  tener  nada  que  ver  conmigo.  Ésa  fue  la  conclusión  a  la  que  llegaste durante el paseo, ¿No?

—Dios,  ¡Qué  arrogancia!  Mi  determinación  de  no  tener  nada  que  ver  con  hombres  como  tú  se  remonta  muchos  años  atrás,  no  a  esta  tarde  —declaró  ella  con  desdén.

—¿Hombres como yo? —preguntó él con expresión divertida.

Los ojos de ella se estrecharon mientras lo miraba de arriba abajo, con expresión de ser muy consciente de sus carencias.

—Hombres que creen que pueden conseguir lo que quieren y a quien quieren, sólo  con  decirlo.  Sólo  me  inspiras  desdén  —dijo. 

No  era  del  todo  cierto,  pero  tenía  que defenderse.

 —En  ese  caso,  ¿Por  qué  tu  cuerpo  reacciona  al  verme?  —preguntó  él  con  voz  suave.

 —No reacciona —protestó Paula.

—Podría  demostrarte  lo  contrario,  pero  es  tarde  y  estamos  cansados.  Sugiero  que subas a tu habitación. Seguiremos con esta fascinante conversación mañana.

—¡No haremos nada similar! —replicó Paula.

—Por cierto, me encanta tu pelo así. Deberías  llevarlo  suelto  más  a  menudo.  Resulta muy femenino y sensual —declaró Pedro.

Para Paula, que la hubiera visto con el pelo suelto era como una invasión de su intimidad. Sintiéndose más vulnerable que en muchos años, decidió que estaba harta y se imponía una retirada digna. Sin embargo, cuando iba hacia la puerta, resbaló en una  baldosa  húmeda.  Agitó  los  brazos,  buscando  algo  a  lo  que  agarrarse  y,  de  repente, las fuertes manos de Pedro la equilibraron, atrayéndola contra su pecho.

—Tranquila,  te tengo  —murmuró  él  contra  su  cabello.

 Ella  apenas  lo  oyó,  sus  sentidos  estaban  siendo  bombardeados  por  su  aroma  masculino,  unido  a  la  solidez  de  su  poderoso  pecho.  Una  sobrecarga  sensorial  que  la  llevó  a  inclinar  la  cabeza  hacia atrás para mirarlo, atónita.

 —Creo  que  lo  que  estás  pensando  ahora  mismo  es  muy  inapropiado  para  una  empleada  de  la  familia  —comentó  él  con  ironía.  Sus  ojos  la  quemaron  con  su  intensidad.

Ella  comprendió  que  se  había  traicionado  por  completo.  Deseaba  escapar  de  esos ojos tan perspicaces, pero ladeó la barbilla, beligerante.

—Quítame  las  manos  de  encima  —le  ordenó. 

Se  liberó  de  él  y  fue  hacia  la  puerta sin mirar atrás. Ya en el vestíbulo, con la respiración acelerada, se dijo que acababa de ponerse en  ridículo.  Una  cosa  era  experimentar  una  indeseada  atracción  por  un  hombre,  y  otra muy distinta permitir que él la notara. Jonas conseguía traspasar sus defensas y eso no le gustaba nada. Ni un poco. Paula se  criticó  duramente  mientras  subía  al  dormitorio.  Antes  de  dormirse,  se  prometió  mantenerse  alejada  de  Pedro el  resto  del  fin  de  semana.  No  sería  difícil,  estaba allí para seguir con su investigación. Dudaba que él fuera de los que pasaban horas en la biblioteca. En un harén quizá, pero no rodeado de libros polvorientos. Una  cosa  era  segura,  pensara  él  lo  que  pensara,  ella  no  iba  a  convertirse  en  la  siguiente muesca en el poste de su cama. Le había costado mucho esfuerzo alcanzar la paz consigo misma, y no iba a renunciar a ella. El  día  amaneció  tan  cálido  y  húmedo  como  el  anterior.  Aunque  ella había  conseguido  dormir,  no  se  sentía  nada  descansada;  Pedro había  invadido  sus  sueños,  tentándola.  Por  lo  visto,  dormida  o  despierta,  sus  sentidos  se  adentraban  en  aguas  peligrosas   y   la   corriente   era   fuerte.   Era un  hombre  demasiado  atractivo  y  derrumbaba sus defensas con increíble facilidad.  Mientras  se  duchaba  consideró  la  situación  con  lógica.  En  realidad  no  había  ocurrido  nada.  Se  sentía  atraída  por  un  hombre  y  él  por  ella.  ¡Eso  no  implicaba  que  fuera a caer en sus brazos! Había conocido a muchos hombres atractivos y había sido capaz  de  resistirse  a  todos.  Desde  aquel  horrible  día  no  había  mirado  a  ningún  hombre con interés; había cerrado la puerta a esa clase de sentimientos y emociones. Pedro fracasaría. Ella había ido allí a trabajar, nada más.

Desafío: Capítulo 5

—Tu hermano perderá el tiempo. No tengo intención de ser su entretenimiento de fin de semana. Pero gracias por avisarme.

—No me gustaría que resultaras herida.

—Tranquilo, no pienso relacionarme con él.

—Estoy  seguro  de  que  eso  mismo  dijeron  la  mayoría  de  sus  conquistas  —contrapuso él con una mueca.

 Paula se detuvo y lo miró.

—Por favor, no te preocupes por mí; estaré bien. He conocido a hombres como tu  hermano  y  soy  inmune  a  ellos  —dijo.

 Era  casi  verdad.  Pedro sin  embargo,  era  harina de otro costal y la había tomado por sorpresa. Pero no volvería a ocurrir. Nick escrutó su rostro; lo que vió en él lo convenció de que podía relajarse. Tal vez sí fuera inmune. Tenía unas defensas muy sólidas.

—Entonces, no diré más —aceptó.

Más tarde, en su dormitorio, Paula abrió las ventanas de par en par, pero el calor atrapado  en  la  habitación  era  casi  insoportable.  Se  quitó  los  zapatos,  retiró  las  horquillas  que  sujetaban  su  moño  y  una  cascada  de  cabello  rubio  cayó  hasta  sus  hombros.  Le  gustaba  sentirlo  suelto,  pero  al  día  siguiente  volvería  a  recogerlo  para  mantener la imagen que llevaba años cultivando. En  el  espejo  vio  que  el  cabello  ondulado  suavizaba  sus  rasgos  y  le  daba  un  aspecto  joven  y  atractivo,  casi  despreocupado.  Pero  ella  ya  no  era  así  y  no  se  permitiría volver a serlo. Era parte de la penitencia que se había impuesto. Fue al cuarto de baño a darse una ducha fresca. Sintiéndose algo mejor, se secó y se puso un camisón de seda que le llegaba hasta el muslo. Apagó la luz y se tumbó sobre  la  cama.  Sin  embargo,  le  resultó  imposible  dormirse,  y  no  sólo  por  el  calor.  A  solas  en  la  húmeda  oscuridad,  rememoró  el  momento  en  el  que  había  visto  a  Pedro  por primera vez.   Podía   visualizar   su   poder   y   magnetismo. Sólo  pensarlo  le  provocaba un cosquilleo.

—¡Maldición!  —exclamó  exasperada,  sentándose—.  ¡Para,  Paula!  —ordenó.  Sin  embargo, su cerebro se negó a obedecer.

 Recordó sus miradas y sintió una intensa e incontrolable oleada de calor. Bajó de la cama y fue a la ventana a respirar aire fresco. Pero los recuerdos eran demasiado  poderosos  e  impactantes.  Bajó  los  párpados  y  casi  sintió  la  caricia  de  los  ojos azules en sus labios mientras ella se los mojaba con la lengua.

—¡Por  Dios  santo,  Paula,  contrólate!  —masculló—.  Da  igual  que  el  hombre  exude  atractivo  sexual.  No  puedes  permitir  que  te  atraiga  hacia  su  llama.  Es  un  conquistador. Sólo desea un cuerpo en su cama, ¡Y no va a ser el tuyo!

Paula se  pasó  una  mano  por  el  cabello  húmedo  y  suspiró.  Hacía  un  calor  horrible. Deseó sentir algo fresco en la piel. Se puso una bata de seda sobre el camisón y bajó las escaleras descalza. Su destino era la enorme y moderna cocina; la alivió  descubrir  que  no  había  nadie  allí.  Entró  y  cerró  la  puerta.  No  le  hizo  falta  encender la luz, la luna daba a la habitación un resplandor plateado. Tardó  unos  minutos  en  encontrar  lo  que  buscaba,  una  servilleta,  que  llevó  a  la  encimera, junto al frigorífico. Sintió un frío delicioso al abrir la puerta del congelador. Sacó  un  puñado  de  cubitos  y  los  envolvió  con  la  servilleta,  después  cerró  el  congelador  y  se  sentó  ante  la  mesa,  suspirando  de  placer  mientras  se  pasaba  la  servilleta por la piel. Se preguntó cómo no se le había ocurrido  la  idea  antes.  Colocó  las  piernas  en  otra silla y tarareó una melodía mientras se refrescaba. Estaba a miles de kilómetros de distancia cuando unos súbitos golpecitos en la ventana la sobresaltaron. Volvió la cabeza  y,  para  su  sorpresa,  vió  a  Pedro ante la puerta de la cocina que daba al exterior.

—¡Oh, Dios mío! —gimió, imaginándose la  imagen  que  debía  presentar,  tirada  entre dos sillas y sin apenas ropa.

Su reacción instintiva fue escapar, pero él señalaba la puerta; era obvio que quería entrar. No tuvo más remedio que dejar la servilleta en la mesa e ir a abrir, sujetándose la bata con una mano.

—Gracias —dijo él en cuanto entró, volvió a echar el cerrojo—. Pensé que iba a tener que dormir en el jardín —añadió.

 Se  volvió  hacia  ella  y,  a  la  luz  de  la  luna,  captó  por  primera  vez  su  escasez  de  ropa.

—¡Eso  es  algo  que  no  veo  todos  los  días!  —murmuró  seductor.  Paula se  ató  el  cinturón de la bata y cruzó los brazos mientras los ojos azules recorrían su cuerpo. La avergonzaba  que  la  viese  así.  Cuando  volvió  a  mirar  su  rostro,  sus  ojos  chispeaban  malévolos  y  una  sonrisa  sensual  curvaba  sus  labios—.  ¿Me  estabas  esperando?  Eso  espero, sin duda has captado mi atención —ronroneó como un gato contento.

 —¡Típico que pienses algo así! —replicó ella de inmediato. Se sentía incómoda y nerviosa—. Hacía tanto calor que bajé por hielo. No esperaba encontrarme con nadie a estas horas de la noche. ¿Qué hacías afuera?

 Jonas se pasó la mano por el cabello, alborotándoselo. Ella tuvo que contener un gemido al comprobar cuánto la atraía.

—Igual  que  tú,  intentaba  refrescarme  tras  una  velada  más  calurosa  de  lo  esperado  —contestó  él  con  deje  irónico—.  Bajé  a  la  piscina  cuando  se fueron de  paseo y me quedé dormido. Estaba probando puertas y ventanas para entrar cuando te vi sobre esas dos sillas, semidesnuda.

—Deberías  agradecerme  que  estuviera  aquí;  en  otro  caso  habrías  pasado  la  noche  fuera  —dijo  ella  con  firmeza—.  Y  lo  que  llevo  puesto  es  perfectamente  respetable —añadió, provocando una carcajada de Pedro.

—Oh,  te  lo  agradezco,  no  lo  dudes,  y  lo  que  llevas  no  tiene  nada  de  malo.  Te  sienta muy bien, ése es el problema. ¿Cómo diablos voy a poder dormir ahora? —se quejó con un brillo seductor y sardónico en los ojos.

—No deberías decirle esas cosas a una empleada de la familia. No es apropiado —le reprochó ella, aunque había pensado exactamente lo mismo que él.

—Deja  caer  los  brazos,  Paula—pidió  él,  arqueando  una  ceja  con  ironía—,  y  hablaremos de comportamiento apropiado.

Paula enrojeció,  segura  de  que  había  visto  la  reacción  de  sus  pezones  antes  de  ocultarlos. Muda, lo contempló ir hacia la mesa y abrir la servilleta de hielo. Agarró un cubito y se lo pasó por la nuca, volviéndose para mirarla.

—¡Lo que has dicho es una grosería!  —exclamó  ella,   intentando  sonar  indignada. Él se rió.

—Seguro que mi hermano te ha convencido de que soy un sinvergüenza.

—¡No ha hecho nada de eso! —Paula defendió a Federico.

jueves, 22 de febrero de 2018

Desafío: Capítulo 4

—¿Y si no lo consigues?

Pedro esbozó una sonrisa que iluminó su rostro y dejó a Paula sin aliento.

 —Entonces las divido en partes susceptibles de ser vendidas a otras empresas.

—Obteniendo  grandes  beneficios,  claro  —añadió  Federico—.  Ya  te  dije  que  era  asquerosamente rico.

—Hacer dinero es una cosa pero, ¿Y la gente? —inquirió Paula, viendo el fallo—. ¿Los empleados? ¿Qué pasa con ellos si el saneamiento fracasa?

 Pedro no pareció molestarse porque le pidiera que justificase sus acciones.

—Continúan en la empresa siempre que es posible. El objetivo es darle la vuelta a la empresa, convertir la mala gestión en buena. Si va bien, todo el mundo gana. Si es necesario dividir, hacemos lo posible por buscar empleo a todo el personal dentro de nuestro grupo. ¿Eso merece tu aprobación, Paula? —preguntó con sorna.

—Por supuesto —Paula asintió con una mueca—. Si he sonado crítica es porque, en  tu  línea  de  trabajo,  muchos  no  tienen  conciencia  —añadió  con  calma—.  Te  pido  disculpas si he sido grosera.

—No  hace  falta  —curvó  los  labios  y  sus  ojos  chispearon—.  Te  has  limitado  a  decir lo que muchos otros piensan. Sin embargo, me alegra saber que hay algo de mí que te parece atractivo.

Eso  la  llevó  a  mirarlo  y  entreabrir  los  labios  con  sorpresa.  Ese  reto  tan  directo,  ante toda su familia, la desequilibró; al igual que la diversión que brillaba en sus ojos azules. Paula no solía acobardarse. Tomó aire y se humedeció los labios. Notó que sus ojos seguían el movimiento de su lengua, ya no irónicos, sino ardientes. En cuanto él se dio cuenta de que lo había visto, sonrió, y ella supo que estaba jugando con ella.

—¿Andas a la busca de cumplidos, Pedro? —lo pinchó, burlona.

Se oyeron risas a su alrededor.

—Yo diría que sí —intervino Santiago Carmichael—. ¡Siempre tiene que haber una primera vez!

 Todo  el  mundo  empezó  a  burlarse  de  él,  que  se  lo  tomó  con  filosofía,  una  actitud que a ella sí le pareció muy atractiva. Siempre le habían gustado los hombres con sentido del humor y capaces de reírse de sí mismos. Pero eso no cambiaba nada, no  estaba  interesada  en  sus  juegos.  Se  recostó  en  el  asiento,  distanciándose  de  las  bromas, que siguieron hasta que Pedro cambió de tema.

—¿Cuánta  gente vendrá  a  la  barbacoa?  —le  preguntó  a  su  madre.

 No  oyó  la  respuesta, pero aprovechó para reorganizar sus pensamientos. Paula se  daba  cuenta  de  que  estaba  peligrosamente  cerca  de  enredarse  en  el  maremagno del deseo sexual y eso la inquietaba. Desde que había decidido cambiar de  vida  ningún  hombre  había  hecho  mella  en  su  radar.  Al  principio  había  estado  demasiado  afectada  por  lo  ocurrido  para  sentir,  pero  después  había  apagado  ese  radar  a  propósito.  No  quería  sentirse  atraída  por  nadie  ni  encontrar  la  felicidad  en  una  relación  amorosa,  porque  eso  incrementaría  su  culpabilidad  por  estar  viva.  Lo  había hecho tan bien que había llegado a creer que sus defensas eran impermeables a todo, hasta momentos después de conocer a Pedro. Él la había llamado en silencio y todo su ser había respondido. La atracción era tan fuerte que tenía el vello erizado. No   quería   sentir   eso,   ser   tan   consciente   de   él,   pero   su   cuerpo   estaba   desobedeciendo sus normas. Sólo podía intentar bloquear la reacción en la medida en que pudiera. Una vez concluyera el fin de semana, la atracción se acabaría. Volvió a concentrarse en la conversación  a  tiempo  de  oír  a  Paula  anunciar  que  su  marido  y  ella  iban  a  dar  una  vuelta  alrededor  del  lago  y  preguntar  si  alguien  quería acompañarlos.

—Me  vendría  bien  un  paseo  —dijo  ella,  aprovechando  la  oportunidad—.  ¿Vienes? —le preguntó a Federico.

—Luciana me dará la lata si no voy —gruñó él, poniéndose en pie.

 Su hermana le sacó la lengua. Paula se preparó para oír a Pedro declarar que él también se unía y suspiró con alivio cuando no lo hizo. Sintió que la miraba mientras se alejaban. Hacía más fresco junto al agua. Federico y ella pasearon lado a lado, siguiendo a la otra pareja. En un momento dado, Luciana y su marido desaparecieron tras una curva, dejándolos a solas momentáneamente.

—Aquí se está mucho mejor —afirmó Paula, agradeciendo un respiro del calor y del escrutinio de los intrigantes ojos azules de Pedro.

—Pedro y  yo  solíamos  jugar  en  el  lago  de  niños.  Construimos  una  balsa  y  simulábamos  ser  náufragos.  Por  supuesto  no  nos  permitieron  botarla  hasta  que  supimos nadar, y para entonces él tenía otros intereses —concluyó con retintín.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Paula.

Federico puso los ojos en blanco.

—Para entonces él había descubierto a las chicas. Altas, bajas, rubias y morenas. Todas  guapas  y  locas  por  ese  guapo  diablo.  No  ha  tenido  que  luchar  por  una  mujer  en  toda  su  vida.  ¡Lo  miran  y  caen  en  sus  brazos!  Es  demasiado  fácil.  Nunca  se  asentará. ¿Por qué iba a hacerlo cuando puede tener a cualquier mujer que desee?

Paula no  dudaba  que  Pedro debía  de  tener  mucho  éxito  con  las  mujeres.  Se  estremeció.

—¡No me extraña que lo llames donjuán!

—No trata mal a las mujeres —rió Federico—. Al contrario, es muy generoso. Pero nunca  se  entrega  personalmente.  Es  mi  hermano  y  no  le  deseo  ningún  mal,  pero  le  vendría bien enamorarse de alguien, para aprender una lección.

—No todo el mundo desea asentarse —aventuró ella, sabiendo que era su caso.

Una  vez  se  había  imaginado  casada  y  con  hijos,  pero  ese  sueño  se  había  esfumado  hacía mucho. Nick se detuvo y se volvió hacia ella.

—Ya  lo  sé  —dijo  con  frustración—.  No  se  trata  de  eso.  Pedro nació  con  buena  estrella.  Todo  ha  sido  fácil  para  él.  Necesita  un  golpe  de  realidad;  saber  que  es  humano, como el resto de nosotros.

—Quieres  decir  que  necesita  sufrir  —propuso  ella  con  una  leve  sonrisa. 

Federico hizo una mueca que acentuó su parecido con Pedro.

 —Suena horrible, ¿Verdad? Te aseguro que hará falta alguien muy especial para que ocurra.

 —Creo que no deberías estar contándome esto —suspiró Paula, incómoda.

Federico movió la cabeza.

—Al  contrario,  tú  eres  quien  más  necesita  saberlo  —declaró. 

Ella  lo  miró  atónita.

 —No entiendo por qué —protestó.

 —Claro  que  lo  entiendes  —Federico chasqueó  la  lengua,  paternal—.  Recuerda  lo  que te he dicho cuando él empiece a presionarte.

—¿Qué quieres decir? —preguntó, curiosa.

—Paula, eres una belleza rubia de ojos verdes y Pedro no es ciego. Ten cuidado.

Paula se sintió alarmada porque hubiera captado las intenciones de su hermano y agradecida por la advertencia, aunque fuera innecesaria.

Desafío: Capítulo 3

Poco  después,  había  un  cubierto  y  un  plato  de  comida  listos  para  él.  Aimi  descubrió,  para  su  disgusto,  que  Jonas  estaba  frente  a  ella.  Era  imposible  no  verlo cuando  alzaba  la  cabeza.  Incluso  sin  levantarla,  lo  percibía.  Su  presencia  en  la  habitación era como una corriente de energía. Era imposible ignorarlo. Por suerte, él charlaba con su madre y pudo estudiarlo con libertad. Tenía el pelo negro y la mandíbula fuerte, pero sus labios sugerían sensualidad. Se  preguntó  cómo  sería  sentirlos  y  sintió  un  delicioso  escalofrío.  Cerró  los  ojos  e  inspiró profundamente. Tenía que controlarse, lo antes posible. Se enorgullecía de su templanza y la necesitaba. No podía permitir que Pedro notase cuánto la afectaba. Por  lo  que  acababa  de  oír  y  ver,  era  obvio  que  el  hombre  no  necesitaba  que  lo  animasen a la hora de atraer polillas a su luz. Pero iba a descubrir que cierta polilla era   invulnerable.   Aunque   tuviera   reputación   de   derretir   a   las   mujeres,   no   lo   conseguiría con ella. Paula no estaba disponible. Abrió los ojos tras recuperar su fuerza. No era una mujer débil, a merced de sus sentidos, era fuerte. Estaba concentrada en la deliciosa comida de su plato cuando se le  erizó  el  cabello  de  la  nuca.  Alzó  la  vista  y  comprobó  que  Pedro la  observaba  con  mirada provocativa. Sus ojos se encontraron un momento, antes de que él sonriera y desviase la mirada. Pero fue suficiente para que a ella se le acelerase el pulso. Se dijo que era por irritación, aunque una vocecita le decía lo contrario. Ese hombre no era ningún tonto y  había  percibido  su  reacción  inicial  al  verlo.  Aimi  no  permitiría  que  volviera  a  ocurrir. Alzó la cabeza y volvió a interesarse en la conversación general, como antes de la  llegada  de  Jonas.  Lo  miró  una  o  dos  veces  y  captó  una  mirada  divertida  en  sus  ojos,  pero  alertada,  no  reaccionó.  Por  fin,  tras  la  hora  más  extraña  que  Aimi  recordaba haber pasado ante una mesa, la cena concluyó.

 —Tomemos  el  café  en  la  terraza  —sugirió  Ana—.  Puede  que  sople  algo  de  aire fresco. Hace un calor agobiante.

Estaban sufriendo una ola de calor que no parecía dispuesta a terminar. Todos salieron. Simplemente ver el jardín y el lago ornamental resultaba refrescante.

—Debes alegrarte de no estar en la ciudad este fin de semana, Paula—comentó Horacio Alfonso, repartiendo los cafés que servía su esposa.

—¡Oh,  sí!  —Paula aceptó  su  taza—.  Mi  piso  tiene  aire  acondicionado,  pero  en  noches como ésta no sirve de nada. Y trabajar en su despacho será mejor que hacerlo en un archivo polvoriento.

—Pensé  que  eras  la  ayudante  de  mi  hermano.  ¿Estás  pluriempleada  como  archivista?

La  pregunta  era  de  Pedro y  Paula tomó  aire  antes  de  volverse  hacia  él.  Había  cambiado  de  apariencia  desde  la  cena.  Sin  chaqueta  y  corbata,  y  con  la  camisa  arremangada, tenía un aspecto muy distinto. Daba una impresión mucho más viril y sexy. No  la  sorprendió  sentir  que  se  le  secaba  la  boca.  Por  suerte,  había  tomado  un  sorbo de café para mojarse los labios antes de contestar.

—No  estoy  pluriempleada.  Ayudo  a  Fede con  la  investigación  para  su  libro  sobre la familia.

—¿Fede? No parece un trato muy profesional —la pinchó Pedro.


Paula sonrió.

—Puede  que  usted  sea  un  jefe  que  insiste  en  el  trato  formal,  señor  Alfonso,  pero su hermano prefiere un trato más amigable —le contestó con desparpajo.

—Llámame  Pedro.  Aquí  nunca  insisto  en  las  formalidades  —declaró  él. Paula comprendió  que  no  se  había  hecho  ningún  favor.  Tendría  que  tutearlo  o  quedaría  como una tonta—. Así que también eres investigadora.

—Y se le da muy bien —alabó Federico—. Lógico, considerando que se licenció en Historia con matrícula de honor.

Pedro inclinó  la  cabeza  hacia  Paula,  con  un  gesto  que  demostró  que  estaba  impresionado.

—Una  mujer  de  muchos  talentos.  No  me  extraña  que  Fede te  contratara.  Si  la  historia  es  tu  gran  amor,  ¿Por  qué  no  trabajas  en  uno  de  los  museos  o  instituciones  relacionados con eso?

—Por  desgracia,  esos  trabajos  no  son  fáciles  de  encontrar  y,  como  estoy  acostumbrada a comer tres veces al día, tuve que buscar alternativas —contestó ella.

 —Una  gran  pérdida  para  la  historia  y  una  gran  suerte  para  mi  hermano  —replicó Pedro—. Y para nosotros, por supuesto. O no habríamos contado con el placer de tu compañía este fin de semana.

—Me temo que no me verán  mucho. Estoy aquí para trabajar —apuntó Paula, risueña.

—Fede no  puede  pretender  que  trabajes  mientras  los  demás  nos  divertimos  —se sorprendió Pedro.

Miró a su hermano con desaprobación.

—Claro que no. Paula sabe perfectamente que espero que ella también se relaje —replicó Federico  rápidamente.

Ella contuvo un suspiro exasperado.

—Me ocuparé de que lo haga —los ojos de Pedro chispearon.

—No te molestes —rechazó ella con cortesía.

Le costó mantener la expresión de serenidad.

—No será ninguna molestia. Será un placer.

Ella  supo  que  no  podía  protestar  más,  pero  se  aseguraría  de  evitarlo  en  la  medida de lo posible. Captó su mirada divertida y se sintió en la obligación de decir algo.

—¿A  qué  te  dedicas,  Pedro?  —preguntó—.  ¿O  ya  has  ganado  tanto  dinero  que  no necesitas trabajar? —añadió, refiriéndose al comentario de Federico al presentarlos.

—Compro empresas con problemas e intento sanearlas —contestó él, divertido.

Desafío: Capítulo 2

Hasta ese momento. Sin  una  palabra,   él   había   atravesado  sus  defensas,   haciéndole sentir  cosas  que  no  deseaba.  No  sabía  por  qué  había  ocurrido,  sólo  que  debía  reparar  rápidamente  el  daño.  Se  ordenó  serenidad  y  respiró  lentamente  hasta  recuperar el control y poder aparentar calma externa. Sintió una mano en el brazo y dió un bote. Era  Federico.

—Ven a saludar a mi hermano, estoy deseando que te conozca —la invitó.

El  corazón  de  Paula  se  aceleró  al  pensar  en  mirar  esos  asombrosos  ojos  de  nuevo.  Pero quería comprobar que no había imaginado lo ocurrido, así que sonrió y se puso en pie. Mientras iba hacia Pedro Alfonso, rodeado por su familia, tuvo la sensación de que iniciaba un camino predestinado. La voz de la cautela le murmuró «No vayas», pero siguió adelante. Alzó los ojos hacia los de él y, de nuevo, el aire pareció cargarse y espesarse.

—Paula,  este  impresionante  tipo  es  mi  hermano  Pedro—dijo Federico,  sin  notar  la  extraña corriente—. Alto, guapo y asquerosamente rico, también es un poco donjuán, te lo advierto. Esta joven es mi indispensable ayudante, Paula.

—Hola,  indispensable  Paula de  Fede—la  sonrisa  directa  de  Pedro mostró  sus  relucientes dientes blancos mientras le ofrecía la mano—. Encantado de conocerte —dijo con voz de timbre bajo y seductor.

Paula gimió  para  sí,  nerviosa  al  saber  que  seguía  afectándola  la  fuerza  del  carisma  de  ese  hombre,  a  pesar  de  haber  vuelto  a  alzar  sus  defensas.  Rezumaba  seguridad  masculina  y  atractivo  sexual.  Titubeó  un  segundo  antes  de  aceptar  su  mano  y,  cuando  sintió  sus  dedos,  supo  por  qué.  El  contacto  creó  una  oleada  de  escalofríos que recorrieron su sistema, erizándole el vello.

—Yo  también  estoy  encantada de  conocerte  —contestó  con  cortesía,  alegrándose de que su voz sonara normal. Liberó su mano y apretó los dedos contra la  palma—.  Federico habla  de  tí  a  menudo  —dijo.

Era  cierto,  aunque  nunca  había  mencionado lo carismático que era su hermano. Probablemente porque él no lo veía así. Serían las mujeres las que captaban eso en él. ¡Algo que ella habría preferido no percibir!  Aunque  podía  admirar  el  físico  de  un  hombre,  intentaba  que  nunca  la  afectase. Sin embargo ese día algo iba mal y no le gustaba nada.

 —Ah,  por  eso  me  han  pitado  tanto  los  oídos  últimamente  —bromeó  Pedro con  una  sonrisa  traviesa—  ¿Cuánto  tiempo  hace  que  trabajas  para  Fede?  —preguntó,  mirando su falda gris y recta, y la blusa blanca que lucía, a pesar del calor.

—Seis  meses,  más  o  menos  —dijo  Federico,  sonriendo  a  Paula—.  ¡Todo  el  mundo  debería tener una ayudante tan maravillosa como ella!

—¿Ah,  sí?  —su  hermano  miró  de  uno  a  otro—.  ¿Detecto  algo  más  que  una  relación  de  trabajo?  —preguntó.

Paula   intuyó  que  quería  saber  hasta  qué  punto  estaba Federico interesado por ella.

—¡Cielos, no!  —Federico se rió y sacudió la cabeza—. ¡Nada de eso! Ella ha puesto orden en el caos de mi vida. ¿Verdad, Paula?

—Hago  lo  que  puedo  —aceptó  Paula,  incómoda,  preguntándose  si  Federico era  consciente  de  que  acababa  de  decirle  a  su  hermano  que  no  estaba  vedada.

 Por  la  ironía  que  veía  en  los  ojos  de  Pedro,  él  sí  se  había  percatado,  y  sabía  que  Pualatambién.

—¿A  qué  se  debe  que  te  hayas  decidido  a  venir  este  fin  de  semana?  ¿Te  ha  dejado  alguna  mujer?  —preguntó  Federico con  precisión  de  cirujano.

Paula tuvo  que  contener una sonrisa.

—Tan delicado como siempre, Fede—Pedro sonrió  a  Paula—.    Sí,  inesperadamente, me encontré con un fin de semana libre. ¡Pero creo que no será tan decepcionante como había pensado!

Consciente  de  lo  que  estaba  sugiriendo,  Paula alzó  las  cejas.  Aunque  ya  no  jugara, no había olvidado las reglas del juego.

—¡Seguro que sí lo será! —afirmó ella.

—¿Eso   crees?   —él   ladeó   la   cabeza—.   Suelo   encontrar   algo   con   lo   que   divertirme.

—¡Típico  de  Pepe!  —rezongó  Federico—  ¿No  crees  que  ya  es  hora  de  madurar?  Tienes  treinta  y  cuatro  años.  Deberías  de  estar  pensando  en  asentarte  y  formar  una  familia.

 —Eso te lo dejo a tí. Yo soy feliz con mi vida.

—Yo  por  lo  menos  busco  a  alguien.  Tú  sólo  vas  con  bellezas  de  cabeza  hueca.  ¿Qué diablos ves en ellas? ¡Ni siquiera pueden entablar una conversación inteligente! —insistió Federico.

—¡Avergüénzate,  Fede!  —interrumpió  su  hermana—.  Pepe puede  salir  con  el  tipo  de  mujer  que  prefiera.  El  que  quiera  probar  a  toda  la  población  femenina  no  implica que no vaya a asentarse eventualmente. Lo hará cuando esté listo.

—Gracias  por  hacerme  quedar  como  un  donjuán  sin  corazón,  Luciana—Pedro suspiró ante la crítica de la persona que le era más querida y cercana.

—Claro que tienes corazón, pero eres un donjuán —Luciana besó su mejilla—. Te quiero,  Pepe,  pero  debes  admitir  que  tu  actitud  hacia  las  mujeres  es  deplorable.  ¡Necesitarías enamorarte de una mujer que no te quiera, para variar!

 —¡Esa  es  mi  chica!  —exclamó  Pedro,  seco—.  No  esperaría  menos  de  quien  intervino en una pelea para rescatar a su hermanito pequeño.

—¡Oh,  sí,  me  rescató!  —dijo  Federico con  pesar—.  ¡Y  después  me  pegó  por  meterme en la pelea!

 Todos  se  rieron  con  eso.  Paula se  alegró  de  haber  dejado  de  ser  el  centro  de  atención.

—Vamos.   Sentémonos  antes  de  que  se enfríe la cena —ordenó Ana—. Pepe, siéntate junto a Luciana. Quiero saber qué has hecho últimamente.

Desafío: Capítulo 1

A  veces  el  mundo  podía  cambiar  en  un  instante.  Todo  iba  como  uno  lo  había  planeado y, de pronto, se convertía en un lugar  casi  irreconocible.  Eso  fue  lo  que  le  ocurrió  a  Paula Chaves aquella  calurosa  tarde  de  verano,  por  segunda  vez  en  su  vida. Justo  antes  de  que  se  produjera  ese  segundo  cataclismo,  estaba  sentada  a  la  mesa en el comedor de Horacio y Ana Alfonso, disfrutando de la conversación. A su  lado  estaba  el  hijo  de  ambos,  Federico,  un  hombre  cálido  y  amable  y  reputado  cirujano, como su padre y su abuelo. Enfrente estaban la hermana de Federico, Luciana, y su esposo, Santiago Carmichael.

Seis  meses  antes  Federico había  contratado  a  Paula para  que  organizase  su  caótica  vida.  Además  de  operar,  daba  conferencias,  aparecía  como  invitado  en  todo  tipo  de  eventos  mediáticos  y  había  empezado  a  recopilar  la  historia  de  su  familia.  Ella  trabajaba  en  el  despacho  de  casa  de  Federico,  pero  no  vivía  allí.  Nunca  permitía  que  su  trabajo y su vida privada se mezclaran. Apenas salía, por elección. Su vida había cambiado dramáticamente nueve años antes  y  había  dejado  atrás  el  torbellino  social  de  aquella  época.  El  remordimiento  había  conferido  sobriedad  a  la  adolescente  rebelde,  que  se  había  jurado  convertirse  en una persona de quien pudiera sentirse orgullosa. Se  había  entregado  por  completo  a  estudiar  Historia  en  la  universidad.  Al  no  conseguir   un   trabajo  relacionado  con  su  especialidad,   se había  convertido  en  secretaria ejecutiva y trabajaba para una agencia de empleo temporal desde entonces. Trabajar  para  Federico le  había  permitido  utilizar  su  base  histórica  para  ayudarlo  en  su  investigación. Por fin había encontrado un nicho profesional que la satisfacía. Si  sus  antiguos  amigos  la  hubieran  visto,  no  la  habrían  reconocido.  Ya  no  utilizaba maquillaje, llevaba la melena rubia recogida en la nuca y prefería los trajes ejecutivos y la ropa casual a los últimos gritos de la moda. En   la   universidad   incluso   había   utilizado   gafas,   que   no   necesitaba,   para   mantener  a  los  chicos  a  distancia.  Estaba  allí  para  estudiar.  Sus  tiempos  de  juego  habían llegado a su fin tras una tragedia que nunca olvidaría. Quería ser invisible y que la dejaran en paz. Le  resultaba  extraño  recordar  cuánto  había  flirteado  con  el  sexo  opuesto  en  otros tiempos. Había heredado la belleza de su madre, Alejandra Schulz, actriz, y no tenía  problemas  para  atraer  a  los  hombres.  Había  disfrutado  con  su  compañía,  pero  nunca  había  tenido  una  relación  seria.  Su  vida  se  centraba  en  pasarlo  bien,  pero  después  de  lo  ocurrido  en  Austria,  eso  había  terminado.  Desde  entonces  se  había  esforzado por demostrar su valía. Su vida era tal y como la quería. Estaba allí en su función de ayudante de Federico, pero sus padres la habían recibido en la casa de campo como a una amiga. El plan era que examinara los libros y documentos de la biblioteca en busca de material para el libro  que  pretendía  escribir  él.  Pero  toda  la  familia  de  Federico iba  a  reunirse  para  celebrar una barbacoa al día siguiente y él había insistido en que se uniera a la fiesta. Sentada a la mesa, escuchando las conversaciones, se alegraba de haber ido. Así se relacionaba la gente normal, y a Paula le sirvió para despreciar aún más la época en la  que  había  creído  que  ir  de  compras  y  a  fiestas  glamorosas  en  las  que  el  alcohol  fluía como agua y todo eran risas y música, era la única forma de vivir.

Esa Paula se habría   aburrido   mortalmente   allí;   la Paula del   presente   lamentaba   no   haber   madurado antes. Pero lo había hecho tarde y no había vuelta atrás. Justo  antes  de  que  su  mundo  volviera  a  tambalearse  sobre  su  eje,  todos  reían  por algo que había dicho Luciana. A Paula se le saltaban las lágrimas de la risa. Estaba secándose los ojos con la servilleta cuando sonó el timbre.

—¿Quién podrá ser? —preguntó Ana, mirando a la congregación.

—¿Esperas a alguien, mamá? —preguntó Luciana.

 Su madre negó con la cabeza. Un  momento  después  oyeron  pasos  y  todos  alzaron  la  vista,  expectantes.  La  puerta se abrió y entró un hombre moreno y sonriente.

—¡Espero  que  me  hayan dejado  algo,  tragones!  —exclamó  risueño. 

Se  oyeron  grititos deleitados.

 —¡Pedro!

 Toda la familia se puso en pie. Paula giró en el asiento para ver al recién llegado. Por supuesto, había oído hablar de Pedro Alfonso, el primogénito, un empresario de éxito que vivía como la jet-set, viajando por todo el mundo. Su nombre aparecía con frecuencia  en  los  periódicos,  a  veces  por  sus  negocios,  pero  más  a  menudo  por  su  última  conquista  femenina.  Nadie  había  esperado  que  pudiera  asistir  a  la  reunión  familiar; de ahí el entusiasmo generalizado. Ella se sorprendió por su inesperada reacción al verlo. En cuanto puso los ojos en él, algo se removió en su interior. Todos sus sentidos se pusieron en alerta, como si  reconocieran  y  respondieran  a  algo  que  había  en  él.  Su  risa  mientras  saludaba  a  todos le provocó escalofríos y el brillo de sus ojos azules la dejó sin aire. A  pesar  de  su  alocada  juventud,  Paula no  había  sentido  una  reacción  física  tan  desmedida  en  sus  veintisiete  años  de  vida.  Notó  la  sangre  fluir  desbocada  por  sus  venas y su sonrisa se apagó. Fue entonces cuando Pedro la miró y sus ojos se encontraron. Captó el momento en que él se quedó paralizado. Algo elemental surcó el aire entre  ellos,  deteniéndose  cuando  su  hermana  reclamó  su  atención,  pero  no  antes  de  que  Aimi  viera  el  brillo  depredador  de  sus  ojos.  Atónita  e  incrédula,  ella se  dió  la  vuelta, apretándose el estómago con una mano. Ella  se  preguntó  qué  había  ocurrido,  aunque  lo  sabía  muy  bien.  Acababa  de  experimentar  la  dentellada  de  una  intensa  atracción  sexual  y  todo  su  cuerpo  se  estremecía  en  consecuencia.  Era  lo  último  que  había  esperado,  porque  se  había  esforzado  mucho  para  controlar  la  parte  extrovertida  y  atractiva  de  su  naturaleza  y  convertirse  en  la  antítesis  de  lo  que  había  sido.  Había  eliminado  las  relaciones  románticas de su vida; ningún hombre había roto su control.

Desafío: Sinopsis

¡De señorita correcta y formal… a novia de un donjuán!
Paula Chaves ha decidido dejar su pasado atrás. Pero un hombre parece empeñado en derrumbar sus defensas. Aimi tiene que resistirse. Debe hacerlo por el bien de su reputación.
Pedro Alfonso, rico hombre de negocios, sabe que, bajo su apariencia remilgada, Paula es una mujer apasionada. Mientras se rinde a él, Pedro va descubriendo los oscuros secretos que la volvieron tan desafiante…

martes, 20 de febrero de 2018

Eres Mía: Capítulo 42

—¿Que me amas? —tanteó.

—¿No es obvio? —le apretó la mano.

—De acuerdo, tal vez he sido espesa —reconoció ella—. ¿Me perdonas?

—Claro  que  te perdono si  buscas  ser  perdonada.  Oh,  y  no olvides  que  creí  en  nuestro bebé sin solicitar pruebas científicas —esbozó una leve sonrisa.

Paula también sonrió.

—Decididamente eso  fue un acto de  amor  —Pedro siempre  había  requerido  pruebas  científicas  para creer en  algo—.  Debí  darme cuenta  —entonces  su  cuerpo  se  sacudió— ¡Ay!

—¿Estás bien? —de inmediato se puso de pie.

—Sí, y también el bebé —le tomó la mano y la apoyó sobre su vientre—. El bebé se movió. Siéntelo.

—Eh,  aún no  es tu momento  —reprendió  Pedro—.  Deja  de  patalear  y  dale  un  respiro a tu madre... necesita descansar.

Y a Paula empezaron a cerrársele los ojos.Cuando despertó, Pedro se hallaba dormido en el sillón junto a la cama.

—¿Cómo te encuentras, cariño?

—Lista para irme a casa —le sonrió.

—El médico vino antes y te van a dar el alta. Tu tensión ha vuelto a la normalidad. Todo parece bien... igual que el bebé —añadió.

—Entonces, ¿Por qué sigues con cara de preocupación?

—No tiene nada que ver con el bebé, pero en las últimas horas han pasado muchas cosas.

—¿Mi padre? —Pedro asintió—. Cuéntame... necesito saberlo.

—Anoche  Fernando se  entregó  al  FBI.  Tenía  la  idea  descabellada  de  que  podrían  concederle  inmunidad  si  delataba  a  tu  padre.  Cuando  las  autoridades  llegaron  a  su  ático, se había ido.

—Bromeas —susurró Paula, cubriéndose la boca con la mano.

—No.  Al  parecer, la  casa  parecía  haber  sido  registrada  de arriba  abajo.  Faltaban  piezas... pequeñas pero muy valiosas, según lo que Fernando le contó a los federales... y los lienzos  habían  sido  sacados  de  los  marcos.   La  caja   fuerte  estaba   abierta   y   no   encontraron  por  ninguna  parte  el  pasaporte de  tu  padre.  Ha  escapado.  Después  de  verlo anoche,  él  sabía  que  irías  a  la  policía.  Finalmente  se  le  agotó  el  tiempo.  Probablemente empezó  a  idear   un   plan   de  escape   desde   el   momento   en   que   regresaste a casa.

Pedro continuó.

—Eso no es todo. Fernando le contó a las autoridades que tu padre organizó la muerte de un taxista de Bagdad y de la pobre Anita y luego hizo que quemaran los cuerpos en mi  coche  de alquiler  para  escenificar  mi  muerte.  De  modo  que  los  cargos  van  aumentando.  Desde  luego,  el  FBI  cree  que  Fernando desempeñó  un  papel  mucho  más  activo que él que él reconoce.

—No puedo  creerlo  —Paula movió  la  cabeza—.  Mi  mejor  amigo  y  mi  padre.  ¿Cómo  voy a poder volver a confiar en mi propia capacidad de juicio?

—Te casaste conmigo —señaló Pedro—. Ahí no te equivocaste.

—Tú eres diferente... tienes integridad. Hasta mi padre lo reconoció.

Pedro se sentó en el borde de la cama.

—Reconozco  que  siento  cierta  ambivalencia.  Tu  padre  es  lo  bastante  inteligente  como para ir a un país que no tenga tratado de extradición con los Estados Unidos. Y así  como  creo  que  debería  ser  encarcelado  por  lo  que  me  hizo  y  por  el  saqueo  de  inestimables piezas de museo, no puedo olvidar que siempre será tu padre.

Paula le rodeó el cuello con los brazos y lo besó.

—Gracias.

Él inclinó la cabeza para besarla.

Una  semana  más  tarde,  Paula se  detuvo  en  el  umbral  de  su  nuevo  y  más  espacioso  despacho. Había sido nombrada conservadora en funciones del museo después de que Ariel Daley hubiera dimitido. Pedro estaba sentado en el sillón detrás del escritorio.

—¿Qué haces aquí?

—Esperarte.  Iba  a llevarte  a  cenar  a  Fives  para  celebrarlo,  pero  ya  no  quedaban  mesas  libres  —empujó  el  sillón  y  se  incorporó,  poniéndose  la  chaqueta—.  ¿Tienes  hambre?

—Me  muero de hambre  —reconoció—.   Después de todo, somos dos para alimentar.

—Entonces, vayamos a buscar algo para que coman los dos —la tomó de la mano.

Se  decantaron  por  unos  perritos  calientes  en  un  puesto  en  una  esquina  cerca  de  Central Park.

—Demos un paseo por el parque —dijo Pedro.

Comieron mientras caminaban y al terminar se tomaron de la mano.No les sorprendió terminar en el roble donde Pedro se había declarado.

—Te amo, Pau. ¿Quieres casarte conmigo?

Con el corazón derretido, lo miró fijamente.

—Ya estamos casados.

—Pensé que tal vez podríamos renovar nuestros votos. ¿Qué dices?

—Sí —respondió sin titubear.

Pedro buscó en el bolsillo de la chaqueta antes de inclinarse para besarla. Luego se irguió.

—Dame tu mano.

Le  había  comprado  otro  anillo.  El metal  se  deslizó  por  su  dedo,  encajando  a  la  perfección. Bajó la vista y se quedó de piedra.Tres alianzas entrelazadas de oro brillaban en su dedo.

—¡Pedro!

—Fui a comprobarlo con la seguridad del museo...—... ellos no lo tenían. Lo sé porque fue el primer lugar al que me dirigí. ¿Dónde lo encontraste?

—Una  mujer  japonesa  lo entregó  en  la  comisaría  más  próxima  al  museo  —le sonrió—. Menos mal que se me ocurrió preguntarlo.

—Estaré  siempre  en  deuda  con  ella  —se  pasó  una  mano  por  el  estómago—.  Es  de  nuestra familia.

—Nuestra  familia  —convino  él,  apoyando  los  brazos  sobre  los  hombros  de  Paula—. Tú, el bebé y yo.



FIN

Eres Mía: Capítulo 41

Le dió un beso en el cabello a Paula.

—Cariño, sabes que voy a tener que llamar a las autoridades, ¿Verdad?

Ella guardó silencio durante largos segundos. Luego giró la cabeza y pedrosupo que su corazón estaba á punto de romperse.

—Pedro, siento tanto haber dudado  de  tí.  Pensé...  pensé  que  entre  papá  y  tú  solo  era un choque de dos personalidades fuertes. No ví lo que estaba pasando... cuánto te despreciaba.

—Representaba una amenaza para él.

—Es lo que él mismo dijo. ¿Podrás perdonarme algún día?

Sintió los primeros rayos de esperanza. Pero antes de poder contestarle, la cara de ella se desencajó y se llevó la mano al costado.

—Pedro.

El dolor. Ella se dobló sobre su regazo. Metió la mano en el bolsillo y sacó el móvil.

—¿Leonardo? ¿Samuel se ha ido a casa? —escuchó—. Necesito que traigas el Lincoln a la entrada. Vamos al hospital.

Paula giró la cabeza sobre la almohada cuando Pedro entró. Nunca lo había visto tan pálido.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó él con suavidad.

—Mucho  mejor  ahora  que  sé  que  el  dolor agudo  en  mis  costados  se  debía  a  un  ligamento en vez de a algo más grave. Y el bebé también está bien.

—Pero necesitas descansar. Tu tensión arterial es más alta que lo que debería, por eso te ingresaron. Aunque el equipo médico me ha informado de que ya ha empezado a mejorar —acercó una silla, se dejó caer a su lado y se cubrió la cara con las manos.

Paula le tocó la mejilla y de inmediato la tensión de sus facciones se suavizó. Eso hizo que ella pensara en lo que más le exacerbaba la tensión en ese momento.

—¿Sabes algo de mi padre? —preguntó con cierta vacilación.

—Paula... —apoyó  la  mano sobre  la  de  ella—.  El  FBI  va a  arrestarlo  —ella  cerró  los  ojos.  Cuando  los  abrió,  él  la  miraba  con  intensidad—.  Voy  a  estar a  tu lado...  pase  lo  que pase. No lo olvides.

Lo  que  decía  Pedro tenía  sentido.  Sus  prioridades  eran  el bebé  y  su  marido.  Su  padre  había tomado  unas  decisiones  con  cuyas  consecuencias  tendría  que  cargar  por  el daño que le había hecho a Pedro.

—Siempre estaré agradecida por  la  fortaleza  que  tuviste  para  volver  a casa conmigo.

—Hay que agradecérselo al amor —indicó él.

Paula se quedó boquiabierta.

—¿A-amor? —tartamudeó.

—¡Oh, Pau! —no pudo contener una risita—. Quizá no se me den bien las palabras, pero ya  te he dicho  que  siempre  has  sido  únicamente  tú.  ¿Qué  más necesitas que te diga?

Eres Mía: Capítulo 40

Miguel Chaves se alejó y se detuvo ante un pedestal con un bronce antiguo. Paula ni siquiera quiso pensar en la procedencia que también podía tener esa pieza.

—En  cuanto  conocí  a ese hombre supe que llegaría este  día  —tocó  el  bronce—.  Y  cuando tu marido regresó, intenté ganar tiempo. Traté de convencer a Ariel  de que no exhibiera  la  pieza...  le  dije  que  deberíamos  esperar  hasta  que  el  museo  pudiera  exponer todos los artículos juntos. Pero no quiso... y yo no pude revelarle la razón.

—¿O  sea  que  Ariel no  formó  parte  de  la  trama? 

—Ariel  autorizaba  todas  las  adquisiciones y comprobaba la procedencia de cada artículo.

—Creo que  tenía  sospechas.  Nunca  hizo  muchas  preguntas...  siempre  y  cuando  se  aportara  un  vestigio   legal  de  procedencia.   El   suficiente  para  cubrir   su   trasero   burócrata.

—Yo jamás sospeché nada.

—Eres  mi  hija.  Desde  luego,  nunca  quise  enredarte  en  el  lado  más  oscuro  de  mi  vida.

—Pero estabas dispuesto a dejar que me casara con Fernando, sabiendo que él lo intuía todo.

Su padre le dedicó una sonrisa triste.

—Pensábamos parar estando en la cima. Cuatro años atrás nos acercábamos a ese punto. Si Pedro no hubiera empezado a hacer preguntas o hubiera ido a Irak en busca de las respuestas, las cosas habrían podido ser distintas. La máscara iba a ser nuestra jubilación.

—No culpes a Pedro. Y no funcionó de esa manera... Fernando está en la bancarrota.

—En  los  últimos  años  ha  desarrollado  un  problema  con  el  juego.  De  modo  que  en  Pedro elegiste al mejor hombre, después de todo —reconoció su padre con un suspiro.

—Lo que no entiendes es que lo amo. Para mí solo existe Pedro. No Fernando. Ni nadie más. Nunca.

—Ese hombre frío  te  ama.  Deberías  recordarle  que  soy  tu  padre...  que  si  me  denuncia quedarás destrozada.

—No  me  pidas  eso —suplicó—.  Ni  siquiera  por  mí  —supo  que  había  llegado  el  momento de crecer.

Ya no era la niña de papá y no haría eso por él.Su padre la abrazó con fuerza.

—Sin  importar  cómo  termine  esto,  nunca  olvides  que  te  quiero.  Eres  la  mejor  hija  que podría tener un hombre.

Un  vistazo  a  la  expresión  de  Paula hizo  que  contuviera  las  preguntas  que  quería  hacerle,  la  tomara  en  brazos  y  la  condujera  al  despacho.  Se  sentó,  la  acomodó  en  su  regazo y observó los ojos pesarosos.

—¿Qué ha pasado?

—Otra vez tenías razón... —enterró la cara en la pechera de su camisa.

—Preferiría  equivocarme  todas  las  veces  si  tener  razón  te  deja  así  —no  soportaba  ver tanto dolor.

—¡Oh, Pedro! —tembló en sus brazos—. Fui a ver a mi padre.

De haber sabido que iría a enfrentarse a su padre, habría movido cielo y tierra para estar a su lado. Pensó que nadie tendría  que enfrentarse  a   lo que él  se  enfrentaba  en   ese   momento. Hacer lo correcto podía costarle su felicidad. Su esposa. Su bebé. Su familia. Todo por lo que había luchado los últimos cuatro años.También podía guardar silencio... y dejar que Miguel se fuera libre.Sin embargo, sabía que no podía ser el hombre que consideraba que era si permitía que Miguel , y Fernando, siguieran impunes.

Eres Mía: Capítulo 39

Se quedó de piedra. Nunca había visto ese lado amargado y venenoso de su padre.

—Siempre has tenido mi inquebrantable lealtad —hasta ese momento—. Fernando me contó  que  tú sabías que  la única  razón  por  la  que quería  casarse conmigo  era  porque  estaba en la ruina.

—¡No es verdad! Fernando siempre ha querido casarse contigo... habría sido el marido perfecto si ese otro canalla no hubiera interferido.

—Yo me enamoré de Pedro.

—¡Amor!

—Al menos a Pedro no hubo que sobornarlo para que se casara conmigo —ante la expresión atónita de  su padre,  continuó implacable—:  Sí,  Fernando me  contó  que  le  ofreciste un estímulo.

—Es lo que deberías haber hecho en todo momento... todo habría encajado.

Se mostró asombrada.

—¿Por eso intentaste matar a Pedro? ¿Para que yo quedara libre para casarme con Fernando? —sintió  náuseas.  Comenzó  a dars  la  vuelta—.  Debería  irme  a  casa  —la  voz  baja de su padre la detuvo.

—No lo entiendes, Paula. Iba a destruirme... junto con todo lo que había levantado.

—¿A qué te refieres? —giró en redondo.

—Lo supe nada más presentármelo. Pedro es más agudo que un cuchillo... ve cosas que  la  mayoría de la  gente  no  nota.  Es  un  canalla frío  e  inteligente.  Ese  cerebro  analítico  que  tiene  enlaza  información  y  escupe  la  respuesta.  Había  vivido  en  Irak  y  Afganistán. Entendía el comercio de antigüedades de Oriente Medio... a los jugadores, el mercado negro, el mercado legítimo. Y encima, tenía ese don peculiar de reconocer un fraude a simple vista... y su capacidad de recordar información sobre las piezas más oscuras era formidable. Supe que solo sería cuestión de tiempo.

La confusión de Paula se convirtió en certeza... y amarga decepción.

—Estás  involucrado  en  la  compra  de  piezas  robadas.  Te defendí  —comentó  con  tristeza—. Le dije a Pedro que tú jamás participarías en algo así —qué ciega había sido su lealtad—. No te conozco para nada, ¿Verdad?

Le  debía  una  disculpa  a  Pedro.  Él  tenía  razón.  Era  demasiado  ingenua  para  dejarla  obrar por su cuenta. Su padre abrió los brazos.

—Intenté evitarte la noticia de su muerte, querida. Si hubieras creído que tu marido te había abandonado por otra mujer y te hubieras divorciado, habría sido... más fácil.

—Pero  yo  jamás  me  creí  eso.   Lo que  significó  que  debías  procurarte  otro   escenario...  y  ahí  es  donde  intervienen  tus  «investigadores»  y  la  muerte  de  Pedro en  un accidente de coche en el desierto con una amante inexistente. El problema fue que los hombres que contrataste para matarlo solo lo secuestraron... y lo mantuvieron vivo como seguro. Así que arreglaste una condena de muerte sobre los secuestradores... y su víctima. De haber tenido éxito, jamás me habría enterado de que habías intentado ejecutar a mi marido.

—Una vez iniciado el proceso, creció como una bola de nieve.

Había sido tan ingenua. Tuvo ganas de llorar. Pero con eso no lograría nada.

—Papá... Pedro ha visto la Dama del templo y sabe cuál es su procedencia original. No me cabe duda de que irá al FBI.

Eres Mía: Capítulo 38

—¿Afirmas  que  adquirimos  un   artículo  robado?   ¿Que  las  piezas  nunca  se   compraron al amigo de mi padre? Es una acusación muy seria.

—Hace  cuatro  años,  Candela y  yo  le  solicitamos  al  Museo  de  Irak  permiso  para  fotografiar esa máscara... y cierto número de piezas de la misma colección. Mi petición fue rechazada con cierta brusquedad —enarcó una ceja—. ¿Coincidencia? No lo creo.

—Hace cuatro años. Pero eso... abrió los ojos.

Él asintió.

—Mi  curiosidad  se  despertó.  Empecé  a  hacer  preguntas.  Ya  había  contratado  a  Candela para  que  realizara  algunas  investigaciones  para  mí...  acerca  de  una  pequeña  tableta que había visto en este museo, y cuya procedencia Alan me había garantizado que era segura. Me recordó notablemente a una tableta que había visto en Estambul y eso  me  molestó.  Cuanto más ahondaba,  más  dudaba  de  que  la  máscara  hubiera  regresado alguna vez al Museo de Irak desde Estambul.

—¿Podrías  confirmar  si  alguna  vez  se  informó  del  robo  de  la  tableta  o  de  la  máscara?

Pedro movió la cabeza.

—Pero  es  evidente  que  alguien  sabía  que  yo  había  mostrado  interés  en  esa  pieza.  Alguien que estaba al tanto de los robos. Y ese alguien iba en serio.

—¿Qué quieres decir? —inquirió conmocionada.

—Desde entonces a Candela no se la ha visto... sospecho que está muerta —observó la galería como  si temiera que  pudieran  oírlos—.  Podemos discutir  más  sobre  el  tema  esta noche... una vez hayan terminado las festividades.

—No —quería llegar al fondo de esa revelación perturbadora—. Esto es demasiado importante para demorarlo. Vayamos a mi despacho.

Una vez allí, Pedro cerró la puerta a su espalda.Paula fue hacia la ventana que daba al patio lleno de gente y al final se volvió hacia él con el rostro lleno de confusión. Él comenzó a hablar.

—Desde que mencionaste que te dieron mi anillo, eso no ha parado de dar vueltas en mi cabeza. Fue muy oportuno el modo en que apareció como una prueba cuando tú te   negaste a  aceptar  cualquier otra explicación —entrecerró  los  ojos—.   Me secuestraron hace casi cuatro años. Pero el anillo me lo arrancaron del dedo en agosto pasado.

Ella sintió que se le ponía la piel de gallina.

—Eso significaría... —su voz se apagó.

—Que todo el tiempo alguien que podía poner ese anillo en tus manos sabía lo que de   verdad me había sucedido. Ciertamente, alguien  sabía  que  Akam me  tenía   prisionero...  lo  que  bastó  para  ponerlo  a  este  extremadamente  nervioso.  Por  eso  me  mantuvo con vida en vez de matarme, tal como le habían ordenado.

—Lo que sugieres es imposible —afirmó Paula espantada.

—Diabólico,  sí.  ¿Imposible?  No  estoy  tan  seguro  —se  encogió  de  hombros—.  Pero  espero que tengas razón.

—¡Papá! —su padre jamás juraba en presencia de mujeres.

Retrocedió un paso con la carpeta pegada al pecho.Donald Tomlinson se puso de pie.

—No te alejes de mí de esa manera. Tú no lo crees, ¿Verdad?

—Yo... no lo sé —tartamudeó.—¿No estás segura? ¿Le creerías a él antes que a mí?

Aguijoneada por el dolor, cruzó los brazos sobre su vientre.

—Ya no sé qué ni a quién creer. Oh, papá, estoy tan confusa.

Cuando él abrió los brazos, Paula titubeó.

—Le crees a él.

—Convénceme de que es mentira —suplicó.

—¿Convencerte? Soy tu padre. ¿Dónde está tu lealtad? ¿Quién te crió? ¿Quién fue padre  y  madre  para tí después de que  esa  zorra  nos  dejara  por  otro  hombre  y  sus  hijos?

Eres Mía: Capítulo 37

Pedro se detuvo.

—¿De dónde ha salido?

—De la misma colección que el jarrón que hay en la parte de atrás del museo. Yo la llamo  la  Máscara de la dama  del  templo.  Sospecho  que  debía  de  estar  en  uno  de  los  templos de Inanna.

—¿El viejo amigo de tu padre se la vendió al museo?

El tono en la voz de Pedro hizo que Paula lo mirara fijamente.

—Así es —respondió con normalidad.

—A  veces  he  pensado  que  todas  las  antigüedades  deberían  permanecer  en  sus  países de origen.

—Con ese razonamiento, los Mármoles de Elgin deberían volver a Atenas.

—Quizá sí —se encogió de hombros.

—¡Pedro!

—No  es  ninguna  herejía  —defendió  su  postura—.  Los  griegos  llevan  una  eternidad  tratando de que  se  los  devuelvan...  igual  que  los  egipcios  han  tratado  de  recuperar  la  piedra roseta. Los objetos pertenecen a sus propios países y sus propias culturas.

—Pero  hay  ocasiones  en  que  necesitamos  proteger  tesoros  de  otras  culturas...  tesoros que son importantes para toda la humanidad.

—Proteger... no robar —musitó Pedro.

—¿Qué quieres decir con eso?

—¿No lo sabes? —enarcó una ceja.

—Deja de hablar en acertijos.

La observó largo rato.

—O  te  has  convertido  en  una  mentirosa  consumada,  cosa  que  no  creo,  o  sigues  siendo demasiado ingenua como para darte libertad por tu propio bien.

—He crecido.

Eso hizo que Pedro sonriera.

—No  crezcas  demasiado.  La  ingenua  de  los  ojos  muy  abiertos  es  parte  de  tu  encanto.

Paula no supo si sentirse divertida u ofendida.

—¿Qué consideras que mi ingenuidad no es capaz de entender?

—¿No te resulta curioso  que  un  coleccionista  tenga  tantas  piezas  de  primera  categoría indocumentadas?

—Están  bien  documentadas  y  su  procedencia  se  puede  rastrear  hasta  antes  de  1970.  ¿Desde  cuándo  una  antigüedad  legítimamente  comprada  se  ha  convertido  en  robo,  Pedro?  ¿Y  dónde te deja eso a tí?  Dedicaste  una  década  a  amasar  una  considerable  fortuna  comerciando  con  antigüedades.  ¿Llamarías  robo  a  todas  esas  transacciones?

—Trabajé  muy  exhaustivamente  para  asegurar  que  jamás  comerciara  con  objetos  robados y artículos del mercado negro. Tú en particular deberías saberlo. Sí, hacía que fuera difícil encontrar mercancía legítima, pero, como te dije hace tantos años cuando compré  esa  tableta...  —con  el  pulgar  indicó  la  dirección  de  un  expositor—  era importante para mí.

—¿Qué quieres dar a entender?

—Hace diez años, cuando estaba en una misión de reconocimiento con las Fuerzas Especiales,  asistí  en  Estambul  a  una  exposición  de  objetos  nunca  antes  expuestos.  Ya  conocía  a  Candela...  ella  me  consiguió  una  invitación.  Algunos de los  artículos  los  había  enviado el Museo de Irak. Había una máscara de mármol realmente única, como nunca antes  o  después  he  vuelto  a  ver...  Sin  embargo,  ahora  encuentro  aquí  una  gemela  idéntica de esa pieza.

Paula comprendió que hablaba de su Dama del templo.

—Eso es imposible  —pero  el  corazón  comenzó  a  martillearle  en  el  pecho—.  Según  la documentación, la máscara lleva más de cincuenta años en los Estados Unidos.

Pero  Pedro no  mentía.  Su  reputación  se  cimentaba  en  el  conocimiento  y  la  integridad.  Y  sugerir  que  la  pieza  era  una  gemela  sería  ridículo...  En  particular  dada  la  situación similar del jarrón que se parecía al Jarrón de Inanna.

jueves, 15 de febrero de 2018

Eres Mía: Capítulo 36

—Entonces, ¿Quién te quería muerto?

—Todavía no lo sé  —respondió  con  tono  lóbrego,  aunque  tenía  sus  sospechas—. Pero lo averiguaré.

Paula le había tomado la mano y la sostenía como si no fuera a soltársela jamás.

—Los  investigadores  incluso  tenían  una foto de  los  restos  del  accidente  en  tu  historial... hacía que muriera un poco por dentro cada vez que la miraba.

—Estoy aquí —la consoló.

—¿Fue totalmente falso? ¿O un hombre y una mujer murieron en el desierto?

Eso lo sorprendió.

—¿Un hombre y una mujer?

—Supuestamente, Candela y tú. ¿Has estado en contacto con ella desde tu regreso?

Pedro percibió su tensión mientras esperaba la respuesta.

—No. Quizá es hora de que hable con tus investigadores. ¿Cómo los encontraste?

—Mi padre. Los conocía por Fernando, quien había recurrido a ellos para su negocio de importación-exportación —abrió  mucho los ojos—.   ¿No  creerás que Candela haya   podido...? —la pregunta permaneció inconclusa.

—No lo sé —pero no pudo contener la furia que surgió ante la participación de Hall-Lewis.  Otra  vez—.  Después de que haya hablado  con  esos  investigadores, sospecho  que tendré que ausentarme durante unos días para realizar algunas comprobaciones.

—¿Vas a volver a Bagdad? —en sus ojos había un temor descamado.

—Puede que no haga falta —le besó la parte superior de la cabeza, luego liberó una mano y la apoyó en su estómago—. Tú necesitas velar por júnior. Como mucho, estaré fuera  una  semana...  me  aseguraré  de  regresar  para  el  festival del  museo.  Y  en  esta  ocasión te prometo que el anillo no abandonará mi mano.


El Festival se hallaba en pleno apogeo cuando Paula recibió la llamada de Pedro para comunicarle  que  ya  había  vuelto.  Eran  pasadas  las  doce  y  ella  había  empezado  a  pensar que no lo conseguiría. Su corazón experimentó un inmenso regocijo. Por  toda  la  Quinta  Avenida  reinaba  un  aire  festivo.  Con  la  calle  bloqueada  y  las  orquestas tocando en la calle, a Paula la atmósfera le resultó contagiosa.  De modo que cuando  vió  a  Pedro bajar  de  un  taxi  y  observar la cola  larga  que aún  aguardaba  para  entrar en el museo, se apresuró a ir a su encuentro. Con  su elegante  traje  italiano  y  su  impecable  afeitado,  se lo  veía  atractivo  y  cosmopolita.

—Ya has pasado por casa.

—Para quitarme el polvo del viaje —la alzó en brazos y dió una vuelta con ella antes de  plantarle un beso  en  los  labios—.  Te he echado de menos  —comentó  pasado  un  largo rato.

Cuando la dejó en el suelo, lo estudió.

—¿Estás bien?

Él asintió.

—Estoy listo para hablar. Pero primero quiero ver lo que has hecho en el museo.

Paula se mostró entusiasmada.

—¡Ha sido un día fantástico! —tomándolo de la mano, lo llevó más allá de una fila de  gente  que  esperaba  y  subieron  a  la  primera  planta,  a  la  espaciosa  galería  del  ala  oeste.

Se había formado una multitud.

—Ven, quiero que veas algo.

Lo  condujo  hasta  el  expositor  principal,  y  entonces  se  hizo  visible  la  gloriosa  máscara de mármol que contenía.