martes, 24 de junio de 2025

Chantaje: Capítulo 8

Paula habría querido que el fotógrafo dejara de una vez de hacer destellar su flash. Si seguía así, su dolor de cabeza se iba a acabar conviniendo en una auténtica migraña. Afortunadamente, la fiesta estaba a punto de terminar. Solo quedaban algunos rezagados que querían aparecer en las fotos. Pedro, la principal causa de su dolor de cabeza, estaba charlando con su padrastro. Decidida a mantener la calma, se ocupó de apilar unos platos en la mesa de los postres.


—Deberías dejar que se ocuparan de eso los miembros del catering —dijo Delfina—. Para eso les paga.


—No me importa. Además, cobran por horas —Paula siguió amontonando platos, más que nada para quemar los nervios que había despertado en ella el beso de Pedro.


—Eso no significa que tengas que deslomarte trabajando. Vete a casa.


Paula no estaba lista para quedarse a solas con Pedro. Todavía no. Pero, a juzgar por la firmeza de su expresión, no parecía dispuesto a desaparecer de su vida así como así.


—Me quedó aquí contigo —dijo—. Sin discusiones.


—Al menos toma un poco de tarta. Está tan buena que me da igual que tengan que ajustarme el traje de novia —Delfina dió ejemplo tomando un trozo de tarta. Se relamió y luego miró a Pedro—. Estás llena de sorpresas, hermanita.


—Ya lo has dicho antes —replicó Paula.


Era raro que alguien la acusara de estar llena de sorpresas. Ella siempre había sido la sensata, la firme, la que suavizaba las cosas cuando su hermana pequeña se ponía a llorar.


—Pero es cierto. ¿Qué te traes entre manos con tu novio Alfonso? —Delfina señaló con su plato a Pedro que parecía cómodo y relajado con su traje de chaqueta, a pesar del calor que reinaba en Florida en mayo.


Antes, Paula encontraba fascinante su actitud constantemente despreocupada, pero ahora le resultaba un tanto irritante… Sobre todo teniendo en cuenta que no lograba olvidar el beso que le había dado. Se obligó a dejar las manos quietas apoyándolas en la mesa junto a Delfina, que le sacaba por lo menos diez centímetros. Su curvilínea hermana se parecía más a su rubio padre que a su madre. Pero ambas tenían los largos dedos de su madre. Lamentó no tenerla a su lado en aquellos momentos, e imaginó cuánto debía dolerle a Delfina no contar con ella para organizar los preparativos del día más importante de su vida.  La repentina muerte de su madre a causa de una reacción alérgica fue un mazazo para todos. Paula estuvo aturdida todo el funeral, y permaneció en un estado parecido mientras estuvo en España estudiando… Hasta que acabó en la cama de Pedro. Al despertar la mañana después con aquel anillo en el dedo sintió que empezaba a resquebrajarse por primera vez el muro que había alzado en torno a su pena y apenas pudo esperar a estar fuera de la casa de él para romper a llorar. Aquello le hizo pensar de nuevo en el dilema de Pedro. ¿Qué se traía entre manos? ¿Por qué se había presentado allí cuando podría haberse limitado a enviar a un abogado?


—Su aparición esta noche ha supuesto una completa sorpresa para mí.


—Nunca me habías hablado de él —dijo Delfina.


Paula ni siquiera había mencionado su relación laboral con Pedro Alfonso porque había temido que pudieran captar en su voz lo que apenas admitió ante sí entonces, y mucho menos ahora.


—Como he dicho antes, tú y tu boda son las protagonistas en estos momentos. No querría hacer nada que pudiera distraerte de eso.


Delfina chocó juguetonamente un hombro contra el de su hermana.


—¿Te importa dejar a un lado durante un rato tu personalidad altruista para que podamos cotillear sobre esto como auténticas hermanas? A fin de cuentas estamos hablando de un Alfonso. ¡Te estás relacionando con la realeza norteamericana!


—¿Y quién no querría cotillear sobre eso? —dijo Paula en tono irónico.


—Al parecer, tú —replicó Delfina—. El cielo sabe que yo ya habría convocado una rueda de prensa.


Paula no pudo contener la risa. Delfina tenía sus defectos, pero nunca pretendía ser alguien que no era. Lo que le hizo sentirse como una hipócrita, ya que ella se dedicaba a ocultarse de sí misma a diario. Dejó de reír.


Chantaje: Capítulo 7

Miguel Chaves redobló su atención al escuchar aquello.


—¿Alfonso? ¿Cómo los Alfonso de Hilton Head, en Carolina del Sur?


—Sí, señor. Esa es mi familia.


—Yo soy Miguel Chaves, el padre de Paula.


Pedro contuvo su irritación ante el evidente interés que había despertado su apellido. Apreciaba las ventajas que había supuesto para él el contar con el dinero de su familia, pero prefería labrarse su propio camino en la vida. Pero hacía tiempo que había aprendido a tratar con tipos interesados en el dinero como aquél. Un fotógrafo que había bajado del barco siguiendo al padre de la novia empezó a sacar fotos. Paula hizo lo posible por ocultarse tras Pedro. Sonriendo de oreja a oreja, Miguel se apartó a un lado para que el fotógrafo tuviera mejor perspectiva. Delfina tomó a su prometido del brazo y se acercó a Pedro y a Paula.


—¿Cuándo conoció a Paula, señor Alfonso? Estoy segura de que la encargada de la sección de noticias locales de nuestro ilustre periódico querrá todos los detalles al respecto.


—Llámame Pedro, por favor —dijo éste con una sonrisa—. Conocí a Paula el año pasado, mientras estaba haciendo sus estudios en el extranjero. Me resultó imposible olvidarla… Y aquí estoy.


Cada palabra era cierta, y Pedro sintió el discreto suspiro de alivio que Paula dió a su lado. Delfina soltó el brazo de su prometido y se situó junto a su hermana para la siguiente ronda de fotos.


—Eres una caja de sorpresas, cariño —murmuró junto al oído de Paula.


Paula sonrió, tensa.


—No por elección. Además, ésta es tu noche. No quería hacer nada que te quitara el protagonismo.


Delfina le guiñó un ojo y luego miró a Pedro de arriba abajo.


—Si fuera mi cita, yo estaría disfrutando con tanta atención por parte de la prensa.


¿Qué clase de familia era aquélla?, se preguntó Pedro mientras ceñía una vez más a Paula contra su costado para hacer ver a Delfina que no le agradaban sus comentarios. Esta se limitó a sonreír y a agitar juguetonamente su pelo rubio en torno a sus hombros. Su ingenuo novio no pareció darse cuenta de nada. Paula ocultó el rostro en el hombro de Pedro, que se dispuso de inmediato a consolarla… Hasta que se dió cuenta de que no estaba disgustada. Sólo se estaba ocultando de la cámara y los flashes del fotógrafo, que no hacía más que sacar fotos. Delfina alargó una mano hacia su hermana.


—Vamos, sonríe a la cámara. Llevas, toda la noche ocultándote aquí fuera y no me vendría mal un poco de diversión y algunas fotos interesantes que añadir al álbum de mi boda.


Paula se quitó la goma que sujetaba su cola de caballo y la sedosa capa de su melena negra cubrió sus hombros y espalda. A Pedro nunca le había parecido que fuera especialmente coqueta o presumida, pero la mayoría de las mujeres que conocía se arreglaban para las fotos. Incluso sus tres cuñadas solían pintarse los labios antes de una conferencia de prensa. Pero al fijarse más detenidamente comprendió que estaba utilizando el pelo como cortina. Era posible que el fotógrafo estuviera haciendo sus fotos, pero no iba a obtener una imagen clara del rostro de ella. Pedro fue consciente en aquel momento de que el problema que había entre ellos era más complicado de lo que imaginaba. Sabía que Paula quería mantener en secreto su parentesco con la realeza. Eso era lógico y respetaba su derecho a vivir como quisiera. Pero hasta ese momento no había comprendido hasta dónde estaba dispuesta a llegar para proteger su anonimato… Lo que suponía un molesto inconveniente. Porque, como miembro de la familia Alfonso, él siempre podía contar con llamar la atención de la prensa. Quería vengarse, pero no necesitaba desvelar el secreto de Paula para hacerlo. Tenía formas mucho más tentadoras de apartarla definitivamente de su cabeza. 

Chantaje: Capítulo 6

Paula se quedó momentáneamente sorprendida. ¿Le estaba dejando ir? ¿Pero no acababa de decir que iban a aclarar las cosas cara a cara? Pero no podía perder el tiempo preguntándose por qué había cambiado de opinión. Salió de la limusina y se volvió en el último segundo para decir adiós a Pedro. ¿Por qué se le encogía el estómago ante la idea de no volver a verlo? Pero al girar sobre sus talones chocó de lleno contra el pecho de Pedro. Al parecer, él también había salido de la limusina. El viento llevó hasta ellos las voces de la fiesta de compromiso, pero apenas registró ese hecho mientras él inclinaba su moreno rostro hacia ella. Antes de que pudiera respirar o protestar, la boca de Pedro cubrió la suya. Paula trató de mantener los ojos abiertos, pero acabó cerrándolos. Sintió el contacto de los labios de él en los suyos, de su lengua. Alzó instintivamente las manos y las apoyó en su pecho. Había algo muy especial en los besos de Pedro Alfonso, pero trató de pensar racionalmente en lugar de dejarse llevar por las sensaciones que evocaba en ella. Totalmente en control de la situación, Pedro deslizó una mano hasta su cintura… Donde todo el mundo podía verla.


Paula comprendió que estaba montando aquella escena para los asistentes a la fiesta. La indignación y la rabia que sintió aplacaron el desea que estaba experimentando. Empezó a apartarse, pero reconsideró la situación. El daño ya estaba hecho. Todos los asistentes a la fiesta habían sido testigos del beso… Y seguro que asumirían lo peor. Ya puestos, más le valía aprovecharse de la oportunidad para sorprender a Pedro… Y para vengarse un poco por haber escenificado aquel encuentro en lugar de haberse limitado a ponerse en contacto con ella a través de sus abogados. Deslizó los brazos en torno a su cintura, aunque nadie podía verlo por detrás. Pero lo que estaba a punto de hacer no era para que lo viera todo el mundo. Era sólo para Pedro. Apoyó ambas manos en sus glúteos. Él parpadeó, sorprendido. Estuvo a punto de apartarse, pero sus sensaciones se adueñaron de él. Aquel beso no estaba yendo como lo había planeado. Desde luego, no esperaba que Paula tomara el control del juego que había iniciado él. Había llegado el momento de volver de nuevo las tornas. El viento llevó hasta ellos las voces de sorpresa procedentes del barco. Pedro apoyó una mano tras la nuca de Paula y deslizó la lengua por el contorno de sus labios. Lo hizo una sola vez, pero al parecer bastó para que la respiración de Paula se agitara y su cuerpo se ciñera al de él como si se hubiera vuelto gaseoso. Quería llevar aquel encuentro más allá, pero no allí. No en público. Y sabía que si sugería que volvieran a la limusina, volvería a razonar y se negaría. De manera que, a pesar de sí mismo, dio por terminado el beso.  Se apartó de ella sin retirar las manos de su cintura, por si decidía escapar… O abofetearlo.


—Terminaremos esto más tarde, princesa, cuando no haya público.


Cuando pudiera llevar aquello a la conclusión natural que su cuerpo exigía. Y cuando Paula consintiera realmente y no estuviera limitándose a seguir un impulso. Era posible que hubiera planeado aquel beso para que la familia de ella fuera consciente de su relación, pero lo cierto era que sus instintos casi se habían adueñado de su voluntad. No podía irse sin pasar una noche más en la cama con ella. Paula frunció los labios, como conteniendo una respuesta, pero sus manos temblaban cuando las retiró de la cintura de Pedro para apoyarlas en su pecho. Él vió por encima de su hombro que un pequeño grupo bajaba del barco y se acercaba hacia ellos por el muelle. Gracias a las fotos que le había facilitado el investigador que había contratado, reconoció a Miguel Chaves, el padrastro de Paula, a su hermana Delfina y a Luca, el prometido de ésta. Paula se inclinó hacia él y susurró:


—Vas a pagar por esto.


—Shhh —Pedro la besó rápidamente en la frente—. No queremos que tu familia nos vea peleando, ¿No? —dijo a la vez que la ceñía contra su costado.


Paula se puso tensa.


—No estarás planeando hablarles…


—¿Sobre tu padre?


Los ojos de Paula brillaron con una mezcla de enfado y temor.


—Sobre tus teorías. Respecto a tí y a mí.


—Mis labios están sellados, princesa.


—Deja de llamarme así —murmuró Paula entre dientes mientras sus familiares se acercaban.


—Ambos sabemos que es cierto. No tiene sentido seguir negándolo. Lo único que falta por saber es hasta qué punto estás dispuesta a llegar para mantenerme en silencio.


Paula se quedó boquiabierta.


—No puedo creer que…


—Ya es tarde para hablar, Paula —dijo Pedro mientras volvía a estrecharla contra su costado—. Puedes fiarte de mí, o no hacerlo.


Un instante después, el grupo que se acercaba se detuvo ante ellos. Pedro ofreció su mano al padrastro de Paula.


—Siento haber llegado tarde, señor. Soy la cita de Paula para la fiesta de esta noche. Me Llamo Pedro Alfonso. 

Chantaje: Capítulo 5

Apartó la mirada de la tentadora curva de la boca de Pedro, una boca que le produjo un intenso placer explorando cada centímetro de su piel aquella noche…


—Todo el mundo sabe que el rey Enrique ya no vive en San Rinaldo. Nadie sabe con exactitud adonde fue con sus hijos. Sólo existen rumores.


—Rumores de que está en Argentina —Pedro se apoyó contra el cómodo respaldo del asiento, aparentemente relajado.


Paula recordó el día que lo conoció. Acababa de unirse a un grupo de restauración con el que tenía que hacer unas prácticas para una asignatura. Pedro estaba examinando unos planos con otro hombre en la obra. Al principio pensó que trabajaba con el grupo, lo que llamó su atención. Pero ya era tarde cuando descubrió quien era realmente. Un Alfonso, un miembro de toda una dinastía financiera y política. Ella apartó la mirada.


—No sé nada de eso.


Después de tanto tiempo, mentirle resultaba fácil.


—También parece que ni tú ni tu madre han estado en Argentina, pero no es eso lo que me preocupa —Pedro miró a Paula hasta que ésta se vió obligada a devolverle la mirada—. Me da igual dónde vivan tus padres auténticos. Lo único que me preocupa es que me mentiste y eso ha frenado en seco el proceso de nuestro divorcio.


Paula lo miró con gesto desafiante.


—No sé por qué te preocupas tanto. Si lo que dices es cierto, nuestro matrimonio sería nulo y por tanto no necesitamos el divorcio.


—Me temo que no es así. Me he informado. Puedes estar segura de que somos legalmente marido y mujer —Pedro deslizó los dedos por el pelo de Paula hasta dejar la mano apoyada en su cadera. 


Ella se esforzó para no apartarse… Y para no acercarse. Tomó a Pedro por la muñeca y le retiró la mano con firmeza.


—Acúsame de abandono. O si quieres te acuso yo. Me da igual mientras las cosas se resuelvan rápidamente y con discreción. Nadie de mi familia está al tanto de mi… Impetuosa boda.


—¿No quieres discutir quién se queda con la porcelana y quién con las toallas?


Aquello ya era demasiado. Paula golpeó la ventanilla que los separaba del conductor hasta que se abrió.


—Lléveme de vuelta al muelle, por favor.


El conductor miró a Pedro, que asintió secamente. 


Su autocrática actitud hizo que Paula quisiera gritar de frustración, pero no quería montar una escena. ¿Cómo era posible que aquel hombre tuviera el poder de hacerle hervir la sangre? Ella era una maestra de la calma. Todo el mundo lo decía, desde los miembros de la junta administrativa de la biblioteca hasta su profesor de atletismo en el colegio, que nunca logró convencerla para que fuera demasiado deprisa. Esperó a que la ventanilla se cerrara para volverse hacia Pedro.


—Puedes quedarte con todo lo poco que poseo si detienes esta locura ahora. Discutir no nos va a llevar a nada. Haré que mi abogado revise los papeles del divorcio.


Aquello era lo más que pensaba acercarse a admitir que Pedro había dado con la verdad. Desde luego, no podía confirmarlo sin que su abogado viera las pruebas que pudiera tener. Había demasiadas personas en juego. Aún había por ahí gente perteneciente al grupo que trató de asesinar a Enrique Medina y que asesinó a su mujer, la madre de sus tres hijos legítimos. Enrique ya era viudo cuando conoció a la madre de Paula en Florida, pero no se casaron. Ésta le dijo muchas veces a su hija que fue ella la que no quiso adaptarse a la forma de vida de la realeza, pero los labios le temblaban siempre que lo decía. En aquellos momentos, Paula comprendió a su madre más de lo que nunca podría haber imaginado. La relaciones eran muy complicadas… Y dolorosas. Afortunadamente, la limusina se estaba acercando de nuevo al muelle, pues ella no sabía cuánto tiempo más iba a poder aguantar aquella noche. El vehículo se detuvo junto a la entrada.


—Si eso es todo lo que tienes que decirme, Pedro, tengo que volver a la fiesta. Mi abogado se pondrá en contacto contigo a comienzos de la semana que viene — dijo Paula, y a continuación alargó la mano hacia la manija de la puerta para, salir. Pedro apoyó una mano en la de ella.


—Un momento. ¿De verdad crees que voy a perderte de vista tan fácilmente? La última vez que lo hice me dejaste plantado antes de comer. No pienso perder otro año buscándote si decidieras desaparecer de nuevo.


—No desaparecí. Vine a Pensacola —Paula trató de liberar sus manos, pero Pedro no se lo permitió—. Aquí puedes encontrarme.


De hecho, podría haberla encontrado a lo largo de los últimos meses si hubiera querido. Las primeras semanas tuvo esperanzas, pero el pánico se adueñó de ella mientras luchaba contra su deseo de ponerse en contacto con él. Ahora ya no tenían motivo para hablar.


—Ahora estoy aquí —dijo Pedro a la vez que le acariciaba la mano—. Y vamos a arreglar este asunto cara a cara.


—¡No!


—Sí —dijo Pedro a la vez que abría la puerta del coche. 

jueves, 19 de junio de 2025

Chantaje: Capítulo 4

Pedro tenía que estar bromeando, se dijo Paula, tensa. Se había esforzado realmente por no dejar rastro. Su madre le había advertido de lo importante que era que tuviese cuidado, que se mantuviera por encima de todo reproche, que nunca atrajera en exceso la atención. Miró distraídamente por la ventanilla. Realmente parecía que el conductor estaba conduciendo sin destino, que no se dirigía a ningún sitio concreto… Como el hotel de él.


—Firmamos los papeles del divorcio —dijo.


Pedro entrecerró sus intensos ojos azules.


—Al parecer olvidaste decirme algo, un secreto que has mantenido celosamente guardado todo este tiempo.


Paula se mordió el labio para reprimir las impulsivas palabras que tenía en la punta de la lengua mientras se recordaba que debía estar agradecida por el hecho de que Pedro no hubiera descubierto su más reciente secreto. El estómago se le encogió a causa de los nervios. Trató de calmarse respirando profundamente, pero debía enfrentarse a una verdad que había aprendido hacía tiempo. Sólo podía relajarse trabajando en la biblioteca.


—¿Qué secreto?—preguntó, siguiendo la arraigada costumbre de la negación. Hasta entonces nadie había sacado aquel tema, de manera que su estrategia había funcionado—. No sé de qué estás hablando.


Pedro no ocultó su irritación.


—¿Es así como piensas llevar el asunto? De acuerdo —se inclinó hacia Paula, a la que no se le pasó por alto el aroma de su loción para el afeitado, aroma que aún no había olvidado—. Olvidaste mencionar a tu padre.


—Mi padre es un recaudador de impuestos en Pensacola, Florida, y hablando de Florida, ¿Por qué no estás en tu casa de Hilton Head, en Carolina del Sur?


—No hablo de tu padrastro, sino de tu padre biológico.


Pedro trató de disimular el estremecimiento que recorrió su cuerpo.


—Ya te hablé de mi padre biológico. Mi madre estaba sola cuando nací. Mi verdadero padre era un vagabundo que no quería formar parte de su vida.


Su padre, poco más que un donante de esperma por lo que a ella se refería, rompió el corazón de su madre cuando la dejó para que criara sola a su hija. Era posible que su padrastro no fuera precisamente un príncipe azul, pero al menos se había ocupado de ellas.


—¿Un vagabundo? Un vagabundo perteneciente a la realeza —dijo Pedro—. Una interesante dicotomía. 


Paula cerró los ojos y deseó con todas sus fuerzas que fuera igual de fácil librarse de las repercusiones de lo que había descubierto Pedro. Su padre biológico aún tenía enemigos en San Rinaldo. Había sido una tontería tentar al destino acudiendo a España con la esperanza de averiguar algo sobre sus orígenes en la pequeña isla cercana. El miedo era algo bueno cuando mantenía a una persona a salvo. Hizo un esfuerzo por contener los latidos de su corazón.


—¿Te importaría no mencionar eso?


—¿A qué te refieres?


—A lo de la realeza —a pesar de que su padrastro llamaba frecuentemente a Delfina su «Pequeña princesa», ni él ni el resto del mundo sabían que Paula era la que tenía verdadera sangre real circulando por sus venas gracias a su padre biológico.


Nadie lo sabía, excepto ella misma, su madre, ya muerta, y un abogado que se ocupaba de cualquier posible comunicación con el rey depuesto. El padre de Paula. Un hombre aún perseguido por la facción rebelde que había tomado el poder en San Rinaldo.


—Puede que hayas logrado engañar al mundo todos estos años, pero yo he descubierto tu secreto —dijo Pedro—. Eres la hija ilegítima del depuesto rey Enrique Medina.


Paula hizo un esfuerzo por mostrarse despreocupadamente relajada.


—Eso es ridículo —dijo, aunque era cierto. Si Pedro había logrado descubrir su secreto, ¿Cuánto tardarían en averiguarlo otros? Debía persuadirlo como fuera de que estaba equivocado. Luego decidiría qué hacer si lo que le había contado él sobre su divorcio era cierto—. ¿Qué te ha hecho llegar a una conclusión tan absurda?


—Descubrí la verdad cuando volví a Europa recientemente. Mi hermano y su esposa decidieron renovar sus votos matrimoniales y aprovechando que estaba por la zona pasé por la capilla en la que nos casamos.


Paula se sorprendió al escuchar aquello y no pudo evitar recordar la noche en que se casaron. Ella estaba emocionalmente hundida tras la muerte de su madre y acababa de llegar a Europa para terminar sus estudios. Compartió unas bebidas con el hombre por el que estaba secretamente chiflada y lo siguiente que supo fue que estaban buscando un cura o un secretario de juzgado que aún estuviera levantado. Visitar el lugar en el que hicieron sus votos sonaba sentimental. Como si aquel día significara más para Pedro que el mero recuerdo de un error cometido a causa del alcohol.


—¿Volviste allí? —preguntó sin poder evitarlo.


—Estaba por la zona —repitió Pedro, pero su mandíbula se tensó visiblemente, primer indicio de que lo sucedido debió afectarle tanto como a ella.


Paula recordó que la dejó ir fácilmente, que, en lugar de pedirle que se metiera de nuevo en la cama y decirle que ya lo hablarían más tarde, aceptó que habían cometido un error. Su parte más irracional habría querido que no le hiciera caso. Pero no fue así. Pedro la dejó ir, como hizo su padre con su madre. Y con ella. 

Chantaje: Capítulo 3

 —¿Consideras que todo fue un error? ¿Incluso lo sucedido entre el «sí quiero» y la resaca de la mañana siguiente? —preguntó Pedro sin poder contenerse.


Un destello de atracción iluminó por un instante los oscuros ojos de Paula.


—No lo recuerdo.


—Te estás ruborizando —comentó Pedro con evidente satisfacción—. Seguro que recuerdas la mejor parte.


—El sexo es irrelevante —dijo Paula remilgadamente.


—¿Sexo? Yo estaba hablando de la comida. La mariscada estaba deliciosa.


La boca de Paula se contrajo en un gesto de desagrado.


—Eres un asno, Pedro.


—Pero soy todo tuyo…


—Ya no. ¿Recuerdas la mañana después? Eres mi ex asno.


Si fuera tan fácil dejar a aquella mujer atrás… Pedro tenía al cielo por testigo de lo mucho que se había empeñado en olvidar a Paula Chaves Alfonso a lo largo de aquel último año. ¿O más bien a Paula Medina Chaves? Había descubierto el problema en el registro de una iglesia, un pequeño «Detalle» que ella olvidó mencionar, pero que había puesto freno al papeleo de su divorcio. Pedro no pudo evitar una vez más la sensación de haber sido traicionado. Quería dejar a aquella mujer en su pasado, pero en aquella ocasión sería él quien la dejara.


—En eso le equivocas. El papeleo no siguió adelante.


Pedro volvió a tomar un mechón de pelo de Paula y tiró ligeramente de él para hacer notar su presencia. El destello de conciencia que iluminó momentáneamente los ojos de ella alimentó el fuego que latía en el interior de él. Contempló la sencilla cadena de oro que rodeaba su cuello y recordó las joyas con que una vez imaginó cubrirla mientras dormía. Pero entonces despertó y dejó bien claro que no iban a pasar el verano juntos. Tenía mucha prisa por alejarse de él. Recordó que había acudido allí para aclarar las cosas y marcharse, pero empezaba a pensar que sería más satisfactorio disfrutar una vez más de Eloisa para asegurarse de que recordara todo lo que habrían podido tener si ella hubiera sido tan franca con él, como él lo fue con ella. Deslizó los nudillos hasta su mejilla y le hizo volver el rostro para que lo mirara.


—El procedimiento no siguió adelante porque mentiste respecto a tu nombre.


Paula apartó la mirada. 


—No mentí sobre mi nombre —dijo a la vez que se erguía en el asiento—. ¿A qué te refieres con que el procedimiento no siguió adelante?


Parecía sinceramente sorprendida, pero Pedro ya había aprendido a no fiarse de ella. Pero estaba dispuesto a seguirle la corriente para lograr su meta; una última noche en la cama de Paula antes de dejarla para siempre.


—El papeleo del divorcio no concluyó. Sigues siendo la señora de Pedro Alfonso, querida.

Chantaje: Capítulo 2

Pero a Pedro no le interesaba nada la fiesta. Lo que quería averiguar era por qué Paula no le dijo toda la verdad cuando le pidió el divorcio. También quería saber por qué su apasionada amante se había alejado tan desapasionadamente de él. Habría disfrutado contemplando la anonada expresión de ella al verlo de no ser por lo enfadado que estaba a causa del secreto que le había ocultado, secreto que estaba estropeándolo todo en su sentencia de divorcio. Un año atrás, cuando la conoció en Madrid, la asombrosa e instantánea química que surgió entre ellos le impidió pensar en otra cosa. Y viéndola ahora de nuevo, no le extrañó que se le hubieran pasado por alto algunos detalles… Como, por ejemplo, lo bien adaptada que parecía al entorno español en que se hallaba. Era una distracción andante. La brisa moldeó en torno a su cuerpo el vestido de seda que llevaba. La semi penumbra reinante hizo que la viera casi desnuda. ¿Habría sido consciente de ello cuando eligió el vestido? Lo más probable era que no. Paula no parecía ser consciente de su atractivo, lo que hacía que resultara aún más tentadora. Llevaba el pelo sujeto en una cola de caballo que realzaba sus exóticos ojos marrones. Apenas maquillada, habría podido relegar a la sombra a muchas modelos famosas. Pero en cuanto tuviera su nombre en los papeles del divorcio, papeles oficiales en esta ocasión, no pensaba volver a tener nada que ver con ella. Al menos, ése era el plan. No necesitaba pasar dos veces por lo mismo. En su momento malinterpretó las señales, no se dió cuenta de que estaba bebida cuando dijo el «Sí, quiero». Pero ya había superado aquel episodio de su vida. O eso pensaba. Porque al verla de nuevo había experimentado el mismo impacto que la primera vez que la vió. Trató de dejar a un lado su atracción. Necesitaba su firma y, por algún motivo, no había querido dejar aquello en manos de sus abogados. Paula apoyó las manos en las caderas y ladeó la cabeza.


—¿Qué haces aquí?


—He venido a acompañarte a la fiesta de compromiso de tu hermana —Pedro apoyó una mano en la puerta abierta de la limusina—. No puedo permitir que mi esposa vaya sola.


—¡Shhh! —Paula agitó la mano ante su rostro—. No soy tu esposa.


Pedro la tomó de la mano y miró su dedo anular.


—Vaya, la ceremonia de nuestra boda en Madrid debió ser una alucinación.


Paula liberó su mano de un tirón.


—No digas tonterías. 


—Si lo prefieres, podemos saltarnos la fiesta, ir a tomar un bocado y hablar de esas «Tonterías».


Paula miró a Jonah con cautela.


—Estás bromeando, ¿No?


—Sube al coche y compruébalo.


Paula volvió la mirada hacia el yate y luego miró de nuevo a Pedro.


—No creo que sea buena idea.


—¿Temes que te secuestre?


Paula rió nerviosamente, como si hubiera pensado precisamente aquello.


—No digas tonterías.


—Entonces, ¿Por qué no entras? A menos que quieras que sigamos con esta conversación en medio del muelle…


Paula volvió de nuevo la cabeza hacia el barco. Finalmente asintió.


—De acuerdo —dijo a regañadientes mientras entraba en la limusina.


Pedro entró a continuación, dio un toque con los nudillos al cristal que los separaba del conductor y le indicó que condujera sin mencionar un destino determinado.


—¿Adónde vamos? —preguntó Paula.


—¿Adónde quieres ir? Tengo una suite en Pensacola Beach.


—Cómo no —dijo Paula con ironía mientras contemplaba el elegante y equipado interior de la limusina, que incluía un mini bar, un televisor de plasma y un completo equipo informático.


—Veo que no has cambiado —Pedro había olvidado lo quisquillosa que podía ser con el tema del dinero. 


Pero había sido una experiencia refrescante conocerla. Ya había conocido demasiadas mujeres que sólo iban tras él por la cartera de acciones Alfonso y su influencia política. Nunca había conocido a otra mujer que lo hubiera dejado por ello. Pero entonces no sabía que Paula tenía acceso a más influencia y dinero del que él podía ofrecerle. Aquello lo había impresionado, pero también lo había confundido, ya que ella no se molestó en comentárselo ni siquiera después de casarse. Reprimió su enfado, una emoción peligrosa dada la punzada de deseo que estaba experimentando. Para demostrarse a sí mismo que podía mantener el control, tomó entre dos dedos un mechón del pelo de Paula. Ella apartó de inmediato la cabeza.


—Para. Déjate de jueguecitos y explícame por qué has venido.


—¿Qué tiene de malo que quiera ver a mi esposa?


—Ex esposa. Nos emborrachamos y acabamos casados —Paula se encogió despreocupadamente de hombros—. Le sucede a mucha gente. Sólo tienes que ver los registros matrimoniales de Las Vegas. Cometimos un error, pero dimos los pasos necesarios para corregirlo al día siguiente.