martes, 29 de junio de 2021

Quédate Conmigo: Capítulo 24

Paula siguió al ama de llaves al piso de arriba. «Tengo veintisiete años», pensó soñolienta, «Y él me trata como si fuera una niña»; pero estaba demasiado cansada para que le preocupara demasiado. Las escaleras daban a un pasillo con puertas a ambos lados. Mevrouw Kulk abrió una y la invitó a pasar. La habitación le produjo una primera impresión de comodidad. La cama de madera tenía una colcha de color rosa pálido a juego con las cortinas. Había un tocador con un espejo triple y un taburete. A cada lado de la cama había una mesilla con una lámpara en tonos rosados. Era una habitación preciosa. Se dió una ducha y se metió en la cama. Justo en ese momento llegó Mevrouw Kulk llevando una bandeja con un vaso de leche caliente y galletas, y con Polo trotando detrás. Le dió un golpecito cariñoso a Emma en el hombro y se despidió de ella. Se tomó la leche y compartió las galletas con Polo. Después, en cuanto puso la cabeza sobre la almohada, se durmió. Por la mañana, la despertó una chica joven con un té. En la bandeja había una nota: "Dale el perro a Laura para que se lo lleve a dar una vuelta por el jardín". El desayuno era a las ocho y media y ya eran las ocho. Se duchó y vistió deprisa y bajó las escaleras preguntándose adonde tendría que ir. Kulk estaba esperándola en el vestíbulo.


-Buenos días, señorita -la saludó y abrió una de las puertas que conducía a una habitación pequeña. 


La chimenea estaba encendida y las puertas que daban al jardín, abiertas. Había estantes llenos de libros, un aparador y una mesa redonda preparada para el desayuno. Paula se dió la vuelta cuando el doctor entró. Llevaba un impresionante mastín al lado y, trotando unos pasos por detrás, iba Polo. No habló mucho.


-Prince y Polo se han hecho muy amigos. ¿Has dormido bien?


Paula se inclinó para acariciar a Prince y enseguida se le acercó Polo para recibir el mismo trato. Entonces entró Kulk con una bandeja llena de comida. Estaba hambrienta y le parecía que no se sentaba a comer a una mesa desde hacía mucho tiempo.  El doctor Alfonso le debió leer el pensamiento porque dijo:


-Perdona que te dejara anoche sin cenar. Tienes que dejarme que te compense cuando te hayas instalado.


Eso era una invitación, pensó ella mientras se ponía mermelada en la tostada. «Menos mal que me traje aquel vestido.»


-Será un placer.


Quizá se tratara de una de esas invitaciones que se intercambiaban en Richmond con los amigos y conocidos pero que nunca se materializaban; aunque tampoco nadie lo esperaba.  Paula recogió sus cosas y se despidió del matrimonio Kulk. Ámsterdam estaba muy cerca. Primero atravesaron los barrios modernos y, después, llegaron al Ámsterdam antiguo de calles estrechas y casas alineadas a ambos lados de los canales. Pedro se detuvo frente a una fila de casas de aspecto imponente.


-Espérame aquí. No tardaré más de unos minutos.


Al lado de la puerta había varias placas de metal por lo que dedujo que debía ser su consulta privada.


Cuando él volvió al coche, se lo confirmó.


-Aquí tengo la consulta. Este es lugar donde vas a trabajar.


Cuando llegaron a la casa de Julia Smith, Paula se sorprendió bastante. Se parecía mucho a la señorita Johnson: Tenía el mismo estilo de peinado, el mismo tipo de ropa e incluso la misma expresión severa. Se sintió aliviada; era como encontrarse con una vieja conocida.


Quédate Conmigo: Capítulo 23

Paula iba en el asiento del copiloto mirando el paisaje. Pedro le había dicho que no se preocupara por nada, que todo iba a salir bien; pero ella tenía sus dudas. Quizá no le cayera bien a Julia Smith, su secretaria, o quizá no supiera hacer bien el trabajo. Aunque todo el mundo hablara su idioma, ella tendría que aprender unas nociones de holandés. ¿Y si su sueldo no le llegaba para vivir? A pesar de todo, sabía que era lo mejor que le podía haber ocurrido. Con ese trabajo podría acumular experiencia para luego volver a Inglaterra. Y entonces ¿qué? Su madre estaría encantada de verla siempre que no interfiriera en sus planes. Quizá nunca pudiera volver al chalet de Salcombe...


-Deja ya de preocuparte -le dijo el doctor Alfonso-. Vive el presente y verás como en poco tiempo todo se va resolviendo. Además, te prometo que si no eres feliz en Ámsterdam, te traeré de vuelta a Inglaterra.


-Eres muy amable -dijo Paula-. Sé que soy una tonta. Además, tengo muchas ganas de empezar a trabajar.


A partir de ese momento, mantuvieron una conversación trivial hasta que llegaron a Exeter. Allí pararon para tomar un café y para que Polo diera una vuelta.


-Ya comeremos algo en el transbordador -le dijo él mientras volvían al coche-. Además, seguro que tenemos algo preparado cuando lleguemos a Ámsterdam.


-¿Vamos a casa de Julia Smith?


-No, no me atrevería a molestarla tan tarde. Pasarás la noche en mi casa y, por la mañana, te llevaré con ella.


Llegaron a Harwich justo a tiempo para tomar el último transbordador.


-Ponte cómoda -le dijo el doctor a Paula-. No es un viaje muy largo, unas tres horas y media.


Comieron unos sandwiches y tomaron café y coñac. Cuando acabaron, Pedro sacó unos papeles de su cartera.


-¿Te importa si trabajo un poco?


Ella negó con la cabeza. Se sentía un poco soñolienta por el licor y, con los brazos alrededor de Polo, se quedó dormida. 


Pedro la despertó con suavidad.


-Estamos a punto de llegar. Será mejor que me des a Polo. 


Cuando bajaron a tierra, era noche cerrada y hacía frío.


-A partir de aquí, ya no queda mucho -la informó el doctor al tomar la autopista.


Paula volvió a cerrar los ojos. No se despertó hasta que llegaron a Ámsterdam. Desde allí se dirigieron hacia un pueblo de los alrededores. Al llegar a la plaza, Pedro giró por una calle estrecha y paró delante de una casa de aspecto grandioso. Salió del coche, tomó a Polo en brazos y le abrió la puerta a Paula. Ella permaneció un rato de pie, mirando la casa. Más que una casa era una mansión. Tenía las paredes blancas y el techo de pizarra. La enorme puerta estaba abierta y había luces en una de las ventanas.


-¿Es esta tu casa?


-Sí -respondió él, un poco impaciente.


Ella lo siguió a paso rápido y juntos entraron en el vestíbulo. Era amplio y cuadrado. El suelo estaba cubierto de grandes baldosas negras y blancas y había puertas por todos lados. Del techo colgaba una gran lámpara de araña y al fondo había una escalinata grandiosa que conducía al piso de arriba. Una mujer estaba esperándolos.


-Esta es mi ama de llaves, Mevrouw Kulk. Teresa, te presento a la señorita Chaves.


Después de las presentaciones, se dirigió a Mevrouw Kulk en holandés. El ama de llaves era una mujer alta y fuerte, y tenía una cara alegre. Estaba respondiendo al doctor cuando una de las puertas se abrió y un hombre de mediana edad caminó hacia ellos. Se acercó al doctor y le dijo algo en holandés.


-Éste es Kulk. Su mujer y él llevan la casa. Me dice que no ha podido salir a recibirnos porque estaba encerrando al perro en la cocina.


Paula le estrechó la mano y miró con ansiedad a Polo.


-¿Lo llevo a dar una vuelta?


-No te preocupes, yo me encargo de él. Más tarde lo subiré a tu habitación para que pase contigo la noche. Ahora ve con Mevrouw Kulk y descansa. El desayuno es a las ocho y media. 

Quédate Conmigo: Capítulo 22

Su madre y la señora Riddley llegaron apresuradamente porque habían dejado el coche un poco lejos y necesitaban ayuda con el equipaje.


-Ve a buscar a alguien, cariño -le pidió su madre-. Me olvidé decirte que nos buscaras a alguien que limpiara la casa.


Paula tomó las llaves del coche.


-Bueno, ya es un poco tarde para que yo pueda hacer nada -dijo alegremente-, pero hay muchos anuncios en el supermercado. Veré lo que puedo hacer con su equipaje. No dejen que Polo salga.


-¡Qué perro tan feo! -dijo la señora Riddley-; me imagino que te lo llevarás contigo.


-Sí -respondió Paula-. Nos iremos esta tarde.


A Paula no le gustaba mucho la amiga de su madre, pero sabía que sería una compañera perfecta: Eran exactamente iguales. Tuvo que hacer un par de viajes para traer todo el equipaje. Cuando terminó, las dejó colocando su ropa y ella se fue a preparar la comida. Mientras comían, las dos señoras le contaron sus planes.


-Nosotras vamos a hacernos compañía mientras tú te marchas a divertirte. Solo se es joven una vez, Paula. Qué inteligente por tu parte irte a ver mundo.


Después de comer, la señora Chaves dijo su hija:


-Tienes que explicarnos qué has hecho con la cuenta del banco. Mi querida Alicia se va a encargar de las cuentas porque no va a pagar renta, pero yo debo contribuir y la pensión no dará para muchos extras.


-En el banco hay una cuenta a tu nombre. He dejado allí todo el dinero que he ganado excepto el último sueldo: Lo voy a necesitar hasta que cobre.


-¿Tendrás un buen sueldo? ¿Podrás ayudarme si tengo dificultades, cariño?


-No cuentes con ello, mamá. No voy a cobrar mucho y tendré que pagar mi alojamiento y la comida.


Su madre hizo un puchero.


-Bueno, tendré que arreglármelas. Tu padre se revolvería en su tumba...


Paula no dijo nada porque se estaba tragando las lágrimas.


-Voy a llevar a Polo a dar un paseo. Prepararé el té cuando vuelva. 


Dió un paseo por el pueblo. No sabía cuándo volvería a ver Salcombe, así que quiso despedirse. Paula estaba retirando la bandeja del té cuando el doctor Alfonso llegó. Ella lo presentó y notó que las dos señoras estaban impresionadas. Tenía un aspecto muy respetable y era muy educado. Pero no tenían mucho tiempo. Le dijo que debían marcharse y las dos damas salieron a despedirse de ellos.


-Y no te olvides de tu pobre madre -dijo su madre con una voz más quejosa de lo habitual que hizo que Paula se sintiera como si estuviera abandonándola.


Cuando estaba sentada en el coche le dijo a Pedro:


-Me siento mal.


-No te preocupes, Paula. Tu madre es una mujer encantadora, pero no tienes que creerte todo lo que dice. Solo estaba haciendo un comentario que consideró apropiado para la ocasión. Estará muy bien con su amiga, mucho más contenta que cuando vivía contigo. Quizá se quieran mucho, pero son tan diferentes como el día y la noche.


Paula suspiró; no quería llorar, pero le apetecía. Su mano cubrió la de ella un segundo.


-Tienes que creerme. Ella será muy feliz y tú también. 

Quédate Conmigo: Capítulo 21

Cuando se levantó por la mañana, se sentía relajada y había tomado una decisión. Esa era su oportunidad para empezar una nueva vida. Además, significaba que todavía podría verlo a él de vez en cuando.


-Es una pena que no me vea como una mujer -le dijo a Polo.


Al día siguiente, después de desayunar se acercó al centro de salud a esperar a que pasará el último paciente. Cuando la consulta acabó, Paula llamó a la puerta y pasó. Él estaba sentado pero se levantó inmediatamente al verla entrar.


-Paula, siéntate. ¿Qué has decidido?


-Si piensas que puedo hacer el trabajo que me has ofrecido, acepto.


-Bien. Julia Smith te explicará los detalles. Vendrás a Holanda conmigo en el coche. Vas a necesitar el pasaporte y no podrás llevar mucho equipaje. Podemos marcharnos el miércoles por la tarde, así podrás ver a tu madre antes de partir. ¿Estás segura de que a ella le parecerá bien?


-Sí. Nunca le ha gustado vivir aquí conmigo, pero creo que con una amiga se lo pasará mejor. A las dos les gustan las mismas cosas: jugar al bridge, visitar pueblos, ir a Richmond cada vez que les apetezca... Si no sale como ella quiere, me imagino que tendré que volver...


-Por supuesto -repuso él. Pero si tenía alguna posibilidad, eso sería la última cosa que Paula hiciera.


Mientras Paula volvía a casa, pensó en la manera tan profesional como él había tratado todos los asuntos. Como ella iba a ser solo una empleada, quizá eso fuera lo mejor. Se llevó a Polo a dar un paseo y cuando volvió se puso a ordenar su ropa. No iba a necesitar mucho; dudaba que fuera a tener una vida social muy ajetreada en Ámsterdam. Empezó a poner ropa sobre la cama de su madre y, como era una chica muy sensata, escribió lo que debía hacer para tenerlo todo preparado el miércoles. 


Por la mañana encontró una carta de su madre en el buzón. La señora Riddley y ella llegarían el miércoles por la mañana. "Pasaremos la noche en el camino y llegaremos para tomar el café juntas. Para comer, tomaremos cualquier cosa porque vamos a salir a cenar. Espero que lo hayas preparado todo. Seguro que ya habrás encontrado el trabajo que buscabas. Nunca me interpondría en tu camino"...


Paula dejó la carta sobre la mesa. Quería mucho a su madre y esperaba que ella la quisiera de igual modo, pero tenía una manera tan especial de arreglar las cosas para que encajaran con sus preferencias. Nunca tenía en cuenta a los demás. La conocía muy bien y lo aceptaba. Su madre siempre había sido una mujer muy guapa y encantadora, y ella había crecido dando por sentado que no tenía que molestarla ni con preocupaciones ni con asuntos desagradables. Al día siguiente, fue a despedirse de Mariana y de la señorita Johnson, que le recomendó que visitara los espléndidos museos de Ámsterdam. Mariana se despidió de ella con un poco de envidia.


-¡Qué suerte tienes! Si yo pudiera irme a trabajar con el doctor Alfonso... ¿Te vas para siempre o solo es temporalmente?


-Me imagino que volveré tarde o temprano.


Al día siguiente, fue a visitar a señora Craig.


-Cariño, acabo de recibir una postal de tu madre. Debes de estar encantada de que vaya a quedarse en Salcombe. Me ha dicho que va a venir con una amiga -dijo con una sonrisa-. Aunque creo que el chalet va a ser un poco pequeño para las tres.


-Yo no estaré aquí -dijo Paula-. Me voy a Holanda para trabajar con el doctor Alfonso.


-¡Vaya sorpresa! Tu madre te echará de menos.


-Bueno, estará muy bien acompañada por la señora Riddley. Son amigas desde el colegio y se llevan muy bien.


Paula se despidió de ella para ir a sacar a Polo. Estaba poniéndose muy guapo, su pelo era lustroso. Solo sus orejas eran un poco grandes. 

jueves, 24 de junio de 2021

Quédate Conmigo: Capítulo 20

Cuando cerró la puerta tras él, Paula pensó que sería muy descortés rechazar su invitación. Se fue a la cama y durmió placenteramente durante toda la noche. Por la mañana, continuó con su infructuosa búsqueda de trabajo, pero esa mañana no estaba tan triste porque tenía en perspectiva la cena con Pedro Alfonso. Él estaba esperándola mirando la pizarra con el menú que había en la puerta del restaurante.


-Hola -dijo al verla-. Estamos de suerte: Hay langosta.


-Hola -dijo Paula sin aliento-. He traído a Polo, como dijiste...


-Todo está preparado. Vamos, estoy hambriento.


La langosta estaba deliciosa. Charlaron mientras comían, sin prisa, disfrutando de la compañía. El restaurante estaba casi vacío y unos cuantos días más tarde, cerrarían para el invierno. Eran más de las diez cuando salieron. Mientras caminaban hacia el chalet, Pedro observó a Paula en la penumbra del pequeño muelle. Sus planes se habían hecho realidad. Lo único que faltaba era convencerla de que eran prácticos y sensatos. Sin embargo, no podía mostrarle sus sentimientos todavía. El trato debía ser un asunto de trabajo, sin ataduras emocionales. Ya solo tenía que encontrar el momento apropiado para comunicárselo. En la puerta se despidieron de manera amistosa.


-Gracias por la cena -dijo ella.


-Gracias a tí por la encantadora compañía. Que descanses.


-¿Cuándo vuelves a Holanda?


-Muy pronto. Buenas noches.


No es que fuera una respuesta muy satisfactoria. Pedro tenía la suerte de su parte. 



Dos días más tarde recibió una llamada de emergencia desde un yate. Se puso las botas de agua y el impermeable y se subió al bote salvavidas con el resto del equipo de salvamento. Ese trabajo era algo que echaría de menos, pensó. Dos horas más tarde, volvieron al puesto de salvamento y todos juntos se tomaron una bebida caliente. Al salir del puerto, echó un vistazo hacia el muelle Victoria y aceleró el paso al ver a Paula con Polo a lo lejos. Cuando ella lo vió, esperó a que él la alcanzara.


-¿Qué ha pasado? -preguntó ella al verlo- ¿Ibas en la lancha de salvamento? 


-Sí. Ya me iba a casa cuando os vi a los dos.


-Fui a la caseta para ver si había algo que podía hacer. ¿Están todos a salvo?


Él asintió con la cabeza.


-¿Quieres pasar a tomar un chocolate caliente?


-Me encantaría -le dijo él-. El tiempo es bastante inclemente mar adentro.


La habitación olía a abrillantador de muebles. Al mirar a su alrededor, se dió cuenta de que todo brillaba como si estuviera listo para una ocasión especial. Paula regresó con el chocolate y una caja de galletas. No parecía tan triste como la última vez que la había visto. En su rostro había una especie de aceptación de su suerte. Ya había observado esa expresión en sus pacientes muchas veces. Se tomó su chocolate a pequeños sorbos.


-¿Has tenido noticias de tu madre?


-Volverá el miércoles.


-¿Y tú? ¿Qué planes tienes?


-Encontraré trabajo.


-Hace ya algún tiempo -dijo él de manera casual-, mi secretaria en Holanda insiste en que le busque un ayudante para que le eche una mano. Tiene demasiado trabajo y cuando yo vuelva, todavía tendrá más. Se me ha ocurrido que quizá te gustaría trabajar para ella. No es un trabajo muy difícil: Mandar cartas, hacer recados, atender al teléfono... Es una señora un poco rígida, pero tiene un corazón de oro. El dinero no será mucho, pero hay una habitación libre en la casa donde ella vive que creo que te podrías permitir. Solo sería una medida temporal, claro está, hasta que salgas del apuro.


-¿Me estás ofreciendo un trabajo en Holanda? ¿Cuándo?


-Desde la semana que viene. Si aceptas, podríamos marcharnos el día que regrese tu madre por la tarde, para que puedas pasar un rato con ella.


-No puedo -respondió Paula-. No puedo dejar aquí a Polo.


-Puede venir con nosotros. Tenemos tiempo para arreglar todos los papeles. ¿Tienes pasaporte? ¿Sabes conducir?


-Sí a todo. Lo dices en serio, ¿Verdad? 


-Claro que lo digo en serio, Paula.


-¿Dónde vives?


-Tengo una casa cerca de Amsterdam, y la mayor parte del tiempo estoy en la ciudad porque allí es donde trabajo. Tú también estarías en el centro.


Pedro dejó la taza sobre la mesa, se quitó a un soñoliento Polo de encima y se levantó.


-Ya es tarde. Piénsatelo y dame una respuesta por la mañana. El chocolate estaba delicioso -añadió con una sonrisa mientras se dirigían a la puerta-. Que descanses.


Y aunque pudiera parecer extraño, eso fue lo que hizo. 


Quédate Conmigo: Capítulo 19

Los días pasaban deprisa. Cada día tomaba el autobús a Kingsbridge y se pasaba el día buscando en agencias y mirando en los tablones de los supermercados. Cada vez le parecía más difícil. Se estaban deshaciendo de los empleados temporales y si surgía alguna oportunidad, primero se la darían a alguien de la zona. Si seguía así, tendría que escribir a su madre para decirle que de momento no se podía marchar porque no tenía trabajo. Una noche estaba dando de cenar a Polo cuando alguien llamó al timbre. Cuando fue a abrir se encontró con el doctor Alfonso en la puerta. Paula fue consciente de la alegría y el alivio que sintió al ver a alguien conocido. Se quedó de pie mirándolo sin decir nada.


-¿Puedo pasar? -preguntó él y a ella, por fin, le salieron las palabras.


-Sí, claro. ¿Querías verme por alguna cosa?


Él la siguió a la sala de estar.


-No -respondió con frialdad-. Pasaba por aquí y me pareció una buena idea venir a ver qué tal te van las cosas -cuando vio al perro, levantó una ceja-, ¿Es tuyo?


-Sí. Se llama Polo.


-¿Tu madre no está en casa? -preguntó acariciando al animal.


-No. Está con unos amigos en Richmond. ¿Quieres tomar algo?


Intentó mostrarse fría porque a él lo notó muy distante.


-¿Te pasa algo, Paula?


La pregunta la pilló totalmente desprevenida.


-¿Pasarme? Nada. ¿Tienes mucho trabajo en el centro de salud? - preguntó demasiado rápido para no levantar sospechas.


-No más del habitual. ¿Qué te ocurre? -su voz sonó amable y preocupada.


Las semanas que había pasado sin ver esa cabeza pelirroja le habían dejado claro que la fuerte atracción que sentía por ella se le había escapado de las manos: se había enamorado perdidamente. Él le dedicó una sonrisa y ella miró para otro lado.


-No es nada. Solo estoy un poco contrariada porque no he encontrado otro trabajo y en la biblioteca ya no me necesitan...


Él permaneció en silencio y ella dijo:


-Voy a preparar café.


-Así que no tienes ni trabajo ni dinero y estás sola.


-Lo has dicho muy claro. Creo que ahora deberías marcharte... 


-Te sentirás mejor cuando hables con alguien, y yo estoy aquí...


-Bueno, no hay nada que contar -dijo Paula con aire desafiante, pero se echó a llorar.


Pedro Alfonso, haciendo un gran esfuerzo, permaneció en su silla. Le hubiera encantado tomarla en sus brazos, pero ese no era el momento de mostrar algo que no fuera una simpatía amistosa. Le pasó su pañuelo y la observó mientras se limpiaba los ojos. Paula comenzó a relatarle sus problemas, parando de vez en cuando para sonarse la nariz.


-Qué vergüenza. Creo que ahora será mejor que te vayas. Me da mucha vergüenza haberme comportado como una llorona.


El inteligente cerebro del doctor había estado urdiendo un plan mientras ella hablaba.


-Me marcharé si quieres, pero primero me tomaría esa taza de café.


Ella se puso de pie de un respingo y se dirigió a la cocina.


-Por supuesto. Perdona.


Él la siguió con el perro en los talones.


-Es una casa preciosa. A veces la he admirado desde el exterior, pero es mucho más bonita por dentro. Me gustan las cocinas, ¿A tí no?


Ella se volvió a mirarlo. Había dejado un armario abierto y se veía que estaba vacío. Probablemente, pensó él, no tenía ni dinero para comer. Pedro llevó la bandeja a la sala y le dió a Polo una de sus galletas.


-Luciana me preguntó qué tal estabas. Los niños lo pasaron muy bien aquí.


-Son un encanto -dijo Paula, y logró sonreír-. Tienen que ser muydivertidos.


-Sí -admitió él-. Ven a cenar conmigo mañana y hablaremos de ellos. ¿Te parece a las ocho en el Gallery?


Cuando vió que ella dudaba, añadió:


-No te lo estoy pidiendo porque me des pena, Paula. Además, me atrevería a decir que podríamos esconder a Polo debajo de la mesa - añadió mirando al animal-. El encargado me lo debe, una noche fui a coserle una mano.


Ella no respondió inmediatamente y Pedro no esperó una respuesta. 

Quédate Conmigo: Capítulo 18

Estaba lloviendo cuando Paula se despertó por la mañana. El perrito todavía estaba dormido, envuelto en una toalla, pero abrió los ojos asustado en cuanto ella se movió.


-Pobrecito -dijo Paula-. No tengas miedo. Vas a vivir aquí conmigo y te vas a convertir en un perro muy guapo.


Él levantó las orejas y movió la cola al escuchar su voz. Después, presintiendo un tazón de leche, la siguió escaleras abajo. Su intención era salir a buscar trabajo inmediatamente, pero el trabajo tendría que esperar por el momento. Con la tripa llena, el perrito se dejó lavar y cepillar. Después, Paula intentó limpiarle la herida y él le lamió la mano con timidez. Cuando acabó con todo el proceso, ya era mediodía y el cachorro volvía a tener hambre. Encontró una manta vieja, la puso sobre una de las sillas y, con la ayuda de una galleta, lo animó a que se subiera.


-Voy a salir -le explicó al animal-. Los dos necesitamos comida.


A su cesta de la compra añadió un hueso, comida y galletas para perros, y en una pequeña tienda compró un collar y una cadena. Cuando abrió la puerta, el perro corrió a recibirla. Paula lo dejó salir al patio trasero para que corriera un poco.


-Mañana -le dijo al animal-, tengo que ir a buscar trabajo, pero tú te puedes quedar a esperarme. Aquí estarás seguro.


Por la mañana, el perro salió al jardín, se tomó el desayuno y se acomodó en su manta.


-No tardaré mucho -le dijo Paula, y se fue a comprar el periódico.


Había dos ofertas de trabajo; pero cuando fue a informarse, le dijeron que ya habían contratado a alguien. Volvió a casa desanimada, pero la alegría de su nuevo amigo al verla le levantó el ánimo.


-Ya saldrá algo -se dijo en voz alta mientras le daba la cena al perrito-. Tú me traerás suerte. Tengo que ponerte un nombre... Polo -le dijo después de pensárselo un par de minutos.


Después de cenar, se lo llevó a dar un paseo por el muelle. Al día siguiente, encontró dos ofertas en el tablón del supermercado. Apuntó las direcciones y fue a casa para escribir. No sabía muy bien de qué iría el trabajo de asistente general en la cocina de un hotel, pero era un trabajo para todo el invierno. Antes de acostarse, llevó a Polo a dar una pequeña vuelta. 


A la mañana siguiente, encontró una carta de su madre en el buzón. Era bastante larga y Paula se sorprendió al leer las primeras palabras: "Por fin serás libre para vivir tu propia vida, Paula".


Emma dejó su taza sobre la mesa y comenzó a leer la carta. Su madre y una amiga íntima habían tomado la decisión de vivir juntas.


"Viviremos en el chalet, pero, como ella tiene coche, podremos ir a Richmond cuando queramos. Ella va a mantener su piso, de modo que podremos pasar allí largas temporadas. Estoy segura de que opinarás que es una excelente idea. Como yo voy a darle alojamiento, ella se encargará de los gastos. Así que, Paula, eres libre de ir a donde quieras. Por supuesto, nos encantará verte y puedes venir siempre que quieras. Es una pena que solo haya dos habitaciones, pero cuando vayamos a Richmond, tú puedes quedarte en el chalet".


Paula se tomó el té frío. Se había quedado sin trabajo y parecía que también sin casa.


-Bueno, las cosas no pueden salir peor -le dijo a Percy ofreciéndole la tostada-. A partir de ahora las cosas tienen que empezar a mejorar. Pondré un anuncio en el periódico para un trabajo de interna donde acepten perros.


Seguro que había trabajo, solo tenía que buscarlo. Como su madre no pensaba regresar hasta al cabo de otra semana, tenía todo el tiempo del mundo para encontrarlo. No obtuvo respuesta a las dos cartas que envió solicitando trabajo, pero todavía era muy pronto. Se dedicó a buscar más ofertas y a convertir a Polo en un perro guapo y sano. Gracias al animal, los días se hicieron más llevaderos. Le escribió una carta a su madre, una carta difícil. Su madre no había tenido ninguna intención de hacerle daño, pero le había surgido la oportunidad de vivir con una amiga y no había tenido ningún reparo en deshacerse de los obstáculos. Había decidido que ella estaría encantada de ser independiente y no se había parado a pensar cómo alcanzaría esa independencia. 

Quédate Conmigo: Capítulo 17

Cuando Paula llegó a casa no pudo contener más las lágrimas. Se tumbó sobre la cama llorando y allí permaneció, lamentando su mala suerte, durante largo rato. Cuando terminó sintió un gran alivio. Se secó la cara con un pañuelo y se sonó la nariz. Sabía que iba a suceder y se dijo que no era el fin del mundo: pronto encontraría otro trabajo; probablemente no estaría tan bien pagado, pero seguro que le daría para vivir. Qué suerte que su madre estuviera de viaje. Se lavó la cara, se arregló el pelo y preparó algo de comer. Como no le apetecía enseñar la nariz enrojecida y los ojos hinchados al resto del mundo, se pasó la tarde planchando. Cuando llegó la hora de volver al trabajo, ya se encontraba bastante mejor y tenía buen aspecto. Todo gracias a una buena taza de té cargado y un buen maquillaje sobre el rostro. En la consulta había muchos pacientes y del doctor Walters estaba tan ocupado que ni siquiera la miró. Segura de que tenía el mismo aspecto de siempre, acompañó a los pacientes, recibió llamadas, dió citas, ordenó el escritorio y desempeñó el trabajo de siempre. En un pasillo se encontró al doctor Alfonso. Fue pasar de largo, pero sintió que él le agarraba el brazo.


-Así que te marchas... Al doctor Walters le da mucha pena que te vayas, pero seguro que tú estás encantada de tener más tiempo libre.


-Eh, sí, sí. Perdona, pero tengo prisa; el doctor Walters necesita unos historiales.


El doctor Alfonso retiró la mano de su brazo y ella se escondió detrás de un armario hasta que él desapareció. Cuanto menos lo viera, mejor, se dijo a sí misma, aunque sabía que no era verdad. Él se marcharía al cabo de unas cuantas semanas y ella podría olvidarlo. La semana pasó rápidamente y su último día llegó. Se despidió de todos excepto del doctor Alfonso, que se había ido a la otra orilla de la ría a traer un niño al mundo.


-Seguro que te lo encontrarás por el pueblo antes de que se marche - observó el doctor Walters-. Lo echaremos de menos, pero él quiere volver a su consulta y, naturalmente, estaremos encantados de ver al doctor Finn de vuelta. Seguro que trae un montón de ideas de Estados Unidos.


Cuando llegó a casa se encontró una carta de su madre avisándola de que no volvería la semana siguiente. También le anunciaba que le tenía una sorpresa preparada y le sugirió que se comprara vestidos bonitos. Paula dobló la carta cuidadosamente. Lo de los vestidos iba a ser absolutamente imposible porque iba a necesitar gastar lo menos posible hasta que encontrara un nuevo trabajo. Empezaría a buscar el lunes...  El domingo se encontró a la señora Craig en misa.


-He recibido una carta de tu madre. En ella insinúa cambios para el futuro, ¿Sabes de que habla, Paula?


-No tengo ni idea, señora Craig.


-¿Te sientes sola, cariño?


-Uy, no se preocupe, señora Craig. Tengo el día demasiado ocupado para sentirme sola.


¡Ojalá pudiera decir lo mismo de las noches! ¿Cómo era posible que a las tres de la madrugada la mente estuviera tan despejada que se pudieran hacer los planes más imposibles y ver el futuro de una manera tan negra? El lunes empezó a buscar trabajo. La temporada estaba llegando a su fin y los trabajos temporales estaban a punto de acabar. Después de varios días de incesante búsqueda, Paula llegó a la conclusión de que tendría que ir a Kingsbridge. Significaría tomar el autobús todos los días, pero si encontrara trabajo, no tendrían que preocuparse por el dinero durante todo el invierno. No había visto al doctor Alfonso. Quizá ya se había marchado, pensó un poco deprimida. Le habría gustado conocerlo mejor, pero estaba claro que él no opinaba lo mismo. El jueves la señorita Johnson la llamó aparte.


-A partir de la semana que viene, cerraremos por las tardes y me temo que no te necesitaré, Paula. Me da mucha pena, pero no hay nada para tí.


Paula apenas podía articular palabra. Cuando lo consiguió, su voz no parecía la de ella, pero al menos no le temblaba.


-Voy a echar de menos el trabajo aquí. Quizá pueda volver el año que viene...


Eso sí que era algo que no había previsto. El dinero de la biblioteca no era suficiente para vivir, pero habría ayudado a que los ahorros le duraran más tiempo. Esa vez no tuvo tiempo para llorar; tenía que hacer planes para las siguientes semanas. Por lo menos, solo tenía que pensar en ella. Esa noche, cuando se estaba metiendo en cama, escuchó un suave lamento. El sonido provenía del jardín. Paula se puso una bata y bajó a ver de qué se trataba. 


Cuando abrió la puerta, se encontró con un cachorrito que la miraba con ojos lastimeros desde la verja. No pudo resistirse e inmediatamente fue por él. El perrito la esperó temeroso y con el rabo entre las patas. Paula le puso una taza con leche y trocitos de pan y observó cómo el cachorro devoraba el contenido. Estaba terriblemente delgado; su pelo, enredado y sucio, y tenía un corte encima del ojo. Era imposible enviarlo de nuevo a la calle, así que fue a buscar una toalla y lo frotó para hacerlo entrar en calor.


-¿Quieres más leche y pan? -le preguntó Paula-. Mañana te daré un buen baño. Siempre he querido tener un perro y parece que al final lo he conseguido.


Lo llevó en brazos a su dormitorio, lo envolvió en una toalla y el cachorro se quedó dormido antes de que ella hubiera apagado las luces. Paula se metió en la cama sin pensar en que no tenía trabajo ni en la posibilidad de que nunca más volviera a ver al doctor Alfonso.

martes, 22 de junio de 2021

Quédate Conmigo: Capítulo 16

 -Seguro que ya se nos ocurre algo. Tienes unos vestidos preciosos...


-Son del año pasado -la interrumpió su madre-. Todos se darán cuenta -añadió-. Como tú te quedas con la mitad de mi pensión, no he podido comprarme nada esta temporada.


A Paula no le apetecía discutir. Además, sabía que era un caso perdido.


-Bueno, la tendrás toda para tí cuando estés fuera -señaló con amabilidad.


-Tengo que decirte, Paula, que desde que murió tu padre te has vuelto bastante mandona y muy tacaña. Me imagino que debe ser el resultado de vivir en esta casa pequeña sin ningún tipo de vida social.


-Desde que trabajo en el centro de salud, no tengo mucho tiempo para conocer a gente. Y no podríamos mantenernos si yo no trabajara. ¿Cuándo tienes pensado marcharte?


-El viernes. Voy a pasarme por la boutique para ver si hay algo que pueda permitirme. ¿Cuánto puedo gastar?


Cuando Paula se lo dijo, su madre contestó que no le llegaría para mucho, pero que tendría que conformarse. Una conversación de lo más desagradable, pensó Paula, tumbada en la cama de su habitación. La señora Crump, la secretaria, no iba a quedarse con su hija para siempre. Tarde o temprano volvería y ella perdería el trabajo. Cuando su madre se marchara iba a necesitar menos dinero, pero cuando el verano acabara sería más difícil encontrar trabajo. Se animó a pensar en otra cosa y el resultado no fue muy agradable, porque lo único que acudía a su mente era el doctor Alfonso. La señora Chaves se gastó bastante más dinero del que Paula le había dicho.


-Había rebajas -le explicó a su hija-. Habría sido una estupidez desaprovechar las ofertas tan estupendas que tenían.


Mientras Paula ayudaba a su madre a hacer las maletas, pensó en el día tan raro que había tenido con el doctor Walters. Esa mañana había estado más distraído de lo normal y, además, había tardado mucho con los pacientes. Cuando salió, una hora más tarde de lo habitual, el doctor Walters le pidió que fuera una hora más temprano por la tarde porque tenía un paciente privado. Afortunadamente, la señora Craig se había ofrecido para llevar a su madre a la estación y ella podría volver al trabajo sin preocuparse.  Cuando su madre se marchó, la vida se hizo más sencilla. Ya no tenía que tener las comidas preparadas a su hora, la casa estaba más limpia y era más fácil mantenerla ordenada; y ya no importaba si tenía que quedarse hasta tarde en la consulta. Su madre llevaba dos semanas fuera cuando el doctor Walters le dió la noticia:


-Paula, he recibido carta de la señora Crump. Volverá dentro de una semana, de modo que tú podrás marcharte el viernes después de la consulta de la tarde. Tengo que decir que te echaré de menos; no sé cómo me las habría arreglado sin tí. Pero seguro que tú estás encantada de volver a estar libre, ¿Verdad?


-Sí -dijo Paula-, será agradable; aunque he disfrutado mucho trabajando para usted.


Paula debería haber estado preparada, pero llevaban varias semanas sin tener noticias de la secretaria y su regreso se había convertido en una posibilidad remota por la que no tenía que preocuparse. Tendría que ponerse a buscar un trabajo de manera inmediata porque el dinero de la biblioteca no le daría para mucho. Al salir del centro de salud, se encontró con el doctor Alfonso que, por primera vez, se paró a hablar con ella.


-Te vas un poco tarde. No estarás trabajando demasiado, ¿Verdad?


-No, no -dijo Paula intentando pensar en algo que decir, pero tenía la mente en blanco y, además, estaba a punto de echarse a llorar-. Tengo que irme -dijo y se marchó a toda prisa.


Él se quedó mirándola con el ceño fruncido. Había tratado de evitarla durante los últimos meses, consciente de que lo atraía demasiado y de que él iba a volver a Holanda al cabo de unas semanas y no podía dejar que la atracción creciera sin límites. Quizá fuera una buena señal que ella no mostrara ningún interés por él. Continuó con su trabajo y se olvidó de ella, pero esa noche se permitió recordarla. Sonrió un poco al recordar el día que salió del hotel hecha una furia y, después, pensó en otra Paula completamente diferente, la que había visto jugar con los niños en la playa. 

Quédate Conmigo: Capítulo 15

 -Justo la persona a la que quería ver. Uno de mis compañeros se ha quedado sin recepcionista. No tiene tiempo de buscar en una agencia y está un poco desesperado. ¿Te gustaría el trabajo? Sería de lunes a viernes de ocho y media a once y, por la tarde, de cinco a seis y media. Solo sería hasta que su secretaria volviera.


Paula lo miró aturdida.


-¿Lo dices en serio? ¿Crees que serviría para el puesto?


-Pues claro. Se nota que eres una chica sensata. Además, no hay consulta ni los martes ni los jueves.


-Entonces podría seguir con el trabajo en la biblioteca...


-Sí. Ven al centro de salud después de las once para hablar con el doctor Walters.


Paula asintió y lo observó mientras se alejaba, sin poderse creer del todo lo que le estaba sucediendo. De todas formas, a las once en punto iría a la consulta con el mejor aspecto para solicitar el puesto. Acabó de hacer la compra a toda velocidad y se dirigió a casa para arreglarse el pelo y cambiarse de ropa. Después le dijo su madre que volvería a la hora de comer y atravesó el pueblo en dirección a la consulta. El centro de salud estaba en un lugar tranquilo y, aunque llegó a la hora a la que normalmente acababa la consulta, aún tuvo que esperar a que el doctor Walters terminara de ver a su último paciente.  Se sentó en la sala de espera y aguardó diez minutos pensando qué iba a contestarle. Pero como no tenía ni idea de las preguntas que le iba a hacer el médico, fue una ocupación infructuosa. Cuando entró en el despacho del doctor Walters, pensó que no tendría que haberse preocupado tanto. Era un hombre de mediana edad con aspecto de persona en la que se podía confiar. También era un buen médico, aunque un poco desordenado y despistado; pero solo con las cosas que no tenían que ver con sus pacientes. En su escritorio había una pila de papeles, historiales y un montón de cartas sin abrir. Cuando ella entró, el médico se levantó de su asiento y fue a saludarla.


-Señorita Chaves, el doctor Alfonso me ha dicho que usted podría ayudarme. La señora Crump ha tenido que marcharse rápidamente porque su hija ha tenido un accidente. Volverá, por supuesto, pero necesito ayuda hasta entonces. ¿Tiene experiencia?


-Me temo que no -no tenía ningún sentido pretender que sí la tenía-. Pero puedo contestar al teléfono, archivar papeles, seleccionar el correo, citar a los pacientes...


El doctor Walters la miró por encima de sus gafas pasadas de moda.  Por lo menos era sincera, pensó.


-¿Lo intentamos? Yo estoy desesperado. No puedo pagarle el salario habitual porque no está cualificada, pero que le parece...


Le ofreció una suma que la hizo pestañear.


-No hace falta que me traiga referencias, con las del doctor Alfonso me basta. ¿Puede empezar mañana? ¿A las ocho y media? Ya veremos qué tal nos va.


A pesar de su aspecto desvalido, era un hombre que sabía muy bien lo que quería. Los meses que siguieron a aquella entrevista fueron los más felices de la vida de Paula desde la muerte de su padre. En la consulta se encargó del correo, mantuvo el escritorio ordenado, dió cita a los pacientes... No intentó hacer el trabajo especializado de la señora Crump, pero se dedicó a todo lo demás y lo hizo lo mejor que pudo. El doctor Walters se dió cuenta de sus limitaciones, pero no se quejó. Cuando llegara su secretaria ya se pondría al día con los asuntos pendientes. Durante todo el tiempo que trabajó allí, apenas vió al doctor Alfonso. Todo su contacto consistía en unos «buenos días» breves si se cruzaban en la consulta o en un saludo con la mano si la veía de lejos. Paula se dijo que no había razón para que le hiciera más caso, aunque se sintió bastante decepcionada. «Solo les gusto a los hombres que a mí no me gustan», se dijo enfadada, «Y cuando conozco a un hombre que me interesa, no me hace caso».


La temporada estival estaba en pleno apogeo cuando la señora Chaves recibió una invitación de unos antiguos amigos para pasar una temporada con ellos. La amistad se había enfriado desde la muerte de su marido, pero parecía que ya se habían olvidado de las difíciles circunstancias por las que había pasado.


-¡Qué amables! -declaró la señora Chaves-. Por supuesto que voy a aceptar. Será un placer volver a la vida de antes, aunque solo sea por unas semanas. Tú podrás arreglártelas sola, ¿Verdad, Paula?


-Estaré bien, mamá, y a ti te irá de maravilla el cambio. ¿Cuándo quieren que vayas? ¿Te irá a buscar alguien a la estación?


-Sí, por supuesto, yo no podría arreglármelas sola. Voy a necesitar ropa nueva...


Paula pensó en los pocos ahorros que tenían en el banco. 

Quédate Conmigo: Capítulo 14

 -¿Niños pequeños? Paula, sabes que enseguida me duele la cabeza cuando hay demasiado ruido y los niños son muy ruidosos.


-Te van a gustar, verás.


-¿Cómo los conociste?


Paula no le había hablado a su madre del trabajo en los chalets, le habría escandalizado que estuviera haciendo trabajo doméstico para otras personas.


-Eh... Está de vacaciones en un chalet alquilado -respondió de manera vaga.


Pero no tuvo que decir nada más, porque su madre había perdido todo interés. Al día siguiente, la visita resultó todo un éxito. Luciana era una buena conversadora y sabía un montón de chismes sobre los famosos. La señora Chaves disfrutó hablando con ella. Cuando todos se marcharon le dijo a su hija que Luciana era una joven encantadora.


-Es obvio que está bien casada y que tiene una vida social agradable -dijo mientras dedicaba una mirada de reproche a su hija-. Justo lo que tú tendrías si no hubieras rechazado a Diego -cuando Paula no respondió la mujer añadió-: Tengo que decir que los niños se han portado muy bien.


Por supuesto, pensó Paula, que se había encargado de mantenerlos ocupados mientras Luciana y su madre charlaban. 



Pedro fue a visitar a su hermana aquella noche. Ésta le ofreció algo de beber y se sentaron juntos en la sala.


-Hemos ido a casa de Paula a tomar el té. ¿Conoces a su madre? Es como una piedra atada al cuello de Paula. Es una mujer encantadora, pequeña y con modales refinados. Se ha quejado de tener que vivir aquí después de la vida tan estupenda que tenían en Richmond. También me dijo que Paula había rechazado a un hombre que quería casarse con ella.


El doctor sonrió.


-Ah, sí, la rata...


-¿Lo conoces? - preguntó Luciana sorprendida.


-Una vez estuve cerca. No era un hombre para Paula.


-Quizá encuentre a alguien aquí.


-Ya. ¿Va a venir Juan el sábado a recogeros? 


Era un cambió de conversación que a Luciana no le pasó desapercibido.


-Sí, menos mal. Se llevará a Francisco y la mayoría del equipaje. Yo me iré con las niñas. Tenemos pensado salir temprano, antes de que Paula empiece a hacer la limpieza -dijo mirando a su hermano.


Y si había esperado alguna respuesta al comentario, no obtuvo ninguna.



Cuando Paula llegó al chalet por la mañana, se encontró con un gran alboroto. Luciana estaba metiendo a los niños en el coche y estos se quejaban porque no querían marcharse.


-Ya nos vamos -gritó Luciana mientras aseguraba a Francisco en su silla-. Éste es Juan, ven a decirle hola y adiós.


Paula se despidió de todos un poco triste. Luciana y ella se habían caído muy bien si hubieran tenido más tiempo, podrían haberse convertido en buenas amigas. Cuando perdió los coches de vista, recogió el cubo y los utensilios de limpieza y se dispuso a empezar la jornada. Fue muy duro trabajar hasta las seis de la tarde. Justo cuando estaba cerrando la puerta del segundo chalet, llegaron los nuevos ocupantes. Se dijo que, a pesar del dinero, no iba a hacer el trabajo de dos personas durante más tiempo.


-Todas las jóvenes son iguales -le dijo la señora Brook-Tigh con tono desagradable-. Quieren hacer lo menos posible y llevarse todo lo que puedan.


Paula no se molestó en contestarle. Estaba cansada y desanimada porque el futuro se le presentaba poco halagüeño. Las horas que había pasado con Luciana y los niños se lo habían demostrado. Cuando llegó a casa le dolían los pies. Se quitó los zapatos y se fue a la cocina a preparar la cena. Mientras cocinaba se tomó una taza de té bien cargado. Aunque una botella de coñac no habría estado mal, se dijo a sí misma; cualquier cosa que aliviara el persistente sentimiento de frustración. Tenía que hacer algo con su vida, pero ¿Qué? Si algo nuevo ocurriera... 


El lunes por la mañana, al salir de la panadería, se encontró con el doctor Alfonso. Él no malgastó el tiempo en saludos. 

Quédate Conmigo: Capítulo 13

El domingo también amaneció precioso. Paula se puso un vestido de algodón y sandalias de playa y se dirigió hacia el chalet donde había quedado. Cuando llegó, Luciana estaba cargando el coche.


-Ya tengo a los niños dentro. Aquí parece que todo el mundo sigue durmiendo y estos son muy ruidosos. 


Paula miró hacia la casa de la señora Brook-Tigh. Las cortinas estaban echadas y no había el menor signo de actividad. Lo cual le pareció muy bien porque así no tendría que saber que iba a salir con los inquilinos.


-Hoy va a hacer calor -dijo Paula-. La playa va a estar llena.


-A los niños les encantará -respondió mientras se subían al coche-. Estos son Delfina, Francisco y Valentina.


Eran tres niños entusiasmados e impacientes por llegar a la playa. Sin perder más tiempo, Luciana arrancó el coche y Paula la dirigió por la carretera de la costa hasta la playa.


-Está muy cerca -dijo Luciana mientras estacionaba el coche.


Bajaron todos y descargaron las bolsas de comida, los cubos y las palas, las toallas... En la playa había bastante gente, pero no estaba llena. Buscaron un sitio al lado de las rocas y se pusieron los trajes de baño. Luciana y los niños corrieron hacia el agua y Paula se quedó al cuidado de las cosas. Era muy agradable estar allí sentada. Todavía no hacía demasiado calor y no había nadie al lado. Ese era el primer día que iba a la playa desde que había llegado a Salcombe, pensó Paula. Luciana y los niños eran muy simpáticos y, aunque acababa de conocerlos, parecía que los conociera desde hacía mucho tiempo. Por supuesto, todos se irían al cabo de una semana, pero aun así tendría muy buenos recuerdos de ellos. Todos volvieron trotando y Luciana le dijo:


-Ahora te toca a tí. Es una pena que no podamos ir todos a bañarnos. ¿No crees que podríamos dejar las bolsas solas un rato? No hay nadie cerca y podríamos vigilarlas desde el agua...


El agua estaba helada, pero Paula se metió rápidamente y se puso a nadar. Primero nadó con ganas para quitarse el frío y, después, lentamente hacia donde estaba Luciana con los niños. El tiempo pasó rápido, como siempre sucede cuando uno es feliz. Construyeron castillos en la arena, excavaron agujeros y los rellenaron de agua, y volvieron a meterse en el agua. Luciana fue a buscar algo a las bolsas mientras los demás jugaban en la orilla.


-¡Pedro, qué sorpresa! ¿Has venido a comer con nosotros?


-No. Acabo de visitar a un paciente y ahora tengo que ir a ver a otro - dijo mirando hacia el grupo que jugaba en la orilla y fijándose en la figura de Paula. 


-Es estupenda, ¿Verdad? -comentó Luciana mirando a su hermano-. Debería estar en otra parte, rodeada de novios y con una ropa estupenda.


-Ni hablar.


Habló con tanto énfasis que su hermana lo miró extrañada. Después sonrió.


-Vaya, Pedro...


En ese momento llegaron los niños corriendo a saludar a su tío. A Paula le dió un poco de vergüenza que él la viera en traje de baño.


-Hola -la saludó Pedro-. Veo que te ha tocado lidiar con este trío de salvajes. Debes estar agotada. Ahora tengo que irme -dijo poniéndose de pie con los niños agarrados a sus pantalones-. Espero que lo pasen bien. Y no tomen mucho el sol... -les recomendó mientras se alejaba hacia el estacionamiento.


Casi no la había mirado, pensó Paula, solo una sonrisa y una despedida con la mano al marcharse. Había sido tonta al sentir vergüenza. A media tarde, los niños estaban cansados, así que decidieron volver a casa para dormir un poco.


-Entra a tomar un té -le suplicó Luciana, pero Paula negó con la cabeza.


-Lo siento, pero tengo que marcharme. Si quieres que cuide de los niños alguna noche para que tú puedas salir, lo haré encantada.


-¿De verdad lo harías? Sería estupendo.


-¿Quieres venir a mi casa a tomar el té mañana? Vivimos al lado del agua y hay muchas cosas interesantes para los niños.


-Nos encantaría.


Paula le explicó dónde vivía y se marchó. Cuando llegó a casa, su madre estaba esperándola. No dejaba de quejarse del calor que había pasado en el hotel.


-Te sentirás mejor cuando te prepare una taza de té con limón.


-¿Te lo has pasado bien?


-Sí, mucho. El agua está bastante fría, pero disfruté nadando. He invitado a Luciana y a los niños a tomar el té mañana. Te gustará conocerlos. 

jueves, 17 de junio de 2021

Quédate Conmigo: Capítulo 12

El sábado por la mañana también amaneció soleado. Cuando llegó al chalet vió a la señora Brook-Tigh que salía con una bolsa de playa. Los sábados por la mañana solía ir al hotel que había en la otra punta del pueblo, que tenía piscina y una fantástica terraza. En cuanto se perdió de vista, la otra chica cruzó la calle y fue a verla. Paula estaba quitando la ropa de las camas.


-Le he dicho que me marcho y está furiosa. Dice que no va a poder encontrar a alguien para el miércoles. A ella no le vendría nada mal trabajar un poco. Espero que no quiera hacerte trabajar más.


-No creo.


-Seguro que se le ocurre algo. Bueno ahora tengo que marcharme. Hasta luego.


La señora Brook-Tigh volvió más temprano de lo habitual. Paula estaba preparando una bandeja con té para los nuevos inquilinos cuando ella entró.


-Esa chica se marcha -le dijo a Paula sin más preámbulos-. No es que fuera muy buena, pero no voy a poder conseguir a otra. Nos las tendremos que arreglar como podamos. Les comunicaré a los próximos inquilinos que no pueden llegar hasta las seis. Si tú vienes a las nueve y trabajas hasta las seis, podrás hacer los dos chalets. Te pagaré otras treinta libras a la semana.


Paula no respondió inmediatamente. El dinero le vendría muy bien...


-Lo haré la semana que viene y, si es necesario, la siguiente, pero no más.


-De acuerdo -dijo la mujer sin mucho entusiasmo.


Cuando salió se encontró con un coche lleno de niños y con la hermana del doctor.


-Hola -la saludo al verla-. Me alegro de verte de nuevo. Vamos a estar aquí una semana, espero que podamos conocernos un poco -dijo con una sonrisa-. ¿Dónde está la mujer que lleva esto?


-Iré a buscarla -contestó Paula-. Y será un placer verte de nuevo. 


Era bastante tarde cuando sonó el teléfono. 


-Hola Paula, soy Luciana Alfonso Martínez. No tuvimos mucho tiempo para hablar esta mañana, por eso le pedí el teléfono a la encargada del chalet. Espero que no te importe.


-Por supuesto que no.


-No conozco a mucha gente aquí y mi hermano Pedro está todo el tiempo trabajando. Me preguntaba si no te importaría acompañarnos a una playa que fuera segura para los niños. Yo podría llevar algo de comida. Espero que no pienses que soy una descarada...


-Por supuesto que no, me encantaría ir con ustedes. Hay una playa cerca, a unos minutos en coche. ¿Te gustaría ir allí para empezar?


-Suena genial.


-¿Dónde quedamos?


-¿Te parece bien aquí, en el chalet, a las diez?


-Muy bien. Allí estaré.


Cuando colgó el teléfono, su madre la estaba mirando esperanzada.


-¿Has quedado con alguien?


-Sí, voy a ir a South Sands con Luciana Alfonso Martínez y sus tres niños. Creo que comeremos allí.


-Me imagino que te vendrá bien el cambio. No te preocupes por la comida, yo me prepararé un sandwich.


Paula entendió bien la indirecta. Su madre no tenía la menor intención de preparase nada, así que le dijo alegremente:


-Te dejaré la comida preparada.


Su madre empezó a elaborar una disculpa, pero Paula no la estaba escuchando; tenía la cabeza puesta en la excursión del día siguiente.


Quédate Conmigo: Capítulo 11

El miércoles por la mañana, Paula notó que la señora Brook-Tigh estaba molesta y, aunque no podía encontrar ningún defecto en su trabajo, se las arreglo para dar la impresión de que no era satisfactorio. Esa noche, se volvió a poner el traje de punto y se dirigió al restaurante, contenta de poderse olvidar de la señora Brook-Tigh. Bruno la recibió con una amplia sonrisa y juntos pasaron al comedor.


-¿Qué piensas del pueblo? -le preguntó Paula mientras se tomaban un aperitivo.


-Es un lugar encantador, pero comparado con Londres... ¿Qué haces para entretenerte?


-Bueno, está la biblioteca, las compras, las tareas de la casa... Además, cada vez hay más gente.


-¿No te aburres? A mi madre le gusta vivir aquí y creo que es un lugar perfecto para la gente mayor; pero tú...


-Llevo viniendo a este lugar desde que era pequeña. Es como un segundo hogar para mí. Me gusta bastante.


Comieron langosta y, de postre, un gran helado. Entre los dos se tomaron una botella de vino blanco.


-Ahora tengo que marcharme -dijo Paula cuando terminaron el café-. Mi madre insistió en que me esperaría levantada y no quiero hacerla esperar mucho.


-Me marcho el viernes. Si quieres, podemos comer en Hope Cove. ¿Te recojo a las doce y media?


-Sí, muy bien. Después, si te gusta caminar, podemos darnos un paseo por la playa.


-Fantástico. Vamos, te acompaño a casa.


Se despidieron en la puerta de su casa de manera amistosa y, cuando entró, se encontró a su madre esperándola en bata.


-¿Volverías a salir con él si te lo pidiera? -le preguntó la mujer emocionada.


-Vamos a comer juntos el viernes -respondió Paula con un bostezo.


Le dió un beso a su madre y se fue a la cama. Todavía es un niño, pensó Paula, y dejó que sus pensamientos viraran hacia el doctor Alfonso, que seguro que era todo un hombre.


El viernes amaneció soleado y ella salió temprano para hacer la compra para el fin de semana. Después se apresuró para dejarle la comida preparada a su madre. 


Bruno llegó puntual y juntos caminaron hasta el coche. Condujeron por la carretera que bordeaba la ría hacia la carretera principal y allí tomaron la desviación hacia Hope Cove, una carretera estrecha hasta el pequeño pueblecito costero. Cuando llegaron allí, ya había unos cuantos coches aparcados en la puerta del bar.


-Me gusta este lugar -dijo Bruno mirando a su alrededor-. ¿Qué pedimos?


Tomaron unos sandwiches de cangrejo y cerveza y, como no tenían prisa, charlaron largamente de sus cosas.


-Nunca dejaría Londres -le dijo Bruno-. Tengo un piso con vistas al río, un buen número de amigos y un buen trabajo. Tendré que venir a ver a mi madre de vez en cuando, pero no podría soportar esto más de una semana. ¿Tú no quieres escaparte, Paula?


-¿Yo? ¿Adonde podría ir?


-Mi madre me ha contado que vivíais en Richmond. Tendrías amigos...


-Mi padre se arruinó -le confesó ella con calma-. Claro que teníamos amigos, amigos para los buenos tiempos. Estamos bien aquí. Mi madre ha hecho amigas y sale mucho. ¿Vamos a dar un paseo por el acantilado? La vista es magnífica -sugirió Paula para acabar con el tema.


No había sido muy sincera con él, pensó, pero Bruno era un chico joven y seguro que no le apetecía escuchar los problemas de los demás. Volvería a su piso con sus amigos, convencido de que ella tenía la vida que deseaba. Volvieron pronto a Salcombe porque Bruno se marchaba a Londres ese mismo día.


-Me marcho dentro de una hora. Es un viaje bastante largo.


-Que tengas buen viaje.


-Espero que nos volvamos a ver.


-Por supuesto.


El doctor Alfonso apareció por la esquina, le dijo hola y le dedicó una mirada que la hizo ponerse roja. Con ella le había dicho claramente que no había perdido mucho tiempo para encontrar un sustituto. El doctor entró en la panadería y ella se despidió de Bruno y corrió hacia su casa. Él pensaría... No quería ni pensarlo; solo esperaba no tener que volver a verlo en mucho tiempo. 

Quédate Conmigo: Capítulo 10

Paula, que normalmente hacía todo lo que su madre quería para que esta estuviera satisfecha, le dejó claro que no quería volver a hablar del tema. Esa vez no prestó atención a las lágrimas de su madre ni a sus lamentos sobre la vida tan limitada que tenía que llevar. La señora Dawson mantuvo su aire de víctima durante toda la semana.


El sábado por la mañana, Paula se fue a limpiar. Esa semana había ocupado la casa una familia con niños pequeños y ella agradeció el trabajo duro para no tener que pensar. Se puso a trabajar con esmero. Inesperadamente, la puerta del chalet se abrió y entró la señora Brook-Tigh con el doctor Alfonso y una mujer más joven, de aproximadamente su edad. La señora Brook-Tigh no se molestó en saludar.


-Tienes mucha suerte de que me hayan cancelado la reserva en el último momento -le estaba diciendo al médico-. Echa un vistazo por ahí y mira si te gusta. La chica está a punto de terminar.


«La chica», ruborizada hasta las orejas, les dió la espalda, pero enseguida tuvo que volverse a mirarlos.


-¡Paula! -dijo el doctor Alfonso-. ¡Qué sorpresa! Esta es mi hermana, va venir a pasar una semana con los niños -entonces se volvió hacia su hermana-. Luciana, esta es Paula, vive en el pueblo.


Paula se limpió una mano en la bata y estrechó la que la mujer le estaba ofreciendo. La señora Brook-Tigh, que se había quedado sin palabras, golpeó el suelo con el pie mostrando impaciencia. Se los llevó a ver el resto del chalet y, cuando estaban a punto de marcharse, le gritó a Paula.


-Volveré más tarde para pagarte, Paula. Deja las cosas de la limpieza en la puerta de atrás cuando te vayas.


Era la forma perfecta de acabar una semana horrible, pensó Paula sarcásticamente. La señora Brook-Tigh no mejoró las cosas cuando le dijo:


-No está bien que te tomes confianza con los inquilinos. Pensé que no sería necesario decírtelo. No llegues tarde el miércoles.


Paula, que nunca llegaba tarde, le dió las buenas tardes con frialdad y se marchó a casa. Le habría encantado tirarle la fregona a la cara, pero con ella se hubieran ido sesenta libras; eso sin contar las propinas que solían dejar los inquilinos. Tendría que aguantarla hasta que acabara la temporada; mientras tanto, mantendría los oídos bien abiertos por si se enteraba de otro trabajo.


Para compensar el sábado horrible, el domingo resultó un día muy agradable. Hacía una temperatura muy buena y el sol brillaba en el cielo azul. Paula se puso un vestido de punto, un poco pasado de moda pero elegante, para ir a misa con su madre. Al salir de la iglesia, un hombre joven, con una estupenda sonrisa, se presentó como el hijo de la señora Craig.


-He venido a pasar unos días -le dijo a Paula-y no conozco a nadie. Ten piedad de mí y enséñame el pueblo -le pidió con gracia.


Era muy simpático y ella aceptó encantada.


-Me encantaría, pero algunos días tengo que ir a trabajar.


-¿Cuándo tienes libre? ¿Mañana por la mañana?


-Tengo que ir a hacer la compra.


-Fantástico, iré contigo y te ayudaré a llevar las bolsas. Después podríamos tomar un café. ¿Dónde nos encontramos?


-En la panadería, al final de la calle principal. ¿Sobre las diez te viene bien?


-Estupendo. Por cierto, me llamo Bruno.


-Paula -dijo ella-. Nuestras madres nos están esperando.


-Qué chico tan encantador -le dijo su madre durante la comida-. Tiene veintitrés años y acaba de terminar los estudios de Derecho. Aunque, claro, es muy joven... -dijo mirando a su hija-. Es una pena que rechazaras a Diego.


Paula disfrutó de la compra con Bruno. Después se tomaron un café juntos. Al pasar junto a un restaurante, Bruno se paró en la puerta.


-Tenemos que venir algún día. ¿Quieres cenar conmigo alguna noche, Paula?


-El martes y el jueves trabajo hasta tarde en la biblioteca.


-Pues entonces el miércoles. ¿Quedamos aquí a las ocho y media?


-Me parece bien. Gracias, Bruno, lo he pasado muy bien contigo.

Quédate Conmigo: Capítulo 9

 -Esa rata va muy elegante -dijo el doctor.


Ella se enderezó.


-¿Se ha ido? ¿Me ha visto?


-No, no te ha visto. ¿Qué te ha dicho para molestarte tanto?


-He acabado con él. Eres muy amable, pero...


-No es asunto mío. ¿Dónde vives?


-El último chalet del Muelle Victoria. Pero puedo ir caminando.


El doctor no dijo nada, arrancó el coche y salió del aparcamiento.


-Gracias -le dijo Emma cuando llegaron-. Espero no haberte estropeado la tarde.


Desde luego, él no le podía decir que estaba disfrutando de cada minuto en su compañía.


-Te acompañaré hasta la puerta, por si aparece la rata.


-No creo que quiera volver a verme. Yo, desde luego, no quiero volver a verlo.


El doctor salió del coche y le abrió la puerta a Paula. Tenía un coche espléndido, un Rolls Royce azul oscuro.


-Tienes un coche muy bonito -le dijo Paula sintiendo que le debía algo más que las gracias. 


Después se puso colorada porque había sido un comentario un poco tonto. Mientras caminaba a su lado iba pensando que le habría gustado conocerlo en otras circunstancias. Su madre todavía no había llegado y Paula suspiró aliviada.


-¿Te gustaría tomar una taza de té? -preguntó ella sin olvidar los buenos modales-. O quizá quieras volver al hotel... Si alguien te está esperando...


Él respondió que aceptaba el té y no contestó a la otra pregunta.


-Siéntate, por favor -dijo Paula-. Voy a poner la tetera al fuego.


Al mirarse en el espejo de la entrada, vió que estaba pálida y que necesitaba un poco de maquillaje y de barra de labios, pero ya era demasiado tarde para eso. Puso el agua a hervir y preparó una bandeja con unas pastas. Cuando volvió a la sala, él estaba mirando una acuarela de su antigua casa.


-¿Es tu casa?


-Hasta hace un mes. ¿Quieres leche?


Él se sentó y tomó la taza que ella le estaba ofreciendo.


-¿Quieres hablar de... La rata? No es que sea asunto mío, pero los médicos somos lo más parecido a los sacerdotes.


Paula le ofreció las pastas.


-Has sido muy amable y me siento muy agradecida. Pero no hay nada... Quiero decir, volverá a Londres y yo podré olvidarme de él.


-Claro. ¿Te gusta tu trabajo en la biblioteca? 


-Sí, mucho -respondió un poco decepcionada porque él no hubiera mostrado más preocupación o interés-. La señorita Johnson me ha dicho que no vives aquí, que estás sustituyendo a otro médico.


-Sí, me dará mucha pena marcharme.


-¿Te vas a marchar ya?


-No, no. Estoy deseando que llegue el verano -respondió dejando la taza sobre la mesa-. Gracias por el té. Si no hay nada más que pueda hacer por tí, me tengo que marchar.


«Bueno, no hay motivo para que se quede», pensó Paula. Ella no era una compañía muy animada. Además, probablemente habría una chica esperándolo.


-Espero no haberte entretenido demasiado.


-No, en absoluto.


Ella permaneció de pie en la puerta mirándolo mientras caminaba hacia el coche. Debía de pensar que era una mujer histérica, porque así era como se había comportado. Y todo por culpa de Diego. Su madre había tenido un día muy agradable. Le contó todo lo que había hecho y, hasta que no se tomó su té, no se dió cuenta de que su hija tenía la nariz roja y los ojos hinchados.


-¿Has estado llorando? Pero si tú nunca lloras... ¿No estarás enferma?


-Diego ha estado aquí.


Antes de que pudiera decir nada más, su madre comenzó a gritar entusiasmada.


-Lo sabía. Sabía que cambiaría de opinión. ¿A qué quiere casarse contigo? Es fantástico, así podremos marcharnos de aquí y volver a Richmond...


-No me casaría con Diego ni aunque fuera el último hombre del mundo -la interrumpió Paula con rotundidad-. Me ha dicho cosas muy desagradables sobre papá...


-¿No lo habrás rechazado?


-Sí. Me llevó a comer y lo dejé plantado en la mesa. Al salir, me encontré con uno de los médicos del centro de salud, que me trajo a casa. Diego es una rata y si vuelve por aquí le tiraré algo a la cabeza.


-Debes estar mal de la cabeza, Paula. Has tirado tu futuro... Nuestro futuro, por la borda. Seguro que Diego no quería ofenderte.


-No me voy a casar con él, mamá, y espero no volver a verlo nunca. 

martes, 15 de junio de 2021

Quédate Conmigo: Capítulo 8

 -Podemos hablar aquí. Voy a preparar unos sandwiches.


-Cariño, tú te mereces algo más que unos sandwiches. Vamos al hotel a charlar.


-¿Sobre qué?


-Sobre algo que te va a gustar...


Quizá se tratara de algo que no sabían sobre las propiedades de su padre...


-Bueno. Espera ahí mientras me cambio.


Mientras se quitaba los vaqueros y la camiseta de algodón, pensó en algo que combinara con la ropa elegante de Diego. No tenía ni idea de qué tendría que decirle. El señor Trump había insinuado que quizá hubiera algo más de dinero y quizá Diego se lo había traído... Cuando bajó, él estaba mirando por la ventana a la gente que paseaba por el muelle.


-No te puedes quedar en este lugar. Es un sitio tan pequeño, sin nada que hacer en todo el día...


Ella no se molestó en responder. Caminaron hacia el hotel sin hablar mucho.


-No entiendo por qué no puedes decirme de qué se trata -le reprochó Paula.


-Ya te lo diré.


El hotel estaba lleno. Tomaron una bebida en el bar y después les dieron una mesa con vistas a la ría. «Debería estar disfrutando», pensó Paula, «Pero no lo estoy pasando nada bien». Diego habló de su trabajo y de los amigos comunes.


-¿Has venido de vacaciones? -le preguntó ella.


-No. Tengo que volver mañana.


-Entonces será mejor que me digas de qué se trata -dijo mirando el reloj-. Ya son las dos y media.


Él soltó una carcajada.


-¿Tanta prisa tienes por librarte de mí?


Diego puso sus manos sobre las de ella. 


-Paula, cariño, he estado pensando mucho. El escándalo de la quiebra de tu padre ya se está pasando. No hay deudas y no hay necesidad de que nadie remueva las cenizas; por lo tanto, ya no hay posibilidad de que el asunto afecte a mi carrera. Dentro de unos pocos años, todo el asunto quedará olvidado. He venido a pedirte que te cases conmigo. Sé que no tienes dinero y que tienes una posición social difícil, pero yo puedo ofrecerte esas dos cosas. Te tengo mucho cariño y sé que serás una esposa excelente.


Paula había escuchado su pequeño discurso sin moverse ni decir una palabra. Estaba tan enfadada que creía que iba a explotar. Se olvidó de la buena educación y se puso de pie.


-¡Vete a paseo! -exclamó, y se marchó de allí.


Estaba encolerizada y no se fijaba por dónde iba. Por eso al salir, chocó con el enorme pecho del doctor Alfonso. Ella lo miró a la cara.


-Es una rata, un gusano -dijo enfadada-. Él y su preciosa carrera...


El médico intentó tranquilizarla.


-Esa rata... ¿Está todavía en el hotel? ¿No quieres verlo?


-Si fuera un hombre le daría un puñetazo -dijo ella y dos lágrimas corrieron por sus mejillas.


-Entonces será mejor que vengas a mi coche un segundo; por si sale a buscarte. Si quieres, puedes contarme lo que ha pasado.


La agarró del brazo y la acompañó al coche. La metió dentro y se sentó a su lado.


-Llora todo lo que quieras; después te llevaré a casa.


Le ofreció un pañuelo y se sentó pacientemente mientras ella se desahogaba. Vió a un hombre, probablemente la rata, que estaba paseándose por el aparcamiento mirando a su alrededor. Al final, el hombre volvió a entrar en el hotel.


Quédate Conmigo: Capítulo 7

 -¡Vaya, vaya! -dijo con suavidad mientras le dedicaba una mirada tan intensa como la que le había dirigido en la panadería.


Paula se sintió bastante incómoda, por eso, cuando llegó al mostrador con el ejemplar de El oso Rupert, le dijo con frialdad:


-¿Me deja su carné?


-¿Tengo uno? -preguntó él sorprendido-. Aunque lo tuviera y supiera dónde está, no me habría parado a buscarlo; tengo al pequeño Benjamín chillando a pleno pulmón.


Agarró el libro, se lo agradeció a la señorita Johnson y se marchó. Paula siguió colocando los libros en su lugar y esperando que alguien dijera algo. Mariana fue la primera en hablar:


-Pobre hombre. Seguro que ha tenido un día duro, y ahora, tiene que pasar la tarde leyéndole un cuento a un niño. Como si no tuviera suficiente...


La señorita Johnson puntualizó.


-Él adora a los niños. Paula, haz una nota de que el libro no ha sido registrado. El doctor Alfonso lo traerá a su debido tiempo.


«Bueno», pensó Paula, «Al menos ahora sé quién es». En el camino a casa le preguntó a Mariana:


-¿Es el único médico que hay en el pueblo?


-No, no. Son tres, y él solo está sustituyendo al doctor Finn.


¿Por qué la habría mirado de aquella manera? ¿Y por qué habría dicho «Vaya, vaya» con ese tono de satisfacción?, se preguntó Paula. Su madre estaba cada vez más integrada; aun así, cada vez que señalaba las pocas posibilidades que tenían de marcharse de allí, la mujer se echaba a llorar.


-Tendrías que haberte casado con Diego. Podríamos haber vivido muy bien en su casa. Era tan grande que yo podría haber tenido mis propias habitaciones.


Un comentario al que Paula no sabía qué responder. En lo que a ella se refería, no disponía de mucho tiempo para quejarse. Tenía que limpiar la casa, hacer la colada y planchar... Un montón de cosas que nunca había hecho. Al principio, su madre se había ofrecido para hacer la compra, pero al no tener la costumbre de hacerla con poco dinero, el resultado había sido bastante desastroso. Así que añadió a sus tareas la de ir a comprar; pero no le molestó demasiado porque ya conocía a todos los tenderos y eran muy agradables con ella.


La señorita Johnson se había abierto un poco al ver que Paula disfrutaba con el trabajo de la biblioteca. Incluso habían tenido una pequeña charla sobre sus gustos literarios. Mariana era muy simpática y a Paula le gustaba escucharla hablar de sus numerosos novios. Pero la señora Brook-Tigh no cambió de actitud. Estaba haciendo un trabajo inferior y ella la trataba como a un ser inferior. Supervisaba los chalets con minuciosidad, pero nunca decía nada agradable. No le importaba limpiar, pero esa mujer no le gustaba nada; en cuanto terminara la temporada, buscaría otra cosa. Tal vez en un bar, se dijo, aunque no tenía ni idea de ese tipo de trabajo. Así al menos, conocería a gente nueva. ¿Iría el doctor Alfonso a los bares? Probablemente no. No tendría tiempo. Paula pensaba en él de vez en cuando. Parecía que la única forma de conocerlo sería ponerse enferma, pero ella nunca se ponía enferma. 


La primavera fue dando paso al verano y, durante los fines de semana, las calles estrechas se fueron llenado de turistas que se acercaban al pueblo en sus yates. Y con ellos llegó Diego... La señora Chaves había salido a comer con una de sus amigas, convencida de que a Paula no le importaba quedarse sola. Alguien llamó a la puerta y cuando fue a abrir se encontró con Diego, impecablemente vestido con un traje de chaqueta y una corbata de seda italiana. Durante un segundo, por su mente pasaron un jersey gastado y unos pantalones de pana.


-¿Qué haces aquí? -preguntó sin una chispa de alegría.


Diego le dedicó una sonrisa. Él era un joven adinerado, tenía buenos modales y estaba acostumbrado a gustar a la gente y a ser respetado.


- ¿Te he sorprendido?


-Claro que sí -dijo Paula, reticente-. Será mejor que pases.


Diego miró alrededor.


-Un lugar muy bonito..., Aunque bastante diferente a Richmond.


-Sí. ¿Qué haces aquí?


-He venido a verte. Para hablar. Si te cambias, podemos ir a comer juntos a mi hotel. 

Quédate Conmigo: Capítulo 6

Cuando Paula volvió a casa, se preparó la cena y se puso a hacer las cuentas. La pensión de su madre, más el dinero de los dos trabajos, bastaría para mantenerlas sin dificultades. No les sobraría mucho, pero tenían ropa cara de calidad que les podía durar varios años. Cuando se lo explicó todo a su madre, esta le preguntó si se podía quedar con algo de dinero para la peluquería y para otras cosillas. Hizo cuentas mentalmente y le dejó que se quedara con una generosa cantidad. Mucho más de lo que podían permitirse. Pero la felicidad y la tranquilidad mental de su madre eran lo más importante. Después de tantos años viviendo bien, acostumbradas a tenerlo todo, no iba a adaptarse fácilmente a una vida de estrecheces. El sábado por la mañana fue a los chalets. Le había dicho a su madre que iba a empezar a trabajar. Había resaltado el trabajo en la biblioteca y obviado el de limpiadora. Sabía que iba a ser un trabajo muy duro y así fue. Los inquilinos de la semana anterior no habían hecho ningún esfuerzo por mantener las cosas ordenadas y lo habían dejado todo bastante sucio. Lo ordenó todo, pasó la aspiradora, limpió la cocina y el baño y, al final, la señora Brook-Tigh aprobó su trabajo.


-Hasta el miércoles a las diez -se despidió la mujer.


Paula caminó con la chica que limpiaba los otros dos chales.


-Menuda vieja tacaña -dijo la muchacha-. Ni siquiera nos ofrece una taza de café. ¿Crees que te vas a quedar?


-Sí -respondió Paula.


El futuro, aunque no se preveía brillante, prometía seguridad: siempre que gente como la señorita Brook-Tigh necesitara de sus servicios. Cuando llegó a casa, su madre le dijo que la señora Craig se había encontrado con una amiga mientras estaban tomando café y que se habían ido las tres a un pequeño restaurante a comer.


-Me invitaron ellas y disfruté bastante -dijo con una sonrisa-. Parece que estoy haciendo amigas. Tú tienes que hacer lo mismo.


-Sí, mamá -y se preguntó si tendría tiempo de buscar amigos.


¿Chicas de su edad? ¿Hombres? Por la cabeza se le cruzó la idea de que la única persona a la que le gustaría conocer era el hombre de la panadería. 



Paula agradeció la tranquilidad del domingo. Había tenido una semana ajetreada, llena de preocupaciones e incertidumbres sobre los trabajos. Pero al final se las había arreglado muy bien y ya tenía dinero en el monedero. Fue a misa con su madre y allí saludó a las nuevas amigas de esta. Si su madre se encontraba a gusto y empezaba a disfrutar de la vida social que había tenido en otros tiempos, todos sería mucho más fácil. «Incluso podría apuntarme a clases nocturnas durante el invierno», pensó . «Así podría hacer amigos». Pasó el lunes limpiando la casa y haciendo la colada. Su madre fue a la biblioteca a buscar algún libro y, en el camino de vuelta, se entretuvo mirando escaparates. Cuando llegó a casa, le mostró un chai que se había comprado.


-Me costó más de lo que yo pensaba gastar, cariño -explicó la mujer-. Pero es exactamente lo que estaba buscando.


La biblioteca estaba casi vacía cuando Paula llegó el martes por la tarde.


-Hoy vienen las señoras de la Asociación de Amas de Casa -anunció la señorita Johnson-. A partir de las siete la biblioteca estará llena de gente. Pon esos libros en los estantes -le dijo a Paula señalando a un carrito.


Una hora más tarde, la biblioteca se llenó de señoras de la asociación y la señorita Johnson colgó el letrero de Cerrado. Paula estaba de rodillas, recogiendo unos libros que alguien había tirado, cuando escuchó una pequeña conmoción en la puerta. Entonces vió entrar al hombre de la panadería y se sorprendió al comprobar que la señorita Johnson le dedicaba una sonrisa amable.


-Hemos cerrado, doctor.


-¿Tiene El oso Rupert? La librería ha cerrado y el pequeño Benjamín no se va a dormir hasta que no se lo lea. Tiene que ser El oso Rupert -dijo con una sonrisa y Paula, desde el suelo, pudo comprobar que la señorita Johnson se derretía ante su gesto.


-Paula ve a buscar el libro. Está en el último estante de la sección de niños.


Cuando ella se puso de pie, él se giró para mirarla. 

Quédate Conmigo: Capítulo 5

Desde la calle principal se metió por una calle estrecha de pequeños chalets que subían hacia una colina. Paula llamó a la última casa que era la más grande de todas. La mujer que abrió la puerta era una mujer aún joven, delgada y alta, e iba vestida bastante moderna para Salcombe. El peinado era perfecto, al igual que su maquillaje. Miró a Paula de arriba abajo.


-¿Sí?


-He venido por el anuncio para limpiar chalets.


-Pasa -llevó a Paula a un salón muy bien amueblado-. No sé si podrás hacerlo; es un trabajo muy duro. Se trata de limpiar chalets los miércoles y los sábados, y dejarlos listos para los siguientes inquilinos. Necesito a alguien para esos dos días, desde las diez de la mañana hasta las cuatro, a cinco libras la hora, y las propinas, si alguien deja algo.


-¿Solo dos días?


-Eso es lo que he dicho. No eres de por aquí, ¿Verdad? Yo no aguanto este lugar, pero los chalets son de mi padre y me voy a encargar de ellos durante un par de años. En verano tengo muchos clientes. 


-Voy a vivir aquí con mi madre y necesito trabajar.


-Por mí está bien. No es un trabajo que guste mucho por aquí.


Tampoco es que le gustara mucho a Paula, pero sesenta libras a la semana sí. Le dió las mismas referencias que a la bibliotecaria y la mujer le dijo que la avisaría a los dos días. Se marchó a casa y, durante la comida, su madre le contó lo que había hecho durante la mañana con la señora Craig.


-Me ha dicho que vaya al hotel una tarde para una partida... Juegan con dinero, pero muy poco.


-No importa. Además, tú eres muy buena. Me alegro de que hayas encontrado una amiga, seguro que harás muchas más cuando empiece el verano.



Dos días más tarde, llegó una carta. Sus referencias para el trabajo de los chalets eran satisfactorias, podía comenzar a trabajar el sábado siguiente. Esa misma tarde, fue a la biblioteca y la señorita Johnson le dijo, sin sonreír, que el trabajo era suyo y que podía empezar el martes. El trabajo de limpieza iba a ser bastante duro. La señorita Brook-Tigh era una mujer de negocios y solo pensaba en ganar dinero. En los chalets había suficiente trabajo para dos personas, pero siempre que hubiera chicas como ella dispuestas a hacerlo todo, a ella no le preocupaba. Le mostró a Paula las dos casas de las que sería responsable e insistió en que fuera puntual. La biblioteca estaba muy llena cuando llegó, puntual como un reloj. La señorita Johnson no perdió ni un segundo.


-Mariana te mostrará las estanterías, después vuelve aquí y te mostraré como poner el sello a los libros. Si estoy ocupada, toma el carrito de los libros devueltos y colócalos en sus estantes. Y presta mucha atención; no toleraré el trabajo mal hecho.


Aquello no era muy alentador, pero Mariana le dedicó un guiño simpático. El trabajo no era muy complicado ni cansado. A Paula le encantaban los libros y se le pasaron las tres horas volando. La señorita Johnson, a pesar de su despedida austera, no se quejó de nada. 

jueves, 10 de junio de 2021

Quédate Conmigo: Capítulo 4

Estaba cansada cuando se fue a la cama esa noche: Se había ocupado del equipaje y del coche, había encendido la chimenea y había preparado la cena antes de acompañar a su madre a la cama. Había sido un día muy largo, pensó, acurrucada en la cama. Pero ya estaban allí, no le debían nada a nadie y tenían algo de dinero en el banco. El señor Trump había sido de gran ayuda, cosa que no se podía decir de Diego. Aunque, pensándolo bien, no le importaba demasiado. Por la mañana se fue a hacer la compra mientras su madre organizaba su ropa. El día había amanecido soleado y el pueblo parecía brillar a la luz del sol. Paula no se apresuró. Se detuvo a mirar los escaparates de las boutiques, se acercó a la biblioteca para hacerse socia, encargó que le llevaran la leche y el periódico a diario... En su recorrido, se iba fijando en los letreros que había en los escaparates por si veía alguna oferta de trabajo. El carnicero y el de la frutería se acordaban de ella y eso la animó bastante. Después se dirigió a la panadería. El olor era delicioso. Paula estaba dudando qué comprar cuando alguien entró en la tienda. Se volvió para mirar y se encontró con una mirada azul cielo tan intensa que se puso colorada. El hombre era alto y atractivo, con la nariz aguileña y los labios finos. Llevaba un jersey gastado y unos pantalones de pana, y su pelo necesitaba un buen corte. El hombre dejó de mirarla, se inclinó sobre ella y agarró dos pasteles del mostrador. Los labios delgados mostraron una atractiva sonrisa.


-Apúntemelos, señora Trott -dijo mostrándoselos a la dueña, y se marchó.


Paula estuvo tentada de preguntarle a la señora Trott quién era, pero presintió que esta no se lo iba a decir, por lo que contuvo su curiosidad. Debía de vivir en el pueblo si tenía una cuenta abierta. No tenía pinta de pescador ni de agricultor y no vestía como un dependiente. Había sido bastante maleducado al mirarla de aquella manera y ella no quería volvérselo a encontrar; pero no le importaría saber quién era. Cuando volvió a casa se encontró con un empleado que esperaba impaciente para recoger el coche. Entre una cosa y otra, pronto se olvidó del hombre de la panadería. Era absolutamente necesario que encontrara un trabajo. Se pasó unos cuantos días hojeando el periódico y recorriendo el pueblo, mirando los anuncios. Vió muchas ofertas para camareras, una de ayudante de peluquería, varias ofertas para hacer la limpieza de chalets en alquiler, una de asistente para la tienda de manualidades, otra de ayudante para la biblioteca dos tardes por semana... Un día iba paseando con su madre cuando se encontraron con una anciana que las saludó con alegría.


-¡Señora Chaves! Quizá no se acuerde de mí, solíamos jugar a las cartas en el hotel. Ahora que mi marido ha muerto me he trasladado a vivir aquí. ¡Qué alegría encontrarme con una cara conocida! -saludó la mujer contenta.


-Ahora la recuerdo, usted es la señora Craig, ¿Verdad? Pasamos varias tardes muy agradables jugando.


-Vamos a tomar un café y a charlar un rato. ¿Está su marido con usted?


-No, también me he quedado viuda, y Paula y yo nos hemos venido a vivir aquí.


-¡Cuánto lo siento! Quizá cuando pase algún tiempo, le apetezca quedar para echar una partida de cartas...


La cara de la señora Chaves se iluminó.


-Sería un placer.


-Entonces, venga a tomar el té conmigo algún día -añadió la mujer con amabilidad-. Necesitará distraerse un poco -después se dirigió a Paula-: Seguro que tú también encuentras amigos de otras veces.


-Sí, claro -dijo encantada-. Voy a hacer un par de recados mientras toman café. Es un placer volver a verla, señora Craig. Hasta luego.


La biblioteca estaba en la otra punta del pueblo y cuando llegó, no había mucha gente. Había dos personas en el mostrador: Una señora con aspecto huraño y un peinado sin sentido y una chica muy bonita, pero con demasiado maquillaje. La mujer levantó la cara de la pila de libros que estaba colocando y miró a Paula.


-Buenos días -dijo Paula-. Vengo por el anuncio de ayudante. Me gustaría solicitar el puesto.


-Mi nombre es señorita Johnson. ¿Tienes experiencia?


-No, señorita Johnson, pero me gusta mucho leer. Tengo el título de bachillerato de Letras. He venido a vivir aquí con mi madre y necesito un trabajo. 


-Son dos tardes a la semana, de cinco a ocho los martes y jueves, a cinco libras la hora -dijo la mujer de manera no muy alentadora-. De vez en cuando, hay que hacer horas extra si alguna de nosotras cae enferma o se toma vacaciones.


-Me encantaría trabajar aquí, si usted está de acuerdo. ¿Es necesario que traiga referencias?


-Por supuesto, y lo antes posible. Si son satisfactorias puedes probar una semana.


Paula escribió la dirección y el teléfono del señor Trump y del doctor Jakes, que la conocían desde que era pequeña.


-¿Dónde se queda? ¿En alguna habitación de alquiler?


-No, vivimos al final del Muelle Victoria.


El semblante de la señorita Johnson pareció menos severo.


-¿Han arrendado un chalet para el verano?


-No, es de mi madre.


Paula se dió cuenta enseguida de que el trabajo sería suyo. Se despidió con educación y volvió a la calle principal. Después fue a preguntar por otra de las ofertas de empleo que había visto. 


Quédate Conmigo: Capítulo 3

 -Bien. Llamaré de vez en cuando para ver qué tal va todo.


-No hace falta. Estaremos muy ocupadas empaquetando -después añadió con educación-: ¿Quieres una taza de té antes de irte?


-No, no, gracias. Debo marcharme a la oficina.


Se despidió de la señora Chaves y Paula lo acompañó a la puerta.


-Si alguna vez necesitas ayuda...


-Gracias, Diego -contestó Paula, y no pudo decir una palabra más para no echarse a llorar allí mismo.


-Qué suerte que tengas a Diego -le dijo su madre cuando Paula se unió a ella-. Seguro que él piensa que lo mejor será una boda tranquila lo antes posible.


-Diego no se va a casar conmigo, mamá. Interferiría en su carrera.


El comentario provocó las lágrimas de su madre.


-Paula, no puedo creérmelo. No hay ningún motivo para que no te cases inmediatamente. ¿No habrás roto con él, verdad? Porque si lo has hecho, eres muy tonta.


-No. Han sido los deseos de Diego -Paula sintió pena por su madre, tenía un aspecto tan desvalido... -. Lo siento, pero él tiene que consolidar su carrera y casarse conmigo no lo ayudaría en absoluto.


-No sé qué se le pasaría a tu padre por la cabeza...


-Lo hizo para dárnoslo todo. Nunca nos negó nada, mamá.


-Mira cómo nos ha dejado -replicó entre lágrimas-. No es tan malo para tí que eres joven y puedes trabajar, pero ¿Qué voy a hacer yo? Creo que voy a enfermar.


-Voy a prepararte algo caliente. Ve a darte un baño y después subiré para asegurarme de que estás bien.


-Nunca volveré a estar bien.


Paula le dió un abrazo. El mundo de su madre se había hecho pedazos, pero ella haría todo lo que estuviera en sus manos para hacerla lo más feliz posible. Durante un momento, dejó que su pensamiento vagara. Si se hubiera casado con Diego habría tenido un vida cómoda. Sin embargo, ahora tenía que buscar trabajo, hacer nuevos amigos y, sobre todo, intentar hacer feliz a su madre. Más allá de eso, no quería pensar. Por supuesto, Pedro volvería algún día, pero él planearía su propio futuro. Daría por sentado que ella cuidaría de su madre y, aunque estuviera dispuesto a ayudar, nunca permitiría que entorpecieran sus planes. 


La casa, los mejores muebles, la porcelana, la plata y la cristalería se vendieron con facilidad. La casa, desposeída de su contenido, tenía un aspecto triste y poco acogedor. Pero todavía había mucho que hacer. Paula había empaquetado todos los objetos que no se habían vendido: la vajilla de uso diario, las cacerolas, la ropa de cama y los manteles. El señor Trump lo había hecho lo mejor posible y, después de pagar sus deudas, todavía les quedaba una pequeña cantidad en el banco. Su madre recibiría una pensión de viudedad, pero nada más. Gracias a Dios, pensó, estaban a principios de abril y no le costaría encontrar trabajo en Salcombe. Se marcharon una mañana fría y húmeda. Paula cerró la puerta con llave, metió esta en el buzón y se sentó al volante del viejo Rover. Les habían dejado el coche para que hicieran el traslado, pero, en cuanto llegaran a Salcombe, tenían que entregarlo. No miró hacia atrás porque, si lo hubiera hecho, habría llorado, y no era muy agradable conducir con los ojos llenos de lágrimas. Su madre no se reprimió: lloró durante casi todo el viaje. Llegaron a Salcombe por la tarde y, como siempre sucedía, la vista de la preciosa ría y del mar levantó el ánimo de Emma. No habían estado allí desde hacía mucho tiempo, pero nada había cambiado. El chalet era el último de una hilera de casas similares. Los jardines de delante daban a un camino situado al borde del agua. La zona estaba a pocos minutos de la calle principal, pero aislada del barullo del centro. Encontraron estacionamiento en una calle cercana y caminaron hasta la casa. Durante muchos años, una mujer del pueblo se había encargado de echar un vistazo a la propiedad. Emma la había llamado para avisarla de su llegada y ella les había limpiado la casa y les había dejado algo de comida en el frigorífico. La señora Chaves se detuvo en la puerta.


-¡Es tan pequeña! -dijo abatida, pero Paula miró alrededor aliviada.


Eso era un hogar. Una pequeña salita cuyas ventanas daban al jardín, una pequeña cocina y un patio trasero minúsculo. Subiendo las escaleras, había dos habitaciones y un baño entre ellas. Los muebles eran sencillos pero cómodos, las cortinas eran bonitas e, incluso, había una pequeña chimenea.


Paula rodeó a su madre con un brazo.


-Vamos a preparar una taza de té y después iré a buscar el resto del equipaje. 

Quédate Conmigo: Capítulo 2

Paula se tomó su té e intentó tragarse las lágrimas con él. Ella había querido a su padre, aunque el hijo preferido de este siempre había sido su hermano pequeño. Gonzalo tenía veintitrés años, cuatro años menos que ella. Acababa de terminar su carrera y se había embarcado en un viaje alrededor del mundo. No estaban muy seguras de dónde se encontraría en aquel momento. La última vez que había hablado con ellas estaba en Java y su próximo destino era Australia. Aunque hubieran tenido su dirección y hubieran podido contactar con él, no creía que hubiera sido de gran ayuda. Gonzalo era un chico encantador y ella lo quería mucho, pero sus padres lo habían mimado tanto que no había madurado. Su único objetivo en la vida era pasárselo bien, y el futuro no le preocupaba demasiado. Por eso, pensó que lo más probable era que continuara con las vacaciones que se estaba costeando con una pequeña herencia de su abuela. Argumentaría que estaba en el otra extremo del mundo y que el señor Trump se ocuparía de todo.


Paula no expresó esa opinión en voz alta para no hacer daño a su madre. En lugar de eso, le sugirió que se echara un rato mientras ella iba a hacer la cena. La señora Tims lo había dejado todo preparado, así que solo habría que calentar la comida. En vista de lo cual, Se sentó en la mesa, tomó lápiz y papel y empezó a anotar todo lo que debían hacer. ¡Una gran cantidad de cosas! Y no podía pretender hacerlas todas ella sola. El señor Trump se ocuparía de la complicada situación financiera, pero ¿Y la venta de la casa y los muebles? Tampoco sabía qué podrían quedarse. Su padre había pedido prestado dinero para poder invertirlo y ahora tendrían que devolverlo con intereses. No pudo resistir más y las lágrimas empezaron a rodar por su mejillas. Apoyó la cabeza sobre la mesa y lloró desconsoladamente. Después de un rato, se limpió los ojos, se sonó la nariz y volvió a tomar el lápiz. Si pudieran quedarse con el chalet, tendrían un lugar donde vivir sin tener que pagar alquiler. A ella le encantaba el lugar, pero su madre opinaba que Salcombe carecía del tipo vida social al que estaba acostumbrada. Por eso mismo, pensó Paula, también les resultaría más barato. Buscaría trabajo. Durante el invierno no sería tan fácil, pero había un autobús directo Kingsbridge, una pequeña ciudad llena de cafés y tiendas. Empezó a sentirse un poco más animada. Preparó la cena pensando que era una pena que aún faltaran tres días para que Diego volviera a Inglaterra. Todavía no estaban comprometidos, pero su futuro juntos ya estaba bastante decidido. 


Diego era un joven serio que le había dado a entender que en cuanto consiguiera un ascenso en el banco en el que trabajaba se casarían. Paula quería casarse. Diego le gustaba y, aunque la vida con él no iba a ser muy emocionante, un marido amable y una casa agradable podrían hacerla bastante feliz. Además, ya tenía veintisiete años y quería tener hijos. Ella era una mujer decidida e independiente, pero desde que dejara el instituto, siempre había surgido algún motivo para tener que quedarse en casa. Había esperado poder independizarse cuando su hermano acabara la carrera; pero entonces Gonzalo anunció que estaría un par de años viajando alrededor del mundo y su madre no quería quedarse sin ninguno de sus hijos. Durante los tres días siguientes echó de menos a Diego. El asunto de la liquidación conllevaba un montón de papeleo y mucha gente fue a visitarla. Su madre declaró que no quería tener nada que ver con el asunto, así que, ella sola se las arregló lo mejor que pudo. Le habría gustado tener un rato para llorar la muerte de su padre, pero resultó imposible. Mientras ella se ocupaba de todo, su madre permanecía sentada en un rincón con la mirada perdida y sin cesar de llorar. Cuando Diego volvió de su viaje, Paula lo encontró cambiado. Con expresión grave, ofreció sus condolencias a la señora Chaves y se fue con ella al estudio de su padre. Si esperaba tener un hombro sobre el que llorar, no lo encontró. Él estaba preocupado por su carrera y, aunque se mostró muy amable, ella se dió cuenta de que nunca se casarían. Diego tenía un trabajo importante en el mundo de la banca y casarse con la hija de un hombre que había perdido una fortuna no iba a dar impulso a su carrera. Era un hombre atractivo, de unos treinta años, bastante solemne y agradable. Paula se imaginaba que había sido su trabajo el que le había robado el calor del corazón y lo había reemplazado por sentido común.


-Bueno -dijo ella con poca voz-. Ha sido una suerte que nunca me hayas regalado un anillo, así no tendré que devolvértelo.


Él asintió con gravedad.


-Me alegro de que seas tan sensata. Espero que siempre me consideres tu amigo. Si hay alguna manera en la que puedo ayudar, si puedo ayudarte económicamente...


-El señor Trump se encarga del dinero. Pero gracias por el ofrecimiento. Nos las arreglaremos bien cuando todo se resuelva.