Paula siguió al ama de llaves al piso de arriba. «Tengo veintisiete años», pensó soñolienta, «Y él me trata como si fuera una niña»; pero estaba demasiado cansada para que le preocupara demasiado. Las escaleras daban a un pasillo con puertas a ambos lados. Mevrouw Kulk abrió una y la invitó a pasar. La habitación le produjo una primera impresión de comodidad. La cama de madera tenía una colcha de color rosa pálido a juego con las cortinas. Había un tocador con un espejo triple y un taburete. A cada lado de la cama había una mesilla con una lámpara en tonos rosados. Era una habitación preciosa. Se dió una ducha y se metió en la cama. Justo en ese momento llegó Mevrouw Kulk llevando una bandeja con un vaso de leche caliente y galletas, y con Polo trotando detrás. Le dió un golpecito cariñoso a Emma en el hombro y se despidió de ella. Se tomó la leche y compartió las galletas con Polo. Después, en cuanto puso la cabeza sobre la almohada, se durmió. Por la mañana, la despertó una chica joven con un té. En la bandeja había una nota: "Dale el perro a Laura para que se lo lleve a dar una vuelta por el jardín". El desayuno era a las ocho y media y ya eran las ocho. Se duchó y vistió deprisa y bajó las escaleras preguntándose adonde tendría que ir. Kulk estaba esperándola en el vestíbulo.
-Buenos días, señorita -la saludó y abrió una de las puertas que conducía a una habitación pequeña.
La chimenea estaba encendida y las puertas que daban al jardín, abiertas. Había estantes llenos de libros, un aparador y una mesa redonda preparada para el desayuno. Paula se dió la vuelta cuando el doctor entró. Llevaba un impresionante mastín al lado y, trotando unos pasos por detrás, iba Polo. No habló mucho.
-Prince y Polo se han hecho muy amigos. ¿Has dormido bien?
Paula se inclinó para acariciar a Prince y enseguida se le acercó Polo para recibir el mismo trato. Entonces entró Kulk con una bandeja llena de comida. Estaba hambrienta y le parecía que no se sentaba a comer a una mesa desde hacía mucho tiempo. El doctor Alfonso le debió leer el pensamiento porque dijo:
-Perdona que te dejara anoche sin cenar. Tienes que dejarme que te compense cuando te hayas instalado.
Eso era una invitación, pensó ella mientras se ponía mermelada en la tostada. «Menos mal que me traje aquel vestido.»
-Será un placer.
Quizá se tratara de una de esas invitaciones que se intercambiaban en Richmond con los amigos y conocidos pero que nunca se materializaban; aunque tampoco nadie lo esperaba. Paula recogió sus cosas y se despidió del matrimonio Kulk. Ámsterdam estaba muy cerca. Primero atravesaron los barrios modernos y, después, llegaron al Ámsterdam antiguo de calles estrechas y casas alineadas a ambos lados de los canales. Pedro se detuvo frente a una fila de casas de aspecto imponente.
-Espérame aquí. No tardaré más de unos minutos.
Al lado de la puerta había varias placas de metal por lo que dedujo que debía ser su consulta privada.
Cuando él volvió al coche, se lo confirmó.
-Aquí tengo la consulta. Este es lugar donde vas a trabajar.
Cuando llegaron a la casa de Julia Smith, Paula se sorprendió bastante. Se parecía mucho a la señorita Johnson: Tenía el mismo estilo de peinado, el mismo tipo de ropa e incluso la misma expresión severa. Se sintió aliviada; era como encontrarse con una vieja conocida.