jueves, 6 de junio de 2019

Venganza: Capítulo 1

Pedro Alfonso observó a la glamorosa muchedumbre que se agolpaba en la recepción del hotel. No era posible que una serpiente como Wakefield tuviese tantos amigos. Sintió ganas de darle un puñetazo, aunque eso sólo la consolaría temporalmente. Pronto, muy pronto, Wakefield tendría lo que se merecía. Pedro se encargaría de que así fuera. Pensó en lo que iba a pasar. Aquella noche había insinuado cuál iba a ser su próximo paso en una importante operación comercial. No le cabía ninguna duda de que a la mañana siguiente Wakefield estaría impaciente por seguir el ejemplo. Sería el momento en el que acabaría con él. Era simple. Y lo tenía preparado desde hacía mucho tiempo. Se encogió de hombros y se dió la vuelta para marcharse de allí. Pero algo en la colorida y ruidosa sala llamó su atención. Alguien. La vió entrar y mezclarse con la multitud. Estaba sola y vestía de forma descarada para un lugar como aquél, con toda aquella gente vestida de manera elegante. Parecía una mujer con una meta; se reflejaba en sus brillantes ojos oscuros y en su palpable aire de determinación. La mujer se detuvo para preguntarle algo a alguien, tras lo cual cambió de rumbo y se dirigió hacia donde estaba Wakefield. Momento en el cual Pedro decidió que se quedaría un poco más. Algo le decía que aquello iba a ponerse mucho más interesante.


Paula respiró profundamente y siguió hacia delante. Las sensaciones de miedo y triunfo se agolpaban en su mente al mismo tiempo. Le dió un vuelco el corazón de manera reveladora. «Puedes hacer esto, Paula. Tienes que hacerlo». «Es tu última oportunidad». Necesitaba tener mucha suerte. No podía permitirse el lujo de fallar. Sobre todo cuando su futuro y el de su familia dependían de ello. Se acercó a él entre la muchedumbre, sintiéndose totalmente fuera de lugar. Notó cómo la gente la miraba y levantó con orgullo la barbilla. Tenía negocios importantes con Carlos Wakefield y nada, ni las tácticas de evasión de él ni su propio temor, la iba a detener en aquella ocasión. Anteriormente, sus guardaespaldas le habían dado evasivas, diciéndole que no podía verla porque estaba muy ocupado. ¡Pero en aquel momento no tenía otra opción que hacerlo!  Levantó la mirada y se detuvo ante unos ojos azules que la miraban de tal manera que parecía que traspasaban sus barreras y llegaban hasta lo más profundo de sus temores. Se le quedó la garganta seca al observar la cara del hombre que sobresalía entre la muchedumbre. No lo conocía, pero sabía, ya que lo había visto en los periódicos, que no era Wakefield. El hombre tenía unos rasgos duros e intrigantes. Era más que guapo. Su altura y lo ancho de sus hombros denotaban pura masculinidad. Potente. Vital. Su presencia imponía. Paula tragó saliva con fuerza, tratando de apagar el calor que la estaba invadiendo por dentro. Pero en aquel momento alguien se rió y la empujaron hacia delante. Ella recordó su cometido.

Wakefield estaba de pie cerca de las ventanas, sonriendo. Tenía el aspecto de lo que era; uno de los hombres más ricos de Australia. Aquélla era la oportunidad de Paula. Se tenía que concentrar en lo que había ido a hacer; en Wakefield. Pero no se movió. Se quedó mirándolo, pero en lo que pensaba era en el hombre de pelo negro que estaba cerca de ella. Podía sentir cómo la estaba mirando. Resistió la tentación de volver la cabeza y mirarlo de nuevo. No podía distraerse. Respirando profundamente, se acercó a Wakefield... el hombre que estaba destrozando su vida. Tenía una sonrisa escalofriante, que hizo que ella se estremeciera por la aprensión que sintió.

—Señor Wakefield —dijo Paula en un tono demasiado estridente, que hizo que todos se volvieran a mirarla. Se ruborizó al observar que todos se callaron a su alrededor.

Se puso tensa al ver el desprecio que denotaba la mirada de Wakefield.

—Soy Paula Chaves, señor Wakefield —dijo, esbozando una forzada sonrisa y tendiéndole la mano.

—Señora... Chaves —dijo él, sonriendo y apretándole la mano—. Bienvenida a mi pequeña fiesta. ¡Damián! Anota lo que tenga que decir.

—No, señor Wakefield. Yo no soy una empleada suya —su voz denotó el enfado que sentía, pero no le importó. El sabía perfectamente quién era ella—. Pero estoy aquí por un asunto de negocios. Esperaba poder concertar una reunión privada con usted.

—Ah, Damián —Wakefield se dirigió al elegante hombre que apareció a su lado—. La señora Chaver quiere una cita.

—Señor Wakefield, mi apellido es Chaves, Paula Chaves—aclaró, acercándose aún más hacia él. Sintió cómo la satisfacción la invadía cuando observó que tenía toda su atención—. Estoy segura de que recuerda el apellido. Después de todo conoce a mi hermano, Gonzalo.

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