jueves, 27 de junio de 2019

Venganza: Capítulo 18

No podía permitirse ese lujo. Estaban hablando sobre la vida de Laura. No podía correr el riesgo.

—Wakefield le hizo daño a unas personas que me importan. Les hizo mucho daño —hizo una pausa—. Y no quiero que se lo vuelva a hacer.

—No soy cotilla —dijo ella como si nada—. Pero si hay más cosas que deba saber sobre Carlos Wakefield me gustaría oírlas. Prefiero estar prevenida.

El sentimiento de culpabilidad se apoderó de él. Si le hubiese advertido a Laura... Al mirar a Paula, sintió que se apoderaba de él un sentimiento de protección muy fuerte.

—No te puedo dar los detalles. No es mi historia. Pero te puedo decir que tengas cuidado, porque Wakefield utilizará cualquier táctica para conseguir lo que quiere. Y lo que le pasó a mi... amiga fue adrede. La única razón por la que fue a por ella fue porque estaba relacionada conmigo.

Se metió las manos en los bolsillos de su pantalón.

—Suena melodramático, pero lo que empezó como una rivalidad entre colegiales se ha convertido en una peligrosa obsesión. Wakefield tiene la fijación de vencerme de la manera que sea.

—Ya... veo. ¿Pero cuál es mi papel en todo eso?

—La reputación de Wakefield como mujeriego es bien merecida —dijo Ronan bruscamente—. Y ésa es su debilidad. Una de las pocas cosas que le puede distraer de hacer dinero.

Ella asintió con la cabeza. La reputación que tenía Wakefield de casanova era conocida por todo el mundo.

—Durante los últimos años, ha tomado un particular interés por las mujeres con las que yo me he relacionado sentimentalmente. De vez en cuando incluso ha salido con ellas tras hacerlo yo. Ha ocurrido demasiadas veces como para que sea una coincidencia. Unas pocas incluso se han quejado de que él fue demasiado persistente, llegando incluso casi a acecharlas.

La confusión que sentía Paula se puso de manifiesto en la manera como fruncía el ceño.

—El interés que tiene en ellas, como el nuevo interés que está mostrando por los transportes, me dice que la vieja rivalidad que teníamos sigue viva en su mente. ¡Es tan predecible!

Miró a Paula. Aquel saco que llevaba por vestido insinuaba sus curvas, haciéndola parecer una tentación escondida bajo un hábito de monja. La necesitaba. Mucho. Pero tenía que andarse con cuidado.

Paula se quedó mirando aquellos hombros anchos que se encorvaron, como para combatir el frío... o la presión de aquellos dolorosos recuerdos.  Aquella historia sobre rivalidad y celos era tan rocambolesca! Apenas se la podía creer. En cualquier otra circunstancia, no lo hubiese creído. Pero tenía la evidencia del tormento de Pedro Alfonso para convencerla. Nadie era tan buen actor. Su dolor era tan intenso, tan crudo que emanaba de él en oleadas. Y el odio que reflejaban sus ojos cuando había culpado a Wakefield de todo aquello había sido verdadero. La enorme angustia que denotaba su mirada dejaba claro que aquella mujer debía haber sido su amante, no sólo una amiga.

—Está destruyendo a gente —dijo por fin Pedro—. Pero yo soy su verdadero objetivo, así que soy yo el que tengo que detenerlo. Wakefield tomará nota si cree que eres mía.

El calor se apoderó de Paula, desde sus mejillas hasta mucho, mucho más abajo...

—Su instinto competitivo no le dejará descansar. Tratará de que seas suya. Y mientras te está persiguiendo no estará concentrado en sus negocios.

—¡Pero él me miró como si yo acabara de salir de debajo de una piedra! De ninguna manera me perseguirá.

—Te infravaloras —le aseguró él—. Así como también infravaloras su egocentrismo. Él piensa que puede conseguir a cualquier mujer que quiera. Cuanto más difícil sea, más importante es para él conseguirla.

—No viste cómo me miraba. Le avergoncé en su fiesta. ¡Nunca me verá como una posible conquista!

—Conozco a Wakefield —dijo él con toda confianza—. Si cree que eres mía, tratará de seducirte de todas las maneras. Tu enfrentamiento con él no importará si piensa que hay una oportunidad de quedar por encima de mí.

Paula agitó la cabeza. Se preguntó por qué no podía Pedro ver lo que tenía delante de sus narices. Estaba tan cegado con su afán de venganza que estaba ciego ante lo que era obvio.

—Necesitas a alguien glamoroso —dijo ella, ignorando su ultrajado orgullo—. Necesitas a alguien que tenga el aspecto de ser tu amante.

—¿Y tú no lo tienes?

Paula apretó los labios, decidida a no contestar.

—¿Y si te digo que estás equivocada? ¿Que me gustan las mujeres con fuego y pasión, que defienden lo que creen sin importarles las consecuencias?

A Paula se le detuvo el corazón durante un segundo. ¡Deseaba tanto creerle! Pero ella vivía en el mundo real. Aquello no funcionaría.

—Yo no tengo el aspecto de la amante de nadie —repitió.

—Ropa —dijo él, quitándole importancia—. Eso lo arreglaremos pronto. Necesitas algo sensacional. No ese traje que llevabas anoche.

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