martes, 4 de junio de 2019

Eres Irresistible: Capítulo 42

Paula se quedó sin habla. Tomó aire y dejó las tazas sobre la mesa con manos temblorosas. Dejó escapar la respiración con nerviosismo y finalmente contestó:

—Qué pregunta más absurda, Pedro. Soy Paula Chaves.

Pedro se cruzó de brazos.

—¿Y trabajas para la agencia de colocación?

—No.

Pedro frunció el ceño.

—¿Y para quién trabajas?

—Trabajo por mi cuenta. Y aunque me gusta cocinar no suelo hacerlo profesionalmente.

Pedro guardó un prolongado silencio mientras la miraba fijamente. Paula no lo había visto nunca tan enfadado, ni siquiera en las discusiones que habían tenido a lo largo de la primera semana.

—Voy a preguntártelo una vez más: ¿Quién eres y por qué te has hecho pasar por la sustituta de Norma?

Paula apretó los puños. Se arrepentía de no haber insistido más en contarle la verdad la semana anterior. Estaba segura de que su posición habría sido mucho más sólida. Miró a Pedro fijamente y al ver la frialdad y dureza con la que él la observaba, supo que era demasiado tarde. Carraspeó.

—Te ví el mes pasado en Denver y pensé que serías perfecto para la portada de la revista Irresistible.

Tragó saliva mientras veía en la mirada de Pedro que éste ataba cabos.

—¿Quieres decir que trabajas para esa revista?

—No —dijo ella, sacudiendo la cabeza—. Soy la dueña.

Si las miradas pudieran matar, Paula supo que estaría muerta. Vió cómo Pedro apretaba los dientes; sus ojos parecían dos brasas.

—¿Y qué demonios hacías aquí aquella mañana?

—Vine a hablarte del artículo.

—¿Por qué? —exigió saber Pedro en un tono que hizo desear a Paula poder esconderse bajo el sofá—. Ya había dicho a la persona que me llamó que no me interesaba.

—Por eso quería venir personalmente: para tratar de convencerte.

Pedro sacudió la cabeza.

—Pero decidiste hacerte pasar por mi cocinera y acostarte conmigo.

—Eso no es verdad —dijo Paula sin pestañear—. Intenté explicarte a qué había venido, pero tenías tanta prisa que me ordenaste que preparara el almuerzo y te marchaste, dejando la puerta de la casa abierta.

—Porque creía que eras la cocinera.

—Nunca te dije que lo fuera, Pedro. Te equivocaste. Cuando entré en la casa, llamaron de la agencia para decir que la mujer que esperabas no iba a llegar. Podía haberte dejado plantado con tus veinte hombres, pero decidí ayudarte.

—¿Por qué? ¿Para que me sintiera agradecido y aceptara hacer el artículo?

—Al principio, sí —Paula quería ser lo más honesta posible—. Pero después de conocerte…

—Perdona, pero esto es increíble. Te hiciste pasar por quien no eras y…

—¿Y qué? ¿No te he ayudado estas dos semanas? Hace unos días intenté decirte la verdad, pero no quisiste escucharla. Dijiste que preferías dejar las conversaciones serias para hoy, así que eso no puedes echármelo en cara.

Pedro rió con desprecio.

—Claro que puedo echártelo en cara. En primer lugar, porque no debías haberme engañado. Ya habría pensado en algo para resolver el problema de la cocinera. Y aunque me hubieras hecho un favor, yo no habría posado para la revista, así que tu plan no ha funcionado.

—Después de conocerte, la revista perdió toda importancia —dijo ella con tristeza.

—¿De verdad quieres que te crea? —preguntó Pedro fuera de sí.

—Sí.

—¿Me has ocultado algo más?

Paula se encogió de hombros.

—Mi padre es senador por Florida. Mi madre murió cuando yo tenía dos años y mi padre me crió solo —Pedro la miró con expresión de incredulidad. Paula continuó—: Y si quise decirte la verdad el otro día, después de hacer el amor, fue porque me estaba enamorando de tí.

Pedro la miró en silencio.

—Si tu idea de estar enamorada es mentir, Paula, no quiero tu amor —dando un profundo suspiro, tomó su sombrero—. Me voy. Cuando vuelva, espero que te hayas marchado —concluyó. Y saliendo, cerró tras de sí de un portazo.

Una vez en el vehículo, apretó el volante con rabia. No podía creer lo que acababa de suceder. Pensar que había estado a punto de abrir su corazón a aquella mujer mientras ella llevaba a cabo un sórdido plan, le producía escalofríos. Nunca se había sentido tan furioso. Arrancó y condujo sin rumbo. Era domingo y casi toda su familia estaría en la iglesia. Marcos y Pamela se habían ido aquella mañana, y Nicolás y Tomás habían viajado a Oklahoma para asistir a un rodeo. Quizá era lo mejor, pues en realidad no tenía la menor gana de socializar. Estacionó el coche en el arcén y golpeó el volante con fuerza. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido? ¿Por qué era el último en descubrir las estratagemas de las mujeres? Con Micaela le había sucedido lo mismo. Aunque hubieran cancelado la boda, lo cierto era que le había tomado el pelo. Arrancó de nuevo. Había hablado en serio y confiaba en que Paula se hubiera marchado para cuando volviera. Pero por encima de todo, esperaba no volver a verla jamás.

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