martes, 4 de junio de 2019

Eres Irresistible: Capítulo 41

Al día siguiente, desayunaron y fueron a ver el ganado. Después de comer, vieron varias películas en DVD acurrucados en el sofá. Paula tenía la impresión de que ninguno de los dos quería que nada ni nadie interrumpiera su idílico fin de semana. Pedro le contó cómo había tenido que enterrar el dolor por la muerte de sus padres y tíos para poder ocuparse de sus hermanos pequeños, y a Paula le emocionó tanto que compartiera aquellos dolorosos recuerdos con ella, que estuvo a punto de hacerle confidencias sobre la muerte de su madre y la tristeza que se apreciaba en los ojos de su padre en días señalados; quiso contarle que ésa era la razón de que estuviera tan contenta de que fuera a casarse. Pero si lo hacía, tendría que contarle todo lo demás, y él le había dicho que no estaba preparado para una conversación seria.

Aquella noche se ducharon juntos. Pedro la arrinconó contra la pared, cerró el agua y, arrodillándose, le separó las piernas para saborearla. Las sensaciones que despertaba en Paula cuando le acariciaba con la lengua hacían a ésta gemir de placer, y si no gritaba era porque se contenía. Pedro le había mostrado formas increíbles de hacer el amor, tan sensuales y eróticas que sólo recordarlas le temblaban las piernas. Finalmente no pudo contenerse y gritó de placer al tiempo que clavaba las uñas en los hombros de él. Cuando ya no creía que pudiera gozar más, él se puso de pie, la tomó en brazos para que se anudara con las piernas a su cintura y la penetró. Al instante empezó a moverse deprisa, arrancando otro grito de la garganta de ella, que se oyó gritar y suplicar que siguiera, que acelerara. Palabras que jamás se hubiera creído capaz de articular, lo que le confirmó que Pedro la arrastraba a niveles de excitación que jamás había experimentado. Apretó sus piernas en torno a su cintura de. Él echó la cabeza hacia atrás y dejó escapar un grito gutural que podía haberse tomado como de dolor si su rostro no llegara a reflejar el más exquisito placer. Y cuando lo notó estallar en su interior, sintió que el mundo daba vueltas al tiempo que él  seguía embistiéndola con frenética precisión y un calor líquido se expandía por todo sucuerpo. Entonces Pedro agachó la cabeza y la besó con voracidad. Cuando separó su boca de la de ella, Paula dejó caer la cabeza contra su pecho. Al alzarla y cruzar su mirada con la de él, tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no decirle que estaba enamorada de él.


Ramiro volvió el domingo por la mañana para relevar a Pedro, que estaba ansioso por llegar al rancho y mantener una seria conversación con Paula. Cualquier duda que pudiera haber tenido había sido borrada aquel fin de semana: estaba enamorado de ella y debía decírselo. La miró de soslayo. Se había quedado callada y no quería romper su momento de recogimiento. Durante el fin de semana había estado a punto de decirle que la amaba en más de una ocasión, pero se había contenido porque quería hacer las cosas bien. Respiró profundamente cuando detuvo el vehículo ante la casa. Era la primera vez que una mujer le hacía sentir tan nervioso pero, teniendo en cuenta que iba desnudar su alma ante ella, no era de extrañar. Debía tener cuidado en cómo se lo contaba. No quería asustarla.

—¿Vas a hablar con Norma antes de que vuelva mañana, Pedro?

La pregunta de Paula rompió el silencio.

—Sí. Voy a llamarla.

—Me alegro.

Pedro no pudo evitar sonreír al ver lo leal que Paula era a sus hombres. Bajaron y caminaron de la mano hasta la puerta. Una vez dentro, él preguntó:

—¿Quieres una taza de café?

—Sí, por favor.

En ese momento sonó el teléfono.

—Debe de ser Norma. Le dije que volvería sobre las once.

Paula asintió al tiempo que iba hacia la cocina.

—¿Hola?

—¿Señor Alfonso?

Pedro no reconoció la voz de la mujer.

—¿Sí?

—Soy María Dodson, de la agencia de colocación. Siento que no pudiéramos satisfacer su solicitud. Sin embargo, si todavía necesita una cocinera, tengo a la persona perfecta y…

—Espere un momento —la cortó Pedro, desconcertado—. Claro que solucionaron el problema. La mujer que enviaron hace dos semanas…

—Debe de haber un error. No le enviamos a nadie.

Aquello desconcertó a Pedro aún más.

—Claro que sí. A Paula Chaves.

Se produjo una pausa al otro lado del teléfono.

—No hay ninguna Paula Chaves trabajando para nosotros. La mujer que íbamos a enviarle era Constanza Kennard, pero hubo un error y fue a otro trabajo. Yo misma llamé el lunes por la mañana para decírselo, pero me dijeron que estaba fuera. Una mujer tomó el recado y me dijo que se lo haría saber.

Pedro sintió que se le formaba un nudo en el estómago. Frunció el ceño. Lo que estaba diciéndole María Dodson no tenía ningún sentido. Paula había llegado aquella mañana, un poco tarde, pero había llegado. Y era una gran cocinera.  Tenía numeroso testigos que podían confirmarlo. Pero si María Dodson decía la verdad…

—¿Señor Alfonso?

Pedro dió un respingo.

—Permítame que la llame en otro momento, señorita Dodson.

—Está bien. Como quiera.

En cuanto Pedro colgó el teléfono, Paula apareció desde la cocina con dos tazas de café. Pedro la paró en seco al preguntarle con aspecto enfadado:

—¿Quién demonios eres?

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