martes, 18 de junio de 2019

Venganza: Capítulo 5

—No te creo —dijo ella rotundamente—. Nadie tiene tanto poder.

Pedro esbozó una expresión de pura arrogancia.

—¿Crees que no? —murmuró finalmente—. Quizá tengas razón. La decapitación tal vez sea demasiado drástica. Quizá podamos hacer que tenga lo que se merece.

—Y los cerdos tal vez vuelen —masculló Paula.

Ignoró la mano que le tendía él y se apoyó en el borde del diván para ayudarse a levantarse. Inmediatamente, Pedro la tomó por el codo para sostenerla. Pero aquello no era suficiente, teniendo en cuenta la forma en la que le temblaban las rodillas. Así que él, con un movimiento decisivo, la tomó en brazos. Fue tan rápido, que la impresión la dejó muda durante unos segundos. Él la miró a los ojos.

—¿Qué crees que estás haciendo? —ella respiró profundamente, demasiado pendiente de la recepción que se estaba celebrando en la sala contigua—. ¡Bájame!

—¿Por qué? ¿Para que te puedas desplomar a mis pies? No estoy tan desesperado por tener adulación femenina, gracias.

Todo el miedo, el odio y el enfado que ella había sentido por Carlos Wakefield se fusionaron de manera inmediata e irrazonable en una inmensa furia dirigida hacia aquel nuevo torturador. Tuvo que contenerse para no darle una bofetada.

—He dicho que me dejes en el suelo. ¡Ahora mismo!

Pero él no movió un músculo. Simplemente se quedó allí de pie mirándola. Ella se sintió desvalida. Y abochornada. En cualquier momento alguien podría salir y verla.

—Voy a gritar —amenazó.

—Pensé que querías salir de aquí sin armar mucho escándalo. ¿O estaba equivocado? ¿Te excita de alguna manera ser el centro de atención?

Paula frunció el ceño ante la injusticia de aquel comentario. Mientras tanto, él la miró despacio, analizando la reacción de ella ante su pregunta. Apretó los puños, levantó la barbilla y respiró agitadamente. Trató de calmarse y bajó la mirada en la misma dirección que la de él. Se dió cuenta de que se le había abierto la chaqueta. Tenía la camisa al descubierto y a través de ella se podía observar el sujetador, blanco como la camisa. Fue a decir algo, lo que fuera, pero él la miró a la cara y no lo hizo. Su mirada parecía de deseo. No había otra manera de describirlo. Parpadeó, tratando de leer la expresión de la cara de él. Pero no pudo. Sólo pudo ver esa persuasiva llamarada que hizo que ella quisiera bajarse al suelo. ¿O acurrucarse más cerca de él? Nadie la había tomado en brazos de aquella manera y sintió millares de nuevas sensaciones perturbadoras. Los brazos de él le transmitían calidez. El aroma que desprendía aquel hombre, puro y masculino, la estaba excitando sexualmente.

—Bueno, ¿Qué hacemos? —preguntó él con una voz profunda y dulce que hizo que ella sintiera un cosquilleo por el cuerpo—. ¿Nos vamos en silencio o vas a montar una escena?

—No quiero ninguna escena —lo miró furiosa, furiosa por haber descubierto otra debilidad que añadir a su lista; chocolate, películas románticas... y unos ojos azules profundos.

¡Maldita sea! No necesitaba aquello en aquel momento. Simplemente se quería marchar a su casa, donde se podría recuperar de sus heridas.

Como si le hubiese leído la mente, él se dió la vuelta y se dirigió hacia el ascensor.

—¿No deberías volver a la recepción? —preguntó ella, tratando de mostrar un educado interés, como si estar en los brazos del hombre más sexy que había visto nunca no fuera nada del otro mundo.

—No, ya me iba —contestó él, observando en los botones cómo subía el ascensor.

—¿Pero no necesitas volver a tu trabajo? ¿Con Carlos Wakefield?

Pedro la miró, levantando una ceja.

—¿Trabajar para Wakefield? ¿Quién crees que soy?

En ese momento se abrieron las puertas del ascensor. Cuando se introdujeron en él, las paredes de éste reflejaron la imagen de ambos... y aquello fue suficiente para acabar con la poquita confianza en sí misma que le quedaba a Paula. Parecía una muñeca rota en sus brazos, con su oscuro pelo todo alborotado y la ropa desarreglada.

—Ya me puedes bajar.

—Dale al botón, ¿Puedes? —dijo él, ignorando la petición de ella, que a su vez ignoró la de él.

Pedro presionó el botón y ella pudo sentir cómo su aroma se intensificaba.

—De verdad, me puedes dejar ya en el suelo. Me puedo mantener en pie.

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