—¡Vaya mal nacido!
—Exactamente.
Paula miró su plato y vió lo que quedaba de comida, que se había quedado fría. Se estremeció y lo apartó. ¡Si todo aquello hubiese sido un mal sueño!
—Pero la compañía es de ambos. Tu hermano no podía firmar algo que no era sólo suyo.
—¿Y qué podía haber hecho yo? —exigió saber ella, furiosa—. ¿Ver cómo él sufría con una deuda que nunca sería capaz de pagar? ¿Tenerlo en la lista negra por bancarrota?
Paula sentía cansancio en cada hueso de su cuerpo. Estaba a punto de dejar de luchar... y eso la asustaba.
—Mi hermano apostó la empresa y otras cosas. Wakefield no aceptará ninguna alternativa.
—¿Así que vas a vender la casa de tu familia para ayudar?
—¿Cómo lo...?
—Te llevé en coche hasta tu casa ayer por la noche, ¿Te acuerdas? Había un gran cartel que lo indicaba —hizo una pausa—. ¿Dónde vivirás cuando se venda la casa?
Paula se quedó mirándolo. Se preguntó qué le importaba a él dónde iba a vivir ella.
—Me preocuparé por eso cuando llegue el momento. Dijiste que sabías qué podíamos hacer para quedarnos con la compañía —provocó ella, esperando que él respondiera con evasivas.
Pero en vez de eso, Pedro la miró a los ojos y esbozó una leve sonrisa.
—Tienes un plan, ¿No es así? —dijo ella, que comenzó a sentirse más animada.
—Es poco convencional.
Ella se preguntó qué querría decir aquello.
—¿Es ilegal? ¿Es eso? —preguntó con recelo.
—No. Quizá sea creativo en lo que a los negocios se refiere, pero siempre me muevo en el lado legal de las cosas.
Paula se preguntó por qué se estaría él molestando en todo aquello. Volvió a sentir desconfianza. Sabía a qué atenerse con Wakefield, que era un mujeriego, un canalla y un estafador. ¿Pero Pedro Alfonso? Sabía que era rico, innovador e inteligente. La noche anterior se había dado cuenta de que era sorprendentemente atento para ser tan rico como era. Su dura expresión escondía una apasionada e increíblemente sensual naturaleza. También se había dado cuenta de que besaba con la pericia e implacable erotismo de un ángel caído.
—¿Por qué te estás involucrando en todo esto? —preguntó entrecortadamente.
Él volvió a esbozar aquella sonrisita que hacía que a ella le diera un vuelco el corazón. Se acercó a ella. Su aroma la invadió... limpio, masculino y provocativo.
—Tu hermano y tú no son los únicos que sufrís por estar en las manos de Wakefield.
Mantuvo silencio durante un momento, como eligiendo lo que iba a decir.
—Puede ser peligroso cuando quiere algo y los resultados pueden ser desastrosos.
Paula observó cómo la emoción se reflejaba en los ojos de Pedro. Creía que era dolor.
—Así que quieres vengarte —dijo ella.
—Tal vez —respondió él—. Pero, lo más importante, quiero que Wakefield esté tan ocupado trabajando para mantener su cabeza fuera del agua, que no tenga tiempo para destruir a nadie más.
Destruir. Era una palabra fuerte. Pero exactamente era eso lo que Wakefield estaba haciendo. Destruyendo el futuro de Gonzalo y el suyo. Robando lo que su padre había ganado trabajando duro.
—¿Qué tienes en mente?
—Sólo funcionaría si cooperaras —advirtió él.
—Así que nos necesitas a mi hermano y a mí.
—No —dijo él, sin levantar la voz pero enfáticamente—. No necesito a tu hermano. Sólo a tí.
A Paula aquello la alteró... olía a peligro. Pero no se podía echar atrás.
—¿Qué tengo que hacer?
—Quiero que te conviertas en mi amante.
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