jueves, 6 de junio de 2019

Venganza: Capítulo 2

«Lo conoces lo suficiente como para quitarle todo lo que posee, así como también otras cosas que no son suyas», pensó Paula.

—Lo siento, señora... Chaves, pero no recuerdo quién es. ¡Conozco a tanta gente! —miró a su alrededor—. Muy pocos de ellos me impactan lo suficiente como para que los recuerde.

Paula ignoró las risitas disimuladas de la gente y siguió mirando a su objetivo. Sintió cómo le invadía la furia; con una fiereza nueva para ella. Había esperado que los guardaespaldas la hubiesen echado, o, si tenía mucha suerte, que accediera a regañadientes a tener una reunión con ella para hablar de la situación. ¡Era una ingenua! Incluso había creído que podía razonar con aquel hombre y ampliar el plazo. No había esperado aquel desprecio. Por lo menos no de alguien que no ganaba nada humillándola.

—Me sorprende, señor Wakefield —dijo con la voz dura y temblorosa, pero no se iba a echar atrás—. Seguro que recuerda el nombre del hombre al que le robó la empresa.

En aquel momento los cuchicheos cesaron y se creó un tenso silencio.

—¿O hace eso tan frecuentemente, que tampoco lo recuerda? —continuó diciendo ella, mirándolo a los ojos, que en aquel momento denotaban furia.

Paula miró hacia su izquierda al sentir a la gente acercarse y pudo ver de nuevo los ojos más sorprendentes que jamás había visto. Azul índigo, con unas pestañas negras preciosas. De cerca, el hombre era impresionante. No era sólo el aura de poder ni su altura. Eran sus facciones. Estaba claro por qué las mujeres se agolpaban a su alrededor. El hombre se acercó y murmuró algo que hizo que la gente retrocediera. Paula pensó que era un guardaespaldas de Wakefield y se sintió muy decepcionada.

—Me temo, señora Chaves, que está totalmente equivocada —dijo Wakefield, mirándola. Ella se estremeció—. No debería realizar tales acusaciones cuando no conoce los hechos. Eso es una calumnia. Y un error que puede costar muy caro.

Puala sintió cómo el miedo se apoderaba de ella. ¿Qué más quería aquel hombre? ¿Sangre? Se dio cuenta vagamente de que el guardaespaldas de Wakefield y su asistente habían apartado a los curiosos. Ella estaba allí de pie, sola frente al hombre que había destruido el futuro de su hermano y el suyo propio.

—Veo que está reconsiderando sus acusaciones —dijo Wakefield, con la satisfacción reflejada en la mueca que esbozaba.

La estaba mirando como lo hace un hombre que sabe que ha ganado la partida. Pero... ¡Qué demonios! Ya no le podía quitar nada más. No había nada más que le pudiese robar.

—No —contestó ella—. No estoy reconsiderando nada. Ambos sabemos que es verdad. ¿Cómo si no llamaría a engañar a un inocente para quedarse con su herencia?

Para sorpresa de Paula, Wakefield miró frunciendo el ceño al hombre que estaba a su lado. Se preguntó si tendría reparos en airear sus trapos sucios delante de su personal.

—Señora Chaves —dijo Wakefield, esbozando una sonrisa. Si no fuese por sus ojos, que eran fríos como los de un reptil, la habría engañado—. Obviamente ha habido un malentendido —continuó diciendo—. Su hermano no le ha contado todo.

—¿Así que admite que conoce a Gonzalo?

—Ahora le recuerdo. Un hombre joven muy... impetuoso. Pero para nada inocente.

—¿Y usted califica como una operación de negocios legítima el robar una próspera compañía como hizo?

Paula pudo observar cómo de nuevo Wakefield miraba de reojo al hombre que estaba de pie a su lado.

—Vamos, vamos, señora Chaves. Paula, yo no le robé la compañía.

A Paula le enfureció que lo estuviese negando. Nunca había pegado a nadie, pero en aquel momento, teniendo tan cerca a aquel arrogante playboy, estaba a punto de hacerlo.

—Entonces dice que es una práctica normal en los negocios —dijo ella, que no se reconocía la voz—. Hacer que un chico de veintiún años de edad se emborrache tanto, que no sepa ni lo que hace, para luego hacer que firme sus documentos.

Durante unos segundos, nadie dijo nada ni se movió. Incluso los dos hombres que flanqueaban a Wakefield se pusieron tensos.

—Obviamente su hermano sabía que usted se disgustaría y por eso no le contó toda la verdad —dijo por fin Wakefield, rompiendo el silencio y como si estuviese hablando con un niño.

—¡Eso es mentira! Sé perfectamente lo que pasó y...

A Paula le interrumpió una profunda voz antes de que pudiese proseguir.

—Carlos, éste no es ni el momento ni el lugar, ¿No te parece? ¿Por qué no discuten sobre esto en un lugar más discreto? —dijo el guardaespaldas y, a pesar de su enfado, Paula no pudo evitar que su cuerpo respondiera ante aquella voz, que parecía que le había acariciado la piel.

—¿Y hacer que esta acusación tan absurda tenga más credibilidad? Gracias por la sugerencia, pero me puedo ocupar de mis propios negocios —le aclaró Wakefield al hombre.

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