martes, 25 de junio de 2019

Venganza: Capítulo 14


Aunque aquello supusiera destruir la empresa. Nunca se recuperarían financieramente.

—Pero ahora ya nunca accederá a ello. No después de lo que le dije —Paula se estremeció. Se le revolvió el estómago al recordar el desastre de la noche anterior.

—Ve más despacio, Paula —Pedro le acarició la mano tranquilizadoramente.Ella sintió un cosquilleo por su piel. Pero sabía que aquello no significaba nada para él—. Cuéntame qué pasó.

Paula esbozó una mueca con la boca al pensar en dejar al descubierto la ingenua estupidez de su hermano ante aquel hombre. Trató de apartar su mano, pero él no se lo permitía.

—Cuéntame —insistió él.

Paula miró la mano de él sobre la suya y sintió cómo el calor le invadía todo el cuerpo.

—Mi padre quería que Gonza tomara las riendas de la empresa —dijo por fin.

Ella alzó la mirada y vió que él estaba mirándola muy de cerca... tan de cerca, que ella no se podía concentrar en nada más que no fuera él. De nuevo se le aceleró el corazón. Le miró los labios, que parecían esculpidos. La envolvió el deseo... ¡Tenía que concentrarse!

—Yo soy contable. Trabajo en el equipo financiero de la empresa y soy una de las directoras de la compañía —no tenía que decirle que durante el último año más o menos había estado dirigiendo la empresa junto con su padre—. Mi padre murió hace unos meses en un accidente de tráfico.

El tono de voz de Paula no dejaba entrever ninguna sensación, pero él le apretó aún más la mano para transmitirle calidez. Se había quedado fría.

—Y tú resultaste herida en el mismo accidente —no era una pregunta—. Dime, ¿Hace cuánto que saliste del hospital?

—Eso no tiene importancia.

—Me gustaría saberlo —dijo él con suavidad, acariciándole los nudillos con su dedo pulgar.

Aquel pequeño movimiento hizo que ella sintiera una ola de seducción que le subía por la mano hasta el brazo. Algunas de sus débiles defensas se quebraron.

—Hace dos semanas salí de rehabilitación. Y puedo cuidar de mí misma. He cuidado de mi padre y de Gonza desde que tenía trece años.

—¿Y ahora quién está cuidando de tí?

Furiosa, apartó su mano de la de él. En esa ocasión, Pedro le permitió hacerlo.

—Estoy perfectamente bien sola. Gonza no puede estar siempre a mi entera disposición. Tiene una esposa.

—¿Se ha casado con veintiún años?

Pedro debía de tener una memoria sensacional para acordarse de aquel detalle. 

—Estaban enamorados —y, según le había asegurado su padre, casarse con Mariana era lo que Gonzalo necesitaba para sentar la cabeza—. Pero no veo por qué necesitas saber todo esto.

—Porque me gusta saber en lo que me voy a meter —respondió él, con una expresión seria—. Entonces... tu hermano y tú ahora son  los dueños de la compañía.


—¿Y...?

—Mi padre había fallecido y yo estaba en el hospital —Paula se sintió de repente muy cansada—. Mi hermano estaba ansioso por hacerlo lo mejor que pudiese. Quería probarse a sí mismo.

Nunca se había dado cuenta de lo mucho que Gonzalo quería llegar a ser como su padre.

—Incluso antes del accidente él había estado trabajando en algunos planes para expandir la empresa. Había creado algunos contactos nuevos y había hablado de que le prestaran dinero mientras el mercado estaba bien. Era un buen plan... si lo hubiese hecho bien.

—Pero no lo hizo —afirmó Pedro.

Ella agitó la cabeza, sintiendo de nuevo esa sensación de angustia por las náuseas que le causaba la gran estupidez de su hermano.

—Algunos de sus nuevos contactos de negocios resultaron ser muy ricos. Se celebraron varias fiestas que duraban todo el fin de semana para hacer grandes apuestas. A Gonzalo lo invitaron a algunas.

Todavía no entendía cómo su hermano, con lo guapo y ambicioso que era, se había relacionado con ese tipo de personas.

—Carlos Wakefield fue el anfitrión de una fiesta para apostar sobre carreras de caballos —continuó—. Mariana estaba fuera, así que Gonza fue solo. Apostó hasta que perdió todo lo que pudo. Pero entonces Wakefield le persuadió para que se quedara más tiempo. Después, cuando Gonzalo ya había bebido demasiado, Wakefield mencionó lo fácil que sería conseguir el dinero para la expansión si ganaba.

Paula respiró profundamente y prosiguió hablando.

—Gonzalo sabía que no le quedaba dinero para apostar, pero Wakefield le aseguró que no pasaba nada. Dijo algo sobre acuerdos entre caballeros.

 ¡Y en el estado de embriaguez en el que estaba, Gonzalo  le había creído!

—Mi hermano perdió. Y al día siguiente Wakefield le dijo que había puesto a la empresa como garantía. Que lo había firmado.

—¿Era seguro que era su firma? —Pedro se acercó a ella, el único gesto que mostró de animación.

—Oh, sí. Era la suya —dijo con amargura—. Wakefield no dejó escapar ningún detalle. Resultó que uno de sus abogados estaba allí y lo presenció todo. El documento es legal... lo hemos comprobado. Y Wakefield tenía testigos que pueden testificar que Gonza sabía lo que estaba haciendo cuando firmó el documento. 

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