martes, 18 de junio de 2019

Venganza: Capítulo 7

Pedro permaneció en silencio mientras se abrochaba el cinturón de seguridad y arrancaba el coche. No necesitaba mirar a su acompañante para saber que había agotado sus últimas fuerzas. A pesar de lo luchadora que era, Paula Chaves estaba a punto de desvanecerse. Estaba pálida y tenía bolsas bajo sus oscuros ojos. ¡Demonios! Estaba tan débil, que no debía estar levantada. Aquella mujer tenía más fuerza de voluntad que sentido común. Cuando detuvo el coche en unos semáforos, la miró con curiosidad. Ella estaba mirando hacia el frente y se mordió el labio inferior. Él miró su boca antes de volver a prestar atención al tráfico. Se preguntó quién sería ella. Se planteó si le tendría rencor a Wakefield porque había sido su amante; Pedro sabía que éste era un mujeriego. ¿O sería verdad lo que decía, que era la hermana de una víctima inocente de las sucias tácticas de Wakefield? Frunció el ceño. También se preguntó por qué iría vestida con aquellas ropas que camuflaban su figura. Había sentido las seductoras curvas de su cuerpo cuando la tomó en brazos y no le cabía ninguna duda de que merecía la pena acercarse más a Paula Chaves. Nadie había hablado a Carlos Wakefield como lo había hecho ella en mucho tiempo, si es que alguna vez alguien lo había hecho. Aplaudía en silencio su coraje. Si no hubiese sido tan peligroso para ella, él se hubiese reído a carcajadas de la cara que se le quedó a Wakefield. Ella había conseguido que Wakefield, extraño en él, no supiera qué decir. Aquella mujer tenía agallas. Y esa boca... la utilizaba como un arma. A Pedro le gustaría verla utilizándola para otras cosas. Esos seductores labios maduros... tenían que ser lo más erótico que había visto nunca. Cuando el semáforo se puso en verde siguió adelante. Oyó un ruido, no sabía si era un gemido o un sollozo.

—¿Qué es? —exigió saber, mirándola de nuevo.

—Sólo lo normal —respondió ella con sarcasmo—. Me estaba preguntando cómo he llegado a discutir con dos multimillonarios en la misma noche. Debe de ser un récord.

Él sonrió. Para sus adentros. Paula Chaves era muy interesante.

—No suelo pasar así los viernes por la noche —dijo ella tras suspirar.

—¿Y qué sueles hacer los viernes por la noche? —Pedro estaba realmente interesado. Paula era la mujer más intrigante que había conocido desde hacía mucho tiempo.

—No suelo cenar con la jet set.

—Había poca gente de la jet set —replicó él—. Había mucha gente que trabaja muy duro.

—Y también muchos personajes que no han trabajado un solo día de su vida.

Pedro dejó pasar aquello, ya que habían asistido también los típicos parásitos amantes de las fiestas gratuitas.

—Deberías habérmelo dicho —dijo ella tras un momento de silencio.

—¿Decirte qué?

—Quién eres —contestó rotundamente—. Me siento como una completa idiota.

—No entiendo por qué —Pedro siempre trataba que su cara y su nombre se mantuvieran alejados de la prensa.

Le gustaba su relativo anonimato. No quería que lo reconociesen. Pero el silencio de ella era acusador.

—Quizá tengas razón —admitió él—. Te lo podía haber dicho antes. Pero no se me ocurrió al principio... estaba demasiado ocupado preocupándome por si te desmayabas.

—¿Y después...? —persistió ella.

Aquella era una buena pregunta. ¿Por qué no se lo había dicho? Su franqueza y su obvia debilidad habían despertado en él un instinto de protección. Así como sus hormonas.

—Era agradable hablar con alguien que no medía todo lo que decía, que no se preocupaba por impresionarme. Pero no te debes castigar por lo que ha pasado esta noche —dijo él, ya que sabía lo destrozada que estaría por haberse enfrentado a Wakefield—. ¿Por qué crees que Wakefield estaba tan preocupado? No podía hacer que te callaras. Sabía que tenías la entereza de causarle problemas.

—Pero eso no ayudó, ¿Verdad que no? Él se ha salido con la suya y no hay nada que yo pueda hacer. Absolutamente nada.

A Pedro le pareció que le temblaba la voz. Se dispuso a detener el coche en el bordillo.

—¿Por qué paras el coche?

—Estoy esperando las instrucciones —contestó él—. No sé dónde vives.

—Oh —dijo ella, esbozando una graciosa mueca con sus labios que le hizo a Pedro muy difícil volver a mirarla a los ojos—. Dirígete hacia el norte. Da lo mismo si vas por el puente o por el túnel. Pero si vas en otra dirección me puedes dejar en una parada de taxis.

—Yo también me dirijo hacia el norte —contestó él, mirándola fijamente—. Dime dónde vives y échate para atrás y cierra los ojos. Parece que estás exhausta.

Paula frunció el ceño y él supo que aquello no era lo que ella había querido oír. ¿A qué mujer le gustaría?

—Maldita sea —susurró ella al intentar arreglarse el pelo.

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