martes, 25 de junio de 2019

Venganza: Capítulo 13

—¿Cómo te encuentras hoy, Paula?

—Mucho mejor, gracias —cuanto antes dejaran el asunto de su salud apartado, mejor—. ¿Has dicho que tenías una proposición que hacerme?

—¿No necesitas hoy las muletas?

—No —Paula lo miró, pero la expresión de éste no reflejaba más que educación. Respiró profundamente, recordándose que aquel hombre podría ayudarles—. Ya casi no necesito las muletas —él fue a decir algo, pero ella se apresuró a seguir hablando; no quería hablar sobre sus heridas—. Me sorprendió tu llamada. No entiendo qué puedes hacer para ayudamos.

Pedro levantó una ceja, recordándole el inmenso poder que tenía. Si él se dignaba a ayudarles, quizá las cosas podrían funcionar.

—Ten un poco de fe, Paula. Y mientras tanto... —Pedro miró a la camarera, que apareció detrás de ellos— pidamos la comida.

Paula se dió cuenta de que no había quien hiciese cambiar de opinión a Pedro. Era un hombre acostumbrado a hacer lo que quería. La había invitado a comer... y eso harían. Le costó seguir allí tranquila y fingir que aquello era normal. Él, por un lado, estaba muy relajado. Era el perfecto anfitrión. Sacó temas de conversación y contó algunas anécdotas que la hicieron reír a pesar de la tensión que sentía. Cuando les llevaron los mariscos, Paula se dió cuenta de que estaba hambrienta. La noche anterior había estado demasiado nerviosa como para comer y por la mañana sólo había tomado un té y una tostada.

—Bon appetit —murmuró él, levantando su copa de vino hacia ella.

Ella respondió automáticamente, pensando por un momento que quizá hubiese otra razón por la que él la había invitado a comer.

—Por el éxito de nuestro plan —brindó él.

—Por una segunda oportunidad —corrigió ella.

El vino blanco estaba frío y le calmó la garganta, que tenía muy seca, cuando bebió un sorbo. Bebió otro sorbo y casi suspiró de alivio cuando Pedro Alfonso puso su vaso sobre la mesa y miró su plato. De repente, la tensión que se había apoderado de ella se disipó. Luchando contra las ganas de mirarlo, centró su atención en la comida. Antes o después, él explicaría su brillante idea.

—He estado investigando un poco desde que te dejé en tu casa —dijo finalmente él—. Y conozco un poco de tu situación.

Pedro tenía toda la atención de Paula.

—Pero necesito saber más.

—Dijiste que sabías cómo podíamos recuperar la empresa.

Él asintió con la cabeza.

—Te lo explicaré cuando llegue su momento. Primero quiero asegurarme de que entiendo las circunstancias completamente. Mis contactos sólo me pudieron dar un poco de información ayer por la noche.

—¿Los llamaste ayer por la noche? —Paula recordó que cuando la había dejado era casi medianoche.

—No sólo se trabaja de nueve a cinco —dijo él, como si medianoche fuese una hora perfectamente razonable para telefonear a contactos financieros.

—¿Qué es lo que sabes?

—Que nuestro amigo Wakefield está en el proceso de adquirir otra compañía. Una compañía de transportes de tamaño mediano que es bastante rentable —dijo, mirándola a los ojos—. La compañía se llama Paula. Y es propiedad de una familia llamada Chaves.

—Así es —dijo ella rotundamente—. Mi padre creó la empresa de la nada. Pero ahora somos mi hermano Gonzalo y yo los dueños —respiró profundamente—. O lo éramos...

—Hasta que apareció Carlos Wakefield en escena —dijo él.

A Paula le pareció percibir compasión en su tono de voz, cosa que no necesitaba. Necesitaba acción.

—Gonza le debe a Wakefield mucho dinero —dijo bruscamente—. La compañía era la garantía que puso mi hermano. Wakefield exige que paguemos todo lo que se le debe. Inmediatamente. Legalmente él tiene razón —Paula tragó saliva para tratar de quitarse el amargo sabor a injusticia que tenía—. Gonza ha tratado de conseguir el dinero por todos los medios, pero no puede conseguir tanto.

—Así que Wakefield se queda con la empresa.

—No veo nada que tú puedas hacer —espetó—. Pensé que si hablaba con Wakefield podría ser capaz de persuadirle para que nos diera más tiempo. Podríamos pedir un préstamo... vender algunos de los activos de la empresa.

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