jueves, 27 de junio de 2019

Venganza: Capítulo 19

—Mi traje no tiene nada de malo.

—Salvo que es dos tallas más grande que tú. Oculta demasiado.

—Quizá yo quiera ocultarme.

Pedro agitó la cabeza y se acercó a ella.

—La mayoría de las mujeres que tienen un cuerpo como el que yo ví anoche lo exhibirían contentas. Estoy seguro de que podrás hacerlo durante unas pocas semanas. Para salvar a tu hermano.

—Pero soy demasiado... —se le apagó la voz ante la mirada de él—. Demasiado alta —terminó de decir de manera poco convincente. De ninguna manera diría lo que realmente pensaba; que también era rellenita.

—Demasiado alta —Pedro se sentó frente a ella y sonrió—. Yo tampoco soy bajo —dijo por fin—. Estaría ridículo con una mujer pequeña del brazo. Las mujeres con las que he estado han sido siempre altas.

—Pero Wakefield es de mi altura —dijo ella, como si realmente importara.

—¿No sabes que muchos hombres fantasean con mujeres altas? Cómprate los zapatos de tacón más altos que encuentres. Le tendrás babeando tras de tí enseguida.

Paula agitó la cabeza, apartando de su mente los ridículos pensamientos que la invadían. Ella vestida como una sexy vampiresa. Si no fuese tan patético, se reiría.

—De todas maneras es todo muy teórico —dijo ella con dureza—. Incluso si pudiera apartar la atención de Wakefield de los negocios durante un tiempo, eso no nos devolverá la empresa.

Pedro se quedó mirándola en silencio durante tanto tiempo, que hizo que ella se preguntara cuánta de la confusión interna que sentía podía él percibir.

—Estás equivocada. He trabajado en esto. Sé lo precaria que realmente es la situación económica de Wakefield. Está en el límite.

Pedro se echó para atrás en la silla y puso un tobillo sobre el otro.

—Tengo un negocio que va a colocarle justo donde quiero. Pensará que es la oportunidad de su vida para tomarme por sorpresa. Y cuando reaccione, cuando trate de superarme haciéndose con otra compañía, forzará las cosas demasiado. Y será entonces cuando me haga con él y exija el pago inmediato de algunas de sus deudas.

La cara de Pedro brilló al pensar en aquella satisfacción. Su sonrisa parecía malévola y Paula experimentó una breve sacudida de simpatía por su enemigo. Pedro Alfonso no mostraría ningún tipo de compasión hacia el hombre que había hecho daño a su mujer.

—El momento es perfecto —continuó diciendo—. Con tu ayuda le podremos dar a Wakefield donde le duele más; en su amor propio y en su bolsillo. Si me ayudas, tu hermano y tú recuperarán su empresa y se librarán de la deuda que tienen con él.

Hacía que pareciera fácil. Muy fácil. Y ella sabía que nada era tan simple.  Miró al hombre que se había apoderado de su vida en menos de un día. Ella no era la clase de mujer por la que los hombres se vuelven locos. Ni siquiera había tenido un novio formal.

—Lo siento —dijo por fin—. Esto no va a funcionar.


Horas después todavía le resonaba en los oídos lo que le había dicho Pedro Alfonso. Su presencia la perseguía. Anduvo por su dormitorio; estaba demasiado despierta para dormir. No sabía cómo salir de aquel embrollo. Se detuvo delante del espejo que había detrás de la puerta. Le llamó la atención su vergonzosa mata de pelo con rizos. Debería cortárselo. Los espejos nunca habían sido su objeto favorito. No desde que cumplió trece años y, sin tener mucha confianza en sí misma, desarrolló unas curvas femeninas antes que las otras chicas. Miró su camisón de seda. Se planteó cómo la habría visto Ronan la noche anterior. Él tenía razón. Las curvas de sus pechos y caderas todavía estaban ahí. Pero eran más armoniosas de lo que fueron en el pasado. ¡Uno de los beneficios de estar en rehabilitación! Dieta ligera y ejercicio para lograr que sus piernas funcionaran de nuevo.

El teléfono sonó y ella frunció el ceño. ¿Quién llamaría tan tarde? Quince minutos después colgó, sintiéndose aturdida. Ver que podían perder la empresa había hecho que Seb entrara en razón. Había trabajado noche y día, tratando de encontrar una manera de hacer que Wakefield no se quedara con la empresa. Había madurado, dándose cuenta de la responsabilidad que tenía con su familia y con sus empleados. Pero claramente las noticias de aquel día le habían puesto nervioso. Se sentó, inmóvil, planteándose qué podía hacer. Miró la tarjeta de Pedro, que había insistido en darle su número de teléfono personal en caso de que cambiara de opinión. Respiró despacio. ¿Había cambiado de idea? No importaba si lo había hecho o no. No con las noticias que le había dado Gonzalo de que no eran los únicos que habían perdido la herencia. No sabiendo que Mariana estaba embarazada. Sabía lo que habría hecho su padre; lo que fuera por asegurar la empresa para la nueva generación. Afrontó la realidad. Sólo tenían una oportunidad para recuperar lo que les pertenecía. Tomó el teléfono, negándose a pararse a pensar en lo que estaba haciendo.

—Alfonso —respondió él inmediatamente, con una voz que aun en la distancia hacía que el deseo se apoderara de ella.

Sabía que se iba a arrepentir de aquello. Pero no podía permitirse el lujo de elegir.


—Soy yo —susurró ella—. Paula Chaves. He cambiado de idea.

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