martes, 4 de junio de 2019

Eres Irresistible: Capítulo 44

Paula se separó del escritorio y miró por la ventana. Parecía mentira que hiciera tres semanas desde que había dejado el rancho de Pedro. Tres semanas, y sus sospechas se habían visto confirmadas aquella misma mañana: estaba embarazada. Pensándolo, se dió cuenta de que alguna vez se habían descuidado, como en la ducha, pero el cuándo daba lo mismo: lo cierto era que había sucedido y que tenía que decidir si debía decírselo antes o después de irse a Florida.

La semana anterior había comido con las hermanas de Pedro. Por lo que dijeron, él estaba de mal humor y suponían que su actitud estaba relacionada con ella. A Paula le había sorprendido que él no les contara toda la historia, y, tratando de reprimir el llanto, había acabado por contárselo ella. Las tres la creyeron cuando les dijo que lo amaba, y les entristeció que él no quisiera creerlo, pero también estaban convencidas de que cambiaría de actitud en cuanto reflexionara. Era una lástima que ella no se sintiera tan optimista. Se puso en pie y fue hasta el ventanal. Su trabajo en Denver había concluido y a partir de entonces, Sofía estaría al mando de la revista. Su equipo de la Costa Este estaba buscando un nuevo protagonista para el número de octubre y ella debía marcharse.  Volvió al escritorio y tomó el móvil para llamar a Sofía, que había asistido a un seminario de dirección con otros empelados de la revista en Atlanta. Le saltó el mensaje de voz.

—Sofi, voy a ir pronto a casa. Si me necesitas, llámame. Si no, nos veremos mañana cuando vuelvas.

Paula se echó una larga siesta. Cuando despertó, vió que había anochecido y sintió hambre. Tras prepararse algo de comer, se dió una ducha y, poniéndose su vestido favorito, se sentó en un sillón para leer. En ese preciso momento, llamaron a la puerta. Miró por la mirilla y se quedó sin aliento al ver que se trataba de Pedro.

Cuando abrió la puerta, él se quedó mirándola en silencio mientras pensaba, igual que el primer día que la había visto, que era la mujer más hermosa del mundo. Y también recordaba que tuvo que marcharse porque se sintió instantáneamente atraído por ella. De eso, y de haber dejado la puerta abierta, él era el único culpable. Había asumido que era la cocinera y no le había dejado explicarse. Tras reflexionar, se había dado cuenta de que él mismo había contribuido a crear la confusión. Paula tenía razón cuando decía que aunque su motivación podía no ser honesta, sí lo había sido el trabajo que realizó en el rancho.

—Pedro, ¿Qué haces aquí?

La pregunta de Paula lo devolvió al presente.

—Me gustaría hablar contigo.

Paula asintió y le dejó pasar. Cerró la puerta y sin invitarle a sentarse, preguntó:

—¿De qué quieres hablar?

—Quiero pedirte perdón. Es verdad que intentaste hablar y que fui yo quien lo impidió. De hecho, tenía miedo de lo que podías decirme.

—¿Por qué? —preguntó Paula sorprendida.

—Fue el mismo día que habían venido mis hermanas, y temía que te hubieran presionado para que definieras tu relación conmigo. No quería arriesgarme a que te ahuyentaran o que me dijeras que no querías tomarte nuestra relación en serio. De hecho, había planeado decirte que quería que nuestra relación continuara.

Paula lo miró con sorpresa mientras su corazón se aceleraba.

—¿De verdad? ¿Por qué, Pedro? —preguntó, escudriñando su rostro con ansiedad.

Pudo leer la respuesta en el rostro de Pedro, que reflejaba emociones que hasta ese momento nunca habían aflorado. Pero aunque pudiera saberlo, necesitaba oírlo de sus labios.

Pedro se plantó delante de ella.

—Porque sabía que me había enamorado de tí, Paula —alargó la mano para tomar la de ella—. Te amo, y aunque no quiero agobiarte, quiero que nos casemos y que algún día tengamos hijos. Pero sé que primero tienes que desearlo tú también. No quiero que renuncies a nada por mí. Si tienes que viajar por la revista…

Paula le selló los labios con un dedo.

—Estas semanas he descubierto que tengo un equipo muy eficaz. Además, me encanta la idea de vivir en tu rancho y ser la madre de tus hijos.

—¿Te casarás conmigo? —preguntó él, radiante, estrechándola en sus brazos.

—Sí.

—Podemos esperar todo el tiempo que quieras, si lo prefieres.

—Me temo que no va a poder ser —dijo ella, riendo a la vez que sacudía la cabeza.

—Yo lo prefiero así, pero, ¿Por qué no?

Paula le tomó una mano y se la llevó al estomago.

—Porque tu bebé está aquí —susurró.

Pedro la miró boquiabierto.

—¿Estás embarazada?

—Estamos embarazados —dijo Paula, dejando escapar una carcajada.

Estaba tan feliz que Pedro ni siquiera se cuestionó cómo o cuándo había podido suceder si habían usado protección. Le daba lo mismo. La estrechó en sus brazos y le dió un beso lleno de amor. Cuando alzó la cabeza, la mantuvo sujeta por la cintura.

—Nos casaremos en cuanto sea posible.

Paula lo miró con expresión seria.

—Sólo si quieres. Muchas mujeres tienen hijos sin estar casadas y…

—Mi hijo nacerá como un Alfonso.

Paula rió.

—Si eso es lo que prefieres…

—Es lo que quiero. ¿Volverás conmigo al rancho esta noche para que hagamos planes?

Paula lo miró con una sonrisa pícara.

—¿Sólo vamos a hacer eso?

Pedro le devolvió la sonrisa.

—No creo.

Paula le rodeó el cuello con los brazos.

—Lo sospechaba.

Cuando Pedro agachó la cabeza, Paula estaba ya esperándolo con la seguridad de que aquello no era más que el principio.

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