viernes, 18 de enero de 2019

Culpable: Epílogo

Mientras el sol se ocultaba por el horizonte, Paula levantó la vista hacia las velas que se hinchaban sobre su cabeza con el fuerte viento que se había levantado después de cenar.

–Esto es perfecto –suspiró ella, apoyándose en el cuerpo de su marido.

Él la abrazó y ella frotó la mejilla contra el músculo de su brazo

–¿Cómo lo sabías? –Paula no recordaba haberle contado su fascinación por los veleros.

Siempre había soñado que algún día haría un crucero en uno de esos barcos elegantes, pero nunca había imaginado que poseería uno. El Teacher’s Pet, un velero de tres mástiles y con una tripulación al completo, había sido su maravilloso regalo de boda. Cesare decía que había sido una oferta de «dos por uno», un regalo de boda y la luna de miel al mismo tiempo. No habían tenido tiempo para irse de luna de miel después de la boda, solo habían pasado un fin de semana en París durante el que llovió todos los días. Claro que a los recién casados no les importó. Pedro le prometió que, puesto que era una ciudad que conocía bien, una día le mostraría París, ¡Y no solo el interior de la habitación de hotel!

Había regresado a Killaran un domingo y el lunes por la mañana Paula había empezado en su nuevo trabajo. Era la directora de la escuela de primaria de Killaran. Pedro le ofreció el puesto, de parte del consejo escolar, cuando la mujer a la que le habían dado el trabajo en un principio lo había rechazado en el último momento. Él estaba preocupado por su reacción, y le aseguró que él no había presionado a nadie. Paula no había podido evitar provocarlo una pizca pero enseguida lo tranquilizó diciéndole que no le importaba haber conseguido el trabajo por que aquella mujer lo hubiera rechazado. Por supuesto, bromeó diciéndole que estaba un poco decepcionada al descubrir que tenía que trabajar aunque estuviera casada con un hombre rico. Su broma provocó que Pedro le ofreciera una retribución, y aunque consistiera en terminar en la cama con él, Paula estaba encantada. Pedro había apoyado su decisión en todo momento y, a menudo, alardeaba de su inteligente esposa.

–No te muevas –dijo Pedro, abrazándola con fuerza mientras el barco escoraba una pizca y provocaba que se resbalara en la cubierta de madera.

Paula se había vestido para la cena y llevaba un par de zapatos de tacón y un vestido de seda que había elegido para aquella ocasión tan especial. Pedro no sabía todavía lo especial que era. Ella sintió un nudo en el estómago al preguntarse cuál sería su reacción.

–¿Creía que eras la mujer que soñaba con vivir sobre las olas del océano? –bromeó él, contento de tener una excusa para abrazarla–. Ni siquiera te han salido las piernas de sirena.

Paula se volvió entre sus brazos para mirarlo.

–¡Las tengo! –protestó indignada.

–No es bueno fingir. He oído que esta mañana has vomitado y que ayer... –se detuvo para sujetarle el rostro y mirarla fijamente a los ojos. Lo que vió allí lo hizo palidecer–. No estabas mareada, ¿Verdad?

Ella negó con la cabeza y miró a otro lado. De pronto, tenía miedo de mirarlo a los ojos y de lo que en ellos pudiera ver. Antes de casarse habían hablado de formar una familia y ambos estaban de acuerdo en que algún día lo harían. ¿Cómo reaccionaría él ante la noticia de un embarazo no planeado? Paula no esperaba que él se alegrara tanto como ella con la noticia, pero no creía que pudiera soportarlo si él odiaba la idea.

–¿Llevas a nuestro bebé en el vientre?

Paula nunca había oído ese tono en su voz, pero no era de rabia ni de decepción.

–¿Cuándo...? ¿Cómo te encuentras? ¿Qué ha dicho el médico?

No paró de hacerle preguntas hasta que ella le cubrió los labios con un dedo, riéndose.

–Basta. Lo he descubierto yo misma.

–¿No te ha visto un médico?

Ella negó con la cabeza y contestó:

–Pensé que estaría bien que fuéramos los dos juntos la primera vez.

–Por supuesto, pero no la primera vez. ¡Cada vez! Estaré a tu lado durante todo el camino –le prometió, tratando de no pensar en el momento del parto–. Ven, siéntate –le dijo, rodeándola por los hombros–. No deberías estar de pie, y quítate esos zapatos de tacón. Son mortales y si te caes...

–¿Estás contento?

Él la miró con incredulidad, la acompañó hasta una silla y se acuclilló a su lado.

–¿Estás bromeando? ¡Un bebé! Es increíble.

–¿Aunque no estuviera planeado?

–La vida no está planeada, cara. La vida es amor y esperanza, y ahora bebés. Les haría dar la vuelta a esta cosa endemoniada si pudiera pasar algo mientras estuviésemos en medio del océano.

–No va a pasar nada malo, Pedro –lo tranquilizó, agarrándolo de las manos. Ella era capaz de hablar con total seguridad mientras añadía en voz baja–: No mientras te tenga a tí.

–Siempre me tendrás, cara, para lo bueno y para lo malo. Te quiero con todo mi corazón... y mi alma... No, tú eres mi alma. Eso eslo que creo.

Paula sonrió con sinceridad mientras miraba al hombre al que amaba.

–Eso ya lo dijiste en una ocasión, delante de testigos. Entonces te creí y siempre te creeré –dijo ella sin más.



FIN

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