—Viene de allí —susurró Shelby, señalando hacia el granero.
Pedro sabía lo que había en el granero porque había guardado allí parte del material que necesitaba para el proyecto de ampliación. Al pensar en Paula renqueando hasta el granero, se puso nervioso. Dejó la caja de herramientas y la bolsa de Abril sobre un montón de maderas y agarró la mano de su hija.
—Vamos.
Ella lo miró asombrada, pero lo siguió hasta el granero. La puerta estaba abierta y el volumen de la música era ensordecedor. Al entrar, estuvo a punto de parársele el corazón. Paula estaba tumbada boca abajo sobre una de las mantas azules. Blasfemó en voz baja. Tenía que haber pensado en evitar que Abril entrara allí.
—Quédate aquí —le dijo, y se acercó a Paula.
Se agachó a su lado y el recuerdo del día en que encontró a su esposa inconsciente invadió su cabeza. Se le formó un nudo en el estómago y comenzó a temblarle la mano cuando se disponía a tocar la cabeza de Paula.
—Paula…
Ella giró la cabeza de golpe.
—¡Pedro! —lo miró asombrada.
Pedro se sintió aliviado. Y las náuseas desaparecieron. Sólo le quedaba un sentimiento de rabia.
—Maldita seas, Paula. ¿Qué diablos estás haciendo?
—Ensayar —dijo ella con frialdad—. No es asunto tuyo.
Se levantó a cuatro patas y él pudo ver como el sudor cubría su rostro y sus hombros desnudos.
—¿Ensayar? Si anoche no podías ni subir por la escalera.
—Eso era anoche —estiró las rodillas y levantó en trasero con las manos apoyadas en el suelo—. Si no te importa, me gustaría terminar de estirar — agachó la cabeza y rozó la alfombra con el cabello.
Él se pasó la mano por el rostro y se sentó en el suelo. La imagen de Brenda retorciéndose de dolor y suplicándole que él la ayudara invadió su cabeza. También la de Paula, ágil y flexible, mirándolo con ojos seductores. Aunque estaba delgada, su cuerpo mostraba que era una mujer fuerte y con un cuerpo escultural.
—¿Papá?
Él se volvió, sintiéndose como un niño al que han pillado mirando algo prohibido, y Paula levantó la cabeza de nuevo. Él estaba acostumbrado a oír los susurros de su hija, pero no comprendía cómo Paula había podido oírla con la música tan alta. Ella se enderezó despacio y su mirada se volvió cálida al ver a la niña. Miró a Pedro de forma inquisitiva, atravesó la alfombra y apagó elequipo de música.
—¿Quién es esta niña? —preguntó ella mientras se acercaba a Abril.
Abril miraba a Paula mientras abrazaba el conejito contra su pecho.
Pedro se puso en pie. A pesar del dolor que había visto en el rostro de Paula el día anterior, su manera de moverse le indicaba que no había tantos motivos para preocuparse. Ella se movía con la suavidad del agua sobre las rocas. Y observarla resultaba cautivador. «Maldita sea», pensó él.
—Ésta es mi hija, Abril —se dirigió hacia ella—. Y vamos a dejarte tranquila.
Paula lo miró un instante y se colocó detrás de su hija para cortarle el paso. Después, se agachó para ponerse a la altura de Abril.
—Soy Paula —le dió la mano como si saludara a un adulto—. Y me alegro de conocerte, Abril.
Abril pestañeó una pizca y extendió la mano. Paula sonrió y se la estrechó.
—¿Y éste quién es? —preguntó tirando de la oreja del conejo.
—Bugsy —contestó Abril, tan deprisa que Pedro se sorprendió.
—Hola, Bugsy —Paula saludó al conejo y le estrechó un pata—. Estoy segura de que Abril y tú son buenas amigas.
Pedro sintió un nudo en la garganta.
—Vamos, Abril. Tengo que trabajar un poco antes de que el abuelo regrese con Nicolás —le dió la mano y trató de rodear a Paula para salir.
—¿Has venido a trabajar? —Paula se enderezó y le bloqueó el paso otra vez.
—¿Para qué iba a venir si no?
Ella parpadeó y él recordó cómo se había sentido al llevarla al sofá la noche anterior. Y cuál había sido su aspecto. También, cómo la había mirado, igual que en esos momentos. Agarró la mano de Abril.
—Vamos, cariño.
—Espera —Paula lo llamó—. ¿Qué va a hacer Abril?
—Ha traído libros y juguetes.
—Puede quedarse conmigo —sugirió Paula—. Podemos conocernos —sonrió a Abril.
—Estará bien conmigo —dió otro paso hacia delante, pero la resistencia que sintió en la mano fue tan inesperada que miró a su hija.
—Quiero quedarme.
Pedro apretó los dientes con fuerza.
—Paula está trabajando —dijo él—. Y no tiene por qué hacer de niñera.
Abril bajó la vista y se puso seria.
—Abril puede decidir lo que quiere hacer —dijo Paula—. Y yo se lo he ofrecido —pasó la mano sobre su cabeza, después hacia un lado e hizo un plié—. Además, mi trabajo ha terminado por hoy.
Él no quería aceptar. No era algo completamente lógico. A él no le importaba que Abril pasara tiempo lejos de él. Iba al colegio. Y al campamento de verano. Incluso en alguna ocasión había pasado la noche en casa de Camila Pope. Pero no quería que pasara tiempo con Paula Chaves.
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