jueves, 3 de enero de 2019

Culpable: Capítulo 30

Valentina había vaciado varios cajones en su dormitorio para buscar el pijama que quería llevarse a casa de su amiga. El contenido estaba en un montón sobre el suelo de la habitación. Después de haberse despedido de la niña, Paula comenzó a recoger la ropa. Más tarde estiró la colcha y ahuecó los cojines y salió de la habitación. Cerró la puerta y se apoyó en ella suspirando. En lugar de alegrarse por tener una tarde tranquila, temía la idea de tener tiempo para pensar sin distracciones. Había decidido que no pensaría sobre el extraño comportamiento de Pedro, pero ¿cómo no iba a hacerlo? Con toda la tarde por delante, ¿Qué más podía hacer? Una vez en su habitación se acercó a la ventana para contemplar las montañas contra el cielo azul. Era evidente que él no había querido presentarle a su invitado. De hecho, casi la había echado de la habitación. ¿Qué pensaba que podía hacer allí? Enojada, miró hacia la pared con rabia, como habría hecho si Pedro hubiese estado delante. Recordó su piel bronceada y cerró los puños al recordar el tacto de su piel. Decidió distraerse y se sentó a leer en un sofá. Al cabo de un momento, se abrió la puerta. Ella dejó el libro y enderezó la espalda para mirar a Pedro.

–Creía que esta ala era privada.

–¿Pretendes que llame a la puerta en mi propia casa? –preguntó él.

–Espero que hagas lo que te apetezca –admitió ella con amargura.

–Si eso fuera cierto, estarías desnuda bajo mi cuerpo.

Paula se quedó boquiabierta al oír el tono de su voz y ver el brillo de su mirada.

–¿Se supone que tu comentario debe excitarme? –si ese era su propósito, ¡Lo había conseguido!

–No era mi intención, pero bienvenido sea. Dejando eso a un lado...

Hablaba como si fuera lo más fácil del mundo, y quizá a él se lo pareciera, pero ella se había quedado temblando de deseo.

–Estoy sorprendido –siguió diciendo Pedro.

Paula lo miró a los ojos:

–Y yo asombrada. Pensé que lo sabías todo.

Él respondió con una sonrisa forzada.

–Si tuviste una aventura con Fernando Dane, ¿Por qué no lo reconociste cuando entraste en la biblioteca y lo viste allí sentado?

Paula empalideció unos instantes y después se sonrojó.

–¿Ese hombre era Fernando Dane?

Ella le había dedicado una sonrisa. Apretó los puños. Había sonreído cuando debería haberle pegado un puñetazo. Centró su furia en la persona que le estaba dando la información.

–¿Lo has invitado aquí? ¿Te parece divertido? –se levantó del sofá y él la agarró de los hombros para que se sentara de nuevo.

Pedro se sentó a su lado. La agarró de las manos y se las colocó sobre sus muslos musculosos.

–Suéltame –tenía la oportunidad de decirle a ese hombre lo que pensaba de él y nada ni nadie iba a detenerla.

–En cuanto me cuentes de qué diablos va todo esto –contestó él.

–No pasaré una noche, ni un segundo, bajo el mismo techo que ese hombre –dijo con voz temblorosa.

–No es así –dijo Pedro al ver el dolor que había en su mirada.

–¿El qué? ¿No es un auténtico cretino? –dijo ella y soltó una carcajada llena de amargura–. Está claro que pensamos de manera diferente.

–No está aquí.

Ella tardó unos segundos en contestar.

–Ah. Pero el principio es el mismo.

–No vas a marcharte –dijo él.

–¿Y por qué no? –«nunca hagas una pregunta de la que no quieras saber la respuesta», pensó temiendo su contestación.

–No puedes dejar a Carolina en la estacada. Tienes demasiados principios –sonrió–. Y eres demasiado cabezota.

Una de las cosas que menos le gustaba de ella era su capacidad para luchar hasta el final incluso en las discusiones más insignificantes, pero al mismo tiempo, Paula, le resultaba muy atractiva. Cualquier hombre sensato habría respondido ante su amenaza de marcharse con un suspiro de alivio, pero también era verdad que un hombre sensato no habría permitido que ella se convirtiera en una obsesión. ¡Cuanto antes se acostara con aquella mujer, antes podría recuperar su vida y su tranquilidad mental! No tenía ni idea de dónde encajaba ella en aquella historia, pero lo más importante era que no había sido la amante de Fernando. Sabía lo que no era, pero no quién era.

–No estés tan seguro –murmuró ella, tratando de no inhalar su aroma masculino.

–Ahora dame una explicación.

–¿Cómo? –preguntó ella, tratando de concentrarse a pesar de que él le acariciaba la parte interna de la muñeca con el dedo pulgar.

–Explícame por qué has fingido ser alguien que no eres.

Ella reunió las fuerzas suficientes y retiró las manos. Al ver que él no se las agarraba de nuevo, experimentó cierta desilusión. Colocó las manos sobre su regazo y se movió al otro extremo del sofá.

Pedro continuó mirándola fijamente.

–Soy exactamente quien dije que era... Paula Chaves.

–Nunca has tenido una aventura amorosa con Fernando.

Su tono acusador hizo que ella volviera la cabeza con brusquedad.

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