martes, 22 de enero de 2019

La Danza Del Amor: Prólogo

Treinta y tres años. Paula Chaves se miró en el espejo del camerino del teatro Northeast Ballet.  La habitación no era especialmente llamativa debido a su pequeño tamaño pero, puesto que era la bailarina principal de la compañía, era para su uso exclusivo.  O al menos, lo había sido. Posó la mirada sobre las fotografías que estaban colocadas sobre el borde del espejo. Muchas de ellas era de amigas del teatro Northeast Ballet, compañeras actuando o ensayando, pero muchas otras eran de otras personas que nada tenían que ver con el teatro. Sus padres. Su hermano pequeño, aunque a los veintiún años Gonzalo no era nada pequeño. Sus primos. Las familias de sus primos. Maridos. Bebés. Hijos. Todas esas cosas que, por haberse centrado en su carrera profesional, Paula todavía no tenía.

Ella evitó mirar el reflejo de sus ojos azules en el espejo mientras arrancaba los trocitos de celo que sujetaban las fotos en su sitio. Retiró las fotografías una por una, guardándolas con cuidado en el sobre que había dejado encima de una de las cajas donde había guardado todas las cosas personales que tenía en el camerino que había ocupado durante gran parte de los últimos diez años.  Colocó las cajas una sobre la otra y suspiró antes de salir del camerino. No había nadie en el pasillo y se dirigió hacia la entrada de la parte trasera del escenario. La temporada había finalizado. Las paredes que habitualmente estaban llenas de papeles donde se mostraban los avisos y los horarios de ensayo estaban vacías. Las tres salas de ensayo, en silencio. El resto de la compañía estaría de vacaciones, o representando el espectáculo del verano, o haciendo el resto de cosas que los bailarines hacían para ganar un dinero extra. Pero el local no cerraba nunca. Se alquilaba a otras escuelas o a otras compañías. Dobló la esquina y percibió la luz del día en la distancia. Carlos, el guarda de seguridad, levantó la vista del libro que estaba leyendo.

—Señorita Paula —no debería llevar nada de peso.

Él se dispuso a agarrarle las cajas, pero ella lo esquivó.

—El médico me ha dicho que el ejercicio me servirá para fortalecer la rodilla, Carlos.

Así que la fortalecería. Y quizá todavía tuviera oportunidad de volver a bailar. Pero no se lo mencionó a Carlos. Miró el título del libro que él había dejado sobre el escritorio.

 —¿Little Women?

Todos los veranos el hombre leía los libros que figuraban en la listade lectura del curso escolar que empezaría su única hija. Algo que el padre de Paula podía haber hecho mientras la criaba a solas, tal y como Carlos estaba haciendo con su hija, Nadia. Sólo por eso, Paula pensó que echaría de menos a Carlos. Lo miró y le sonrió con melancolía.

—¿Qué te parece?

El guarda sonrió y se encogió de hombros.

—Que Jo es auténtica. Espero que se junte con el profesor, pero creo que se está poniendo la zancadilla a sí misma al centrarse tanto en otras cosas cuando se trata de amor.

 —Es cierto —ella tuvo que forzar una sonrisa para no perder la compostura. Jo no era la única que hacía ese tipo de cosas.

Carlos abrió la puerta y el sol de las calles de Nueva York cegó la vista de Paula por un instante. Ella recordó la primera vez que había subido a un escenario y cómo la luz de los focos le impedía ver más allá. También recordaba la emoción que…

—¿Regresarás en el otoño, verdad? —a pesar de su protesta, Carlos le retiró las cajas de las manos y la acompañó al exterior—. ¿Serás la bailarina de honor del nuevo ballet?

Ella forzó aún más la sonrisa. Se dirigió hacia el coche que estaba estacionado en el área reservada del edificio y apretó el mando que colgaba del llavero que le había entregado la compañía de alquiler el día antes. El coche pitó y el maletero se abrió al instante.

—Ése es el plan —dijo ella, con más entusiasmo del que sentía.

Bailarina de honor. Era el puesto que se asignaba a las bailarinas que eran demasiado mayores o que ya no podían bailar.  Carlos echó a un lado la maleta que ocupaba casi todo el maletero y colocó las cajas.

—Es una maleta enorme para unas pocas semanas de vacaciones —comentó él.

Paula se encogió de hombros. No quería admitir que todas las pertenencias que tenía en el departamento que había compartido con Marcos cabían en una maleta grande y en una mochila normal.

—Ya sabes, las mujeres y la ropa.

Él sonrió y le sujetó la puerta del coche.

—Perdone mi atrevimiento, señorita Paula, pero esa tal Natalia no podrá sustituirla.

 Paula pestañeó con fuerza y abrazó al hombre.

—Las bailarinas siempre son sustituidas por otras, Hughes —dijo ella. Tanto en el escenario como en cualquier otro sitio—. Así es —le dió un golpecito en el hombro y se metió en el coche—. Disfruta del resto de Little Women.


Él asintió y se apartó al ver que ella arrancaba el motor. Paula salió despacio del estacionamiento, con la imagen de Carlos y de la puerta de entrada al escenario en el retrovisor.

 «Treinta y tres años», pensó de nuevo, y suspiró. También podrían ser ciento tres.

No hay comentarios:

Publicar un comentario