martes, 8 de enero de 2019

Culpable: Capítulo 34

–¿Y cómo se lo tomaron los padres de tu prima cuando lo descubrieron? –si él hubiese sido su padre, habría ido a buscar al hombre responsable.

Por supuesto, si la chica había estado tan callada como Carolina, no habría resultado fácil. Al menos Carolina, había acudido a él. Y siempre le estaría agradecido.

–Nunca lo hicieron... Ella no se lo dijo y me hizo prometer que guardaría el secreto. Supongo que, aparte de Diego, soy la única persona que lo sabe.

Él se puso tenso al oír el nombre.

–¿Diego? –un hombre con el que tenía bastante confianza como para contarle los secretos de su prima.

–Su marido –dijo ella.

Él sintió un alivio tan profundo que todo su cuerpo se relajó.

–Paulina se casó el año pasado. Diego es canadiense y se han ido a vivir a Toronto. La tía Juana y el tío Gerardo han ido allí para estar con ella cuando naciera el bebé. Es una niña, se llama Paola y nació ayer.

Pedro tragó saliva y trató de aceptar el sentimiento de celos que había provocado que se anticipara a la hora de juzgarla. Desde un principio, había reaccionado ante ella de una manera muy diferente a como reaccionaba ante cualquier otra mujer, de una manera totalmente desproporcionada, incluso aunque hubiese sido la mujer que él había querido creer que era. Necesitaba creer que ella carecía de principios morales. Que era el tipo de mujer con la que cualquier hombre sensato evitaría tener una relación. Eso, al menos, no había cambiado. Debía controlar sus sentimientos hacia las mujeres y mantener sus emociones separadas del sexo. La capacidad de marcharse sin sentir arrepentimiento era muy importante para él. Era por eso por lo que solo mantenía relaciones con mujeres a las que no podía herir, mujeres que conocían el juego, mujeres que no podían hacerle daño. «¡Cielos! Soy el rey de lo superficial», pensó disgustado. Pero así era él. Paula Chaves era todo lo que él evitaba en una mujer, no era el tipo de amante a quien una pulsera de diamantes le calmaría el sufrimiento de una separación. Paula había desempeñado el papel de una mujer que se implicaba emocionalmente en una relación sexual porque no estaba actuando. Era el tipo de mujer a la que él no se acercaría nunca. Y le resultaría más fácil si pudiera dejar de pensar en sus maravillosas piernas enrolladas alrededor de su cuerpo. Se aclaró la garganta.

–Así que la historia tiene un final feliz –al menos para la víctima a la que él se había empeñado en culpar. Sospechaba que el trauma de ver a su prima al borde de la desesperación por culpa de un hombre había marcado a Paula.

Los hombres tendrían que esforzarse para ganarse su confianza. Otros, pero no él. De pronto, pensó que lo que pasaba era que Paula era una mujer virgen asustada por sus propios impulsos sexuales. ¡Estaba claro! Había tenido docenas de pistas. ¿Cómo no se había dado cuenta hasta entonces? Abrió los puños y sujetó a Paula por la barbilla para que lo mirara.

–Nunca has tenido un amante –a pesar de su esfuerzo, no fue capaz de evitar un tono acusador.

Ella retiró la cabeza con brusquedad. Él la miraba como si fuera un monstruo.

Paula se aclaró la garganta y comentó con amargura:

–No te preocupes, no es contagioso.

–¿Y por qué diablos no has dicho nada?

–¡No comprendo cómo podría afectar mi frigidez a mi capacidad para desempeñar mi trabajo!

–Yo no soy tu jefe. Siempre me lo recuerdas y... –respiró hondo y la miró–. ¡Y tú no pareces nada frígida! –soltó él.

El comentario provocó que todos los sentimientos de Paula se evaporaran de golpe. Ella suspiró y separó los labios. Sonrojada, bajó la mirada y escuchó todo tipo de blasfemias en dos idiomas. Después, se hizo el silencio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario