—Le pediré a alguien que me traiga —dijo, al mismo tiempo que empezó a oírse el sonido de una herramienta—. Pedro ha empezado muy temprano.
—¿Cuándo suele empezar?
Su hermano se encogió de hombros.
—Depende —miró la hierba que estaba pisando y puso una mueca—. Tenía que haberla cortado hace una semana.
—¿Y por qué no lo has hecho? —lo golpeó en las costillas con un dedo, provocando que él saltara hacia un lado—. Que tengas vacaciones en la universidad no significa que puedas dejar las tareas de lado.
—Hablas como papá, Pau —con la taza en la mano, subió los escalones del porche—. Suponía que habrías cambiado después de todos esos años en Nueva York.
—Y tú parece que no has espabilado tanto como deberías después de pasar tres años en la universidad —lo siguió al interior de la casa y cerró la puerta. El ruido de la herramienta disminuyó—. ¿Cuánto te falta para terminar?
Estaba estudiando los cursos preparatorios de Medicina. Gonzalo se dirigió hacia la cocina y dejó las llaves sobre la encimera de granito.
—Un montón de tiempo —se terminó el café de Paula y dejó la taza vacía junto a las llaves, antes de abrir la nevera de acero inoxidable.
Al igual que la encimera, era diferente a la que ella recordaba de la infancia. Sus padres no habían ampliado la casa hasta entonces, pero sí que habían hecho mejoras.
Paula pasó la mano por la encimera y miró por la ventana que había encima del fregadero. Podía ver el cabello castaño de Pedro, pero no el resto de su cuerpo. Atravesó la habitación. Desde allí pudo ver cómo cortaba un trozo de madera después de medirla y memorizó el movimiento de sus músculos bajo la camiseta blanca que llevaba. Entonces, él volvió la cabeza y la miró a través de la ventana, como si supiera que había estado observándolo. Notó que se le aceleraba una pizca el corazón, sonrió y lo saludó con la mano antes de darse la vuelta con naturalidad. Gonzalo estaba mirándola mientras se comía, sin calentarlas, las sobras de la carne que había cenado ella la noche anterior.
—Y, en realidad, ¿A qué has venido, Pau?
—A dar una vuelta.
Él no parecía convencido por sus palabras y su duda ayudó a aliviar el sentimiento de culpabilidad que tenía Paula por no haberle contado a sus padres todos los detalles de su repentino viaje desde Nueva York a Wyoming. Si no conseguía convencer a su hermano pequeño de que todo iba bien, no podría convencer a sus padres.
Alejandra y el padre de Paula habían emprendido las vacaciones de su vida dos semanas antes y ella había evitado contarles la gravedad de su lesión para que no retrasaran el viaje. Tampoco les había contado cuál había sido el motivo que había provocado la caída con la que se había lesionado. ¿Qué habría ganado contándoles que había pillado a Marcos, el hombre con el que vivía, trabajaba y creía que amaba, con Natalia, una nueva bailarina, en la cama? Conociendo a su padre, habría querido matar al hombre con el que su hija había estado viviendo dos años. Tampoco le había contado a su madre que la caída que había provocado que tuviera que llevar una férula en la rodilla durante tres semanas, que no pudiera realizar la gira de verano y que se había cargado su reputación en NEBT, había ocurrido tras descubrir el incidente. Por supuesto, había omitido también el hecho de que desde entonces se había quedado en casa de su amiga Isabella, que era la encargada de vestuario de la compañía. Sacó una taza limpia y se sirvió otro café. ¿Se sentía culpable por ocultar esos detalles a sus padres? Sí. ¿Tenía algún sentido que se lo contara? No. Ellos habrían insistido en cancelar el viaje de seis semanas por Europa que tenían planeado desde hacía años. Miguel Chaves no solía alejarse del rancho con el que se ganaba la vida y no quería arruinarles el viaje.
—Mi rodilla va muy bien —le dijo a su hermano—. Pero me apetecía venir a casa —lo miró—. Sabes a qué me refiero, por eso pasas aquí todas tus vacaciones de verano. Puesto que no estoy trabajando, ¿Por qué no iba a complacer mis deseos?
—Supongo. ¿Has hablado con alguien desde que llegaste?
Ella negó con la cabeza.
—Más tarde llamaré a Celina y al resto —Celina Taggart era una de sus primas y vivía en Weaver.
—Si no te llaman a ti primero —dijo Gonzalo, porque eso era lo que sucedería cuando se corriera la voz de que había regresado a casa. Miró por la ventana y añadió—: Parece que Pedro va a terminar la estructura hoy.
Ella no sabía a qué se refería, pero asintió.
—Parece simpático.
—Al menos trabaja bien —Gonzalo abrió de nuevo la nevera y curioseó su contenido—. Solía trabajar en Denver como arquitecto.
Sorprendida, ella miró de nuevo por la ventana.
—No recuerdo que ningún arquitecto haya montado nunca un estudio en Weaver. ¿Tiene ganado en su rancho?
—No creo que haya montado un estudio —dijo Gonzalo—. Sólo hace algún proyecto de vez en cuando. Y sí, tiene algunos animales. Suficientes como para mantenerse ocupado cuando no está construyendo nada — cerró la nevera y la miró—. Supongo que no habrás recibido ninguna clase de cocina últimamente, ¿Verdad?
—¿Es una forma sutil de preguntarme si he aprendido a cocinar mejor porque crees que voy a encargarme de llenarte el estómago?
—Eso esperaba. Lo único que has cocinado alguna vez son brownies y algún desayuno ocasional.
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