martes, 29 de enero de 2019

La Danza Del Amor: Capítulo 11

Miró a Paula y después a Abril. ¿Cuántas veces expresaba su hija lo que deseaba hacer? Él le soltó la mano.

—Bien —dijo sin mirar a Paula. Era evidente que la mujer se encontraba bien y, además, si pasaba algo él estaría muy cerca—. Una hora —le advirtió a su hija—. Y después iremos a casa a ver a Nicolás.

 Abril lo miró y asintió. Él se volvió, para detenerse en seco cuando Paula lo agarró del antebrazo.

—Gracias.

Él no quería que le diera las gracias. Y tampoco quería sentir cómo reaccionaba su cuerpo cuando ella lo tocaba.  Era el mes de julio. Lo único que quería era sentir lo menos posible para superar el mes y pasar otro año sin su esposa antes de que el mes de julio llegara otra vez. Se giró y Paula retiró la mano.

—Si se pone pesada, grita.

 Paula sonrió.

—Estoy segura de que no será el caso —le guiñó el ojo a la pequeña.

Su niña tímida estaba fascinada. Él deseaba poder alegrarse por ello.

— Una hora —repitió, antes de alejarse del granero.

Paula contuvo un suspiro y miró a la niña, asegurándose de que la inquietud que le provocaba ese hombre no se mostraba en su rostro.

—Entonces, señorita Abril, ¿Cuántos años tienes?

—Seis.

La respuesta fue tan suave que Paula tuvo que inclinarse para oírla.

—Seis —le ofreció la mano y se alegró al ver que Paula la agarraba—. ¿Y en qué curso estás? ¿En sexto?

Abril negó con la cabeza.

—Sexto es para los niños mayores. Yo soy pequeña.

—Ah, ya. Entonces tú debes de ir a la guardería.

—¡No! Estoy en primero.

—Ah, claro —Paula se llevó la mano al pecho—. Tonta de mí. ¡A lo mejor tengo que volver a la escuela! —miró hacia donde estaban las mantas y las colchonetas—. ¿Quieres entrar en mi cuarto de juegos?

Abril asintió.

La pequeña se quitó los zapatos para pisar las colchonetas y Paula sonrió.

—¿Te gusta la música?

Abril asintió.

—¿Sabes qué tipo de música te gusta?

Abril se acercó al equipo de música y lo encendió.  Rachmaninov comenzó a sonar.

 —Me gusta esto —dijo la niña.

Paula se rió y bajó el volumen.

—Muy bien —le tocó la nariz con el dedo—. Cariño, tú y yo nos vamos a llevar muy bien.

 Y Abril sonrió.  Por fortuna, al menos un miembro de la familia Alfonso no se había olvidado de cómo hacerlo.



—¿Otra ronda, chicas? —la noche siguiente, el camarero de Colbys se detuvo junto a Paula y las miró.

Eran siete en total porque incluso Andrea, una prima que estaba a punto de dar a luz, había ido desde Sheridan con su familia para pasar el fin de semana. Siete mujeres y ni un solo hombre. Después de todo, era una quedada de mujeres.

—Yo sí —dijo Paula, y las demás repitieron sus palabras.

El camarero sonrió y recogió los vasos. Había una mezcla de copas de martini, botellas de cerveza, refrescos y agua, una mezcla tan variada como la de las mujeres que había en la mesa. Algunas eran primas. Otras esposas de los primos. Pero todas eran amigas. Paula miró al camarero mientras se marchaba. Era viernes por la noche y el local estaba lleno.

—¿Quién es ese chico? —peguntó—. Me resulta conocido.

 Celina se rió.

—Como debe ser. Es Matías Strauss. El hermano pequeño de Santiago Strauss.

Paula guiñó un ojo.

—Es que ya estamos mayores.

—No quiero ni oír esa palabra —intervino Sabrina—. Ayer, Valentina le dijo a Gabriel que no iba a casarse hasta que no fuera tan mayor como nosotros. Mira lo que dicen los pequeños.

Paula no pudo evitar reírse. Sabrina era un año más joven que ella. Y aunque su marido, Gabriel, era diez años mayor que ella, no entraba en la definición de viejo. El hombre trabajaba como sheriff y era atractivo como el pecado.  La verdad era que todas las mujeres que estaban allí tenían maridos muy simpáticos y atractivos. Paula era la única que no estaba casada y que no tenía familia. Y a veces se sentía mal por ello.

—¿Cuándo se supone que va a llegar Melina? —era una de las primas que no estaba casada. Trabajaba de enfermera y tenía veinticinco años. El resto eran todas más jóvenes, entre veinte y tres años.

 —Melina dijo que estaba cambiando turnos en el hospital — contestó Analía. Era ginecóloga y la esposa de Rafael, uno de los primos de Paula y hermano de Melina—. Sigue en el turno de noche.

—Bueno —Paula miró a Andrea, tenía las manos sobre su vientre abultado—. Supongo que, si Andy se pone de parto, estará bien tener a una ginecóloga entre nosotras. Cuando llegue Meli, tendremos todo un equipo médico.

—Me faltan dos semanas —dijo Andrea—. No voy a tener el bebé este fin de semana. Brody no me lo perdonaría. Tuve que emplear todas mis armas de mujer para conseguir que aceptara que viniéramos.

—Eso significa que a pesar de estar embarazada todavía tienes armas de mujer —dijo Jimena,  la hermana de Andrea.

—Como si Daniel y tú no hubiesen disfrutado hasta justo antes de que llegara Tomás.

 —Probablemente, el sexo apasionado es lo que provocó que me pusiera de parto —dijo Jimena con picardía, y todas se rieron.

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