Paula aguantó hasta la una de la madrugada dando vueltas en la cama y recordando la conversación en su cabeza. Después, encendió la lámpara de la mesilla, se puso unas zapatillas y se dirigió al salón de Carolina. Encendió la televisión para sentirse acompañada y entró en la cocina para calentarse un poco de leche. Al verse reflejada en la puerta de un armario, puso una mueca. Había dormido mal varias noches y tenía ojeras. Regresó con la taza al salón y se acurrucó en el sofá. En la televisión había un programa en el que se mostraba el miedo que pasaban algunas personas al ver cómo un paracaidista abría el paracaídas en el último minuto. El grito de júbilo que pronunciaron al ver que había conseguido abrirlo fue imitado por el trío de presentadores que estaba sentado en el estudio.
–Un merecido cuarto puesto, estoy seguro que están de acuerdo. Y, ahora, el superviviente que ha recibido el tercer puesto por los espectadores es...
Paula no quería saberlo. Agarró el mando y puso una mueca al pensar en la naturaleza del programa. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que mostraran algún accidente mortal? Decidió cambiar de canal, pero presionó el botón equivocado. El volumen subió de golpe justo en el momento en que el presentador decía:
–Pedro Alfonso. ¿Quién de nosotros ha olvidado el famoso accidente que terminó con su carrera de piloto profesional?
Paula se quedó de piedra al oír el sonido de los coches derrapando bajo la lluvia. Un segundo más tarde, la imagen se transformó en un infierno mojado cuando un coche se puso a dos ruedas y provocó que el que iba detrás chocara con él. El segundo coche saltó por los aires y cayó boca abajo. Justo cuando ella recuperaba la respiración, otros coches chocaron contra él. Uno tras otro hasta que no quedó nada más que un montón de metal retorcido. Después, increíblemente, apareció un hombre de entre los hierros. Dió unos pasos y se quitó el casco, desplomándose en el suelo justo cuando se producía una explosión formando una bola de fuego. Los vehículos de emergencia aparecieron en el lugar y la cámara no volvió a enfocar al hombre hasta que no estaba tumbado en una camilla. No podía apartar la mirada del rastro de sangre que fue dejando su mano. El presentador estaba hablando de nuevo y el sonido de su voz reverberaba en las paredes de la habitación, pero no podía escuchar lo que decía. Tenía los ojos pegados a la pantalla. Ni siquiera podía pestañear al recordar el accidente. Fue la manera en que alguien golpeaba la puerta lo que hizo que dejara de mirar a la pantalla. Estaba negando con la cabeza justo cuando Pedro entró en la habitación. Llevaba la misma ropa que antes y la barba incipiente cubría su mentón.
–¿Qué diablos pasa aquí? Has despertado a media casa.
Exageraba. Puesto que las paredes eran muy gruesas, era prácticamente imposible que nadie, excepto él, hubiera oído el ruido que emanaba del departamento. Tras el silencio de las tres horas anteriores, él se sorprendió al ver que ella estaba allí sentada y que no había sido víctima de ningún accidente. Su preocupación se convirtió en rabia. Ella no contestó y volvió a mirar a la pantalla. Al ver lo que retransmitían, él frunció el ceño al reconocer el programa que había hecho enojar a su hermana unos meses antes. Blasfemó en silencio, se acercó a la pared y desenchufó el televisor. Después del ruido ensordecedor, el silencio se hizo muy intenso. Paula podía oír el latido de su propio corazón.
–¿Para qué estás viendo esa basura? –preguntó mirando la hora en su reloj de plata–. Es la una y media de la mañana. ¿Por qué no estás durmiendo?
–¿Y por qué no estás durmiendo tú? –se rió.
Pedro siempre la culpaba de algo que no había hecho.
–¿Qué es lo que te parece tan divertido? –había estado tres horas tratando de contenerse para no atravesar esa puerta.
Una vez que lo había hecho, la pregunta era si sería capaz de salir de allí. ¿Y querría hacerlo? Era una pregunta ridícula, por supuesto que no quería salir de allí, pero un hombre no siempre podía tener lo que deseaba. Ni aunque estuviera a su alcance. Ella percibió su rabia, pero no le importó. Era la prueba de que él estaba vivo, y que ella también. Un hecho que debían celebrar. Pedro estaba allí y, sin embargo, había estado a punto de no poder estar.
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