viernes, 18 de enero de 2019

Culpable: Capítulo 41

Incapaz de mantener el contacto ocular, Pedro bajó la vista, acariciando con su mirada cada parte de su cuerpo. Ella era la representación de sus fantasías más oscuras.

–¿Y si prefiriera el dinero? –lo retó ella.

–No seas estúpida –dijo él, frunciendo el ceño.

–¿Por qué estúpida? –preguntó ella–. ¿Esto no es el pago por los servicios prestados? –dijo con tono de disgusto mientras miraba el brazalete.

Él blasfemó y se preguntó si algún día sería capaz de apreciar la ironía; era la única vez en su vida que se había sentido impulsado a entrar en una joyería porque había visto una pieza en el escaparate que había hecho que pensara en ella.

–No te comportes como una prostituta. No eres así –apretó los dientes y trató de calmarse–. Si no te gusta...

–Si a tí no te gusta que actúe como una prostituta, ¡No me trates como a una de ellas! –gritó ella, tirándole el brazalete.

Sin dejar de mirarla, él estiró la mano y alcanzó el proyectil.

–¡Lo odio y te odio! ¿Cómo te atreves a insultarme con un horrible brazalete? Si te has aburrido, dímelo, no pasa nada, ¡Pero no te atrevas a sobornarme!

Pedro apretó los dientes, dejó caer el brazalete y se pasó la mano por el cabello. Aquello no iba bien. Ella se estaba comportando de manera irracional y sentimental. Era todo lo que él odiaba y, sin embargo, deseaba abrazarla y llevarla a la cama. Era Paula.

–No puedo hacerlo.

Paula pestañeó para contener las lágrimas.

–Oh, sí que puedes. Has tenido mucha práctica. Esta es la primera vez para mí.

¿Creía que necesitaba que se lo recordaran?

–Así que lo siento si me estoy comportando como un ser humano –llorando, se tumbó boca abajo sobre la cama.

A Paula le pareció que él le acariciaba el cabello, pero debió de habérselo imaginado porque, más tarde, cuando se dió la vuelta, la habitación estaba vacía y ella tenía los ojos hinchados y enrojecidos.

Paula, con los ojos hinchados de tanto llorar, trató de olvidar la monumental pelea que había tenido con Pedro y trató de concentrarse en lo que decía Carolina.

–¿A qué hora es tu vuelo mañana?

Al día siguiente ya no la necesitarían y Pedro había continuado con su vida. Era lo que ella había anticipado, pero él podía haber esperado a que hiciera las maletas, podía haberse quedado para decirle adiós.

–¿Pedro está por ahí?

Paula negó con la cabeza y, al recordar que Carolina no podía verla, contestó:

–No –lo observó en la pantalla, caminando por la alfombra roja y llamando la atención de la presentadora que, en lugar de entrevistar a los famosos de Hollywood, aprovechó la excusa de que él iba acompañado de una aristócrata para acorralarlo con el micrófono y tocarle el brazo repetidamente.

Pedro contestó con un monosílabo a las numerosas preguntas, pero no pareció desanimarla.

–Pues vaya.

–¿Supongo que no tendrás tu pasaporte ahí?

–Creo que sí –contestó Paula.

La aristócrata se conformó con mantenerse al margen y observar cómo la entrevistadora coqueteaba con él. ¿Y por qué no iba a hacerlo? Podía permitirse sonreír, ya que sabía que de puertas para dentro él era todo suyo. Paula descubrió que los celos no eran solo un sentimiento, sino que también implicaban dolor físico.

–Eso es estupendo –dijo Carolina aliviada–. Tengo que pedirte un gran favor.

Paula escuchó la propuesta mientras Pedro y su compañera entraban en el teatro y escapaban de los medios de comunicación. Descubrió que la propuesta consistía en tomar un avión y alejarse de Pedro, así que aceptó encantada. Carolina lo tenía todo organizado hasta el último detalle.

No hay comentarios:

Publicar un comentario