Después de pagar, salió por la puerta y se chocó con un hombre alto que pasaba por allí. Si él no la hubiese sujetado, se habría caído.
–Lo... Lo siento –tartamudeó ella, a pesar de que sabía que no había sido su culpa.
–Va a hacer falta algo más que un «Lo siento».
El comentario hizo que su coraza se partiera en mil pedazos.
–Pedro, ¿Qué estás...?
–Tenemos que hablar.
Paula tenía la sensación de que estaba furioso, pero luego se percató de que no era así. Lo que le pasaba era que una mezcla de emociones lo invadía por dentro, provocando que estuviera muy tenso. Como si fuera una adicta delante de su droga preferida, ella no podía dejar de temblar, ni de mirarlo. Se aclaró la garganta.
–Ella no está aquí. Carolina ya se la ha llevado.
Él frunció el ceño.
–¿Valen está aquí?
–Creía que... No lo comprendo. Estabas en Londres, te ví por la televisión. La princesa es muy guapa –se mordió el labio inferior.
–Romina, una mujer bonita pero muy aburrida. Lo único que hizo fue hablarme sobre Adrián.
–¿Quién es Adrián?
–El hombre con el que va a casarse –la miró y sonrió–. Estabas celosa –parecía disfrutar con el descubrimiento.
–Lo superaré –le prometió.
Él dejó de sonreír.
–Pues yo no. Si te viera con otro hombre, yo...
Sus palabras provocaron en Paula sentimientos encontrados. Él era el que la había echado y, sin embargo, lo que le decía en esos momentos hacía que ella tuviera que contenerse para no explicarle que no había ningún otro hombre en su vida y que nunca lo habría.
–¿Y qué esperas que haga? –preguntó ella–. ¿Que pronuncie un voto de celibato porque, aunque no me quieres, tampoco quieres que me posea otro hombre?
–Sí te quiero –dijo él–. Te necesito, Paula.
Su expresión de desesperación parecía sincera, pero ella no podía exponerse a que le hiciera daño otra vez.
–No querías que estuviera allí cuando regresaras –se quejó, incapaz de contener las lágrimas más tiempo. Se había llevado una terrible sorpresa.
Siempre había sabido que él terminaría cansándose de ella, pero no esperaba que la rechazara de ese modo y por eso se quedó tan afectada.
–No puedes imaginar la de veces que he estado a punto de dar la vuelta con el coche para regresar, pero era demasiado cobarde como para admitir lo que sentía.
–¿Y por qué estás aquí, Pedro?
Él soltó una carcajada.
–¿Por qué diablos crees que estoy aquí? Cuando regresé a Killaran, descubrí que te habías marchado. He venido a buscarte.
Consciente de que su interpretación estaba tintada por la nostalgia, Paula intentó no reaccionar ante su comentario. Eso no significaba que fuera capaz de controlar el fuerte calor que cubría su piel, ni el revoloteo que sentía en el estómago. El hombre la había ido a buscar. Eso tenía que significar algo, ¿Verdad?
Pedro apretó los dientes con frustración al ver que sus palabras no tenían efecto sobre ella. Se negaba a creer a la vocecita que oía en su cabeza y que le decía que lo había estropeado todo, así que, agarró a Paula por la muñeca y tiró de ella para estrecharla contra su pecho.
–Ven a casa conmigo.
–Este no es el camino a casa –dijo ella tratando de mantener su paso mientras él la sacaba de la terminal a través de las puertas de cristal.
–Es el camino hasta el jet de la empresa. ¿Cómo crees que he llegado hasta aquí, cara? –preguntó él al ver su cara de asombro–. No podemos tener una conversación en esa pecera de cristal.
Paula entornó los ojos y se frotó la piel de la zona donde él la había agarrado. Al verla, él puso una mueca de dolor.
–Te he hecho daño –le levantó la mano y la besó en la muñeca.
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