martes, 8 de enero de 2019

Culpable: Capítulo 36

Era un milagro. La vida era muy frágil. Paula nunca se había percatado de cómo de frágil era hasta ese momento. Había tenido que ver cómo Pedro había estado a punto de morir para darse cuenta de que no solo lo deseaba, sino que, de algún modo, se había enamorado de él.

–¿Me has oído? Es la una y media de la mañana.

Consciente de que se estaba repitiendo, bajó la mirada y se fijó en cómo el cuello de su camisón caía sobre uno de sus hombros. Incapaz de detenerse, continuó deslizando la mirada sobre su cuerpo, fijándose en sus bonitas piernas. Imaginó que metía la mano bajo la tela y le acariciaba el trasero redondeado antes de quitarle la camiseta y contemplar las sinuosas curvas de su cuerpo. Apretó los dientes, tragó saliva y posó de nuevo la mirada sobre su rostro. No llevaba maquillaje, estaba despeinada y tenía ojeras. Nada excitante para un hombre que esperaba que las mujeres que compartieran su cama tuvieran un aspecto perfecto. Pero no era así. De algún modo, su aspecto era mucho más sexy y arrebatador que el de cualquier mujer.

Paula se puso en pie y le preguntó:

–¿Por qué querías hacer eso? –la vida ya era lo bastante peligrosa como para dedicarse a una profesión de riesgo.

–¿El qué? –su camisón era corto. Muy corto.

Distraído, Pedro no reparó en la expresión de Paula hasta que ella no lo tocó, dándole un puñetazo en el centro de su pecho. Para ser tan pequeña, tenía mucha fuerza.

–¿Qué...? –la agarró por la muñecas antes de que pudiera darle otro puñetazo.

Ella forcejeó unos segundos antes de derrumbarse contra su pecho sin avisar y gimoteó con fuerza. Pedro no sabía qué hacer. Estaba acostumbrado a saber lo que tenía que hacer desde los catorce años y, desde entonces, no había tenido un segundo de indecisión. Se fijó en su cabello rojizo y dijo:

–No pretendía gritar.

Ella levantó la cabeza y dió un paso atrás.

–Supongo que tampoco pretendías matarte –repuso ella, mirando al televisor apagado.

–Ah, eso –Pedro dejó de pensar en el sexo y se centró en la conversación que había mantenido durante años. Aquella no era la primera vez que tenía que defender su profesión–. Según las estadísticas, la Fórmula Uno es extremadamente segura. Sin embargo, si quieres hablar de algo peligroso, la equitación es... Quiero decir que mañana podría morirme al cruzar la calle.

–Es un argumento muy original.

Él frunció los labios.

–Lo siento si me he pasado, pero no he dormido muy bien. Cuando era pequeña, sufrí un accidente de coche.

–¿Tienes pesadillas? –los médicos le habían advertido que era posible que él las tuviera, pero nunca las había tenido.

Paula negó con la cabeza.

–No, no lo recuerdo, pero mis padres fallecieron en él y supongo que la idea de que alguien... –se encogió de hombros–. Supongo que al verlo me he puesto nerviosa. Pero es tu elección. No tengo derecho a hablarte así.

–Siento lo de tus padres.

Él parecía sincero y, al mirarlo a los ojos, Paula vió que hablaba de verdad. Sintió que el deseo se apoderaba de ella y miró a otro lado antes de dirigirse a uno de los sofás y sentarse en él.

–Tú también perdiste a tus padres.

Él se colocó tras el respaldo del sofá de enfrente y Paula se fijó en sus dedos, preguntándose cómo sería sentirlos sobre su piel.

–Mi madre todavía está viva.

–Ah, sí. Me había olvidado. ¿Vive en Italia?

–Mi madre no vive mucho tiempo en ningún lugar –sonrió un instante–. Tiene el umbral del aburrimiento muy bajo.

Paula recordó que Carolina había empleado las mismas palabras.

–Debiste de echar de menos a tu padre después del divorcio.

El ama de llaves solía guardar los secretos familiares como si fueran las joyas de la corona pero, en algún momento, le había contado que Pedro tenía nueve años cuando sus padres se separaron.

–Mi madre tenía la custodia, pero mi padre nos tenía durante las vacaciones.

–Debe de ser muy difícil para una mujer estar alejada de sus hijos.

–Mi madre nunca tuvo mucho tiempo para sus hijos. Solo se quedó con nosotros porque sabía que nuestro padre quería hacer lo mismo. Nunca le importó lo que nosotros deseábamos. Cuando éramos pequeños, nos trataba como si fuéramos accesorios de moda, y cuando crecimos nos convertimos en una molestia. Sin embargo, al contrario que Carolina, yo no le hacía la competencia –se calló y Paula vió sorpresa en su mirada.

Él se percató de que lo miraba con lástima y puso una mueca. No le gustaba que sintieran lástima por él.

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