jueves, 10 de enero de 2019

Culpable: Capítulo 39

Pedro metió la mano bajo la tela de su camisón y comenzó a acariciarle el muslo y el trasero. Ella cerró los ojos y disfrutó de sus caricias. Él sabía dónde y cómo acariciarla, y ella pensó que no podría soportarlo más. Fue entonces cuando se percató de que estaba desnuda.

–Eres perfecta.

Paula se relajó. Lo era. Podría ser todo aquello que él dijera, lo que él deseara. Pedro no podía dejar de mirarla. Era todo lo que había imaginado y más. Le acarició un pecho y supo que corría el riesgo de perder el control. El simple gesto de introducir su pezón en la boca y observar la expresión de su rostro mientras lo hacía era más erótico y excitante que cualquier otra cosa de las que recordaba. Durante mucho tiempo, había considerado el sexo como un ejercicio, algo que se le daba bien, con todos los movimientos planeados. Era capaz de contenerse, de predecir la reacción de su compañera, y siempre le resultaba satisfactorio porque dominaba cada movimiento y siempre elegía parejas expertas.

Paula era una mujer guapa, pero aquello nada tenía que ver con la perfección, sino con un sentimiento visceral y genuino. Retiró la boca y le acarició el pecho con el dedo para después cubrírselo con los labios y juguetear sobre él con la lengua. Ella gimió de placer. Aquello no era algo planeado. Era algo sincero y precipitado. ¡Pedro había descubierto el caos y le encantaba! Incluso en medio del caos, él fue capaz de recordar que para Paula era la primera vez y que era su deber conseguir que la experiencia fuera buena. Era difícil. ¿Cómo se suponía que un hombre iba a contenerse cuando sus manos y su boca se deslizaban por todo el cuerpo?

Cuando le acarició el vientre, Paula apenas pudo soportarlo. Él le separó las piernas y la acarició. Con el primer roce, ella se puso tensa. Después se relajó al ver que él le guiaba la mano sobre su cuerpo para que lo sintiera y se desabrochaba los pantalones para que ella tuviera acceso a su miembro erecto.

–Oh, sí...

–Estupendo –dijo él, besándola mientras deslizaba la mano entre sus piernas–. Así es –la felicitó mientras ella las separaba para él.

Pedro encontró el centro de la feminidad y se lo acarició con el dedo hasta que a ella le costaba respirar y protestó.

–No puedo hacer esto.

–Sí puedes, cara –le prometió él, retirándose para quitarse los pantalones. Después, desnudo, se tumbó sobre ella–. Eres estupenda.

Ella lo miró tratando de no fijarse demasiado en su erección. Él era perfecto y, evidentemente, estaba bien dotado.

–¿Lo soy? –le agarró el miembro y provocó que él gimiera–. Ah, sí, lo soy.

Cuando Pedro introdujo un dedo en su cuerpo, ella gimió de manera feroz. Desesperada, Paula lo acarició. Pedro le estaba susurrando palabras sexy al oído. No importaba que no comprendiera el italiano, el sonido hipnótico tenía un efecto hipnótico. La sensación de tranquilidad perduró hasta que Pedro la penetró. El dolor que sintió mientras él se acomodaba en su interior fue mucho menor de lo que ella había anticipado. Le encantaba sentir su miembro erecto en su interior. Entonces, mientras él la penetraba poco a poco Paula comenzó a moverse con desesperación para albergar todo su miembro en su interior.

–¡Más! –exclamó arqueándose contra él y clavándole las uñas en los hombros.

El final llegó tan de golpe que ella pensó que iba a desmayarse. Pero no fue así, al sentir que él se liberaba en el interior de su cuerpo, experimentó una sensación desconocida, como si hubiese alcanzado las estrellas.

–Bueno, es evidente por qué eras virgen. Tal y como dijo ese hombre, eres frígida.

Paula abrió un ojo y se desperezó.

–Me estoy riendo por dentro –de hecho notaba músculos que ni siquiera sabía que tenía.

Él le acarició el cuerpo.

–¿Cuál es la historia? Seguro que han pasado hombres por tu vida.

Paula se incorporó y se apoyó en un codo, sintiéndose tremendamente cómoda estando desnuda ante su interesada mirada.

–¿Nunca habías visto a una mujer desnuda?

–Nunca te había visto desnuda a ti. Santo cielo, Paula, ¿En qué pensaban los hombres que han pasado por tu vida?

¿Cómo era posible que aquella criatura sensual fuera virgen? Era como si hubiese estado dormida como sucedía en los cuentos de hadas. Pero él no era un príncipe.

–¿Sabes que esto no ha sido nada más que sexo?

–Te mencioné que había tenido una relación romántica. Pues estuve comprometida –el dejó la mano quieta sobre su trasero–. Nos emparejamos a través del ordenador. Era una relación célibe, más bien un encuentro de mentes, pero él me respetaba –se rio–. Aunque resultó que no me respetaba tanto como respetaba a la modelo de lencería con la que huyó una semana antes de la boda.

–¡Salió perdiendo!

Paula se tumbó de espaldas, su comentario había curado las heridas que el rechazo había provocado en su orgullo.

–Me gusta pensar lo mismo.

–Su pérdida, mi ganancia –la miró fijamente y se detuvo cuando estaba a punto de acariciarle los senos–. ¿Sabes que...?

–¿Que me quieres por mi cuerpo? No hay problema. Yo te quiero por el tuyo –mintió con facilidad. Habría hecho cualquier cosa para que aquello durara un poco más.

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