–¿Estás segura de que nunca has hecho esto antes?
La besó antes de que pudiera contestar y ella gimió de placer. Asombrada por la pasión que se había despertado en ella, lo besó también e introdujo la lengua en su boca. Notó que el deseo que la invadía se intensificaba y sintió un fuerte calor húmedo en la entrepierna. Lo deseaba con locura, pero el espectro de aquella mujer rubia con la que lo había visto la hacía contenerse.
–Espero que me hagas ciertas concesiones, Pedro –susurró contra sus labios–. No soy...
Su manera de susurrar terminó con su capacidad de racionalizar. Sin soltarla, se dirigió hacia la puerta.
–Eres muy sexy, bruja pelirroja. No he sido capaz de concentrarme desde que te vi la primera vez.
–¿Lo soy?
Su respuesta fue un beso apasionado.
–¿Puedes saborear cuánto te deseo?
–Tienes un sabor delicioso –cerró los ojos y lo besó en la boca una y otra vez.
Cuando los abrió, se percató de que no estaban ni en el salón ni en el dormitorio.
–¿Dónde...? –preguntó ella mientras él abría una puerta con el pie.
–Te he imaginado en mi cama desde el momento en que te ví.
–Yo te imaginaba desnudo –admitió ella.
–Parece que esta será la noche en la que nuestros deseos se convertirán en realidad, cara.
Paula se agarró con fuerza mientras él la subía por la escalera que ella había recorrido hacía bien poco. La puerta de su dormitorio estaba abierta. La habitación estaba iluminada por una única lámpara que estaba sobre una mesa junto a la ventana. Pedro la llevó directamente a la cama con dosel que dominaba la habitación. Paula no fue capaz de mirar ni la decoración. Solo tenía ojos para él. Sin dejar de mirarla, Pedro la tumbó sobre la cama, apartando unos cojines con la mano mientras se arrodillaba sobre ella. Le acarició la mejilla, extendió su cabello rizado sobre la cama y la besó despacio. Ella gimió cuando retiró la cabeza. Estaba ardiendo de deseo.
–Así es como la gente que no está loca se queda embarazada – dijo sin pensar.
Él la sujetó por la barbilla y contestó:
–No permitiré que eso te suceda a tí. Relájate. Yo me ocuparé del resto.
Paula no tuvo que esforzarse mucho en hacer lo que él le decía porque, curiosamente, confiaba en el hombre al que había odiado desde el primer día. En algún momento, entre tanto odio, se había enamorado de él. Las palabras que sabía que no podía pronunciar estaban en su cabeza. Le sujetó el rostro con las manos y lo besó.
–Sé que lo harás, pero necesito... No dejes de tocarme, Pedro –le suplicó–. De verdad, necesito...
–Dímelo –insistió él.
–Te necesito –comenzó a desabrocharle la camisa para dejar al descubierto su vientre musculoso y su torso cubierto de vello varonil.
Su piel era como la seda. Ella lo acarició despacio, disfrutando de su primera experiencia sexual. Al sentir el poderío de su feminidad, Pedro respiró hondo y resopló. Ella estaba desabrochándole el cinturón de los pantalones cuando él le agarró la mano. Después, le agarró la otra y se las colocó sobre la cabeza. Solo permaneció sobe ella unos instantes, pero Paula tuvo tiempo de darse cuenta de que la rendición le resultaba muy excitante. Confiar en otra persona lo suficiente como para cederle el control era tremendamente excitante. Antes de que pudiera explorar las diversas posibilidades de su descubrimiento, se encontró tumbada junto a él.
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