viernes, 18 de enero de 2019

Culpable: Capítulo 43

Después de recorrer el castillo y los terrenos de alrededor, Pedro estaba de muy malhumor. Se había marchado de la gran fiesta, había abandonado a su bella compañera y probablemente había ofendido a uno de sus mejores amigos durante el proceso. Incluso dudaba que todavía quisiera que fuera el padrino de su boda, que se celebraría en verano. Después, había conducido desde Londres. Miró al ama de llaves con incredulidad.

–¿Qué quieres decir con que se ha ido? ¿A dónde?

–Al aeropuerto con Va...

–¡Al aeropuerto! –Pedro comenzó a pasear de un lado a otro como si fuera un gato enjaulado. Se detuvo frente a la mujer y la fulminó con la mirada–. ¿Has dejado que se marcharan al aeropuerto?

–No era mi trabajo detenerla.

Él se detuvo y pensó: «No, era el mío». Y, si hubiese estado dispuesto a decirle lo que ella había querido oír, lo que él no quería admitir, habría estado allí para evitar que se marchara. Lo único que ella le había dicho era «Te echo mucho de menos cuando no estás». Y él había estado a punto de tener un ataque de pánico. Aquello era el resultado de su incapacidad para aceptar que, en pocas semanas, ella había pasado a formar parte de su vida. Mientras buscaba a Paula, su casa, el lugar con el que sentía verdadera conexión y por el que habría hecho cualquier cosa para preservarlo, no le parecía más que una serie de cuartos vacíos. Pero su ausencia no solo afectaba a la casa. Él se sentía vacío sin ella. Pero conseguiría que regresara. La había echado con su discurso de que su relación era puramente sexual. Ella se había entregado al cien por cien, y él le había dicho que solo era sexo. Sabía que su frialdad la estaba matando y la había rematado ofendiéndola con el brazalete de diamantes. Al recordar que había reaccionado tirándoselo a la cara, esbozó una pequeña sonrisa. Paula era la persona menos avariciosa que había conocido nunca. Eso le encantaba. ¿De veras había pensado que ella no iba a tirárselo a la cara? ¿Sería que inconscientemente había intentado que ella lo rechazara? Había tratado de poner una barrera entre ambos desde el primer momento en que se conocieron, ¿ Y por qué? Porque sabía que ella era diferente, que no podría echarla de su cama a mitad de noche, y que tampoco podría separarse de ella. Paula lo hacía sentir todo lo que él nunca había querido sentir, aquello que creía que lo convertiría en un hombre débil.

–¿Y a dónde volaban? –le preguntó al ama de llaves.

–La señorita Carolina lo organizó todo. Creo que las recibirá en el aeropuerto.

–¿Carolina? ¡Si a Paula ni siquiera le gusta tomar el sol! –gritó, imaginándola tumbada en una playa tropical mientras la molestaban los hombres del lugar, fascinados por su tez blanquecina.

Cerró los ojos y blasfemó. Cuando los abrió, recibió la mirada de desaprobación que le dedicaba la señora que lo conocía desde queera un niño.

–Estoy segura de que la señora Chaves se pondrá crema con protección solar. Es muy inteligente.

Pedro ya estaba marcando un número en su teléfono móvil.


Paula sintió un nudo en la garganta cuando Valen se despidió de ella con la mano, mientras la miraba con la cara apoyada en el cristal del Jeep que conducía su madre. Permaneció allí hasta que el vehículo desapareció, y pestañeando para tratar de contener las lágrimas regresó a la terminal con aire acondicionado. El calor del exterior era intenso. Valen había revivido nada más desembarcar. Había pasado de parecer un fantasma a gozar de un aspecto saludable. La envidiaba por su capacidad para recuperarse. ¡Ella se sentía como si tuviera cien años! Cuando Carolina le dijo que Valen no era buena viajera, Paula se había sentido capaz de enfrentarse a una niña mareada y asustada. ¡Cómo se había equivocado! Le había partido el corazón ver a la niña tan nerviosa y el viaje había resultado una pesadilla. Además, al poco rato de estar en el sol se sentía como una flor marchita. Quizá con el tiempo pudiera aclimatarse a ese entorno, pero Anna sabía que nunca tendría un brillo dorado como el de Carolina. A ella le gustaba vivir en un lugar en el que pudiera disfrutar de todo tipo de clima en tan solo veinticuatro horas. Al pensar en ello, dejó de sonreír. No regresaría a Escocia. Su billete de vuelta era para una capital con un clima mucho más estable. Abstraída, pensó en su casa. Había pasado mucho tiempo acondicionando su apartamento y decorándolo con objetos reciclados personalizados a su gusto. Regresar a casa debería haber sido algo positivo, pero no era así. Amar a Pedro había hecho que cambiara todo. Ya no se sentía centrada estando en su casa, sino junto a una persona... La persona equivocada. ¿Volvería a sentirse en casa en otro lugar? Aunque tuviera que sentir aquella presión en el pecho durante el resto de su vida, nunca se arrepentiría de haber amado a Pedro.

Una vez dentro de la terminal se dirigió a las tiendas de dutyfree. Tenía que esperar tres horas hasta que saliera su vuelo y no quería tomar más café. Vió que en una tienda vendían ropa para bebé hecha a mano con diseños étnicos muy coloridos. Como sabía que era algo que podía gustarle a Pauli, pasó media hora eligiendo uno de los pijamitas.

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