jueves, 15 de agosto de 2019

Pasión Imborrable: Capítulo 19

-Parece que lo que quieres decir es que hice algo más que verla —dijo él en tono ultrajado—. Y que lo hice mientras tú y yo estábamos... juntos.

-Así es —apartó la vista de él para fijarla en Nicolás, que saltaba alegremente en sus rodillas.

—Te equivocas —dijo él sin levantar la voz, pero en tono de advertencia—. Nunca me rebajaría a comportarme de manera tan despreciable —sus miradas se encontraron; la de él expresaba indignación.

-Recuerda que estaba allí —Paula tomó aire lentamente para controlar los inútiles celos que aún en aquellos momentos resurgían—. Y, al contrario que tú, recuerdo perfectamente.

Se produjo un silencio. Él la atravesó con la mirada, pero ella se negó a retroceder. Aunque él creyera que era incapaz de comportarse así, si recuperaba la memoria, se sentiría decepcionado.

—No tengo que recordar para saber la verdad, Paula. Por mucho que creas que entiendes lo que sucedió entonces, nunca traicionaría a una amante con otra. Nunca he tenido dos a la vez, sería deshonroso.

¡Deshonroso! Paula se contuvo para no soltar una risa amarga. ¿Era honrado tener una amante para compartir la cama con ella y excluirla del resto de su vida porque no era aceptable para sus amigos aristócratas? ¿Utilizarla para acostarse con ella al mismo tiempo que cortejaba a otra mujer? Aunque algo hubiera pasado entre Pedro y la princesa que había impedido la boda, lo que pretendía él era casarse. Ella había sido una ingenua; alguien para usar y tirar. Apartó la vista negándose a mirarlo. La herida seguía estando en carne viva.

—Cuando traté de ponerme en contacto contigo para hablarte del embarazo, tu madrastra me dijo que estabas ocupado con los preparativos de la boda y que no tenías tiempo para dedicárselo a una antigua amante.

—¿Diana te dijo eso? —su tono de asombro hizo que ella lo volviera a mirar—. No me lo creo.

Ese era el problema. Tampoco la había creído antes. Su palabra no valía nada frente a la suspicacia de él.

-Francamente, Pedro. No me importa lo que creas.

-Es verdad que Diana le tiene cariño a Candela —murmuró casi para sí mismo—. Y que quiere que me case. Pero ¿Que estaba preparando la boda? Nunca llegamos tan lejos.

Paula pensó que su falta de memoria era de lo más conveniente. Ella había tenido la confirmación del compromiso por otra fuente más, pero lo más convincente fue ver a Pedro con Candela. Incluso en aquellos momentos, recordarlo era como si le clavaran un cuchillo en el pecho. La princesa lo miraba con la misma expresión enamorada que ella había puesto desde el mismo día en que lo había conocido y se la había llevado a la cama. Pedro tenía a la princesa cerca de sí y le pasaba el brazo por los hombros como si fuera un delicado objeto de porcelana. La miraba a los ojos, totalmente enfrascado en la conversación privada que mantenían, como si fuera la única mujer que hubiera en el mundo; como si no tuviera a una amante esperándole obedientemente en casa.

Paula parpadeó para que evitar que le cayeran las lágrimas que comenzaban a formársele y se centró en las palabras desdeñosas de Diana cuando había llamado por teléfono a Pedro para contarle lo del embarazo. «Pedro hará lo que sea necesario para la manutención del niño, si es suyo. Pero no esperes que se ponga en contacto contigo personalmente». Su tono indicaba claramente que era socialmente muy inferior para conseguir otra cosa que no fuera un arreglo que redactaría el equipo de abogados de Pedro. «El pasado, pasado está. Y tus, digamos, actividades extracurriculares, plantean dudas sobre la identidad del padre del niño». La calumnia había sido lo peor de todo. ¡Qué furiosa se habría puesto la madrastra de Pedro si hubiera sabido que ella no había aceptado su palabra! En lugar de ello, dejó a él varios mensajes en su teléfono privado y le envió correos electrónicos, e incluso una carta. Estaba desesperada por hablar. Y sólo al cabo de meses de silencio había acabado por aceptar que él no quería tener nada que ver con ella ni con su futuro hijo, por lo que decidió darle la espalda al pasado y empezar de nuevo sin tener en cuenta siquiera la posibilidad de un acuerdo legal para la manutención del niño. Nicolás estaba mejor sin semejante padre.

Pero parecía que Pedro no se había enterado de su embarazo. Empezó a respirar con dificultad. ¡Todo aquel tiempo sin saber nada! No había rechazado a Nicolás. Tampoco estaba casado. Se sintió mareada al tratar de asumir las implicaciones que aquello tenía. En otra época hubiera creído que lo cambiaría todo. Pero ya sabía que no era así. Le bastó mirar a Pedro para confirmarlo. Estaba absorto en sus pensamientos, sin prestar la más mínima atención al niño, que intentaba que lo hiciera. Tampoco le interesaba ella: sólo era una fuente de información. O alguien a quien se podía llevar a la cama sin muchos problemas. Se estremeció al recordar la noche anterior, pero sintió que su determinación aumentaba. Miró los ojos verdes de su hijo. Él la miró pícaramente mientras parloteaba en su propio lenguaje. Él era lo importante en su vida, no el viejo sueño de vivir feliz para siempre con el hombre equivocado. No importaba que Pedro hubiera sabido o no lo del embarazo. Lo que importaba era que la pasión que habían experimentado había sido una aventura vulgar, no un amor sobre el que construir un futuro. Y él había dejado muy claro que Nicolás no le interesaba. Punto y final. Paula no hizo caso del dolor que sentía ante lo definitivo de la situación y esbozó una sonrisa temblorosa dedicada a su hijo.

-Es hora de bañarse, jovencito —se levantó y se sintió muy vieja por la pena que le causaba lo que su hijo no tendría y por la que le causaba de manera estúpida el volver a ser rechazada. Después de toda la vida sin dar la talla, era absurdo sentirse herida. Pero así era.

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