martes, 30 de abril de 2019

Eres Irresistible: Capítulo 4

Pedro detuvo la camioneta apretando los dientes. Había tenido que alejarse de aquella mujer tan precipitadamente que no le había preguntado su nombre. Nunca había tenido un golpe de testosterona tan súbito ni había sentido despertar su apetito sexual tan violentamente. ¿Cómo iba a convivir con una cocinera así durante dos semanas? ¿Cómo iba a sobrellevar una situación así? No podía imaginarse viviendo bajo el mismo techo que ella cuando había bastado mirarla para sentirse atraído por ella como si fuera un imán, y desde ese instante no había dejado de tener pensamientos lujuriosos. Lo que debía hacer era volver, despedirla y llamar a la agencia de colocación para que enviaran una sustituta. Pero como no le podrían mandar a nadie antes del almuerzo, no tendría más remedio que quedarse con aquélla al menos por un día. ¿Y si la agencia no encontraba otra para reemplazarla…? Se frotó la cara con las manos. Estaba en una situación complicada. Los hombres llevaban trabajando desde la seis de la mañana sin descanso y se merecían un buen almuerzo, y él, su jefe, era responsable de que no les faltara. Cuando llegaba al cobertizo en el que se llevaba a cabo la esquila, pensó que debía llamarla para asegurarse de que todo iba a bien, pero cambió de idea. Aunque apenas habían intercambiado unas palabras, había encontrado su voz extremadamente sexy. Parecía joven, más o menos de la edad de Megan, que cumpliría veinticinco años en unos meses. ¿Por qué querría trabajar en un rancho una mujer de esa edad? Frunció el ceño. Hacía mucho tiempo que no se interesaba por una mujer y aquél no era el momento para cambiar de actitud.


Paula miró a su alrededor con una sonrisa de satisfacción. No podía negar que había necesitado que Mamá Luisa la guiara paso a paso para hacer la tarta de melocotón, pero después de un rato, al familiarizarse con la cocina, se había sentido en su elemento. Le gustaba cocinar aunque no quisiera dedicarse a ello regularmente y menos para un pequeño ejército. Pedro Alfonso tenía una cocina bien equipada, con magníficas superficies de granito y una buena colección de cazos de acero inoxidable que colgaban de una estructura de madera. Contaba con un frigorífico de tamaño industrial, un gran fogón y una despensa perfectamente provista. Había hojeado el libro de cocina de la cocinera y había averiguado que los lunes preparaba pollo con judías verdes y pudín de postre. Para ella, se trataba de un menú insulso y decidió cambiarlo, así que optó por una lasaña con ensalada mixta y tortas al estilo texano. De postre, tarta de melocotón. Además, había puesto la mesa de manera distinta a como la encontró. Aunque suponía que llegada la hora de comer unos hombres hambrientos no repararían en cuestiones estéticas, cambió el mantel de cuadros escoceses que parecía llevar unos cuantos días puesto, por uno amarillo intenso. Evidentemente, el señor Alfonso, consciente de que siempre tendría que alimentar a grandes grupos, había construido un comedor de acceso directo a la cocina, con una gran mesa y sillas confortables para unas cincuenta personas. En opinión de Paula, eso demostraba que, además de tener sentido práctico, era un buen jefe, que cuidaba de sus empleados haciéndoles sentir lo bastante importantes como para comer en la casa de su señor en lugar de ser relegados a  comer en los barracones. Miró la hora y se dió cuenta de que le quedaba algo menos de un cuarto de hora para acabar de poner la mesa cuando oyó un vehículo detenerse en el exterior. Al mirar por la ventana, reconoció la camioneta de Pedro. Respiró hondo y se cuadró de hombros para no dejarse apabullar. Por muy guapo que fuera, su único interés era que posara para la revista. Volvió a mirar por la ventana y al ver que no se bajaba, supuso que sus hombres llegarían a continuación, así que fue al fogón e hizo los últimos preparativos.

Pedro se reclinó en el asiento de cuero y contempló su casa sin saber si estaba preparado para entrar. Por curiosidad, bajó la ventanilla y olisqueó el aire. Creyó reconocer un aroma italiano a la vez que se preguntaba desde hacía cuánto tiempo sus hombres y él comían pollo los lunes. Norma era una gran cocinera, pero detestaba los cambios. Los hombres sabían qué esperar cada día de la semana. Sabiendo que no podía quedarse sentado en la camioneta indefinidamente, se bajó, y antes de que la hubiera rodeado, se abrió la puerta de su casa. En cuanto vió a la mujer que salió al porche, se quedó paralizado. Sus ojos no le habían engañado por la mañana. Era tan espectacularmente hermosa que cada hormona masculina de su cuerpo cobró vida, y cuando notó un nudo en el estómago, tuvo la certeza de que tenía que despedirla lo antes posible. No iba a poder tolerar su presencia.

Paula lidiaba con sus propias dudas mientras observaba el rostro severo de Pedro y se preguntaba qué le hacía estar tan tenso cuando, al fin y al cabo era ella quien había pasado las últimas horas trabajando delante del fogón. De hecho, de conocer la realidad y saber que lo había salvado de una catástrofe, debería besarle los pies. Y pensando en que le besara los pies… Se quedó atrapada por esa imagen a la que sucedió otra de los labios de Pedro besando otras partes de su cuerpo. Sólo pensarlo le hizo apretar los puños al tiempo que la ahogaba una oleada de ardiente deseo. Aquel hombre le causaba tal torbellino de emociones que, sólo por obligarla a sofocarlas, estaba en deuda con ella.

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