viernes, 21 de diciembre de 2018

Culpable: Capítulo 24

–¿Culparte? ¿Cómo iba a hacer tal cosa? Solo eres una víctima inocente a la que le pasan cosas. Como, por ejemplo, verse implicada en una relación con hombres casados...

–Tienes razón –murmuró ella–. Escoge los puntos fuertes de mi vida –contestó sintiéndose incómoda.

Era legítimo que quisiera proteger a Paulina, pero no estaba bien que se convirtiera en víctima cuando simplemente había sido una mera observadora de lo que le había pasado a su prima. No era ella la que había perdido el bebé y casi su propia vida. Era Paulina. Que tuviera que recordárselo demostraba que había llegado demasiado lejos para tratar de protegerla.

–¡Basta! –exclamó junto a la puerta de la habitación de Jas y se volvió para mirar a Pedro a los ojos–. No es culpa mía si has discutido con tu novia. No la pagues conmigo y no me utilices como sustituta. No sé por qué lo has hecho, y no quiero que lo hagas, pero no me ha gustado que me utilizaras de ese modo solo por estar allí.

–No parecía disgustarte en ese momento.

–No me diste mucha oportunidad de hacer nada, solo... No quiero que me entrevistes para el trabajo de sustituta –entornó los ojos y le advirtió–. Así que, si me pones la mano encima otra vez, yo... –la había tocado y ella no había deseado que parara. Quería más. Mucho más–. ¡No vuelvas a hacerlo! –soltó.

Él echó la cabeza hacia atrás y contestó:

–No aparezcas en mi puerta medio desnuda.

Paula se cubrió el rostro con las manos y trató de recuperar la compostura antes de seguirlo hasta el interior de la habitación. Pedro ya estaba junto a la cama de su sobrina.

–¿Cómo estás, pequeña?

–Quiero que venga mamá.

–Lo sé, cariño. ¿Cómo te encuentras? ¿Mejor?

La pequeña asintió.

–Ha sido el paño mágico de Paula. Me frotó la frente con él y me encuentro mucho mejor. ¿Tú tienes un paño mágico?

–No tengo nada mágico.

–Una canción... ¿Una nana? –dió una palmadita sobre la cama para que se sentara.

Pedro se tumbó a su lado, junto a un grupo de conejitos de color rosa.

–El rosa te queda bien –dijo Paula, cuando sus miradas se cruzaron.

Conteniéndose delante de su sobrina, Pedro contestó con tono neutral:

–Si necesitas algo, ya sabes dónde estoy.

Paula sonrió a Valentina, miró a su tío con frialdad y se marchó.

–No, quiero que te quedes, Paula –se quejó Valentina.

Paula se volvió y suspiró.

–Creo que no hay sitio para todos. Me iré y...

–¡Aquí! –Valentina señaló un sitio a su derecha que no estaba ocupado por su tío.

Cuando Paula no respondió a su petición, empezaron a temblarle los labios. Cedió al ver la primera lágrima.

–Está bien, me tumbaré aquí hasta que te quedes dormida.

«Estoy compartiendo la cama con Pedro Alfonso. ¡Seguro que no hay muchas vírgenes de veintitantos años que puedan decir eso!». Se preguntaba qué diría él si lo supiera. Marcos, su ex novio, se había quedado alucinado y ella sospechaba que la idea de casarse con una mujer virgen había sido el motivo por el que había dejado de presionarla para tener relaciones sexuales con ella. Y se había sentido aliviada. Cuando Marcos la dejó, se justificó haciendo algunas referencias a su frigidez y a ella no le pareció injusto. Después Pedro la había besado.

–No, no te vayas. ¿Me lo prometes?

Paula suspiró:

–Te lo prometo.

Valentina miró a uno y otro lado.

–Esto es divertido.

Los dos adultos se miraron por encima de la cabeza de la niña. Paula puso una media sonrisa al ver que Pedro la miraba con humor. Cuando se percató de lo que estaba haciendo, bajó la mirada y se puso seria. Lo último que deseaba era que él sintiera que tenían una relación de cualquier tipo. Era fundamental que lo considerara su enemigo. Y después de lo que había sucedido aquella noche, era más importante que nunca. La única manera de mantenerlo a una distancia prudencial y evitar que la volviera a besar era pensando en él como un autómata frío y arrogante.

–Tío Pedro, cántame la canción que solías cantarle a mamá cuando estaba triste.

Y justo cuando Paula pensaba que aquella situación no podía ser más surrealista, Pedro comenzó a cantar. Tenía buena voz y, aunque ella no comprendía la letra en italiano, la melodía era suave y tranquilizante. Cerró los ojos. Cuando los abrió, estaba sola en la cama. El reloj de la mesilla marcaba las nueve y media. Se levantó de la cama de un salto.

1 comentario:

  1. Es terrible este PP !!! Con tal de no admitir sus sentimientos hace cualquier cosa!

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