Paula experimentó algo parecido a la envidia. ¿Alguna vez había hecho algo sin pensar en las consecuencias? Quizá por su prudencia habitual, a todo el mundo le había resultado extraño que ella hubiese buscado un empleo fuera de la ciudad en la que había pasado casi toda la vida.
–Mira, ojalá pudiera ayudarte –Carolina le caía bien y le habría gustado ayudarla.
–Puedes hacerlo. Quiero que la ayudes a ponerse al día en sus clases.
Paula negó con la cabeza.
–No puedo. Por supuesto siento mucho que tu hija haya estado enferma...
–Ha faltado durante todo el último trimestre.
–Estoy segura de que enseguida recuperará el ritmo. A esa edad es fácil.
De pronto, Paula lo comprendió todo.
–¡Ah! Eres esa modelo... Carolina –era la mujer con el cuerpo perfecto que había hecho la campaña publicitaria de prendas de lencería y cuyos anuncios habían invadido los autobuses de Londres el año anterior.
–Ahora mismo soy la mamá de Valen y sé que esto funcionará. No tendrás que preocuparte por Pedro –añadió–. El castillo es muy grande. Valen y yo tenemos un departamento en el ala oeste, así que tenemos independencia total. Por supuesto, él estará allí si lo necesitases.
–No lo necesitaré.
–¿Lo harás?
Paula abrió los ojos con asombro.
–No, quería decir... –tragó saliva–. ¿Tu hermano sabe que estás aquí?
–Se lo mencioné.
–¿Y no le preocupa que pudiera contagiarle algo a tu hija? – Paula no pudo ocultar la amargura en su tono de voz.
Carolina colocó la mano sobre su hombro.
–Pedro es mi hermano y le debo mucho, pero yo soy la madre de Valen y soy quien toma las decisiones respecto a su bienestar.
–Pero, si trabajas, ¿No tienes una niñera?
–Sí, Valen tiene una niñera pero la pobre Victoria se cayó de la bicicleta y se rompió una pierna. Irá escayolada seis semanas más. Estaría dispuesta a continuar trabajando si se lo pidiera pero ni me lo planteo –suspiró–. Mira, olvídalo. Esto no es asunto tuyo. No debería haber venido, y créeme cuando te digo que no eres la única que está intimidada por mi hermano mayor –se abrochó la chaqueta y se retiró un mechón de pelo de la cara.
–No estoy intimidada por tu hermano.
–Por supuesto que no –la tranquilizó Carolina.
–Haré lo que me pides.
Carolina sonrió y empezó a sacar el teléfono móvil del bolsillo.
–¿Estás segura?
–Completamente.
Carolina llamó por teléfono.
–Hola, Eduardo. Sí. Trae a Valen –miró la bolsa que Paula tenía sobre la cama–. Estupendo, ya has recogido. Tienes pocas cosas pero no importa. Pararemos por el camino para comprar algo más. ¿Qué talla usas?
Paula pestañeó.
–¿Tu hija está aquí? ¿Pretendes que vaya ahora mismo?
–Paula, tengo que tomar un vuelo a medianoche y...
–Debías de estar muy segura de que iba a aceptar tu oferta.
La mujer se encogió de hombros.
–Soy optimista por naturaleza.
Paula la miró de arriba abajo. Antes de que pudiera contestar, se abrió la puerta y entró una niña de cabello oscuro. Valentina Alfonso sonreía con timidez mostrando el diente que le faltaba. Era completamente adorable.
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