Durante su segundo día en Killaran, después de dejar a Valentina en casa de su amiga Camila, Paula se dedicó a explorar una zona de la costa que a Valentina le habría resultado difícil recorrer, aunque a veces era complicado convencer a la pequeña de que tenía ciertas limitaciones. Cuando regresó a la casa, se sentía mucho más relajada y de buen humor. Además, se alegraba de que ese día Pedro no aparecería en el momento más inesperado. El día anterior había tenido la sensación de estar vigilada y allá donde iba se encontraba con él. Así que, cuando la señora Mack, que trabajaba como ama de llaves, le contó que los lunes por la mañana Pedro se marchaba a Roma y que regresaba a mitad de semana, sintió ganas de besarla. Pasar unos días a la semana sin él haría que la situación fuera más soportable. No esperaba que él se retractara, pero pensaba que aceptaría la situación y que permitiría que realizara el trabajo, contentándose con mirarla con el ceño fruncido cuando se cruzaran ocasionalmente. Pero, a juzgar por lo que había sucedido el día anterior, se había equivocado, aquello no terminaría pronto. Y ella no podía hacer nada al respecto.
Valentina era la sobrina de Pedro y ella no podía impedir que la viera. Además, la niña lo adoraba. Pero no permitiría que él la machacara, Paula tenía claro que para Pedro las cosas tenían que ser a su manera. Él tenía que estar al mando y mostrar su fortaleza. «Conmigo no será así», pensó ella. Sabía que él estaba buscando una excusa para deshacerse de ella, y no estaba dispuesta a dársela. Tratando de no pensar en el propietario del castillo, miró el reloj y vió que faltaba una hora para ir a recoger a Valentina. Recordó que se había descargado un libro para leer durante el viaje, y decidió entrar en el castillo por la puerta lateral. El lugar era un auténtico laberinto, pero ya sabía que la ruta más directa hasta su departamento era entrando por la puerta principal y atravesando un pasillo interior. Si hubiese tenido la oportunidad de encontrarse con el hombre que se había nombrado a sí mismo su juez y su verdugo, nunca habría elegido esa ruta, pero ese día estaría a salvo. A ambos lados del pasillo había docenas de puertas, y las paredes estaban llenas de carteles políticos antiguos. Una de las habitaciones tenía la puerta abierta, y no pudo evitar fijarse en las estanterías llenas de libros y en el fuego de la chimenea reflejado en un espejo enorme. Aunque opinaba que leer en la tableta tenía muchas ventajas, no le parecía lo mismo que un libro de verdad. Asomó la cabeza por la puerta y se decidió a entrar. Respiró hondo y suspiró:
–¡Es posible que esté loca pero me encanta el olor de los libros!
–Hay olores peores –como el aroma que desprendía su cuerpo, y que él había percibido cuando ella estaba en el pasillo.
Paula volvió la cabeza y vió que Pedro se levantaba de una silla que estaba frente a la ventana. Tragó saliva y sintió un nudo en el estómago.
–No estás aquí.
Él arqueó las cejas y la miró de forma irónica.
–Quiero decir, pensaba que estabas de viaje, si no, no habría...
–Te pillé.
–Lo siento si he entrado donde no debía pero esta sala es maravillosa –dijo ella.
–Estoy de acuerdo.
La miró fijamente en silencio y ella no pudo evitar imaginar escenas salvajes con aquel hombre. Era fácil pensar en su musculatura fuerte y en su piel suave. Paula pestañeó para tratar de borrar las imágenes eróticas que invadían su cabeza.
–Es aquí donde trabajo cuando estoy en casa –no había estado trabajando. La tensión que sentía hacía que le resultara imposible concentrarse.
–Lo siento si te he molestado –dijo, y al ver que sonaba poco convincente, añadió–. De veras.
Se fijó en que apretaba los dientes y se preguntó por qué se habría empeñado en hacer las cosas bien si su disculpa solo había servido para conseguir que pareciera todavía más enfadado. Si no lo hubiera visto comportarse de otro modo con su sobrina, habría pensado que era su actitud habitual. El hombre que había visto Valentina no se parecía en nada a aquel monstruo despreciativo y autocrático. Ella dió un paso hacia la puerta.
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